Polvo de sueños (Malaz: El Libro de los Caídos 9)

Steven Erikson

Fragmento

Presentación

Presentación

¿Cuáles son las razones por las que una obra de fantasía logra atrapar la imaginación de un lector? ¿Qué combinación de elementos convierten una novela fantástica en una experiencia inolvidable, una marca indeleble en la mente de sus lectores? ¿Cómo consigue una serie de libros elevarse hasta el podio de las sagas que arrastran a miles de lectores y los convierten en meros yonquis literarios deseosos de nuevas dosis de aventura, emoción, sufrimiento o épica?

Ojalá tuviera respuestas para todas estas espinosas cuestiones. Pero después de mucho tiempo dedicado a leer, disfrutar, discutir y reseñar (lo mejor que puedo) las obras de este género literario, solo tengo claro que son muy pocos los libros que pueden enorgullecerse de despertar esa llamarada interior de gozo, esa chispa mágica del embrujo de la fantasía con mayúsculas. Y es por eso que la decalogía Malaz: el Libro de los Caídos de Steven Erikson siempre tendrá un hueco tan importante en mi corazón lector.

Después de leer y releer estas diez extensas novelas, de devorar sus miles de páginas una y otra vez acompañando en sus desvelos y afanes a soldados, ladrones, hechiceras, magos, guerreros, emperatrices y Ascendientes, tengo claro que pocas sagas de la fantasía moderna pueden igualarse con la obra creada por este osado canadiense. Aunque apenas han pasado siete años desde que su creador la completara, todo un tiempo récord para una saga de esta extensión, no cabe duda de que Malaz se ha ganado un lugar más que merecido en el podio de las obras inolvidables del género.

Y eso a pesar de que el Libro de los Caídos es tan difícilmente definible como clasificable. Tiene el encanto heroico de la Ilíada de Homero mezclada con el descarnado realismo de La Compañía Negra de Glenn Cook, es una arrebatadora fusión de historia y filosofía capaz de complacer tanto nuestro lado más adulto como de entretener al niño que todavía tenemos dentro. Es una imparable aventura épica con las dosis adecuadas de emoción, humor, dolor y alegría, una fantasía sorprendente surgida de los juegos de rol que desborda magia, mucha magia. Es todo eso y mucho más.

¿Quién de entre los malazanos, nosotros, los lectores que seguimos aquí ocho libros después, no recuerda su primer acercamiento a la saga? Todos lo tenemos grabado a fuego en nuestra memoria, y es que hay que reconocer que el inicio de la decalogía de Erikson alcanza otro nivel en cuanto a experiencia indeleble se refiere. Es difícil no rememorar con cierta añoranza cómo fue esa primera lectura de Los jardines de la Luna y lo que sentimos al vernos lanzados, sin paracaídas ni compasión, a sus páginas.

En mi caso fue gracias a una edición de bolsillo, de letra apretada, que me encontré por primera vez con esa presentación que nos hace ser testigos, en las almenas de una añeja fortaleza, de la conversación entre un veterano guerrero cansado de una vida entera dedicada al combate y un joven niño que solo sueña con convertirse en soldado. Mientras a sus pies el fuego consume un arrabal de una ciudad llamada Malaz, el veterano soldado masculla como respuesta a los sueños del niño un seco «ya crecerás» cargado de pesimismo, realismo y madurez, pero que su joven interlocutor no es capaz de captar en toda su profundidad.

Pero el lector sí que lo percibe, el que pasea sus ojos por las páginas de la novela conecta con la sensación de algo mucho más profundo, y entonces se da cuenta (quizá de una forma inconsciente todavía) de que está a punto de iniciar un viaje al corazón de la fantasía épica más rabiosa y potente. Y al mismo tiempo una fantasía con los pies bien anclados en el suelo y la realidad, una fantasía cubierta de una densa pátina de historia que soporta sobre sus espaldas el peso de decenas de civilizaciones y culturas previas.

Solo con esas primeras páginas del prólogo uno ya capta la inmensidad de lo que se avecina con Malaz: el Libro de los Caídos, de la atrevida propuesta de las diez novelas de Erikson hacia el lector curtido y criado en la fantasía épica. Es cierto que la lectura de Los jardines de la Luna es toda una prueba de fuego, que Las puertas de la Casa de la Muerte tampoco es un viaje de placer, y que ni siquiera bien entrado Memorias de hielo uno logra abarcar toda la magnitud del tapiz desplegado antes sus ojos. Pero precisamente es esa sensación de la maravilla constante lo que queremos, lo que buscamos una y otra vez en la fantasía moderna, y que cuesta tanto alcanzar en su plenitud.

Por eso lo que seduce al lector desde la exigente lectura de la primera entrega del Libro de los Caídos (y conforme la saga nos arrastra tocho tras tocho de épica fantástica) es el grandioso trasfondo en el que todo transcurre. Su poderosa ambientación y su rica historia previa funcionan como un abigarrado y realista telón de fondo para su impresionante galería de personajes. Por muy desesperante que se vuelva en ocasiones la sensación de andar perdido en un escenario mayor que no se comprende del todo, de avanzar entre insinuaciones de algo que se oculta entre bambalinas para nuestro desconcierto, el universo fantástico presentado por Erikson es tan asombroso, tan complejo y tan consistente que soporta toda la atención desmedida del lector.

Esto es algo de lo que tuvieron que ser conscientes sus propios creadores desde la misma génesis de su universo compartido. Aunque en un principio el mundo de Malaz nació como escenario donde el joven Steven Erikson (por aquel entonces todavía solo Steven Rune Lundin) y su amigo de universidad Ian Cameron Esslemont pudieran jugar sus partidas de rol, muy pronto quedó claro que el escenario, la ambientación y los personajes se quedaban cortos solo para eso. Aquella densa y abigarrada historia creada por estos dos canadienses y cimentada sobre sus numerosas lecturas de fantasía, sus interminables partidas de Dungeons & Dragons y sus amplios conocimientos de arqueología y antropología, daba para mucho más. ¡Y vaya si daba!

Su ambición juvenil los llevó a convertir su mundo privado en la ambientación para un guion cinematográfico. Cuando trataron de venderlo a diversas productoras canadienses se estrellaron de forma inmisericorde contra un muro de rechazos («¡En Canadá no hacemos cosas así!», les respondieron para desestimar su proyecto, algo no muy diferente de lo que les habría ocurrido si fueran españoles). Pero fue gracias a esto que ambos amigos decidieron aprovechar el exuberante universo malazano para convertirlo en las novelas de fantasía épica que todos conocemos, embarcándose Erikson en la creación de la impresionante decalogía Malaz: el Libro de los Caídos y Esslemont en la no menos ambiciosa Malaz el Imperio. Por los huevos del Embozado, nunca podremos estar lo suficientemente agradecidos al desinterés de esos productores cinematográficos y al tesón de los dos amigos canadienses.

Desde entonces la ambición y el asombro constante son las banderas que on

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