Esta noche me han castigado sin postre. Por culpa de lo que ha pasado en el zoo. Papá se ha tirado toda la cena repitiéndome:
—¡Es que no puede ser, Joséphine! ¡No puede ser!
Mamá, en cambio, no abría la boca. Me lanzaba miradas de desaprobación. Al final se limitó a decir:
—Mañana iremos al hospital a ver cómo está. Y, ahora, cómete las judías.
No me gustan las judías, pero me pareció que no estaba el horno para bollos. Así que me las zampé sin rechistar. Es lo que se llama ponerse de perfil bajo. Luego mamá decretó que me quedaba sin postre. Y eso sí que me dio pena porque de postre había bizcocho de zanahoria, que es mi bizcocho favorito. Me entraron ganas de llorar, pero me consolé pensando que seguramente a los compis de clase también los habrían castigado sin postre.
Después del incidente del zoo, todos los padres hablaron por teléfono. Oí a mamá empalmar una llamada con otra y repetirle a cada interlocutor:
—¡Es un disparate, un disparate! ¿Cómo ha podido suceder semejante catástrofe?
No sé muy bien lo que significa «disparate», pero, si tiene algo que ver con disparos, no puede ser nada bueno.
Cuando me hube terminado las judías, pregunté si podía levantarme de la mesa, puesto que estaba castigada sin postre. Pero mamá dijo que no, luego se fue a cortar una rebanada del bizcocho de zanahoria y me la puso delante.
—Puedes tomar bizcocho si nos explicas lo que ha pasado hoy en el zoo.
Eso se llama «chantaje», pero me mordí la lengua. Cogí el tenedor y dividí la rebanada de bizcocho en ocho pedacitos.
Una catástrofe nunca sucede de buenas a primeras: es el desenlace de una serie de sacudidas pequeñas que casi no se notan pero que, poco a poco, se convierten en un terremoto. Lo que había pasado hoy en el zoo también cumplía con esta regla: era la traca final de varias catástrofes sucesivas.
Mis padres querían explicaciones, pero para explicárselo todo había que explicar que la catastrófica visita al zoo pasó por culpa de la catastrófica función del cole que pasó por culpa de la catastrófica obra de teatro que pasó por culpa de la catastrófica visita de Papá Noel que pasó por culpa del catastrófico Santa Plas que pasó por culpa de la catastrófica clase de seguridad vial que pasó por culpa de la catastrófica clase de gimnasia que pasó por culpa de la catastrófica presentación en el salón de actos que, a su vez, pasó por culpa de una catástrofe inicial.
Y quizá habría que empezar contando esta primera catástrofe.
Capítulo 2
Un lunes no tan normal
Un lunes por la mañana de finales de otoño, pocas semanas antes de Navidad, sucedió algo muy grave.
Como cada vez que se produce una catástrofe, nadie lo ve venir. Así que el lunes aquel se había disfrazado de día normal: sonó el despertador, me levanté, desayuné (cereales poniendo primero la leche y luego los cereales porque, si no, no ves cuánta leche pones), me lavé los dientes, me peiné, me vestí y mamá me llevó al cole en coche. Hasta ahí, todo como de costumbre.
Mi cole se llama colegio Picos Verdes. Es un colegio especial. Se llama «colegios especiales» a los coles a los que llevan a los niños que no van a los otros coles. A mí me gusta mi cole. Es un cole muy pequeñito porque solo hay una clase. Es como un pabellón grande de tablones. Mamá dice que es muy cuco. Yo diría más bien que es muy guay. Tiene un vestíbulo grande que además sirve de ropero. De un lado está el aula, y del otro, la sala de juegos. También hay una cocina pequeña y justo al lado están los servicios. Nuestro patio de recreo es un jardín con flores rodeado de una valla de madera que no debemos cruzar nunca, a menos que vayamos con nuestros padres o nuestra profe, la señorita Jennings. Alrededor hay un parquecito con algunos juegos para niños y bancos en los que se puede ver a señoras mayores sentadas mientras sus perritos hacen caca. Es obligatorio recoger las cacas de perro, pero muchas veces las señoras hacen como que no se enteran de que su perro ha hecho sus necesidades. Cuando el conserje del colegio las pilla, se les acerca hecho una furia y les manda recoger la caca a la de ya. Entonces las señoras mayores ponen cara de fastidio y de asco, se sacan del bolsillo una bolsa de plástico y limpian la cagarruta. Luego sujetan la bolsa con la punta de los dedos como si la caca fuese a tirárseles encima y ponen caras raras. Nosotros nos tronchamos de risa.
Justo al lado del parque está el cole de los niños normales. Ahí es donde van todos los demás niños, menos nosotros. Es un edificio grande de ladrillo con un patio amplio de cemento y, pegada a él, una pista deportiva gigantesca. Desde el cole especial se puede ver el cole normal. Allí hay muchos niños, mientras que en el nuestro solo somos seis. Le he preguntado a mamá si algún día yo podré ir al cole de los niños normales. Me ha dicho que probablemente no, pero que me quiere tal y como soy.
Lo más alucinante del cole especial es la señorita Jennings, nuestra profe. Es la más estupenda de todas las profes. Es paciente, encantadora, inteligente y dulce. También es muy guapa. Siempre viste muy bien y lleva el pelo bien peinado. Todo el mundo la adora.
La segunda cosa más alucinante del cole especial, después de la señorita Jennings, son mis cinco compis de clase, que son todos chicos.
Está Artie, que es hipocondriaco, o sea, que siempre se cree que tiene todo tipo de enfermedades. Para él no es muy práctico, pero para nosotros es gracioso porque se pone a chillar muerto de miedo cuando se piensa que tiene alguna enfermedad. De mayor, Artie quiere ser médico para curarse él solito, porque dice que cuando vas a la consulta de otros médicos te arriesgas a que te contaminen en la sala de espera, que está atiborrada de enfermos. En eso no le falta razón.
Está Thomas, que es superbueno en kárate porque su padre es profe de kárate. (Para ser bueno en kárate, tener un padre profe de kárate es una ventaja). De mayor, Thomas quiere ser profe de kárate como su padre.
Está Otto, cuyos padres viven cada uno en una casa distinta. Eso se llama «divorciados». Mamá me contó que la gente se divorcia cuando el papá y la mamá ya no tienen ganas de dormir en el mismo cuarto. Creo que, cuando yo sea mayor, también seré divorciada porque odio compartir cuarto.
Otto lo sabe todo sobre todo. Por su cumple siempre pide enciclopedias y diccionarios. Le encanta explicar las cosas y conoce palabras complicadas como «suimanga», «casuística» o «queloide», que es una palabra que hemos aprendido todos gracias a Artie. De mayor, Otto quiere ser conferenciante.
Está Giovanni, que siempre va con camisa, incluso para jugar fuera. Sus padres son muy ricos (o sea, que tienen mucho dinero) y, por lo visto, cuando eres rico tienes que ir siempre con camisa. Yo de mayor espero no ser rica porque odio llevar camisa. En casa de Giovanni tienen un camarero de