Mirabella y el hechizo del dragón

Harriet Muncaster

Fragmento

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No tardé mucho en prepararme para la fiesta. Recogí algunas flores del jardín para ponérmelas en el pelo. Después me colé en el vestidor de mamá y me eché sus perfumes hasta oler a mazapán y bayas moradas. Mamá siempre tiene los mejores perfumes. ¡Muchos los inventa ella misma!

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Luego volví a mi habitación y rebusqué en el baúl de mis juguetes hasta encontrar la vieja varita de hada, todavía sin estrenar. Estaba justo en el fondo, enredada en los collares que mi amiga Carlota me había regalado. Carlota es mi mejor amiga de la escuela de brujas, y siempre estamos haciendo planes y tramando cosas juntas.

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Saqué la varita y los collares, y me puse a desenredarlos. ¡Se me había olvidado que los tenía! Ambos llevaban unas cadenas largas de plata y, colgando de cada uno, un frasquito para pociones.

—Son para cuando tengas que hacer algo a escondidas —me había dicho Carlota—. ¡Puedes llevar contigo tus pociones adonde vayas!

Me quedé mirando los collares, y mi cabeza se puso a pensar rápidamente: le había prometido a papá que solo llevaría mi varita de hada al baile del solsticio, pero seguro que no haría ningún daño con un poquitín de magia brujesca… ¡Nunca se enteraría! Además, no estaba pensando «utilizar» los frascos de pociones. Simplemente quería «llevarlos» conmigo. Sería bonito. Me gustaba la idea de tener un secretito de bruja en el baile de solsticio.

Empecé a sentir que mis dos mitades chocaban entre sí. Mi lado de hada decía que dejara los frascos de pociones en casa. Que solo llevara la varita y que me portara lo mejor que pudiera, por papá. Pero mi lado de bruja decía lo contrario.

Y normalmente mi lado de bruja gana.

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Cinco minutos después, me encontraba subiendo a toda velocidad la escalera de caracol de la torre más alta de nuestra casa. La llamamos el Torreón de Bruja y es donde mamá guarda todos los ingredientes de sus pociones, su libro de hechizos y su caldero. Mamá siempre tiene los mejores ingredientes para pociones, los más caros y los más bonitos. ¡Mucho mejores que los míos! Me apetecía llenar los frasquitos de cosas brillantes y preciosas. Algo que quedara bien en un collar. Al fin y al cabo, solo era parte de mi look. No iba a utilizarlos.

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Levanté la vista hacia las estanterías que recubrían las paredes curvadas de la habitación de la torre, y me pregunté qué ingredientes podía meter en mis frasquitos. Había tarros con escamas de sirenas, remolinos de aliento de dragón y destellos de brillo de estrellas. Había ungüentos extraños, tubos de ensayo de cristal y pétalos de flores secas. Arriba del todo había una fila de frascos llenos de bicharracos que no quería mirar porque me daban escalofríos. Al final, bajé el tarro de aliento de dragón y una pequeña botella de semillas moradas brillantes. No estaba segura de lo que eran, pero quedarían preciosas en los frasquitos de mis collares.

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A las ocho en punto estábamos todos preparados para salir. Mamá se había puesto un vestido malva y una corona de flores, con la que parecía estar rara e incómoda. Wilbur no estaba muy contento con sus pantalones de color lavanda y su camisa con una flor. Pero papá estaba radiante.

—¡Estamos todos maravillosos! —dijo—. ¡Tenemos un aspecto muy de

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