El arte de escuchar

Julia Cameron
Julia Cameron

Fragmento

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Introducción

Son casi las siete de una tarde de julio en Santa Fe, y el cielo aún brilla de un azul radiante. Me siento en un banco entre árboles y flores. Los pájaros cantan en un árbol cercano. Ocultos tras el tapiz de hojas, no consigo verlos, pero los oigo tan claramente como si estuvieran a mi lado en el banco. Más allá, a lo lejos, un cuervo grazna. ¿Se estará comunicando con mis pájaros cantores, o se trata de una conversación ajena? Más lejos, un perro ladra. Una suave brisa acaricia las altas flores púrpura que hay junto a mi banco, que se rozan entre sí con el vaivén. Pasa un coche; el motor emite un ruido más tenue que el crujido de las pesadas ruedas sobre la gravilla. A lo lejos, el pitido de un claxon en la autopista principal. Un pájaro bate las alas al alzar el vuelo, surca el cielo y se pierde de vista. Cerca, el gorjeo de los pájaros se ha ralentizado, pero continúan con su melodioso diálogo en las frondosas copas. Antes sonaba como si todos estuviesen hablando a la vez. Ahora parece que se turnan. ¿Se estarán escuchando los unos a los otros?

Escuchar, ¿qué significa? ¿Qué significa para nosotros en la vida cotidiana? Escuchamos nuestro entorno, ya sea el canto de los pájaros o el fragor de las calles en las ciudades. O tal vez no escuchamos, sino que desconectamos. Escuchamos a los demás, o deseamos escuchar mejor. Los demás nos escuchan, o eso desearíamos. Tratamos de escuchar nuestro instinto, nuestra intuición, la voz que nos guía, y quizá nos gustaría distinguirlos con más claridad y más a menudo. El arte de escuchar nos pide que sintonicemos con las numerosas señales y pistas que cada día ofrece. Nos pide que nos detengamos un momento a escuchar, y sostiene que el instante que se dedica a sintonizar, sobre todo cuando pensamos que no tenemos tiempo, lejos de requerir tiempo, nos lo proporciona, además de lucidez y conexión, y también nos marca el rumbo. Escuchar es algo que todos hacemos, y algo que todos podemos hacer más. Mejorando nuestra escucha, toda vida puede mejorar. El arte de escuchar es un camino agradable en cuyo recorrido hay herramientas para aprender a prestar más atención a nuestro entorno, a los demás y a nosotros mismos.

Este libro sirve de guía y motiva al lector a escuchar con más atención y de un modo cada vez más profundo. Cuando escuchamos, prestamos atención. Y la recompensa de la atención siempre es sanadora. El arte de escuchar nos proporciona sanación, perspicacia y lucidez. Nos regala alegría y perspectiva. Por encima de todo, nos proporciona conexión.

EL CAMINO HACIA UNA ESCUCHA MÁS PROFUNDA

A lo largo de las próximas seis semanas voy a proporcionarte una guía para desarrollar tu capacidad de escucha a distintos niveles. Cada forma de escucha sienta las bases de la siguiente. He aprendido que si nos esforzamos en escuchar de manera consciente, nuestra escucha se agudiza con rapidez. Perfeccionarla no es cuestión de tiempo, sino más bien de atención. Este libro te guiará para escuchar a un nivel cada vez más profundo con independencia de la vida que lleves, tengas una agenda ocupada o vacía, vivas en el campo o en la ciudad.

Todos escuchamos, y lo hacemos de muchas maneras.

Escuchamos nuestro entorno, donde el hecho de sintonizar con los sonidos de los que habitualmente desconectamos nos aporta un inesperado placer: los pájaros en la copa de un árbol nos cautivan; el tictac del reloj de la cocina nos proporciona estabilidad y confort; el tintineo de la chapa del collar del perro contra el bol de agua nos recuerda el empuje de la vida.

Escuchamos a otras personas, y aprendemos que podemos hacerlo con más atención. Cuando escuchamos —cuando escuchamos de verdad— a nuestros semejantes, a menudo nos sorprenden sus percepciones. Cuando aguardamos sin interrumpir, permitiendo que nuestros interlocutores ahonden en una idea, en vez de precipitarnos a completarla, aprendemos que de hecho no somos capaces de anticipar lo que van a compartir. Es más, nos sirve para tener presente que cada cual tiene mucho que aportar y que, si les damos la oportunidad, nuestros conocidos aportarán algo diferente a lo que cabría esperar. Solo hemos de escuchar.

