Los cuentos como son

Rudyard Kipling

Fragmento

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NOTA DEL TRADUCTOR

Casi todos los cuentos reunidos en este volumen fueron publicados inicialmente en revistas. Esas primeras publicaciones, que salieron entre 1897 y 1902, ayudan a entender algunos detalles particulares del libro. Kipling encabezó el primer cuento publicado con estas palabras:

«Algunos cuentos hay que leerlos en silencio, y otros se prestan más a que se cuenten en voz alta. Algunos cuentos solo son apropiados para mañanas lluviosas, y otros para largas tardes calurosas, cuando uno está echado al aire libre. Otros cuentos son mejores para la hora de dormir».

Cuando Kipling se pregunta por qué algunos cuentos son «mañaneros» y otros no, la respuesta se la da su hija: «No sé por qué, pero eso es lo que Effie dice». Effie era el sobrenombre de su primogénita, Josephine, nacida en 1892. Kipling inventó, contó y luego compuso estas historias para ella. En ese mismo prefacio, Kipling escribe que algunos de sus cuentos le servían «para hacer dormir a Effie, y no estaba permitido cambiarles ni siquiera una palabrita». Estos tenían que ser contados tal como eran (just so, dice el autor), «o de lo contrario Effie se despertaba para recuperar la frase faltante. De modo que al final estos cuentos llegaron a ser como conjuros». Es decir, para que funcionaran, tenían que ser contados con las palabras precisas.

En el invierno de 1899, tanto a Kipling como a su hija les entró una enfermedad de la que ahora, en 2020, se habla mucho: neumonía. El escritor estuvo a punto de morir; su hija no pudo superarla y falleció en marzo, con poco más de siete años. Kipling, decían sus amigos, «nunca volvió a ser el mismo». Tres años después, en 1902, tras una larga crisis, y cuando al fin fue capaz de reunir en un libro los cuentos que le contaba a su niña, les puso ese título, Just So Stories, es decir, los cuentos como eran, o como son, los cuentos tal como le gustaban a Effie, a Josephine, a Taffy, pues todos esos nombres recibía su hija. Por estas circunstancias biográficas escogí el título con que ahora los publicamos en español: Los cuentos como son.

En vista de que los cuentos tenían una destinataria inicial concreta, en todos ellos hay una invocación a alguien que está presente y a quien la historia se cuenta. Estas interpelaciones, en inglés, son un vocativo que no distingue ni el número ni el género de ese destinatario presente o imaginario, así: O Best Beloved, My Best Beloved, o bien, a secas, Best Beloved. Teniendo en cuenta que el primer narrador de estas historias, el mismo Kipling, se las contaba a una persona concreta, a su hija Josephine, he optado por una invocación que en la gramática castellana no admite la ambigüedad: está en singular y en género femenino, y con las mayúsculas del original: «Amada Mía». Con ocasionales variantes: «Oh, Amada Mía», o bien, «Mi Más Amada».

Como en las invocaciones que acabo de mencionar, también en otras partes de las Just So Stories se hace un uso de las mayúsculas que no es el ortodoxo en la ortografía inglesa. Kipling, en anotaciones dirigidas al editor, insistía en que estas mayúsculas se mantuvieran. Creo que esta insistencia suya tiene que ver con la intención de que ciertos animales, algunos seres, sitios y funciones, fueran entendidos más como arquetipos que como seres específicos. Cuando Kipling escribe Man o Woman no está escribiendo del hombre ni de la mujer tal, sino del Hombre y la Mujer como seres esenciales, y en este sentido, como todos. Lo mismo si escribe Ballena o Elefante, o Alfabeto, o Gato o Caballo. El uso de estas mayúsculas, en el texto español, respeta esta intención explícita del autor.

Kipling, que nació en la India, que vivió en distintas partes del mundo, y que leyó y viajó mucho, hace uso en estos cuentos de algunas palabras y expresiones en lenguas exóticas para el público inglés y también para el de lengua española. Estas palabras, a veces reales y a veces inventadas, se respetan en la traducción que proponemos.

