Ai Weiwei es quizá la figura más célebre del arte contemporáneo internacional actual. En sus esculturas e instalaciones confluyen con potencia y lirismo el artista y el activista, sus convicciones políticas y su sensibilidad expresiva, la tradición china y los conflictos de la modernidad. Y en su vida, se trenza la arrolladora transformación de su país durante el último siglo. Su padre fue uno de los grandes poetas chinos del siglo XX, primero amigo de Mao Tse Tung y luego enviado junto a su familia a «la pequeña Siberia» a limpiar letrinas. Su infancia transcurrió en el exilio. Su formación en Estados Unidos lo hizo amigo de Allen Ginsberg y fue iluminado por la figura de Andy Warhol. Su obra recorrió los museos del mundo. Y en 2011, su tenebrosa detención secreta durante 81 días por parte del gobierno chino volvió su figura tan emblemática como su obra. Por eso, la publicación de sus memorias («1000 años de alegrías y penas», Debate) se volvieron todo un acontecimiento. Miguel Ángel Cajigal Vera (@elbarroquista) explica por qué sus páginas son un viaje extraordinario en el que la vida de Weiwei y la de su país se trenzan de manera tan fascinante como inescapable.