Escuchamos a nuestro yo superior y, al hacerlo, se nos brinda orientación y claridad. No nos devanamos los sesos, sino que prestamos atención y tomamos nota. Se requiere muy poco esfuerzo; lo que perseguimos es la precisión en la escucha. La voz de nuestro yo superior es serena, clara y sincera. Aceptamos cada percepción tal y como nos llega, confiando en los pensamientos a menudo intrascendentes que se manifiestan a través de ideas, corazonadas o de la intuición.

Una vez adquirida la práctica de escuchar a nuestro yo superior, estamos listos para escuchar a un nivel aún más profundo, que alcanza el más allá, con el fin de escuchar a los seres queridos que han fallecido. Encontramos formas singulares y particulares en las que nuestra conexión permanece intacta, y desarrollamos la habilidad de explorar y expandir esa conexión con soltura. Si damos un paso más allá, aprendemos a escuchar a nuestros héroes, a quienes nos habría gustado conocer. Y, por fin, aprendemos a escuchar el silencio, donde tal vez descubramos la forma más sublime de orientación. Paso a paso, el arte de escuchar es una experiencia refinada para establecer una mayor conexión con nuestro mundo, con nosotros mismos, con nuestros seres queridos y con el más allá.

Escuchemos.

LAS HERRAMIENTAS BÁSICAS

Llevo cuarenta años impartiendo talleres de desbloqueo creativo. He visto a alumnos desbloquearse y florecer en el ámbito creativo, ya sea publicando libros, escribiendo obras de teatro, inaugurando galerías de arte, o redecorando sus casas. También he apreciado un cambio patente y constante en mis alumnos al trabajar con las herramientas: son más felices y se desenvuelven mejor. Muchas relaciones sanan y mejoran. Se pone fin a relaciones que es necesario romper. Colaboran de buen grado y de manera productiva. A medida que mis alumnos son más honestos consigo mismos, muestran una actitud más honesta hacia los demás. A medida que se tratan mejor a sí mismos, tratan mejor a los demás. A medida que son más osados, motivan a los demás a serlo.

He llegado a la conclusión de que estos cambios se producen porque, mediante el uso de las herramientas, los alumnos aprenden a escuchar mejor, primero a sí mismos y después a los demás. A partir de esta observación, el arte de escuchar ahonda en la raíz de toda creación y conexión: la capacidad de escuchar.

Por lo tanto, las herramientas básicas continúan siendo las mismas: páginas matutinas, citas con el artista y paseos. Cada herramienta se basa en escuchar, y cada una desarrolla de una manera específica nuestra capacidad de escucha. Con las páginas matutinas damos fe de nuestra propia experiencia, escuchando nuestra voz interior cada mañana y, por consiguiente, allanando el terreno para ampliar la escucha en el transcurso del día. Con las citas con el artista escuchamos al niño que llevamos en nuestro interior, deseoso de aventuras y lleno de ideas interesantes. Y con los paseos escuchamos tanto nuestro entorno como a lo que podríamos llamar nuestro poder superior o yo superior; yo misma, junto con mis numerosos alumnos, he descubierto que los paseos en solitario traen consigo constantemente lo que me gusta llamar «ajás».

He escrito cuarenta libros. Cuando la gente me pregunta cómo lo hago, digo que escuchando. A veces me toman por simplista, pero no lo soy; describo mi proceso de escritura de la mejor manera que sé. Escribir es una forma de escucha activa. Escuchar me dice qué escribir. En última instancia, escribir es como tomar un dictado. Hay una voz interior que se manifiesta cuando atendemos. Es clara, serena y nos guía. Es firme, transmite palabra por palabra, hilvanando el hilo de nuestro tren de pensamiento.

Al concentrarnos en la escucha consciente nos percatamos del arte de escuchar: un arte que se asienta en lo que percibimos. Cuando escuchamos, recibimos la guía espiritual. Al escuchar la verdad que emerge, somos cada vez más honestos con nosotros mismos. La honestidad se convierte en nuestro pilar. Vislumbramos nuestra alma.

«Dígase la verdad», nos aconsejó el bardo. Cuando somos honestos con nosotros mismos, tenemos una actitud más honesta hacia los demás. El arte de escuchar propicia la conexión. El arte de escuchar es compartido; conocemos y nos abrimos a nuestro entorno, a nuestros semejantes, a nosotros mismos.