Por último, a veces Kipling imita la forma de hablar de los niños, con conjugaciones verbales imperfectas y con una fonética infantil. En la medida de lo posible he intentado mantener también estas cosas de niños, que seguramente tenían que ver con la forma de hablar de su pequeña hija Taffy.

Héctor Abad Faciolince

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CÓMO SE LE FORMÓ LA GARGANTA A LA BALLENA

Había una vez en el mar, oh, Amada Mía, una Ballena que comía peces. Comía estrellas y agujas de mar, cangrejos y lenguados, platijas y lubinas, rayas y rapes, arenques y caballas, lucios y sardinas, y hasta la mismísima lisa y escurridiza anguila. Todos los peces que encontraba en el mar iban a dar en su boca, ¡así: glu, glup! Hasta que solo quedó un pececillo en el mar, un Pececito Astuto que nadaba detrás del oído derecho de la Ballena para estar fuera de peligro. Entonces, la Ballena se alzó sobre su cola y dijo: «¡Tengo hambre!». Y el Pececito Astuto dijo con su astuta vocecita:

—Noble y generoso Cetáceo, ¿no has probado nunca antes al Hombre?

—No —dijo la Ballena—. ¿Qué tal es?

—No está mal —dijo el Pececito Astuto—. Sabroso aunque un poco pesado.

—Entonces consígueme alguno que otro —dijo la Ballena, y coleó hasta que el mar se llenó de espuma.

—Uno a uno es suficiente —dijo el Pececito Astuto—. Si nadas hacia la latitud cincuenta grados norte, longitud cuarenta grados al oeste (esto es magia), encontrarás, sentado en una balsa en medio del mar, vestido únicamente con unos pantalones azules de lona, con tirantes (no se te pueden olvidar los tirantes, Amada Mía) y con una navaja, a un Marinero náufrago, que, es justo que te lo advierta, es un Hombre de una sagacidad y unos recursos infinitos.

Entonces, la Ballena nadó y nadó hacia la latitud cincuenta grados norte y longitud cuarenta grados oeste, tan rápido como pudo y, en una balsa, en medio del mar, vestido únicamente con unos pantalones azules de lona, con tirantes (tienes que acordarte especialmente de los tirantes, Amada Mía), y con una navaja, encontró a un solitario Marinero náufrago que arrastraba los pies en el agua. (Su madre le había dado permiso para patalear en el agua, de lo contrario no lo habría hecho nunca, porque era un Hombre de una sagacidad y unos recursos infinitos).

Así que la Ballena abrió la boca todo lo que pudo, más y más hacia atrás, hasta que casi se tocó la cola, y se tragó al Marinero náufrago, con la balsa en la que iba sentado, y los pantalones azules de lona, y los tirantes (que no se te pueden olvidar), y la navaja. Se lo tragó todo y lo llevó hasta sus cálidas y oscuras entretelas, y se relamió los labios, de esta manera, ñam, e hizo tres volteretas con la cola.

Pero tan pronto como el Marinero, que era un Hombre de una sagacidad y unos recursos infinitos, se encontró completamente dentro de las cálidas y oscuras entretelas de la Ballena, empezó a patalear, y a saltar, y a manotear y a golpear, y chocó, y bailó, y brincó, y empujó, y renegó, y mordió, y corrió, y reptó, y buscó, y gritó, y cayó, y lloró y suspiró, y gateó y berreó, y aulló, y luchó, y bailó el hornpipe donde no debía, y la Ballena se sintió realmente indispuesta. (¿Se te han olvidado ya los tirantes?).

Entonces le dijo al Pececito Astuto:

—Este tal Hombre es muy pesado, y además me está dando hipo. ¿Qué debo hacer?

—Dile que salga —dijo el Pececito Astuto.

Así que la Ballena llamó garganta adentro al Marinero náufrago:

—¡Sal y compórtate! ¡Me ha dado hipo!

—¡Nones! —dijo el Marinero —. No por ahora, tal vez más adelante. Llévame a mi costa natal y a los acantilados blancos de Albión, y allí lo pensaré.

Y empezó a bailar con más fuerza que antes.

