Por fin había llegado el otoño! Los árboles se vestían con hojas doradas, y Pedro estaba muy emocionado: ¡era una de sus estaciones favoritas! Además, ese día la maestra les había puesto como tarea de clase ir al bosque a recolectar setas. ¡Qué actividad más divertida!
«¡Papá y yo somos unos superexploradores, seguro que encontramos un montón!», pensó Pedro ilusionado.
La verdad es que explorar era lo que más le gustaba del mundo. Le encantaba encontrar piedras, palos, hojas, gusanos… o cualquier objeto asquerosamente raro que pudiera hallar escarbando unos centímetros bajo tierra. ¿Acaso existía un plan mejor?
Por eso, nada más llegar a casa, Pedro fue corriendo a su habitación a equiparse para la gran expedición. Lo primero que hizo fue pensar en qué objetos llevaría.
—Botas de agua, ¡listas!, y también la mochila, la merienda, la lupa, el rastrillo y… ¡la linterna! —susurró, un poco para sí mismo—. Papá, hoy la profe nos ha dicho que tenemos que salir a buscar setas para mañana. ¿Qué más necesitamos?
—Hmmm… Necesitamos un buen olfato, ¿no crees? ¿Qué te parece si nos llevamos a Rufo?
—¡Genial! Es un gran rastreador, ¡siempre encuentra el escondite de las galletas!
Así pues, instantes más tarde, Pedro, con una cesta en la mano y una sonrisa en el rostro, estaba listo para empezar la búsqueda.
Rufo, su padre y él caminaron hacia el bosque más cercano, lleno de árboles infinitos y hojas que crujían bajo sus pies.
Al llegar, Pedro corrió hacia unas enormes rocas.
—¡Mira eso! —gritó, mientras trepaba para observar mejor los gusanos e insectos que había sobre una de ellas.
Pedro estaba tan concentrado que no notó que había una ardilla correteando de un árbol a otro. De repente, esa ardilla se acercó e hizo tal ruido que Pedro se asustó, perdió el equilibrio y se tropezó.
—¡Papááá! —gritó Pedro desconsolado.
—Ya veo..., te has asustado y por eso te has tropezado.
—He oído un ruido extraño. ¡Qué miedo!
—Creo que ha sido alguna ardilla. No te lo esperabas, ¿verdad? ¡Qué susto te has debido de dar! Curaremos esta herida y luego puedes volver, ¿vale? —Pedro asintió—. No te preocupes, seguro que son animalillos del bosque. Estoy cerca por si me necesitas.
Las palabras de papá animaron a Pedro a seguir con sus interesantes hallazgos. Continuó trepando, saltando y escarbando. Estaba observando unos gusanos con su lupa cuando algo le llamó la atención.
Rufo se dirigía hacia él mientras agitaba la cola rápidamente, aunque… ¿qué era aquello que traía en la boca? Parecía un bicho un poco raro… ¡Ah! ¡Rufo había arrancado de un mordisco algo de la tierra! Pedro, con ojos curiosos, preguntó:
—Papá, ¿eso que trae Rufo es una seta? —preguntó Pedro con curiosidad—. ¿Y qué es eso que tiene que parecen miniramitas?
—¿Eso? ¡Son raíces! Rufo ha sacado la seta con ellas y todo.
—¿Raíces? —se extrañó el pequeño—. ¿Para qué sirven?
Él le explicó que todos los árboles, las plantas, las verduras… tienen raíces que las conectan a la tierra, y así pueden crecer y crecer.
—¿SABÍAS QUE NOSOTROS TAMBIÉN ESTAMOS CONECTADOS? ¡POR TODOS LOS MOMENTOS ESPECIALES!
—¿Nosotros también?
—¡Así es! Cierra los ojos un instante y piensa en algún momento que haya sido muy muy especial para ti. ¿Lo tienes