Puesto que se fundamenta en la honestidad, el arte de escuchar es un camino espiritual. Mientras escuchamos nuestra particular verdad, oímos una verdad universal. Accedemos a un recurso interior que puede denominarse gracia. A medida que nos esforzamos en escuchar de una manera más genuina, nos sentimos más honestos. Paso a paso, cultivamos nuestra honestidad. Con el tiempo, se convierte en algo automático.

El hábito de escuchar requiere unas pautas y práctica, y existe una manera sencilla de empezar. Puedes hacerlo como yo comencé y aún comienzo cada día: con la práctica de las páginas matutinas. ¿Qué son?

LAS PÁGINAS MATUTINAS

Las páginas matutinas son una práctica diaria, nada más despertarse, de escritura de flujo de conciencia en tres páginas. Yo, como muchos otros, las escribo desde hace décadas y considero que es la herramienta más poderosa para practicar la escucha. En las páginas se puede plasmar todo tipo de cosas. Cualquier cosa es válida, desde menudencias hasta reflexiones profundas.

«Se me ha olvidado comprar arena para el gato»; «No le he devuelto la llamada a mi hermana»; «El coche hace un ruido raro»; «Me sentó fatal que Jeff se apuntara el tanto de mi idea»; «Estoy cansado y de mal humor».

Las páginas matutinas son como una escobilla que introduces en todos los recovecos de tu consciencia. Dicen: «Esto es lo que me gusta, esto es lo que me disgusta. Quiero más de esto, quiero menos de esto…». Las páginas son íntimas; nos revelan cómo nos sentimos de verdad. En las páginas no hay cabida para las evasivas. Decimos para nuestros adentros que nos sentimos bien, y a continuación nos preguntamos qué queremos decir con eso. ¿Bien significa regular o estupendamente?

Las páginas son exclusivamente para ti. Son íntimas y personales, no para mostrárselas a nadie, por muy allegada que sea esa persona para nosotros. Se escriben a mano, no en el ordenador; la escritura de puño y letra propicia una vida más genuina. Con el ordenador es más rápido, pero no es la velocidad lo que buscamos, sino profundizar y especificar. Hay que poner por escrito cómo nos sentimos exactamente y por qué.

Las páginas desarman la negación. Nos revelan lo que de verdad pensamos, cosa que a menudo nos sorprende.

A lo mejor resulta que decimos: «Tengo que dejar este trabajo» o «Necesito más romanticismo en mi relación». Las páginas nos empujan a la acción. Algo que parecía que «no estaba mal» deja de causarnos esa impresión. Tras el reconocimiento de que a lo mejor nos merecemos algo mejor, somos conscientes de que nos movemos por inercia: con ello superamos nuestra lamentable tendencia al conformismo.

Las páginas son una forma de meditación. Ponemos por escrito nuestras «nubes de pensamientos» a medida que pasan por nuestra consciencia. Sin embargo, las páginas son una meditación con una diferencia: al contrario que la meditación convencional, nos instan a actuar. No disipan nuestras preocupaciones a través de la meditación, sino que al ponerlas por escrito, nos enfrentamos cara a cara con la pregunta: «¿Qué vas a hacer al respecto?».

Las páginas nos ponen entre la espada y la pared para que tomemos cartas en el asunto; no se conforman con menos de eso. Nos enseñan a asumir riesgos, siempre en beneficio propio. La primera vez que en las páginas sale a relucir la idea de la acción, a lo mejor nos da por pensar: «¡Sería incapaz de hacer eso!». No obstante, las páginas son persistentes y, la segunda vez que sale a relucir la idea, a lo mejor nos da por pensar: «Quizá podría intentarlo». Conforme las páginas nos instan un poco más, nos encontramos anotando: «Creo que lo intentaré». Y, en efecto, lo intentamos, a menudo con buenos resultados.

Puede que las páginas cacareen: «Sabía que lo conseguirías». Las páginas son nuestras confidentes. Dan fe de nuestras vidas. En momentos de confusión, nos ponemos a escribir. Las páginas nos ayudan a poner en orden nuestras ideas, a menudo contradictorias. Escribimos: «Creo que no tengo más remedio que romper esta relación» y acto seguido: «Tal vez sea mejor intentar abordar la temida conversación». Tras nuestro intento de mantener esa conversación, el desenlace resulta ser muy satisfactorio.

