Una casa para el señor Biswas

V.S. Naipaul

Fragmento

1PASTORAL

Poco antes de que naciera el señor Biswas, hubo otra pelea entre su madre, Bipti, y su padre, Raghu, y Bipti se llevó a los tres hijos, andando bajo el ardiente sol hasta el pueblo en el que vivía su madre, Bissoondaye. Allí, Bipti lloró y contó la vieja historia de la tacañería de Raghu: que controlaba cada centavo que le daba, que contaba cada galleta de la lata, y que era capaz de caminar quince kilómetros con tal de no pagar un penique por un carro.

El padre de Bipti, incapacitado por el asma, se incorporó en la hamaca y dijo, como hacía siempre en los momentos de desgracia: «El Destino. No se puede hacer nada».

Nadie le prestó la menor atención. El Destino le había llevado de la India a la plantación de caña, le había avejentado rápidamente y le había dejado que muriese en una choza de barro a punto de desmoronarse en medio de los pantanos; sin embargo, hablaba del Destino con frecuencia y con afecto, como si, por el simple hecho de sobrevivir, fuera especialmente afortunado.

Mientras el anciano seguía hablando, Bissoondaye llamó a la comadrona, preparó comida para los hijos de Bipti y les hizo la cama. Cuando llegó la comadrona, los niños estaban dormidos. Al cabo de un rato los despertaron los chillidos del señor Biswas y los alaridos de la comadrona.

—¿Qué es? —preguntó el anciano—. ¿Niño o niña? —¡Niño, niño! —exclamó la comadrona—. Pero ¿qué niño es este? Con seis dedos y nacido al revés.

El anciano gimió y Bissoondaye dijo:
—Lo sabía. No tengo suerte.

Inmediatamente, a pesar de que era de noche y el camino estaba solitario, salió de la choza y se dirigió al pueblo más próximo, donde había un seto de cactos. Volvió con hojas de cactos, las cortó en tiras y colgó una tira sobre cada puerta, cada ventana, cada abertura por la que pudiese entrar un mal espíritu a la choza.

Pero la comadrona dijo:
—Hagáis lo que hagáis, este niño devorará a su madre y a su padre.

A la mañana siguiente, cuando, a la brillante luz, daba la impresión de que todos los malos espíritus habían abandonado la tierra, llegó el pandit, un hombre bajo, delgado, de rostro afilado y sarcástico y modales altaneros. Bissoondaye le acomodó en la hamaca, de la que habían echado al anciano, y le contó lo ocurrido.

—Hum. Conque nacido al revés. Y dices que a medianoche.

Bissoondaye no tenía forma de saber la hora, pero tanto la comadrona como ella estaban convencidas de que había sido a medianoche, la hora desfavorable.

Mientras Bissoondaye estaba sentada ante él, con la cabeza cubierta e inclinada, el pandit se animó de repente.

—Bueno, no importa. Siempre hay formas y maneras de superar estas desgracias. —Desató el hatillo rojo que llevaba y sacó el almanaque astrológico, un fajo de hojas sueltas, alargadas y estrechas, metidas entre tablas. Las hojas se habían puesto pardas con el tiempo, y su olor a humedad estaba mezclado con el de la pasta roja y ocre de sándalo que las había salpicado. El pandit levantó una hoja, leyó un poco, se mojó el índice con la lengua y levantó otra hoja. Por último, dijo:

—En primer lugar, las características de este desgraciado muchacho. Tendrá buenos dientes, pero serán bastante anchos, y con huecos entre medias. Supongo que sabéis lo que eso significa. El chico será lascivo y manirroto. Posiblemente, también mentiroso. Es difícil saber qué pasará con los huecos entre los dientes. Pueden significar solo una de esas cosas o las tres.

—¿Y lo de los seis dedos, pandit?
—Desde luego, es una señal sorprendente. Lo único que puedo aconsejar es mantenerle alejado de los árboles y del agua. Sobre todo del agua.