—Mejor llévalo a su casa —le dijo el Pececito Astuto a la Ballena—. Debí haberte advertido que es un Hombre de una sagacidad y unos recursos infinitos.

Así que la Ballena nadó y nadó y nadó, con ambas aletas y con la cola, tan fuerte como pudo por el hipo; y finalmente vio la costa natal del Marinero y los acantilados blancos de Albión, y se acercó prácticamente hasta la playa, y abrió la boca grande, grande, grande y dijo:

—Parada para Winchester, Ashuelot, Nashua, Keene y demás estaciones de la vía a Fitchburg.

Y exactamente cuando dijo Fitch, el Marinero salió caminando por la boca. Pero mientras la Ballena había estado nadando, el Marinero, que era ciertamente un Hombre de una sagacidad y unos recursos infinitos, había sacado su navaja y había recortado la balsa hasta formar una especie de red en cuadrícula, y había hecho una malla tejida y amarrada firmemente con sus tirantes (¡ahora ves por qué no podías olvidarte de los tirantes!) y había remolcado y puesto la malla bien apretada en la garganta de la Ballena, ¡y ahí se quedó atrancada! Luego procedió a decir la siguiente sloka[1], que seguro no has oído y paso a recitarte:

Con ayuda de una balsa

construí toda una red

a fin de que así pararas

esas ganas de comer.

Hay que saber que el Marinero era también hi-ber-nio, o irlandés. Y este salió caminando por la playa de guijarros, y se fue a casa de su madre, que le había dado permiso para remojarse los pies en el agua; y se casó y vivió feliz de ahí en adelante. Lo mismo la Ballena. Pero desde ese día, con una malla atorada en la garganta, que no podía ni toser para afuera ni tragarse para adentro, la Ballena no pudo seguir comiendo todo lo que quería, sino solamente peces muy muy pequeños; y esa es la razón por la cual, hoy en día, las ballenas no comen ni hombres, ni niños, ni niñas.

El Pececito Astuto fue y se escondió en el lodo debajo de las patas de la Patagonia. Tenía miedo de que la Ballena se hubiera enfadado con él.

El Marinero se llevó la navaja a su casa. Tenía puestos los pantalones azules de lona cuando salió caminando por los guijarros. Los tirantes se habían quedado en el interior, ya lo sabes, sujetando la malla. Y este es el final del cuento.

Cuando el ojo de buey se oscurece de verde

por las olas del mar que vienen y se pierden;

cuando el barco se mece (y también se estremece)

y el cocinero cae en la sopa que cuece,

y los fardos se mueven y se alzan en vuelo

y la niñera yace desplomada en el suelo;

cuando mamá te dice que la dejes dormir,

cuando no te despiertan, ni te hacen vestir,

si no has adivinado y, cueste lo que cueste,

sabrás que estás entonces en latitud cincuenta

del norte, y en longitud cuarenta del oeste.

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CÓMO LE SALIÓ LA JOROBA AL CAMELLO

En el principio de los tiempos, cuando el mundo aún era muy nuevo y todo, y los Animales apenas estaban empezando a trabajar para el Hombre, había un Camello que vivía en mitad de un Jorobado Desierto, porque no quería trabajar; para colmo, el Camello jorobaba a los demás. Comía ramitas, espinas, tamariscos, algodoncillos y cactus, y era un holgazán empedernido. Cuando alguien le hablaba, siempre respondía «¡Joróbate!». Solo «¡Joróbate!» y nada más.

Un lunes por la mañana, el Caballo llegó a saludarlo con la montura en el lomo y el freno en la boca, y le dijo:

—Camello, oh, Camello, ven a trotar como todos nosotros.

—¡Joróbate! —dijo el Camello.

El Caballo se fue y se lo contó al Hombre.

Al rato vino el Perro, con un palo en la boca, y le dijo:

—Camello, oh, Camello, ven a corretear y a recoger y a cargar cosas como todos nosotros.

—¡Joróbate! —dijo el Camello.

El Perro se fue y se lo contó al Hombre.

Al rato vino el Buey con el yugo al cuello y le dijo:

—Camello, oh, Camello, ven a arar

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