Las páginas matutinas son sabias. Nos conectan con nuestra sabiduría. Accedemos a un recurso interno que proporciona respuestas a nuestros muchos y diversos problemas. Nuestra intuición se agudiza y de repente hallamos soluciones a situaciones que solían desconcertarnos. Los que tenemos inclinaciones espirituales comenzamos a hablar de Dios. Según dicen, Dios hace por nosotros lo que no somos capaces de hacer por nosotros mismos. Experimentamos transformaciones, al margen de que a nuestro benefactor lo denominemos Dios o las páginas. Nuestras vidas empiezan a transcurrir con menos contratiempos. Llegamos a contar con ello.

—¿Sigues escribiendo las páginas matutinas? —le pregunté a un colega que daba clases conmigo hace veinte años.

—Lo hago siempre que tengo problemas —respondió.

—Pero si las escribieras de manera habitual, no tendrías problemas —repliqué, consciente de que sonaba como un puñetero diácono.

Sin embargo, cuarenta años de experiencia propia me dicen que las páginas matutinas sortean las dificultades. Nos ponen sobre aviso de que se avecinan problemas. Las páginas no tienen miedo: no dudan en sacar a colación asuntos desagradables. Si tu pareja se está distanciando, las páginas mencionan este hecho perturbador; con el estímulo de las páginas, das pie a una conversación difícil. Vale la pena correr el riesgo, ya que se recupera el vínculo íntimo.

Las páginas son nuestras consejeras; nos ayudan a crecer en la dirección adecuada. Realizan lo que yo llamo una «quiropráctica espiritual», marcándonos el rumbo correcto. Los charlatanes aprenden a seguir sus consejos, y los pusilánimes empiezan a hacerse oír. Siempre nos marcan el rumbo correcto. Las páginas propician revelaciones y cambios asombrosos.

Que no te quepa la menor duda: las páginas son un amigo sin tapujos. Si hay algún asunto que hemos estado eludiendo, las páginas lo pondrán sobre la mesa. Una vez recibí una carta: «Julia, yo era un borracho feliz en el desierto australiano. Me puse a escribir páginas matutinas, y ahora estoy sobrio».

El alcoholismo, el sobrepeso, la codependencia… Las páginas lo abordan todo. Nos instan a tomar el camino correcto, y si un empujoncito no surte efecto, nos dan un codazo. Las páginas ponen fin a la procrastinación; emprendemos el rumbo señalado, aunque solo sea para acallarlas. Una mujer me escribió desde Canadá y me dijo: «Nunca he sido de las que llevan un diario, pero las páginas me despertaron curiosidad». Movida por esa curiosidad, comenzó la práctica. Al cabo de unas semanas empezó a ver los frutos. A diferencia del típico diario, donde solemos plantear un tema —«Voy a escribir todo lo que siento por Fred o por mi madre»—, las páginas carecen de estructura definida. Parecen —y están— deslavazadas. Saltamos de un tema a otro, una frase por aquí, otra por allá… Resulta que mi amiga canadiense se puso a escarbar en extraños recovecos y a sacar conclusiones en muchos aspectos.

Las páginas pueden ser de contenido profundo o banal, y a menudo ambas cosas. Nos preocupamos por una tontería, y conforme vamos escribiendo caemos en la cuenta de que se trata de la punta de un iceberg. Son importantes nuestros sentimientos sobre un tema. Escribimos: «Me siento…», y luego: «En realidad me siento…». Retiramos capa tras capa hasta llegar a conocernos a fondo. Descubrimos nuestro yo oculto, y las revelaciones son apasionantes.

Como el autoconocimiento resulta emocionante, las páginas crean adicción. El camino de la escucha que se emprende nunca es aburrido. La gente que empieza anunciando «Mi vida es aburrida» no tarda en encontrarla fascinante. El análisis de la existencia se convierte en un valioso recurso. «No sabía que me sentía así» es la frase que acompaña a muchas revelaciones fruto del autoconocimiento.

«Julia, he aprendido más en unas cuantas semanas escribiendo páginas matutinas que en años de terapia», comenta un practicante. Esto es porque las páginas pusieron de manifiesto lo que podría denominarse «el yo indefenso». Según los adeptos de Jung, nada más despertar disponemos de unos cuarenta y cinco minutos hasta que los mecanismos de defensa del ego toman el control. Con la guardia baja, nos sinceramos con nosotros mismos, y puede que la verdad difiera considerablemente de la versión de los hechos que tiene nuestro ego. A medida que escuchamos —y registramos— nuestros verdaderos sentimientos, nos acostumbramos a la verdad. Desechamos el «Me siento bien con respecto a eso» al tomar conciencia de que a lo mejor no nos sentimos tan bien ni mucho menos. A medida que descubrimos nuestros verdaderos sentimientos, encontramos nuestro verdadero yo, que resulta fascinante.

«¡Julia, me he enamorado de mí mismo!» es un sentimiento que a menudo se exclama con asombro. Sí, las páginas nos enseñan a querernos a nosotros mismos. Como aceptamos cada pensamiento que se nos pasa por la cabeza, aprendemos a aceptarnos a nosotros mismos por completo. Observando un pensamiento tras otro, llegamos a anticipar con vehemencia las circunstancias exactas de lo que estamos viviendo. Cada nuevo pensamiento revela otra capa de nuestro yo. Cada capa nos marca el camino de nuestra naturaleza amorosa.

Como no rechazamos ningún pensamiento, aprendemos que aquí cualquier cosa es bien recibida. Esta actitud abierta es el pilar del arte de escuchar. Palabra tras palabra, pensamiento tras pensamiento, aceptamos nuestras revelaciones e ideas. Ningún pensamiento se desecha por indigno. «Estoy gruñón» tiene el mismo peso que «Estoy de maravilla». Los pensamientos negativos son tan válidos como los positivos. Cualquier estado de ánimo es gratamente recibido.

El arte de escuchar requiere práctica. Oímos pensamientos según van aflorando, pero esa pequeña voz interior que percibimos es tenue. Al principio resulta tentador menospreciar esa percepción con el argumento de «Serán imaginaciones mías». Sin embargo, la voz es real, tanto como la conexión con lo divino. Si pedimos confirmación, oímos: «No pongas en duda nuestro vínculo». Así pues, continuamos prestando atención y, al hacerlo, llegamos a confiar en la voz que nos guía. Las páginas matutinas se convierten en un recurso fidedigno. Lo que al principio parecía inverosímil, a la larga se convierte en algo fiable.

Escribir páginas matutinas es como conducir con las luces largas: vemos lo que hay más adelante a mayor distancia y con más nitidez que con las luces de cruce. Los posibles obstáculos se distinguen con claridad y aprendemos a evitar los contratiempos. La habilidad de nuestras páginas para detectar las oportunidades es igual de valiosa. Nuestra suerte mejora cuando captamos las señales que las páginas nos envían.

«Nunca he creído en las percepciones extrasensoriales —confesaban en una carta que me enviaron hace poco—. Pero ahora pienso que algo real está sucediendo. Las páginas son asombrosas». Por lo general, el «asombroso» secreto de las páginas matutinas se pone de manifiesto en forma de sincronía: escribimos acerca de algo en las páginas, y ese algo sobre lo que escribimos sucede en nuestra vida. Nuestros deseos se materializan. La frase «Pide, cree, recibe» se convierte en una herramienta de trabajo para nuestra consciencia. A medida que trabajamos en las páginas, nos damos cuenta de que cada vez somos más sinceros. Ponemos por escrito nuestros auténticos deseos, y el universo responde.

«Yo no creía en la sincronía —escribió un escéptico— y ahora cuento con ella».

Yo también.

Escribí en mis páginas que anhelaba dirigir una película. Dos días después, en una cena, casualmente me sentaron junto a un director de cine que, además, daba clases en una escuela de cine. Al contarle mi sueño, comentó: «Me queda una plaza libre. Si la quieres, es tuya». Vaya si la quería. Expresé mi gratitud en las siguientes páginas.

Aunque las páginas pueden versar sobre cuestiones de toda índole, la gratitud es tierra fértil. Reflejar nuestras bendiciones por escrito allana el terreno para más gratitud. Cuando decimos: «No tengo nada sobre lo que escribir», podemos enfocarnos en lo positivo, enumerando nuestras bendiciones en orden de importancia. Un exalcohólico puede decir: «Gracias por mi estado de sobriedad», o una persona en forma dar gracias por su salud. En toda vida hay motivos para la gratitud. El arte de escuchar enumera infinidad de razones para dar gracias de corazón. Centrarse en lo positivo genera optimismo, y el optimismo es un fruto fundamental del arte de escuchar.

Siempre que nos encontremos en la tesitura del «nada que decir», podemos pasar deliberadamente de una actitud negativa a positiva. Toda vida tiene algo por lo que sentirse agradecido, aun cuando ese algo sea básico. «Doy gracias por estar vivo», «Doy gracias por respirar». Cada vida es un milagro, así que, reconociendo este hecho, celebramos la propia existencia.

