Prefacio[1]
El periodo histórico en el que se compuso El arte de la guerra es el correspondiente a la gran dinastía Zhōu [周] (1046-256 a.e.c.). Se trata de la dinastía más longeva de la historia de China y, para su estudio, la historiografía tradicional china estableció muy pronto dos subperiodos básicos: Xī Zhōu [西周], o Zhōu occidental (c. 1046-771 a.e.c.), y Dōng Zhōu [東周], o Zhōu oriental (771-256 a.e.c.). A su vez, el periodo Zhōu oriental se fraccionó en dos fases más conocidas como Chūnqiū [春秋], o de Primavera y Otoño (770-481 a.e.c.), y Zhànguó [戰國], o de los Reinos Combatientes (481-221 a.e.c.).
La dinastía Zhōu occidental
En su origen, los Zhōu constituían una entidad política vinculada a la dinastía Shāng [商] (c. 1600-c. 1046 a.e.c.) y dependiente de ella. Los Zhōu se encontraban en una posición relativamente periférica, pues el centro de su poder estaba en el valle del Wèihé [渭河], en las proximidades de la actual ciudad de Xī’ān [西安]. Su ascenso y la fundación de su dinastía están relacionados con un hipotético deterioro de la autoridad de los reyes Shāng. A pesar de que las circunstancias históricas aún no han sido del todo esclarecidas, las fuentes sí dejan claro que la dinastía Zhōu se estableció como consecuencia de su victoria sobre los Shāng en la batalla de Mùyě [牧野] (c. 1046 a.e.c.).
Los Zhōu pronto instauraron un sistema gubernamental notablemente eficaz, y consolidaron su poder mediante una combinación de conquistas militares y alianzas de tipo vasallático, lo que les permitió extender su autoridad por gran parte del norte de China. Así, los Zhōu establecieron un sistema de señoríos estratégicos que, bien bajo el control de miembros de la casa real Zhōu, bien de sus aliados, abarcaba desde las inmediaciones de la moderna Běijīng hasta Shāndōng [山東], y desde las llanuras hasta las regiones meridionales de Hénán. Los lazos de parentesco y las alianzas matrimoniales reforzaron el poder y la influencia de la dinastía.
Al mismo tiempo, los nuevos soberanos adoptaron las estructuras administrativas y algunos elementos culturales de la dinastía Shāng, tales como su sistema ritual y de escritura. A pesar de esta asimilación cultural, hubo cambios notables durante la transición a la nueva dinastía. Tal vez la modificación más significativa fuera en el ámbito ritual, en el que se observa una disminución destacable de la presencia de bebidas alcohólicas y de sacrificios humanos. Pero, independientemente de estos cambios, el sistema político y social de la dinastía Shāng continuó prevaleciendo durante buena parte del periodo conocido como Zhōu occidental. Esto implicó la pervivencia de una estructura estatal centrada en ciudades interconectadas culturalmente.
Las fuentes para el conocimiento de este importante periodo son limitadas y a menudo proporcionan una información sumamente escueta, que en ocasiones solo se refiere a los monarcas gobernantes. Así sabemos que, poco después de la exitosa campaña militar contra la dinastía Shāng, el nuevo rey conquistador, Zhōu Wǔ wáng [周武王] (r. 1046-1043 a.e.c.), falleció. Esta muerte repentina tuvo como consecuencia inmediata el ascenso al trono de su hijo, Zhōu Chéng wáng [周成王] (r. 1042-1021 a.e.c.). Sin embargo, debido a la juventud del nuevo soberano, se nombró regente a uno de los hermanos de difunto rey, Zhōu gōng [周公], o duque Zhōu (r. 10421035 a.e.c.). Ante esta situación de inestabilidad política, otros hermanos del soberano fallecido se alzaron en la que se conoció como la Rebelión de los Tres Guardias [三監之亂], instigada por los que estaban descontentos con el nuevo régimen y por aquellos que todavía eran leales a la dinastía Shāng. Al cabo, el regente fue capaz de sofocar la insurrección y de ampliar el territorio bajo dominio de la dinastía Zhōu.
Ante la necesidad de controlar a la nobleza territorial, el duque Zhōu introdujo el innovador sistema fēngjiàn [封建] con el propósito de consolidar la autoridad de la dinastía y garantizar la estabilidad del reino. Este sistema implicó la reorganización de los señoríos integrados en el reino Zhōu. Unos dos tercios de las concesiones territoriales se asignaron a miembros de la familia real y a familias leales al régimen, que fueron ubicadas a lo largo de los principales ejes geográficos del norte de China, como el Huánghé [黃河], o río Amarillo, y las montañas Tàiháng [太行山]. Por su parte, la nobleza vinculada a la casa real de Shāng y sus aliados fueron desplazados a territorios remotos, con el fin de neutralizar cualquier amenaza potencial al núcleo central del reino. En esencia, el sistema fēngjiàn se erigió en la base del gobierno Zhōu. De forma paralela, se fundó la ciudad de Luòyáng, que asumiría las funciones de capital oriental, más próxima que la capital occidental, Hàojīng [鎬京], a los territorios que se habían acabado de incorporar bajo la soberanía Zhōu. Al mismo tiempo que se tomaron estas medidas, el regente desarrolló una nueva doctrina de legitimación de la autoridad real llamada Tiānmìng [天命], o Mandato del Cielo, que se mantuvo vigente hasta 1912.