—O sea, ¿no bañarle nunca?
—No quiero decir exactamente eso. —Levantó la mano derecha, juntó los dedos y, con la cabeza ladeada, dijo lentamente—: Hay que interpretar lo que dice el libro. —Dio unos golpecitos sobre el tambaleante almanaque con la mano izquierda—. Y cuando el libro dice agua, pienso que se refiere al agua en su forma natural.

—En su forma natural.
—En su forma natural —repitió el pandit, pero sin mucha convicción—. Quiero decir —se apresuró a añadir, un tanto fastidiado—, mantenerle alejado de ríos y charcas. Y, por supuesto, del mar. ¡Ah, y otra cosa! —añadió con satisfacción—. Sus estornudos traerán mala suerte. —Se puso a recoger las alargadas hojas del almanaque—. Gran parte de los males que sin duda traerá este niño se mitigarán si se le prohíbe al padre que le vea durante veintiún días.

—Nada más fácil —dijo Bissoondaye, expresando emoción por primera vez.

—El día vigésimo primero, el padre debe ver al niño. Pero no en carne y hueso.

—¿En un espejo, pandit?
—Me parecería poco aconsejable. Mejor en un plato de latón. Bien limpio.

—Sí, claro.
—Tienes que llenar el plato con aceite de coco (que, dicho sea de paso, debes hacer tú misma con cocos recogidos con tus propias manos), y el padre debe ver la cara de su hijo en el reflejo de ese aceite. —Ató el almanaque y lo enrolló en el algodón rojo que también estaba salpicado de pasta de sándalo—. Creo que eso es todo.

—Nos hemos olvidado de una cosa, pandit. El nombre. —En eso no puedo ayudar mucho. Pero me parece que un prefijo conveniente sería Mo. Después, es cosa vuestra añadirle algo.

—¡Ay, pandit, tiene que ayudarme! Lo único que se me ocurre es hun.

El pandit se quedó sorprendido y realmente encantado. —Pero si es estupendo. Estupendo. Mohun. Ni yo mismo hubiera podido pensar nada mejor. Porque, como bien sabrás, Mohun significa el amado, y es como llamaban las vaqueras a Krisna.

Sus ojos se dulcificaron al pensar en la leyenda, y dio la impresión de que se olvidaba de Bissoondaye y del señor Biswas durante unos momentos.

Del nudo al extremo del velo, Bissoondaye sacó un florín y se lo dio al pandit, murmurando excusas por no poder darle más. El pandit le dijo que había hecho lo que estaba en su mano hacer y que no se preocupara. En realidad, estaba encantado; esperaba menos.

El señor Biswas perdió el sexto dedo antes de diez días. Sencillamente se le desprendió una noche, y Bipti se llevó un buen susto cuando, al sacudir las sábanas una mañana, vio el minúsculo dedo caer al suelo. Bissoondaye lo consideró una señal excelente y lo enterró detrás del establo, en la parte trasera de la casa, no lejos de donde había enterrado el cordón umbilical del señor Biswas.

Durante los siguientes días, el señor Biswas recibió un trato atento y respetuoso. Abofeteaban a sus hermanos y hermanas si le despertaban, y la flexibilidad de sus miembros se consideraba asunto de gran importancia. Le daban masajes con aceite de coco mañana y noche. Ejercitaban todas sus articulaciones; le cruzaban brazos y piernas en diagonal sobre el reluciente cuerpo rojo; llevaban el dedo gordo del pie derecho hasta el hombro izquierdo, el dedo gordo del pie izquierdo hasta el hombro derecho, y ambos dedos hasta la nariz; por último, juntaban piernas y brazos sobre el vientre y después, con una palmada y una carcajada, los soltaban.

El señor Biswas respondió bien a esos ejercicios, y Bissoondaye adquirió tal confianza que decidió celebrar una fiesta el noveno día. Invitó a la gente del pueblo y les ofreció comida. También fue el pandit, quien, inesperadamente, se mostró afable, si bien con su actitud dio a entender que, de no haber sido por su intervención, no hubiera habido fiesta. Jha

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos