Sana sin esfuerzo

Dr. Joseph Mercola

Fragmento

Sana sin esfuerzo
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Introducción

Tal vez pienses que siempre me he dedicado a la salud, pero no es así. Me crié comiendo postre después de cada comida, donas, pastelillos, frituras y helado. Dicho de otro modo, crecí comiendo la típica dieta estadounidense. Mis padres hicieron su mejor esfuerzo por alimentarnos con comida casera, pero entonces no se sabía tanto como ahora sobre nutrición. Como resultado, cuando estaba en bachillerato, casi la mitad de mis dientes tenían caries y mi rostro y espalda estaban tapizados de acné. Igual que muchas otras personas en la actualidad, estaba yendo en contra de mi cuerpo y no fluyendo con él en la misma dirección.

Es un comienzo curioso para alguien que terminaría siendo uno de los principales defensores del uso de la comida como medicina. No obstante, mis experiencias me impulsaron a ayudar al individuo promedio, el cual está habituado a comer cualquier cosa que sepa bien y lucha contra afecciones crónicas, pero nunca ha unido estos dos puntos.

Durante las últimas tres décadas he tratado a más de 25 000 pacientes en consulta médica, he revisado diligentemente gran variedad de enfoques nutricionales, he escrito dos libros que han sido éxitos de ventas según el New York Times y creé el portal de salud natural más visitado del mundo, el cual está dedicado a educar a los lectores sobre métodos comprobados para mejorar su salud. En la actualidad, Mercola.com llega a 25 millones de lectores cada mes.

La cualidad más responsable de mi camino a convertirme en defensor de la nutrición de alta calidad es mi amor por la lectura. Lo que me llevó a emprender este viaje fue un artículo publicado en 1968 en la revista Parade, el cual reseñaba el libro más reciente del doctor Ken Cooper: Aerobics. En esa época casi nadie se ejercitaba de forma regular. (Cuando yo salía a correr en las calles de Chicago la gente me lanzaba piedras y latas porque asumían que debía ser un criminal que estaba huyendo de la escena del crimen.) Leí el libro del doctor Cooper e hice un compromiso duradero con la salud y la forma física que ya tiene casi cinco décadas. Como es de esperarse, mi perspectiva ha ido evolucionado con el tiempo. De hecho, ya no soy un devoto creyente de lo que ahora conocemos como cardio, sino todo lo contrario. Pero ya lo explicaré a detalle más adelante.

En ese entonces la práctica médica no era uno de mis intereses. Entré a la universidad a estudiar ingeniería y me cambié a medicina poco después. En esos tiempos mi acercamiento a la medicina era muy tradicional, pues durante seis años antes de especializarme como médico trabajé como aprendiz de farmacéutico. Disfrutaba ese empleo y creía que los medicamentos que ayudaba a formular eran una solución benéfica para los problemas de salud de nuestros clientes.

Ese adoctrinamiento continuó durante mi formación en la Facultad de Medicina, aunque la diferencia entre la tendencia médica dominante y yo empezaba a hacerse notar; mis colegas me apodaron Doctor Fibra por mi dedicación a estudiar la fibra y su relación con la salud intestinal. (Mi conocimiento sobre los verdaderos responsables de la salud intestinal ha seguido evolucionando tras muchos años de estudio e investigación, pero ya te contaré más junto con el Sexto pilar de la salud.)

Como médico familiar, me pagaban por dar conferencias en nombre de las empresas farmacéuticas y volaba por todo el mundo financiado por ellas para alabar las virtudes de la terapia de remplazo de estrógenos.

Durante mis primeros años como médico privado me enfoqué en el tratamiento de la depresión, por tratarse de una afección tan poco diagnosticada. El sufrimiento de las personas era palpable, pero yo no conocía otro tratamiento que no fuera con medicamentos. Miles de pacientes míos se iban llenos de esperanza de sanar gracias a que llevaban una receta firmada por mí. En ese tiempo no sabía que había un mejor camino.

Entonces ¿cómo hice la transición a la medicina naturista?

A mediados de los ochenta leí The Yeast Connection, un revelador libro del doctor William Crook, en donde se describían recuperaciones milagrosas en pacientes a los que trataba por crecimiento excesivo de levaduras. Reconocí en mis propios pacientes muchos de los síntomas que él describía. En ese punto, ignoré las recomendaciones alimenticias de Crook y sólo utilicé los medicamentos antimicóticos que él recomendaba como parte del tratamiento. Como era de esperarse, fracasé sin remedio. Sin embargo, a comienzos de los años noventa releí el libro y, como ya era un poco más sabio, esa vez seguí las recomendaciones alimenticias al pie de la letra. Funcionaron de maravilla, con lo cual abrí los ojos al poder de los alimentos —y no de los medicamentos— como medicina. Cuando empecé a asistir a congresos médicos me di cuenta de que había una amplia red de médicos que utilizaban terapias naturistas para tratar a sus pacientes.

Al implementar estas nuevas habilidades a mi práctica médica me entusiasmó observar que muchos de mis pacientes se sentían mucho mejor con los cambios alimenticios y de estilo de vida. Me convencieron tanto estos resultados que decidí cambiar mi enfoque clínico hacia la medicina natural y me negué a recibir pacientes que no estuvieran dispuestos a embarcarse en la aventura de enfrentar las causas fundacionales de su enfermedad.

Esto representó un gran desafío económico, además de que era el único médico en mi consultorio, por lo que terminé perdiendo 75% de mis pacientes. Sin embargo, como ocurre con la mayoría de las decisiones de vida que se toman por las razones correctas, al final todo salió bien, y pronto mi consulta estaba llena de pacientes que llegaban recomendados por otros pacientes a los que les había ido muy bien. Con el tiempo empecé a recibir pacientes de todas partes del mundo.

Fue un cambio radical en mi visión de mí mismo, de sanador capaz de administrar los medicamentos que “arreglarían” la salud de un paciente a educador capaz de ayudar a la gente a aprender el poder de la sanación. Tu cuerpo está diseñado para estar sano sin medicamentos. Si le das lo que necesita para prosperar, por lo regular se regenerará a sí mismo sin necesidad de intervenciones externas. Esta tendencia restauradora interna es lo que yo llamo “sanar sin esfuerzo”.

Ese giro —para darles a las personas el conocimiento para sanarse a sí mismas— se convirtió en el hilo conductor de mi práctica médica. Junto con mi pasión por investigar y separar la verdad de la propaganda, aquel deseo me llevó a ser una de las primeras fuerzas de cambio en varios ámbitos de la salud que se han vuelto lugares comunes ya: debatir la etiquetación de los organismos modificados genéticamente, eliminar de forma gradual las amalgamas “plateadas” de mercurio en todo el mundo, impedir la fluoración del agua municipal, defender la importancia de la vitamina D en su relación con la buena salud y la prevención del cáncer, así como sostener la importancia de los ácidos grasos omega-3, como el aceite de krill.

Otra de mis pasiones siempre ha sido la tecnología; de hecho, tomé mi primera clase de programación en 1969. Una parte de la medicina familiar que me frustraba era que llegaran pacientes buscando un medicamento o tratamiento que habían visto en televisión. Como profesionista que trabajaba 80 horas o más a la semana, rara vez tenía tiempo o ganas de ver televisión. Mis ratos libres los pasaba leyendo la bibliografía médica que ahora es de fácil acceso gracias a internet.

En 1997 lancé el portal Mercola.com como lugar para reseñar mi evolución como médico a medida que aprendía e implementaba más conocimientos de la medicina naturista. También decidí compartir todo lo que iba aprendiendo en las varias docenas de cursos que tomaba los fines de semana. No me guardaba nada y compartía todo con el lector, como si fuera un paciente que estuviera en mi consultorio. Era una fuente de consejos gratuitos.

Mi objetivo con Mercola.com siempre ha sido ofrecer visiones francas y compartir mi pasión por hallar las mejores investigaciones y llevar sus hallazgos a un público más extenso. Jamás he aceptado publicidad ni patrocinios, pues eso podría derivar en posibles conflictos de interés. Y durante los primeros cuatro años de existencia del sitio web no vendí un solo producto. La única razón por la que empecé a comercializarlos después fue porque para entonces había gastado medio millón de dólares en el desarrollo y mantenimiento del portal, y las cuentas seguían aumentando.

Era evidente que ese modelo no funcionaría bien, por lo que ahora vendemos productos que usamos mi familia y yo, y que son de la mejor calidad posible. Esto me permite obtener los fondos para sustentar mi misión: llevar a mis lectores la mejor información posible para que sean capaces de mejorar su salud.

Hace unos cuatro años modifiqué mi misión para que fuera algo más que sólo educar al público, y que incluyera fomentar cambios a nivel mundial en políticas públicas y prácticas industriales que repercuten en la salud. Fundé la Health Liberty Initiative para tomar un papel de liderazgo e impulsar directamente el cambio en las industrias alimentaria y médica.

Esta iniciativa era indispensable para reunir grupos diversos cuyas intenciones coincidían pero cuyas estrategias no empataban. Con la Health Liberty Initiative tenía la esperanza de elevar el nivel colectivo de conciencia en cuanto a comida, salud y medio ambiente. Mucha gente no sabe que el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), el cual está diseñado para garantizar la seguridad y calidad de nuestros alimentos, establece las políticas agrícolas de la nación, así como los estándares dietéticos. Éste es un claro ejemplo de cuando el zorro cuida el gallinero.

Una de las razones por las cuales Mercola.com es tan popular es porque mi experiencia al tratar tantos pacientes me ha ayudado a traducir la jerga médica sofisticada a lenguaje cotidiano fácil de entender, así como a convertir estudios complejísimos en consejos fáciles de implementar. Este libro es mi esfuerzo por compilar lo mejor de la información compartida durante las últimas dos décadas y presentarla como una guía inspiradora que te ayudará a sortear muchos de los baches que la medicina convencional pone en nuestro camino. En lugar de depender de medicamentos costosos y potencialmente peligrosos, te ayudaré a entender cómo puedes modificar tu dieta sin esfuerzo para alcanzar tus metas de salud.

En este libro te guiaré a través de los nueve principios de la sanación, los cuales te ayudarán a elegir con más destreza qué y cuándo comer, qué beber, cómo y cuándo activarte físicamente, y cómo incorporar más contacto con la naturaleza en tu vida sin dejar de protegerte de las toxinas cada vez más abundantes en el ambiente. También aprenderás a alcanzar las nuevas metas de salud que te plantees como resultado de la lectura de este libro.

Mi misión al escribir este libro es la misma que tiene el portal y la Health Liberty Initiative, la cual nunca cambiará. Mi misión es informarte sobre los detalles que las historias médicas que escuchas o lees en los medios suelen omitir, así como ayudarte a quitar los obstáculos que frenan tu camino hacia el bienestar —como la comida chatarra y las bebidas contaminadas—, de modo que tu cuerpo sea capaz de lograr aquello para lo que está diseñado: estar bien sin esfuerzo.

También es mi misión defender tu libertad de elección en lo que respecta al manejo de tu salud. Siempre que se trate de medicamentos, de tu alimentación, del agua que bebes o de las semillas que siembras, creo que mereces el derecho a elegir qué entra a tu cuerpo. Y también tienes el derecho de que te digan la verdad sobre las consecuencias de tus decisiones.

Tienes en tus manos el poder para estar sano, y me honra formar parte de este viaje sin esfuerzo que estás a punto de emprender para reclamar y ejercer ese poder.

Sana sin esfuerzo

Primera parte

Sana sin esfuerzo

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Capítulo 1

Qué significa sanar sin esfuerzo y por qué necesitas hacerlo

No me sorprendería que hayas abierto este libro porque te aqueja una afección crónica, tienes exceso de peso o padeces malestar general. En términos estadísticos, es más probable que tengas cierto nivel de enfermedad a que estés en perfecto estado de salud.

Quizá te preguntes cómo es posible que nos falte tanto camino para entender la salud y curar muchas enfermedades. Por ejemplo, a pesar de que la guerra que hemos librado contra el cáncer ha implicado gastos de más de 500 000 millones de dólares, los índices de mortalidad han cambiado poco.1 La ciencia médica en general puede tener parte de la culpa: Glenn Begley, quien hace investigaciones sobre cáncer, intentó replicar 53 “estudios clínicos fundamentales” realizados por laboratorios reconocidos y publicados en revistas médicas de alto impacto, y sólo logró reproducir seis de ellos.2 Eso implica una tasa de fracaso de más de 89 por ciento.

Los índices de obesidad están aumentando más rápido que nunca. Según la encuesta Gallup-Healthways Well-Being, la cual monitoreó el índice de masa corporal (IMC) de los participantes desde 2008, descubrió en 2013 que la cifra de estadounidenses obesos se incrementó un punto porcentual, después de mantenerse básicamente igual durante cinco años.3 Por primera vez en la historia de la humanidad, esta generación vivirá menos que sus padres,4 a pesar de que en 2013 se invirtiera un estimado de 2.9 billones de dólares en salud en Estados Unidos.5 ¿Cómo podemos hablar entonces de progreso?

Los Centros de Prevención y Control de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) estiman que para 2050 uno de cada tres adultos estadounidenses padecerá diabetes.6 En la actualidad una de cada ocho personas de 65 años en adelante tiene Alzheimer,7 y se espera que esta cifra se incremente a una de cada cuatro en los próximos 20 años.

En su informe mundial sobre cáncer de 2014 la Organización Mundial de la Salud denunció el “desastre humano” latente que representan los índices de cáncer en aumento, que se estima que se disparen de 14 millones de diagnósticos nuevos en 2012 a un aproximado de 22 millones de diagnósticos anuales dentro de 20 años,8 lo que representa un aumento de 57%. Eso significa que en dos décadas 13 millones de personas morirán cada año de cáncer.

El asma, la fiebre del heno, las alergias alimenticias, el lupus, la esclerosis múltiple y muchas otras enfermedades autoinmunes van en aumento. Según estimaciones, las alergias y las enfermedades del sistema inmune se han duplicado, triplicado o hasta cuadruplicado en las últimas décadas, e incluso algunos estudios indican que más de la mitad de la población estadounidense tiene al menos una alergia diagnosticable.9 Cada vez hay más personas cuyo sistema inmune reacciona de forma exagerada a sustancias que deberían ser inofensivas, lo cual deriva en alergias; en otros casos, su sistema inmune se equivoca y comienza a atacar al propio cuerpo, que es lo que se entiende por enfermedad autoinmune.

Si buscas que tu médico encuentre la solución a cualquiera de estos trastornos, es probable que salgas de su consultorio con al menos una receta —o hasta más— de fármacos. Tal vez te sorprenda saber que casi 70% de todos los estadounidenses toman al menos un medicamento por algún padecimiento crónico u otra afección. Encabezan la lista los antibióticos, los antidepresivos y los opioides, entre otros.10

Una de cada cuatro personas de la tercera edad toma entre 10 y 19 pastillas diarias.11 En el transcurso de un año y sólo en Estados Unidos, el adulto promedio entre 18 y 65 años recibe como una docena de recetas, a menos de que tenga más de 65 años, en cuyo caso la cifra asciende a más de 30 recetas al año.12 Entre la población pediátrica, uno de cada cinco niños toma al menos un medicamento por prescripción médica al mes, y como 10% usa uno o dos fármacos al mes, mientras que 1% usa cinco o más medicamentos al mes.13

Estas estadísticas recientes, las cuales se calcularon al menos hace cinco a diez años, son escandalosas por sí solas. Sin embargo, lo más perturbador es que un anciano cualquiera al que se le hayan diagnosticado cinco padecimientos crónicos (osteoporosis, osteoartritis, diabetes tipo 2, hipertensión y enfermedad pulmonar obstructiva crónica) tomará un mínimo de 12 medicamentos distintos al día sólo para “tratar” estas enfermedades.14

Si tomas en cuenta que alguien que toma medicamentos para la hipertensión probablemente también toma estatinas para disminuir el colesterol, la cifra aumenta a 13 fármacos diarios. Sin embargo, si agregas los medicamentos prescritos para el tratamiento de otras afecciones crónicas asociadas a la vejez, como reflujo gástrico, angina de pecho, depresión u otro trastorno psiquiátrico, insomnio, apnea del sueño, bochornos, insuficiencia renal, artritis reumatoide e insuficiencia cardiaca congestiva,15 esa persona bien podría estar tomando hasta dos docenas o más de fármacos al día. Dado que las estadísticas muestran que tres de cada cuatro estadounidenses de la tercera edad padecen múltiples afecciones crónicas,16 esas cantidades de medicina no son descabelladas.

Sin embargo, estas “curas” salen caras, pues sus efectos secundarios y hasta reacciones adversas peligrosas tienen un impacto bastante dañino en la salud. Las reacciones adversas a medicamentos fueron responsables de más de 2.3 millones de visitas a sala de urgencias en Estados Unidos en 2011, y hasta de 84% de los 1.3 millones de visitas a sala de urgencias en 2005.17 No obstante, la Agencia de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) —la agencia que debería protegernos contra estos peligros— reporta que en 2011, 98 000 personas murieron por reacciones adversas a medicamentos, y según los CDC fue la sexta causa de muerte más común en ese año.18 Se reportaron más de 573 000 incidentes de reacciones adversas a fármacos con consecuencias “graves”, como hospitalización, complicaciones casi fatales, discapacidades y otros efectos dañinos.19

Si estás hospitalizado, ten cuidado. Investigaciones realizadas en 1999 por el Instituto de Medicina demostraron que 44 000 personas —y quizá hasta 98 000— mueren cada año como consecuencia de errores médicos en ámbitos hospitalarios.20 Diez años después, la Oficina del Inspector General aumentó esa cifra a 180 000 al año, sólo entre pacientes cubiertos por el programa Medicare.21 Y en 2013 un estudio publicado en el Journal of Patient Safety sugirió que la cifra podía incluso alcanzar los 440 000 casos.22 Con tantas muertes provocadas por los medicamentos que deberían “sanarnos”, hay muchas probabilidades de que hayas conocido personalmente a alguien que haya sido víctima de este desafortunado e innecesario destino.

Estas tendencias y datos evidencian que una pizca de prevención vale más que un kilo de cura. Mi intención es compartirte en este libro estrategias simples que los mantendrán a ti y a tu familia fuera de peligro, de modo que estos errores no afecten tu vida ni la de tus seres queridos.

Las estadísticas están en tu contra

Es difícil lograr que una persona entienda algo, cuando su salario depende de que no lo entienda en lo absoluto.

UPTON SINCLAIR

¿Por qué se ha vuelto tan peligroso buscar ayuda de la industria médica?

El mejor punto de partida es observar esos casi tres billones de dólares de los que hablé antes. En lugar de ver tus síntomas, las farmacéuticas ven signos de dólar y gastan millones al año en publicidad televisiva y en otros medios para que sus medicamentos lleguen hasta tu organismo.

Están los 5 000 millones que gastan en comercialización directa al consumidor. Seguro has visto los anuncios con hombres de cabello cano que toman a sus esposas con mirada seductora, o a la mujer que lleva consigo una nube gris de lluvia sobre la cabeza (la cual simboliza la depresión) que se transforma en arcoíris como por arte de magia después de tomar una pastilla. Estas presentaciones sobresimplificadas —y las largas listas de efectos secundarios— hacen que la gente crea que entiende a la perfección el funcionamiento de los fármacos, así que camina con certeza al consultorio médico con la idea de recibir una receta. A pesar de las amenazas que representan los múltiples efectos secundarios, la idea de tomar una pastilla para que un síntoma problemático “desaparezca” es demasiado seductora como para que mucha gente se resista.

Sin embargo, aunque no compres lo que venden sus comerciales, gastan otros 16 000 millones al año para convencer a los médicos de que receten sus medicamentos como principal solución para la mayoría de los padecimientos que tratan. Mucha gente no tiene ni idea de cómo se le manipula para que tomen fármacos peligrosos y muchas veces innecesarios.

Hora de abrir los ojos

Exponer los peligros que conllevan los medicamentos representa un riesgo en sí mismo. Por ejemplo, durante un juicio contra Merck se hicieron públicos documentos que revelaban planes perturbadores para neutralizar, destruir y desacreditar a los médicos que advirtieran al público sobre los peligros del consumo de Vioxx.

CBSNews dio a conocer un correo electrónico de un ejecutivo de Merck que decía lo siguiente sobre un médico a quien no le agradaba recetar Vioxx: “Quizá tengamos que buscarlo y destruirlo en su propio hogar…”

Es muy evidente que tanto los médicos como el público en general son víctimas de la manipulación con fines de enriquecimiento corporativo. El verdadero negocio de la industria farmacéutica no es la salud, sino que en realidad se enriquece gracias a la enfermedad. Y cuando un mercado se empieza a tambalear, no hace otra cosa que crear uno nuevo, inventándose otra enfermedad o “convirtiendo” un síntoma común en enfermedad. ¿Quieres pruebas convincentes? Sigue leyendo. CNN reportó que para la comercialización del antidepresivo Paxil, GlaxiSmithKline contrató una firma de relaciones públicas para que creara una “campaña pública de concientización” sobre una enfermedad “que los médicos suelen pasar por alto”.

¿De qué enfermedad se trataba? Del trastorno de ansiedad social… antes conocido como timidez.

Tal vez hayas visto esta campaña con tus propios ojos. Los anuncios decían cosas como “Imagínate ser alérgico a la gente”. Su distribución fue muy amplia, contaron con respaldo de celebridades, y hasta múltiples psiquiatras impartieron conferencias sobre esta nueva enfermedad en los 25 principales mercados mediáticos. Como resultado, las menciones sobre la ansiedad social en los medios aumentaron de 50 a más de mil millones en sólo dos años. El trastorno de ansiedad social se convirtió en “el tercer trastorno mental más común” en Estados Unidos, y las ventas de Paxil se dispararon al cielo hasta convertirlo en uno de los medicamentos más prescritos, pero también más rentables. Éste no es más que uno de muchos ejemplos, como los esfuerzos para comercializar medicamentos contra el colesterol alto (estatinas como Lipitor y Crestor [atorvastatina y rosuvastatina]) y la acidez gástrica, que son afecciones que se tratan de manera más efectiva con sencillos cambios alimenticios.

Los médicos, a veces sin malicia, también desempeñan un papel esencial en la estafa farmacéutica masiva que afecta al público, pero los mecanismos para manipularlos suelen ser más oscuros. Los representantes de las farmacéuticas les ofrecen “regalos” para convencerlos de que receten los medicamentos que ellos representan. Estos representantes no suelen tener formación médica ni científica, pero van armados con técnicas de persuasión muy efectivas.

Aunque la industria médica ha establecido reglas que limitan las interacciones personales entre representantes médicos y doctores, las farmacéuticas influyen en las elecciones de los médicos de muchas otras formas, incluyendo el patrocinio de congresos y de sitios web de terceros cuya finalidad es ofrecer información “no tendenciosa” sobre nuevos medicamentos.23 El método de adoctrinamiento más difícil de identificar es la “educación” que imparten los médicos a sus colegas. Las farmacéuticas les pagan grandes cantidades a ciertos doctores para que “inculquen” a sus colegas sobre los beneficios de un medicamento en particular. En este caso, es fácil que el médico que recibe la información olvide que quien se la está compartiendo lo hace a nombre de la farmacéutica y no como un profesional de la salud independiente y fuente de información objetiva y apropiada.

Como ya mencioné en la introducción, yo fui uno de sus cómplices remunerados a mediados de los años ochenta, así que tengo experiencia de primera mano con sus artimañas. La farmacéutica cubría mis viáticos y me daba cheques hasta de 5 000 dólares por dar conferencias. Quizá ahora le parecería poco a mucha gente, pero hace 30 años, para alguien que acababa de graduarse de medicina y tenía incontables deudas, era una suma considerable. También es un sistema impresionante, pues sientes que estás haciendo el bien y que te pagan por compartir el conocimiento que tanto te costó adquirir, pero la realidad es que no haces más que participar indirectamente en los estudios financiados por las farmacéuticas para vender más medicamentos.

También está la insidiosa “educación” patrocinada por la industria farmacéutica que tiene lugar en facultades de medicina de todo el país. Por ejemplo, de los 8 900 profesores y catedráticos de Harvard, 1 600 reconocen que ellos o algún miembro de su familia tiene vínculos con farmacéuticas que podrían sesgar su enseñanza o investigación.24 Tan sólo en un año, la industria farmacéutica aportó más de 11.5 millones de dólares a Harvard para “investigación y cursos de educación continua”.25

Esto ocurre prácticamente en cualquier escuela de medicina de Estados Unidos y es un mecanismo muy efectivo de adoctrinamiento masivo de médicos en formación. Al influir en los líderes de opinión médica, las farmacéuticas pueden tener una influencia ubicua en la profesión. Esto se combina con las campañas publicitarias ya mencionadas y las presiones políticas para reformar las leyes a su favor. Como paciente, no es indispensable que seas víctima de estas tácticas, pues puedes aprender a ver más allá de la propaganda y a no dejarte envolver por las mentiras y los engaños de las farmacéuticas.

Lo más probable es que aunque tu médico tenga las mejores intenciones y deseos de curar sin causar daño, ya ha sido víctima de las estrategias de mercado de las farmacéuticas. La mayoría de los médicos no tienen tiempo para investigar cada uno de los medicamentos que recetan, así que confían en exceso en la información que les dan los representantes médicos y otros “expertos”; es decir, otros médicos que reciben pagos sustanciosos por hablar bien sobre los tratamientos farmacológicos.

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