Lo cierto es que la regencia del duque Zhōu sentó las bases del gobierno y la estabilidad del periodo Zhōu occidental. Pero puede que gran parte de esta aparente tranquilidad sea resultado de la falta de información, dado que también se han transmitido algunos signos de pérdida de autoridad por parte de los reyes.
La dinastía Zhōu oriental
Con el duodécimo y último rey del periodo Zhōu occidental, Zhōu Yōu wáng [周幽王] (781–771 a.e.c.), se produjo un punto de inflexión en la historia china. Así, cuando Zhōu Yōu wáng reemplazó a su consorte, la reina Shēn [申后], por la concubina Bāosì [褒姒], el marqués de Shēn [申侯], padre de la exreina, unió sus fuerzas con los bárbaros róng [戎] para saquear la capital occidental y dar muerte al rey en 771 a.e.c. Esto supuso una necesidad de restauración de la dinastía en la capital oriental, la actual Luòyáng, donde quedó a expensas de la nobleza y comenzó la etapa de guerras continuas que caracterizó el periodo Zhōu oriental.
Periodo de Primavera y Otoño
Los acontecimientos históricos que ocurrieron durante los tres siglos posteriores al colapso del reino Zhōu occidental en 771 a.e.c. están registrados en el Chūnqiū [春秋], o Anales de Primavera y Otoño, que dio nombre al periodo. A lo largo de esta fase histórica, los cambios fueron tan amplios como fundamentales y, en conjunto, tuvieron consecuencias que remodelaron por completo la sociedad china. Por desgracia, la limitación de las fuentes plantea una serie de interrogantes que han hecho que esa época no se haya podido comprender de forma tan amplia como otras posteriores. Así pues, como hemos apuntado, muchos relatos históricos narran el motivo del traslado de la capital dinástica a Luòyáng, pero al mismo tiempo parecen señalar que la transición pudo deberse a una serie de oleadas migratorias (Li Feng, 2013, p. 162). Estas migraciones, que se produjeron desde las tierras altas de las regiones occidentales hasta las llanuras centrales y orientales, quizá las provocó la presión de diferentes grupos étnicos ajenos a los Zhōu.
Los primeros cincuenta años después de que Zhōu Píng wáng [周平王] (r. 770-720 a.e.c.) estableciera la capital en Luòyáng marcan el inicio de una pugna por el poder entre los señores territoriales, que se mantuvo hasta el 221 a.e.c. La primera consecuencia del traslado de la capital y la pérdida de la autoridad real fue que la cuenca del Huánghé se dividió en cientos de microestados autónomos, la mayoría de los cuales pueden considerarse ciudadestado. Las crónicas enumeran, sin ser exhaustivas, hasta ciento cuarenta y ocho entidades políticas autónomas, de las que ciento veintiocho fueron absorbidas por los cuatro Estados más grandes y fuertes, que se encontraban en la periferia al final del periodo (Hsu Cho-yun, 1999, p. 567). La política del momento quedó supeditada a los intereses de los diferentes Estados periféricos de los Zhōu que se iban desarrollando. La orografía de sus lindes servía de defensa a dichos Estados, mientras que las poblaciones de su retaguardia quedaban fuera de la órbita Zhōu, lo que les permitía expandirse y adquirir nuevos recursos y poblaciones que podían destinar a sus luchas en la llanura central.
En una primera fase, la actividad política y militar se concentró principalmente en el Estado de Zhèng [鄭]. Al principio, Zhèng se enfrentó al norte de Hénán con el Estado rival de Wèi [衞], pero después, este último solicitó ayuda militar a los Estados de Sòng [宋] y Chén [陳] en el 715 a.e.c., y llevaron a cabo un ataque conjunto a las fronteras orientales de Zhèng en el 719 a.e.c. La reacción no se hizo esperar, de manera que Zhèng se alió con los Estados más grandes y ricos, Qí [齊] y Lǔ [魯], en Shāndōng occidental, y conformó un poderoso eje de poder. Pero debido a que Zhèng se encontraba en el centro de la llanura central, expuesto a ataques en todas sus fronteras y con una gran conflictividad interna, rápidamente decayó y perdió su autoridad (Li Feng, 2013, p. 163).
Tras esto, el Estado periférico Qí logró consolidar su poder hacia mediados del siglo VI a.e.c., al expandir su control sobre la península de Shandong.
En 667 a.e.c. Qí Huán gōng [齊桓公], o duque Huán de Qí (r. 685-643 a.e.c.), organizó una reunión con los soberanos de los Estados de Lǔ, Sòng, Chén, Zhèng y un representante del rey de Zhōu, en la que fue nombrado bà [霸], o Hegemón. El título recién adquirido le confirió al duque la autoridad para comandar a los ejércitos en nombre de la corte real. Así pues, cuando los pueblos dí del norte [北狄] invadieron el territorio norte de Qí en el 662 a.e.c., el duque Huán de Qí, ayudado por su primer ministro y asesor Guǎn Zhòng [管仲] (c. 730645 a.e.c.), pudo construir fortalezas a lo largo del valle del Huánghé y organizar una liga de territorios chinos.
La lucha por la hegemonía continuó tras la muerte del duque Huán y le sucedieron en el título: Sòng Xiāng gōng [宋襄公] (r. 650-637 a.e.c.), Jìn Wén gōng [晉文公] (r . 636-628 a.e.c.), Qín Mù gōng [秦穆公] (r. 659-621 a.e.c.), Chǔ Zhuāng wáng [楚莊王] (r. 613-591 a.e.c.). Durante este periodo de alta conflictividad entre los grandes Estados periféricos, al ver peligrar su propia existencia, los Estados más pequeños de la llanura central ejercieron de mediadores y en 546 y 541 a.e.c. forjaron una gran alianza de Estados dirigida simultáneamente por Jìn [晉] y Chǔ [楚]. Pero tras tres décadas de estabilidad, la conflictividad regresó cuando los Estados de Jìn y Chǔ decayeron y surgieron en el sureste los nuevos hegemónicos de Wú [俁] y Yuè [越], que se expandieron con sus tropas hacia el norte.
En este contexto político, apareció el ámbito conocido como xiàn [縣], o condado, uno de los elementos característicos del sistema administrativo imperial tras la unificación de 221 a.e.c. Estas nuevas unidades político-territoriales —diferentes de las estructuras tradicionales del periodo Zhōu, basado en la vinculación del linaje al señorío— eran administradas directamente por los soberanos de los Estados a través de magistrados que ellos designaban y que eran responsables ante las cortes centrales. Como consecuencia, el soberano podía emplear los beneficios fiscales de estos nuevos territorios, así como a sus pobladores, en el enfrentamiento con otros Estados (Li Feng, 2013, p. 166; Major y Cook, 2017, p. 134).
Tanto el declive del poder de los reyes de Zhōu como los enfrentamientos bélicos entre la aristocracia y la guerra civil condujeron a un estado de deterioro moral, lo que supuso un cambio en las dinámicas políticas y sociales. En un estudio ya clásico sobre la movilidad social durante este periodo, Hsu Cho-yun mostró que, al comenzar el periodo de Primavera y Otoño, cerca de un 53 por ciento de los individuos que intervenían en la política estaban estrechamente vinculados por parentesco a los gobernantes, lo que suponía una continuación de los modelos del periodo Zhōu occidental. Pero en el mismo estudio se observa que, desde muy pronto, los políticos procedentes del estrato de los shì [士] pasaron de un 22 por ciento al comienzo del periodo a ser entre un 60 y un 70 por ciento al final de este.
Un hecho significativo del periodo de Primavera y Otoño fue la codificación de la ley por escrito. Hasta entonces, la ley la habían administrado en la corte altos funcionarios que dirimían las disputas entre linajes aristocráticos basándose en códigos que podríamos llamar consuetudinarios, fundamentados en la costumbre y los ritos. Pero, con el creciente poder de los soberanos de los Estados, se debilitaron los linajes aristocráticos al tiempo que aumentó el contacto entre el soberano y los habitantes de los condados y los asentamientos urbanos y comerciales. Esta situación generó la necesidad de codificar las leyes, lo que marcó un hito en el pensamiento legal de la China antigua. La codificación reconoció la autonomía personal de los ciudadanos individuales, liberándolos de depender de los linajes para la organización de sus vidas y haciéndolos responsables de su conducta. La población pudo por fin defender sus intereses y utilizar el sistema legal para su protección. Sin embargo, esta transición legal no estuvo exenta de desafíos. Surgieron debates sobre si determinados asuntos legales debían ser manejados por los linajes o por el Estado, especialmente en los casos en que participaban linajes recién formados por ministros poderosos (Li Feng, 2013, pp. 174-176).
Periodo de los Reinos Combatientes
Herederos de la tendencia expansionista de los grandes Estados de la época anterior, los grandes reinos del periodo de los Reinos Combatientes pugnaron entre sí desde un principio, hasta que finalmente solo uno de ellos unificó China. Al comienzo del periodo, el número de Estados se había reducido a veinte, mientras que en 256 a.e.c. quedaban solo los siete que sobrevivieron hasta la fase final de los Reinos Combatientes. Durante todo el periodo, el principal objetivo de los Estados fue expandirse, lo que se logró mayormente a través de la guerra. La frecuencia de conflictos bélicos fue asombrosa, pues se registraron trescientas cincuenta y ocho guerras de 535 a 286 a.e.c. (Li Feng, 2013, p. 186).
En un primer momento, y durante aproximadamente los primeros cien años del periodo, el reino de Wèi [魏] consiguió dominar la escena política china, lo que se debió en parte a una serie de reformas sistemáticas que lo fortalecieron. Pero, con el cambio de alianzas entre los reinos, el poder de Wèi decayó a partir de la década de 340 a.e.c. en favor de Qín que, tras una serie de reformas y campañas exitosas, se expandió hacia el oeste y anexionó regiones como Sìchuān [四川]. Además, Qí consolidó su autoridad en el este.
Como ha destacado Li Feng, entre las últimas décadas del siglo y las primeras del siglo III a.e.c. la política de los distintos reinos estuvo marcada por dos tipos de estrategia bélica, la llamada Alianza Horizontal y la Alianza Vertical. La primera vino inducida por Qín, e implicaba que alguno de los reinos orientales se vinculaba a alguna de las grandes potencias para protegerse de Qí o de Qín. La segunda supuso la unión de los reinos centrales para defenderse de las ambiciones de Qí, Qín y Chǔ (Li Feng, 2013, p. 188).
Al margen de esta conflictividad generalizada, el periodo de los Reinos Combatientes se caracteriza por el desarrollo de una serie de aspectos fundamentales a nivel político y social que podemos simplificar como sigue:
• Desarrollo político y territorial. Hubo una transición de Estados sin límites claramente definidos a reinos con fronteras firmemente delimitadas, en algunos casos incluso con murallas fronterizas, administración centralizada en la capital y monarcas hereditarios.
• Protección de los pequeños agricultores. Los diferentes reinos comenzaron a establecer una legislación que regulara la relación de los agricultores con la autoridad. Al cabo, el Estado asumió el deber moral de garantizar el bienestar de los campesinos, pero también los veía como una valiosa fuente de mano de obra para fines militares y productivos.
• Desarrollo legal. Aunque no se ha preservado un conjunto completo de estatutos legales de la época, se sabe que existía un sistema basado en leyes escritas. Estos códigos legales se centraban en la seguridad pública y se promulgaban en placas de bronce para informar a la población de la relación entre el Estado y los agricultores, fijando los impuestos y el servicio militar.
• Desarrollo de la estructura burocrática y el control estatal. La burocracia se convirtió en una técnica esencial para la administración de los reinos. A través de un funcionariado que ayudaba a los ministros, se fueron expandiendo las oficinas que los asesoraban sobre cuestiones militares, legales o de otra índole. Esta burocracia no se limitaba al ámbito de las cortes, sino que también alcanzó los condados, donde un representante de la autoridad central supervisaba los recursos disponibles y verificaba el desempeño de la burocracia.
A nivel económico, en la China preimperial se produjo el avance tecnológico más revolucionario: el desarrollo de la fundición de hierro, que tuvo un profundo impacto social y político. Debido a la alta temperatura de fusión del hierro, esta técnica solo se logró tras el dominio y perfeccionamiento de la fundición de bronce. Existen algunos ejemplos del trabajo temprano del hierro durante la dinastía Shāng, pero no dejan de ser casos aislados y de poca envergadura. Al llegar al periodo de los Reinos Combatientes, el hierro reemplazó al bronce en la fabricación de armas como espadas, alabardas, puntas de flechas y herramientas agrícolas como hachas, cinceles, palas y martillos, entre otras. También se utilizó para partes de cascos, carros de guerra y arneses de caballos. Se producían en masa herramientas y armas de hierro en talleres controlados por las autoridades de varios reinos, y se han llegado a localizar más de veinte enclaves de fundición de hierro en ese periodo. La consecuencia más importante de la producción de hierro a gran escala fue la mejora significativa de la producción agrícola y de la capacidad bélica de los Estados (Li Feng, 2013, p. 168).
Sun Tzu, el gran desconocido
El texto Sūnzǐ bīngfǎ [孫子兵法], o Método para la guerra del maestro Sūn, más conocido en Occidente como El arte de la guerra de Sun Tzu, se atribuye de forma tradicional a Sūn Wǔ [孫武], que se conoce más como Sūnzǐ [孫子] o maestro Sūn, también escrito Sun Tzu. Pero cuando queremos acercarnos a la figura histórica de Sūn Wǔ, nos encontramos con una ausencia extraordinaria de información en los principales textos del periodo. No es hasta la dinastía Hàn [漢] (202 a.e.c.-220 e.c.) cuando el historiador Sīmǎ Qiān [司馬遷] (145-90 a.e.c.) ofrece una breve nota biográfica sobre el autor:
Sūn Wǔ era natural de Qí. Gracias a su método para la guerra el rey Hélǘ de Wú lo recibió en audiencia (r. 514-496 a.e.c.). Hélǘ dijo: «He leído por completo los trece capítulos del maestro, ¿podría hacer una pequeña demostración de cómo entrenar el ejército?». Sūnzǐ respondió: «Puedo». Hélǘ dijo: «¿Podrías intentarlo con mujeres?». Sūnzǐ le respondió: «Puedo». En ese momento el monarca asintió, salieron las bellas mujeres del palacio, de las que el maestro obtuvo ciento ochenta. Sūnzǐ las dividió en dos compañías, a las dos favoritas del rey las nombró oficiales, a todas les ordenó que portaran una alabarda. Después, al organizarlas les dijo: «¿Sabéis dónde están vuestros corazones, las manos izquierda y derecha y la espalda?». Las mujeres respondieron: «Lo sabemos». Sūnzǐ les dijo: «Cuando indique el frente, avanzad mirando en la dirección del corazón; cuando indique la izquierda, avanzad mirando en la dirección de la mano izquierda; cuando indique la derecha, avanzad mirando en la dirección de la mano derecha; cuando indique la retaguardia, avanzad mirando en la dirección de la espalda». Las mujeres respondieron: «De acuerdo». Entonces, Sūnzǐ estableció las normas y las anunció, y exhibió el hacha, y les advirtió tres o cinco veces. Así pues, Sūnzǐ tocó el tambor para girar a la derecha, pero las mujeres se rieron a carcajadas. Sūnzǐ les dijo: «Si las órdenes establecidas no son claras y las órdenes dadas son mal comprendidas, es culpa del general». Sūnzǐ volvió a advertir tres o cinco veces y tocó el tambor para girar a la izquierda, pero las mujeres volvieron a reírse a carcajadas. Sūnzǐ dijo: «Si las órdenes establecidas no son claras y las órdenes dadas son mal comprendidas, es culpa del general, pero si las órdenes ya son claras y no siguen las normas, es culpa de los oficiales». Entonces Sūnzǐ mostró su voluntad de decapitar a los oficiales de la izquierda y la derecha. El rey de Wú, que contemplaba la escena desde lo alto de una terraza, se horrorizó al ver que quería decapitar a sus amadas concubinas. Así, el rey envió a un emisario para transmitir sus órdenes: «Nuestra humilde persona ya sabe que el general puede dirigir a las huestes. Sin estas dos concubinas, para este humilde ser la comida perderá su sabor, os suplicamos que no las ejecutéis». Sūnzǐ le respondió: «Este servidor ya recibió el mandato como general, y como general en el ejército, lo que el soberano ordene no tengo que obedecerlo». Entonces ejecutó a las dos comandantes para demostrar públicamente su autoridad. Después Sūnzǐ, para emplear a los soldados, nombró a los oficiales una vez más y, en aquel momento, volvió a tocar el tambor. Las mujeres marcharon a izquierda, derecha, adelante y atrás, se arrodillaron y saltaron, y en todos los casos sus movimientos se ajustaban a las normas como si fueran las líneas marcadas por la escuadra y plomada de un carpintero, sin atreverse a emitir ningún ruido. Entonces, Sūnzǐ envió a un emisario para que informara al rey y le dijera: «La tropa ya está en orden, el rey puede bajar a examinarla y verla, el rey puede emplearlas en lo que desee, incluso es posible que corran atravesando agua y fuego». El rey de Wú le respondió: «General, pare y descanse en su residencia, Nuestra humilde persona no desea bajar a ver». Sūnzǐ respondió: «El rey solo ama sus palabras, pero no puede hacer uso de su realidad».
