Sophie Foster 2 - El secreto de la alicornia mágica

Fragmento

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PREFACIO

Las manos de Sophie temblaron al recoger la pequeña botella verde.

Un trago marcaba la frontera entre la vida y la muerte —no solo la suya—.

La de Prentice.

La de Alden.

Su vista enfocó el líquido claro y viscoso mientras le quitaba el tapón de cristal y apretaba la boca de la botella contra sus labios. El siguiente paso era dejar caer el veneno por su garganta.

¿Sería capaz?

¿Estaría dispuesta a sacrificarlo todo para que las cosas comenzasen a ir bien?

¿Podría vivir con la culpa, si no era capaz?

La decisión estaba en sus manos esta vez.

No más notas.

No más pistas.

La habían llevado hasta aquel extremo, donde todas las expectativas se acumulaban en torno a ella.

Ya no era la marioneta del Cisne Negro.

Estaba rota.

Lo único que le quedaba era la esperanza.

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CAPÍTULO UNO

—Me parece increíble que estemos siguiendo los pasos de un yeti —musitó Sophie al contemplar la enorme huella sobre el barro. Cada dedo del pie medía lo mismo que su brazo, y la silueta formaba un charco profundo y fangoso.

Dex se echó a reír con sus dos perfectos hoyuelos esculpidos en las mejillas mientras se ponía de puntillas para examinar la marca en la corteza de un árbol cercano.

—¿En serio los humanos se creen que un gigante hombre-simio anda por ahí suelto con ganas de zampárselos?

Sophie se dio la vuelta y ocultó su rostro ruborizado detrás de su melena rubia.

—Suena a chiste, ¿verdad?

Había pasado casi un año desde el descubrimiento de su nueva realidad como elfa y su traslado a las Ciudades Perdidas, pero a veces se despistaba y hablaba como los humanos. Sabía que el abominable hombre de las nieves era una criatura verde y peluda con enormes ojos saltones y nariz en forma de pico. Había tratado con yetis en los pastos de Havenfield, la finca familiar y reserva de animales que era ahora su nuevo hogar. Pero una vida entera de costumbres humanas no se olvidaba tan fácilmente. Sobre todo si tienes la virtud de la memoria fotográfica.

Sophie pegó un salto al oír el estallido de un trueno.

—No me gusta este sitio —murmuró Dex, mientras sus ojos violetas escudriñaban la hilera de árboles y se aproximaba a Sophie. La humedad del aire aplastaba su túnica celeste contra sus bracitos delgaduchos, y sus pantalones grises estaban cubiertos de barro—. Hay que encontrar a esa criatura y salir de aquí.

Sophie asintió. La espesura del bosque se había vuelto demasiado densa y salvaje. Parecía un lugar olvidado en el tiempo.

Se oyó un crujido entre los helechos y un brazo gris y musculoso agarró a Sophie por detrás. Sus pies quedaron suspendidos en el aire y un apestoso sudor de duende salpicó su rostro. En un único movimiento, su escolta de torso desnudo había empujado a Dex detrás de él, había desenvainado su espada curva y apuntaba hacia el rubio y esbelto elfo de túnica verde oliva que se tambaleaba entre los matorrales.

—Tranquilo, Sandor —anunció Grady, separando su pecho de la punta brillante de su espada negra—. Soy yo.

—Lo siento. —La vocecilla aguda de Sandor recordaba a la de una ardilla. Bajó una ceja lentamente mientras retiraba su espada—. No he reconocido su olor.

—Eso es porque llevo veinte minutos arrastrándome por la cueva de un yeti. —Grady se olfateó la manga y empezó a toser—. Ufff. Edaline no va a estar muy contenta cuando vuelva a casa.

Dex se rio a carcajadas, pero Sophie estaba demasiado ocupada tratando de liberarse de la mano de Sandor, que agarraba con fuerza su brazo.

—¡Bájame ya! —Nada más aterrizar en el suelo, se alejó resoplando y sin dejar de mirar a Sandor mientras se frotaba el apretón del brazo.

—¿Tenemos alguna pista sobre el yeti?

—La cueva lleva un tiempo vacía. Y supongo que no habéis tenido mucha suerte con su localización, ¿verdad?

Dex señaló la marca que había observado en el árbol.

—Parece que trepó por el árbol y se agarró a las ramas para huir. No sabemos hacia dónde.

Sandor olisqueó el aire con su nariz ancha y plana.

—Debo llevar a casa a la señorita Foster. Lleva demasiado tiempo fuera.

—¡Estoy bien! Estamos en medio de un bosque y nadie más lo sabe, aparte del Consejo. No hacía falta ni que vinieses.

—Yo voy adonde usted vaya —dijo Sandor con voz firme, envainando su espada y rebuscando en los bolsillos de sus pantalones negros militares para comprobar sus otras armas—. Me tomo muy en serio mi trabajo.

—Ya lo creo —gruñó Sophie. Era consciente de que Sandor solo quería protegerla, pero odiaba tenerlo siempre encima. Era un recordatorio viviente de dos metros y pico de que los secuestradores continuaban muy cerca (por mucho que ella y Dex hubiesen conseguido escapar), esperando el momento adecuado para hacer su próximo movimiento…

Además, era humillante sufrir la persecución de un duende ultraparanoico todo el rato. Pensaba que se lo podría quitar de encima cuando comenzaran otra vez las clases. Pero quedaban menos de dos semanas de vacaciones y, entre eso y que todas las pistas que tenía el Consejo estaban en punto muerto, parecía que aquella mole medio alienígena no la iba a dejar tranquila ni en Luminiscencia.

Había intentado convencer a Alden de que el duende podía seguir sus movimientos a través del medallón de registro, con el cristal ajustado en su cuello, pero él le había recordado que los secuestradores ya se lo habían arrancado la última vez. Y, por mucho que este medallón estuviese atado a la gargantilla con cordones de lana extrafuertes —junto con otras medidas de seguridad—, el duende se había negado en rotundo a poner la vida de Sophie a merced de un objeto inanimado.

Sophie reprimió un suspiro.

—Necesitamos tener a Sophie con nosotros —le dijo Grady a Sandor mientras le daba un achuchón rápido para animarla—. ¿Has captado algo? —le preguntó a Sophie.

—Nada cerca. Pero puedo ampliar el rango. —Se alejó unos pasos y cerró los ojos, llevándose las manos a las sienes.

Sophie era la única telépata que podía seguir la trayectoria de los pensamientos y ubicarlos en su lugar exacto; la única que podía leer la mente de los animales. Si podía seguir el recorrido de los pensamientos del yeti, entonces podría llegar hasta el lugar donde se escondía. Lo único que tenía que hacer era escuchar.

Su concentración se

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