«Estad quietos, y sabed que yo soy Dios», nos aconsejan las Sagradas Escrituras. Practicando la escucha, llegamos a sentir algo benévolo que imbuye nuestra consciencia de un sentimiento de pertenencia. Con las páginas de testigo, dejamos de sentirnos solos; es más, nos acompaña un universo interactivo. Hace poco traté de expresar este hecho con palabras. «¿La respuesta a mi oración? Un Dios que escucha y al que le consta que estoy ahí». Invocar a un Dios que escucha no es arrogancia. La práctica de las páginas es una práctica espiritual. Conforme escribimos, corregimos nuestra visión del mundo, que deja de ser hostil y se vuelve benévola. Conforme escuchamos se nos guía con prudencia por el buen camino.

La práctica de escribir páginas matutinas se convierte enseguida en un hábito. Según los científicos, se tarda noventa días en adquirir un hábito. No obstante, el hábito de las páginas matutinas requiere mucho menos tiempo. En mis clases, he observado un punto de inflexión en mis alumnos al cabo de dos o tres semanas. La pequeña inversión de tiempo compensa con creces. El hábito de escribir las páginas nos brinda un camino espiritual. Ese camino —el de la escucha— nos guía y al mismo tiempo nos ampara.

Mi colega Mark Bryan compara la práctica de las páginas con un lanzamiento de la NASA: disparamos páginas a diario y el cambio que se produce en nuestra vida cotidiana se nos antoja inapreciable, de unos cuantos grados. Con el tiempo, esos pocos grados marcan la diferencia entre aterrizar en Venus o en Marte. El leve cambio en nuestra trayectoria parece enorme.

Hace poco tuve una firma de libros y, al término de la lectura, un hombre se acercó a mi mesa. «Quiero darle las gracias —dijo— por un cuarto de siglo de páginas matutinas. En todo este tiempo, solo he fallado un día, cuando me intervinieron para realizarme un cuádruple baipás coronario».

A veces yo fallo en los días en los que salgo de viaje temprano. Al llegar a mi destino, escribo páginas vespertinas, pero no es lo mismo. Al escribir por la noche, reflexiono sobre un día que ya ha transcurrido y que me resulta imposible cambiar. Las páginas matutinas marcan el rumbo de mi jornada; las vespertinas registran si el transcurso del día ha sido un acierto o un despropósito. A toro pasado, me doy cuenta de las muchas elecciones realizadas a lo largo del día, ocasiones en las que podría haber sacado más partido de mis decisiones. En vez de eso, desperdicié el día.

Las páginas matutinas son frugales. Sacan el máximo partido al día que hay por delante. «Las páginas me proporcionan tiempo —me dijo una mujer hace poco—. Da la impresión de que quitan tiempo, pero sucede todo lo contrario». Esta paradoja me resulta familiar. Yo escribo cuarenta y cinco minutos por la mañana, pero luego, a lo largo del día, aprovecho muchos huecos libres. Paso el tiempo de acuerdo a mis prioridades; el tiempo pasa a ser mi tiempo.

Escribiendo las páginas sacamos más provecho del día a día. Eliminamos lo que yo llamo «pausas mentales de cigarrillo», esos largos ratos en los que nos planteamos qué hacer a continuación. Escribiendo las páginas procedemos con fluidez, de actividad en actividad. «Podría hacer X», pensamos, dejando atrás la procrastinación, y «hacemos X», aprovechando el tiempo para emplearlo en lo que más nos conviene.

En algunas ocasiones he comentado que las páginas son una herramienta para la superación definitiva de la codependencia. Dejamos de adaptarnos a las agendas de los demás y nos dedicamos a nuestras propias agendas. Con frecuencia nos asombra descubrir la cantidad de tiempo y atención que hemos pasado complaciendo a los demás. Al volcar la energía en nosotros mismos de nuevo, nos quedamos atónitos ante el poder que de repente poseemos para hacer lo que nos plazca. Muchos nos hemos pasado la vida siendo motores para otros; nos hemos esforzado en hacer realidad sus sueños, renunciando a los nuestros. De repente, escribiendo las páginas, nuestros sueños se hallan a nuestro alcance. Conforme damos cada pequeño paso que las páginas nos marcan, nuestros sueños se convierten en nuestra realidad.

«Julia, durante años quise escribir y no lo hice. Luego me puse a escribir páginas. Aquí está mi novela. Espero que la disfrutes». Con eso, me entregaron un libro.

A menudo he señalado que, para mí, enseñar es como recorrer un jardín. Me regalan libros, vídeos, CD, joyas… La gente utiliza mis herramientas y brotan las semillas de la creatividad.

«He dirigido un largometraje —me contó un act

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