Por esto Hélǘ supo que Sūnzǐ podía dirigir el ejército y al final le nombró general. Como Sūnzǐ estaba al mando de los ejércitos del reino de Wú, su rey venció en el oeste al poderoso reino de Chǔ, llegó a entrar en su capital Yǐng, en el norte mostró su poder a los reinos de Qí Jìn, extendió su fama entre los príncipes rivales, y Sūnzǐ le ayudó a tener esta fuerza (Sīmǎ Qiān, 1959, pp. 2161-2162).
Este texto de Sīmǎ Qiān es la única información con la que contamos para reconstruir la vida de Sun Tzu. Por ello, la ficción histórica ha de cumplir el papel de cubrir todos aquellos huecos que las crónicas no nos han transmitido y que, a veces, desearíamos conocer. Un buen ejemplo de ello es la novela de Carlos Bassas, que el lector podrá disfrutar a continuación.
Dramatis personae
Reino de Wu
Sun Tzu. Nacido Sun Wu. Comandante en jefe de los ejércitos de Wu y mejor amigo del ministro principal Zixu, su valedor.
Wu Zixu. Ministro principal de Wu y general de una de sus alas (-484 a.e.c.). Mano derecha del rey Helü.
Rey Helü. Rey de Wu (514-496 a.e.c.). Hijo del rey Zhufan (560-548 a.e.c.) y nieto del rey Shoumeng (586561 a.e.c.), quien se autoproclamó primer soberano de Wu. Accedió al trono tras asesinar a su primo, el rey Liao. Su animadversión hacia sus dos reinos vecinos, Chu, al oeste, y Yue, al sur, lo impulsan a ir a la guerra contra ambos en busca de la soberanía sobre los estados de la gran llanura central.
Príncipe Fudai. Hijo del rey Zhufan y hermano del rey Helü. General de la vanguardia de Wu.
Preceptor real Bo Pi. Ministro del reino de Wu (-473 a.e.c.). Mano izquierda del rey Helü y preceptor real del príncipe heredero Fucha.
Príncipe heredero Fucha. Uno de los hijos del rey Helü, designado heredero debido a la debilidad de su hermano mayor Zhonglei.
Zhao Jia. Joven concubina del rey Helü que, con el tiempo, se convertirá en su concubina principal.
Li Mei. Concubina principal de Helü. Perderá su estatus de favorita en beneficio de Zhao Jia.
Yang Tao. Adivinador principal. Encargado de consultar a los dioses y los ancestros acerca de las principales decisiones que afectan al reino.
Rey Liao. Hijo del rey Yumei (543-527 a.e.c.) y nieto del rey Shoumeng. Primo de Helü y su antecesor en el trono (526-515 a.e.c.), asesinado por Zhuan Zhu (-515 a.e.c.).
Príncipe Yanyu. Hermano del rey Liao y primo de Helü.
Príncipe Zhuyong. Hermano del rey Liao y primo de Helü.
Príncipe Qingji. Hijo del rey Liao.
Príncipe Zhonglei. Primogénito del rey Helü, renuncia a ser el heredero en favor del príncipe Fucha, uno de sus hermanos menores.
Princesa Shengyu. Primera hija de Helü, muerta prematuramente debido a unas fiebres.
Princesa Xue. Hija de Helü y de una de sus concubinas. Es conocida como princesa Nieve por la excepcional blancura de su piel.
Reino de Chu
Rey Zhao. Rey de Chu (515-489 a.e.c.). Nacido Mi Xiong Zhen. Hijo del rey Ping (528-515 a.e.c.) y de la dama Bo Ying.
Nang Wa. Primer ministro de Chu y general de una de las alas de su ejército.
Shen Yin Shu. Sima (comandante en jefe) de los ejércitos de Chu (-506 a.e.c.) y nieto del rey Zhuang (613-591 a.e.c.).
