Las manzanas de Eva

Imma Sust

Fragmento

Capítulo 1

1

A mí no me atrae un buen culo, un par de tetas o una polla así de gorda.

Bueno, no es que no me atraigan, claro que me atraen, ¡me encantan!, pero no me seducen.

Me seducen las mentes, me seduce la inteligencia, me seduce una cara y un cuerpo cuando veo que hay una mente que los mueve, que vale la pena conocer. Conocer.

Poseer.

Dominar.

Admirar.

La mente…

Yo hago el amor con las mentes…

¡Hay que follarse a las mentes!

Dante en la película Martín (Hache)

Eva, a punto de levantarse de la cama

La maldita tristeza lo paraliza todo. No te deja pensar, no te deja actuar, no te deja hacer cosas que sabes que te sentarían bien. O eso dicen siempre los otros. Los que en ese momento no están tristes. Frases de mierda que todavía inundan más a nuestra Eva: «Ya pasará», «Salir te animará», «Ordena la casa y te sentirás mejor», «Ve al cine», «Ve a la playa», «Sal a dar un paseo», «¡No te deprimas!», «¡No te angusties!» o «¡No vale la pena!». ¿Estaréis de acuerdo conmigo en que eso es lo peor que le podemos decir a alguien que está triste? Es evidente que si Eva pudiera no sentir esta pena en su interior, no la sentiría, ¿verdad? ¿O es que Eva es gilipollas y le encanta estar apenada?

Eva tiene treinta y dos años, y vive sola en un piso muy bonito lleno de plantas y luz. Le gusta tenerlo todo muy ordenado y limpio. Aunque en épocas de bajón, no siempre lo consigue. Trabaja en un banco. Algo que no le pega nada, pero le sirve para ahorrar y, como buena control freak, le da mucha seguridad. Su sueño es tener un negocio propio y cada día duda más sobre la idea de formar una familia y procrear. Lo desea y no lo desea. Su cabeza funciona como la paradoja del gato de Schrödinger. Todo es posible. La verdad es que dedica la mayoría de sus fantasías a la pasión que siente por la cocina. No tiene muy claro ni cómo ni cuándo, pero sabe que su futuro está entre fogones. Ya sea llevando un negocio de catering o abriendo su propio restaurante. Su espacio soñado es un rincón muy verde en medio de la ciudad, lleno de luz y de abundante vegetación. Un lugar donde pueda tener un pequeño huerto y cocinar al aire libre. Se imagina como si fuera una chamana con una gran hoguera guisando en un wok gigante todo tipo de recetas que huelen a lemongrass y a curri. Ya sabemos que esto no cumple la normativa y que no es nada realista, además de ilegal, pero lo bonito de soñar es que podemos fantasear con cosas imposibles. Así que no juzguéis y seguid leyendo.

Eva, acostumbra a visitar locales que sabe que no se puede permitir, solo por el placer de imaginarse allí. ¿Le podría acompañar alguien en ese espacio imaginario que huele a Tailandia y está lleno de palmeras y jazmines? Podría ser. Fantasea con un ser que le haga el amor por la mañana y la ayude en el negocio por las tardes. Entonces piensa en sus últimos ligues y el sueño se desvanece por completo. Lleva media vida haciendo castings de hombres, pero el tipo que le funciona como amante no le funciona como pareja, y mucho menos se lo imagina como acompañante en su restaurante de ensueño. Su último crush, el Chico Coda, le ha salido rana. Tenía muchas esperanzas depositadas en él y es el responsable de su actual malestar emocional.

Salta de la cama dejando aparcada la tristeza y se maquilla frente al espejo abriéndose los ojos con los dedos mientras observa sus enormes pupilas. Tiene unos grandiosos ojos azules que se ponen preciosos cuando llora. Sí, Eva es el tipo de persona que cuando llora se mira al espejo. No es egocentrismo. Es una manera poética de plantarle cara al dolor. Lo hace desde pequeñita y la verdad es que le sirve de terapia. Cuando deja de llorar, se limpia la cara con agua y jabón y se esfuerza por regalarle una sonrisa al espejo. Se recoge su enorme melena rubia y rizada con un simple boli, se pone unos vaqueros y una camiseta ajustada que le marca mucho el pecho, y sale a la calle a intentar comerse el mundo, deseando que le pase algo excitante que acabe con su tedio. Porque si algo tiene Eva es que por muy triste que esté, adora la vida y se niega a conformarse con lo que parece que el destino le tiene preparado. Camino al trabajo, recibe una llamada de su prima Sarita, la del pueblo. Tiene doce años menos que ella, pero una vida sexual que ya querrían muchas de treinta y tantos.

—Dime, Sari —balbucea con pereza porque no tiene ganas de hablar del tema que últimamente lo inunda todo. El maldito Chico Coda.

—¿Qué tal, guape? ¿Cómo has dormido hoy? —pregunta con tono de madre afectada y con ese lenguaje inclusivo que pone tan nerviosa a Eva.

—Bien, prima. Anoche me bebí media botella de vino y caí rendida —confiesa sacando un cigarro del bolso e intentando encenderlo mientras sujeta el móvil con la oreja y se salta un semáforo.

—Di que sí, ahora estás en un momento de recogimiento. Tienes que cuidarte, mimarte y aprovechar tu red emocional para no sentirte sole.

—Totalmente. Soy lo mejor que le ha pasado en la vida. Puto idiota. Cada vez que lo pienso me cabreo mucho —se indigna Eva intentando quedar como una superwoman y corriendo para que no le pille ningún coche.

—Bien. La rabia es buena. Tú vales mucho, eres una persona fascinante y cuando menos te lo esperes encontrarás la relación sexoafectiva que tu alma necesita.

Eva se queda en silencio un par de segundos y responde:

—Claro, claro. Te dejo, que entro en el metro y se va la cobertura. ¡Chao! —Eva cuelga el teléfono antes de que Sara pueda decir adiós.

Pasa de largo la parada de metro y sigue andando. Adora a su prima, pero no soporta que sea tan maternal. A ratos parece una niñata marisabidilla que se cree que lo sabe todo de la vida y del sexo. Es ese tipo de personas que están en tu vida, las quieres mucho y sabes que jamás saldrán de ella, pero que a veces no las soportas. Eva no busca ninguna relación sexoafectiva. Busca al hombre de su vida. Y vive atormentada entre el deseo de tener un sexo increíble y una pareja para ver la tele los domingos. En el fondo, todas hemos sido educadas para pensar y desear eso al llegar a nuestra edad adulta, ¿verdad? A todas nos han contado los mismos cuentos y hemos sufrido con las mismas películas de Disney. No tenemos referentes de mujeres solteras y felices. No hay cuentos de matrimonios sin hijos. Y así vivimos, angustiadas como resultado de nuestra educación heteropatriarcal y deseando encontrar a un príncipe azul que se nos aparece de vez en cuando en Tinder, aunque lo veamos de color verde o medio desteñido. Como el Chico Coda, que en realidad se llama Pablo.

A Eva le encanta poner motes a todo el mundo y este tiene mucha lógica. Los padres de Pablo son sordos y los hijos de padres sordos se definen como «codas». Eva aprendió eso y un montón de cosas más con él. Se pilló porque el chico parecía que tenía una sensibi

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