Dama Bo Ying. Esposa del rey Ping y madre del rey Zhao. Hija del duque Ai de Qin (536-501 a.e.c.), reino que linda con Chu al norte.
Reino de Yue
Rey Goujian. Rey de Yue (495-465 a.e.c.), lindante por el sur con Wu. Hijo del marqués Yunchang (-495 a.e.c.), protegerá la frontera contra la invasión de su vecino Wu.
Canciller Wen Zhong. Mano derecha del rey Goujian. Fallecido en el año 472 a.e.c. Al igual que el preceptor real Bo Pi de Wu, su máximo anhelo es disfrutar de un poder que, a su juicio, le pertenece por su inteligencia y sus habilidades.
Shi Yiguang. Conocida por su extraordinaria belleza, ha sido entrenada como espía por el canciller Wen.
Prólogo
Territorios de la dinastía Zhou oriental,
principios del siglo VI a.e.c.
Todo está cambiando.
El periodo de Primavera y Otoño toca a su fin.
La antaño todopoderosa dinastía Zhou y su imperio se desmoronan. Sus principales vasallos, emparentados con ellos por sangre o por matrimonio y a quienes han recompensado por su fidelidad con tierras que les han permitido administrar a lo largo de los años gracias al fengjian, han comenzado a proclamarse señores de su destino y pugnan entre sí por el control de todo lo comprendido entre los valles del río Amarillo y del Jiang.
A pesar de que la doctrina del Mandato del Cielo sigue vigente, el rey Jing de los Zhou no es más que una figura decorativa entre los muros de su palacio de Chengzhou, la capital de Oriente.
Los ducados de Jin y Qin, al noroeste, y los reinos de Chu, al oeste; Wu, en la desembocadura del Jiang, y Yue, junto a las costas septentrionales de Zhejiang, destacan por su poder y beligerancia, mientras que otros territorios como Yan, Wei, Lu, Cao, Zheng, Chen, Xun, Shu, Ba, Tang o Cai sobreviven como pueden mediante alianzas.
Sin embargo, esos pactos son tan cambiantes como el viento.
Tan frágiles como la palabra de algunos hombres.
Tan caprichosos como la sed de poder de sus señores.
La paulatina irrupción de nuevas técnicas de combate que aúnan el uso de carros junto con una infantería cada vez mejor entrenada y pertrechada ha traído consigo el desarrollo de tácticas de lucha distintas. Las batallas son cada vez más sangrientas, y los ejércitos, más fuertes y numerosos. Pero de nada sirven sin un buen líder que los comande. Un nuevo tipo de militar versado en los secretos de la estrategia y capaz de ejecutarla a la perfección en el campo de batalla.
Esta es la historia de uno de ellos.
Un general.
Quizá el mejor de cuantos han existido.
PRIMERA PARTE
Reino de Wu
Decimocuarto año de la subida al trono del rey Jing, vigesimosexto de los Zhou, decimocuarto de la dinastía Zhou oriental
Año 507 a.e.c.
1
Una partida de yì
La guerra es el asunto de mayor importancia del reino; es el terreno de la muerte y la vida, es la vía de la supervivencia o la aniquilación, por eso debe analizarse de forma minuciosa.
Tengo las manos y el semblante de mi padre y aún no he hecho nada», pensó Sun mientras avanzaba. Dos pasos por delante, a su derecha, el ministro principal Zixu, con su característica melena blanca recogida en un moño, estaba tan nervioso como él, aunque no lo aparentaba. Su rostro, al igual que el de Sun, era inescrutable, el propio de los hombres que deben ocultar sus sentimientos e intenciones en todo momento, tanto en la paz como en la guerra.
El mayordomo principal Guo Bai se detuvo frente a la gran puerta que daba acceso al salón del trono, la abrió y les franqueó el paso. A partir de aquel punto, todo quedaba en manos del ministro, su gran valedor y amigo. Sun volvió a observarse las manos, consciente de que era un momento crucial para él. Zixu, por su parte, tomó aire, lo retuvo, ladeó la cabeza y lo observó una última vez antes de entrar. Al otro lado de las dos hojas de madera tallada que se disponían a cruzar, los aguardaba el rey Helü, soberano de Wu.
Todo dependía de aquel encuentro.
El portón se abrió solemnemente y Zixu avanzó con decisión. Por su parte, Sun reaccionó como si los uniera un hilo de seda, de esos con los que se tejían las prendas más delicadas, si bien eran resistentes en extremo cuando brotaban del vientre de la oruga. El aroma de las maderas pintadas en una amplia variedad de tonos rojizos, azulados y amarillos lo embriagó de inmediato en cuanto entraron en el salón del trono. Era, con diferencia, la estancia más lujosa del palacio, no solo por su primorosa carpintería, sino también por la profusa decoración de las vasijas, los jarrones y las estatuillas de bronce, marfil y jade distribuidos con total precisión en la estancia.
Mientras esperaban audiencia en la primera de las salas por las que en breve habrían de transitar, Zixu aleccionaba a Sun acerca de los pormenores de la etiqueta, por más que el rey Helü tratara de evitarla. Pero un monarca debe comportarse como tal, y el ceremonial forma parte indispensable de la ilusión de poder con la que ha de mostrarse ante sus súbditos, en especial frente a los más cercanos, que son los que, sin duda, suponen siempre la mayor amenaza.
Zixu sintió una punzada en el estómago al reparar en Yang Tao, el adivinador principal y máximo representante del colegio de Adivinaciones y Escribas. Aguardaba con sus caparazones de tortuga, sus huesos oraculares y sus tallos de milenrama junto al gran caldero labrado que, apoyado sobre su lujoso trípode, ocupaba el centro de la estancia. Sun notó la inquietud de su amigo; estaba claro que la presencia de aquel hombre, del todo inesperada, por demás, no era del agrado del ministro principal. Sin embargo, su atención pasó rápidamente del rostro de Zixu a la mesilla situada justo a la derecha del rey. Sobre ella descansaba un tablero de yì, un juego de estrategia en el que los contendientes debían colocar por turnos una serie de piedras blancas o negras en las intersecciones de una cuadrícula. Recordó las inacabables partidas que, hacía ya tanto tiempo, había jugado con el ahora ministro principal durante largos días a orillas del lago Tai. Junto a sus aguas claras fue donde floreció su amistad, que se consolidó en las incontables horas que compartieron frente a un tablero como aquel. Conocía bien a Zixu. Las palabras de un hombre podían llevar a otro a engaño, pero su forma de jugar al yì revelaba siempre su verdadera esencia, pensaba Sun.
El ministro principal Zixu era de la misma opinión.
Yang Tao dedicó una inclinación de cabeza apenas perceptible al ministro y paladeó el fastidio que sus ojos se esforzaban por ocultar. Después dirigió una mirada tan escueta como la propia reverencia que acababa de ejecutar al desconocido que lo acompañaba, cuyo aspecto le pareció anodino. Se decía que la habilidad de Yang para interpretar la voluntad de los ancestros no tenía parangón; su destreza para leer los rostros y los corazones de los hombres, sin embargo, no estaba a la misma altura.
El rey era consciente de la enemistad entre su primer ministro y su jefe de adivinadores, y, aunque jamás lo reconocería en público, sus cuitas le proporcionaban cierta diversión, especialmente en tiempos de paz como aquel. Todos los presentes sabían, no obstante, que no era la paz lo que los había llevado hasta allí, sino la guerra. Lo que ninguno podía imaginar aún era la magnitud de lo que se avecinaba, ya no solo para los súbditos de Wu, sino para todos los habitantes de los ducados, principados y reinos de la gran llanura central y de aquellos que se extendían al norte y al sur, más allá de los ríos Wei, Amarillo y Jiang.
—Este es el hombre del que os he hablado, majestad. Su nombre es Sun Wu.
Helü dirigió su mirada hacia Sun. Al igual que le había sucedido a su adivinador, el aspecto de aquel hombre le resultó de lo más común. Tan solo su barba y su bigote, inusualmente cortos, y sus manos, menudas como las de una mujer, llamaron su atención.
—El ministro Wu me ha dicho que juegas al yì.
Sun asintió.
—También me ha dicho que eres mejor que él.
Esta vez, Sun permaneció impasible. El rey estaba en lo cierto: por mucho que Zixu fuera un experto jugador, jamás había logrado vencerlo. Pero Sun no era dado a presumir, menos aún cuando su rival era casi tan hábil como él. En esas circunstancias, uno debe limitarse a honrarlo.
—Dime —continuó Helü—, ¿eres mejor que yo?
Hay preguntas cuya respuesta jamás es correcta, y Sun supo que aquella era una de ellas, de modo que optó por el silencio.
—Habla sin miedo.
—No soy hombre de palabras, majestad, sino de acción —contestó—. Solo a través de sus acciones se conoce de verdad a alguien.
Helü le sostuvo la mirada. A diferencia de su adivinador, él sí era capaz de ver en el interior de los hombres. De no saber hacerlo, jamás habría llegado a su posición. Y lo que vio tras los ojos del hombre que tenía enfrente lo atrajo tanto como lo aterró. Había fiereza en ellos. Pero una fiereza calma.
—Dejadnos solos —ordenó.
Justo en aquel instante, tanto Sun como el ministro Zixu supieron que habían ganado la partida.
—Pero, majestad… —intervino Yang.
—Fuera.
En cuanto el primer ministro Zixu y el adivinador abandonaron la estancia, el rey, que no había dejado de observar a Sun en ningún momento, le ordenó que se acercara. Zixu había relatado a su amigo el modo en que Helü había accedido al poder: ordenando el asesinato de su primo, el rey Liao, hijo del rey Yumei, al que había sucedido tras la muerte prematura de este último, poniendo así fin al tradicional traspaso del trono entre hermanos por orden de edad. Helü era hijo del rey Zhufan, el mayor de los cuatro vástagos que había tenido el rey Shoumeng, de modo que, a su manera de ver, el trono le correspondía a él y no a Liao.
Siendo aún comandante, Helü contrató los servicios de un hombre llamado Zhuan Zhu. Su primo Liao vivía rodeado de guardaespaldas y solía llevar una coraza oculta bajo las ropas, de manera que, para matarlo, su asesino debía estar muy cerca. Y así fue. Bajo la promesa de que Helü cuidaría de su madre hasta el fin de sus días, Zhuan Zhu dejó su oficio de carnicero, se hizo cocinero y adquirió gran fama con su forma de preparar el pescado. Ansioso por comprobarlo en persona, el rey Liao lo convocó un día a palacio. Zhu acudió a la cita, le cocinó su plato estrella y se lo presentó. Acudió desarmado. Los soldados encargados de la protección del rey se habían asegurado de que así fuera, pero con lo que no contaron era con que Zhu hubiera ocultado una daga en el interior del propio pescado. En cuanto estuvo de rodillas frente a su señor, introdujo la mano en aquel vientre aún humeante, extrajo el cuchillo y se lo clavó en el corazón. A esa distancia, la coraza de Liao resultó inútil.
Sun estaba convencido de que esa idea no había partido del cocinero, sino de alguien mucho más inteligente y taimado. Dedujo enseguida que se hallaba frente al hombre que realmente había concebido semejante estratagema. Sería difícil vencer a un contrincante como aquel.
Recortó la distancia que los separaba con ceremonia y humildad, y se sentó al otro lado de la mesita. El rey se volvió hacia él. Era un hombre corpulento. De hecho, a diferencia de Sun, todo en él era grande y exagerado: sus manos, sus brazos, sus piernas y su cabeza, en la que destacaba su enorme nariz.
Todo estaba preparado, el tablero vacío y las piedras aguardando en sus respectivos cuencos lacados. La suerte determinó que correspondiera al rey iniciar la partida, de modo que tomó la primera piedra negra entre los extremos de su índice y su corazón y la depositó suavemente sobre la madera. Sun admiró la delicadeza de sus gestos. Aquel hombre rudo era capaz de desplegar una gracilidad extraordinaria cuando quería. Su amigo Zixu estaba en lo cierto: Helü no era lo que parecía.
—Yo mismo llevo algún tiempo escribiendo un tratado de estrategia militar —dijo Helü mientras esperaba a que Sun ejecutara su jugada. En ocasiones, una partida podía depender por completo de él—. Estoy seguro de que Zixu te lo habrá contado.
Sun asintió sin perder de vista el tablero.
—El ministro principal me ha dicho que sois un gran estratega —respondió respetando la debida ceremonia. Por mucho que Zixu fuera su amigo, estaba en presencia de su rey.
—Sin embargo, hace años sufrí una derrota humillante ante las fuerzas de Chu. ¿Por qué?
Sun alzó la vista y se encontró con la mirada airada de Helü. Justo en ese instante, comprendió que, a pesar de sus posteriores victorias, aquella derrota, en la que, según supo después, había perdido uno de los mayores símbolos del reino, el barco del Dragón Real, era la que alimentaba su odio día y noche. Y comprendió también por qué Zixu, su amigo y valedor, primer ministro de Wu, estratega y general del ala Izquierda, servía a aquel hombre y a su causa con tanta devoción. A ambos les calentaba el mismo fuego: la venganza.
—Son varios los factores que debe tener en cuenta un general. Basta con que falle en alguno y la derrota lo golpeará sin piedad.
—¿Y cuáles son?
—La moral, el clima, el terreno, el mando y la doctrina —respondió Sun sin pensárselo. No le hacía falta, puesto que llevaba algún tiempo reflexionando sobre cada uno de esos factores.
Helü dejó escapar un pequeño gruñido. «Sé directo, sincero y no dudes frente al rey», había aconsejado Zixu a Sun. Y eso había hecho él.
—El ejército de Chu es mucho más numeroso que el nuestro —respondió Helü—. ¿Qué puedo hacer para vencerlo?
Sun estaba al corriente de la situación gracias a las informaciones que Zixu le había proporcionado. El reino de Chu contaba con una hueste que rondaba los doscientos mil hombres, mientras que el ejército de Helü apenas alcanzaba los treinta mil. También sabía que uno de los aliados de Wu, el antaño poderoso reino de Jin, había instruido a sus fuerzas en el manejo de los carros de guerra, y que Helü buscaba pactar una alianza con algunos ducados y marquesados estratégicamente situados en la frontera norte de Chu.
—Su mayor ventaja será su propia perdición —contestó Sun.
—¿A qué te refieres?
—A que Chu es superior en número, pero Wu lo es en rapidez. Es una mala estrategia enfrentarse a Chu en campo abierto, de manera que vuestra majestad debería rehuir el combate directo y optar por otra estrategia.
Sun y Zixu habían discutido aquel punto largamente y ambos habían llegado a la misma conclusión. Sin embargo, convencer al rey y a sus otros generales y ministros de actuar como Sun había ideado no sería fácil. Aunque los tiempos estaban cambiando, y con ellos la guerra, muchos seguían atrapados en un pasado de reglas, etiqueta y honor que suponían un lastre en demasiadas ocasiones.
No fue hasta ese momento cuando Sun reparó en que las llamas que surgían del caldero, cuyo gran trípode de bronce era símbolo del reconocimiento que los Zhao habían otorgado finalmente al reino de Wu, bailaban en su interior casi exánimes, por lo que pronto serían incapaces de distinguir la cuadrícula del tablero. El rostro de Helü había adquirido una dureza extrema en aquella penumbra. Pero Sun era consciente de que esa expresión iracunda que le desencajaba las facciones se debía a algo más que al propio juego. Podía percibir su lucha interna. Sus palabras habían hecho mella en él, y estaba convencido de que se debatía entre el ansia de cobrarse al fin su venganza como soldado y su deber como monarca. Si uno inicia una guerra, debe estar seguro de ganarla o, de lo contrario, su pueblo sufrirá y él puede perderlo todo.
—Es tarde —dijo Helü al fin—. Y he de meditar acerca de tu respuesta. Mientras tanto