Ama con la mente, no (solo) con el corazón

Gianmarco Guevara

Fragmento

amaconlamente-1

Índice

El aperitivo…

Introducción

1. No busques a alguien que te quiera tal y como eres

2. Diez señales de que mantienes una relación saludable

3. ¿Cómo sé que va a durar?

4. Diez claves para aumentar la intimidad no sexual

5. Sí, todo esto es común

6. Bajando las armas: reiniciando la conversación

7. ¿Por qué te conformas con migajas? El amor no es incondicional

8. Banderas rojas: ¿cuándo llega la hora de dejar ir?

9. Lázaro: levantándote luego de terminar

10. Diez formas de demostrar que respetas tu relación

11. Once detalles que harán diferente tu matrimonio

12. El postre: doce consejos breves para fortalecer el vínculo con tu pareja

Agradecimientos

Bibliografía

Notas

Legal

Sobre el autor

Sobre este libro

El aperitivo…

Me gusta pensar que lo que plantea este libro es verdaderamente revolucionario, sobre todo en una época como la nuestra, en la que buena parte de la sociedad se deja llevar por las emociones o el corazón para tomar decisiones que involucran a sus relaciones amorosas. «Escucha a tu corazón», «sigue tu instinto», entre otras, son frases que se han puesto de moda. Y muchas veces nos estrellamos contra una pared por «seguir» a ese corazón.

Ocurre que nos hemos acostumbrado a decidir basándonos en lo que «nos dice» el corazón. El problema es que no siempre será un corazón sabio, sino un corazón con miedos, con carencias, con heridas… Por eso, nuestras decisiones a veces no son las correctas y nos mantenemos ligados a personas que nos maltratan, nos hieren o que son indiferentes con nosotros. Y salir de una relación así resulta muy complicado.

Tenemos que acostumbrarnos también a amar con la mente. Decidir sobre la base no solo de lo que nos gusta, sino —aunque pueda sonar frío— de lo que es mejor para nosotros. Optar por no hacerle caso a tu corazón porque te das cuenta de que la otra persona no es la mejor para ti es un acto muy valiente, porque eliges sufrir por un plazo corto para no hacerlo por mucho tiempo más. Sin embargo, no todos tienen esa capacidad de decisión.

A lo largo de estos años he conversado con parejas y pacientes solos que han atravesado por todo tipo de problemas. Muchos de esos casos me han servido como inspiración para desarrollar el contenido de este libro. Sus historias —por supuesto, siempre con nombres y ubicaciones ficticias— permiten que se pueda entender mejor cada punto y concepto.

Son esas vivencias las que me han motivado a escribir estas líneas y compartirlas con ustedes, con la esperanza de que, al darlas a conocer, sirvan para evitar o enmendar situaciones que nos hacen daño y lograr así que nuestra vida afectiva nos acerque un poco más a la felicidad. Pero todo eso implica tomar decisiones que no siempre son las que adoptaría únicamente el corazón. Por ello considero que es mejor que amen (también) con la mente.

Este libro es un viaje por las etapas que solemos atravesar en el amor. Inicialmente, abordaremos al amor como tal: qué es lo que debemos buscar, las señales que nos dicen que una relación podría funcionar, lo importante que es la intimidad no sexual y todas esas cosas que comienzan a ocurrir en una relación y que creemos que solo nos suceden a nosotros, pero que en realidad son bastante comunes.

Luego, nos adentraremos en los momentos más difíciles en una relación: cuando nos damos cuenta de que solo nos dan «migajas» de amor (y por qué a veces nos conformamos con ello), las señales que nos dicen que es mejor partir, aunque el corazón «diga» lo contrario; y cómo podemos enfrentar una ruptura a pesar de tener ese mismo corazón destrozado, para poder amar de nuevo, esta vez más sanamente.

Finalmente, en los últimos capítulos trataremos sobre las relaciones ya consolidadas, a las que buscamos hacer florecer, para que nuestra vida en pareja configure una base hermosa y saludable para el resto de nuestra existencia. No será un viaje fácil, pero, como digo muchas veces, nada realmente bueno lo es.

Introducción

«Ah, el amor es un sentimiento tan lindo…». ¿Lo has escuchado antes? No lo dudo. A lo largo de los años, los medios de comunicación nos han vendido la idea de que el amor es un sentimiento; es decir, una experiencia que está relacionada con estados emocionales específicos. Y el amor —al menos el de verdad, ya sea familiar, amical, filial, romántico, propio, de cualquier tipo— no solo está relacionado con un estado emocional. Como al inicio de nuestra relación me siento locamente atraído por ti, te puedo amar con locura. Más adelante, luego de dos o tres años, con la llegada de la rutina y varias peleas en las que quiero lanzarte por la ventana (figurativamente, claro), ya no te puedo amar. ¿Es así?

No, no lo es. Siempre recuerdo el caso de una pareja de esposos con la que conversé hace algunos años. Se amaban mucho, pero su relación tenía múltiples conflictos. Él decía: «Cuando conversamos y ella me levanta la voz, me hace enojar muchísimo. Tengo ganas de gritarle también, de golpear muebles y de sacarle en cara cosas que hizo antes y de las que sé que se avergüenza. Pero trato de serenarme, de respirar un momento y pensar, y bajo el tono con el que le hablo».

Hace años, en mis veinte, cuando formaba parte de un grupo de iglesia, nos invitaron a salir un sábado en la madrugada a recorrer el centro de Lima para ayudar a aquellos que se encontraban en un estado vulnerable. Cuando supe la hora en la que haríamos el recorrido y el lugar, lo dudé. Quienes conocen el centro de Lima saben que durante la madrugada puede ser muy, muy peligroso. Sin embargo, nos aseguraron que estaríamos acompañados por personas familiarizadas con la zona, quienes conocían a los que solían rondarla con fines no muy santos, y que así no nos pasaría nada. Todavía con ciertas vacilaciones, acepté.

En la noche pactada, un bus nos trasladó al local desde donde saldríamos caminando. A eso de la una de la madrugada, en un grupo compacto, salimos a recorrer las calles. Era cierto lo que nos habían dicho: la mayoría, al reparar en quienes nos dirigían, respetaba al grupo (y digo «la mayoría» porque no faltaron algunos escupitajos e insultos en el recorrido). Al parecer, sabían por qué estábamos allí. Durante la caminata, que fue agotadora, recogimos a niños (y niñas) que deambulaban solos por la calle, borrachos, personas bajo el efecto de las drogas y algunos enfermos. Entre estos últimos, encontramos a un anciano sucio y desarrapado, al parecer esquizofrénico, al lado de una montaña de basura. Tenía una gran herida abierta en la pierna, que no había sido tratada de modo alguno, en la que pululaban gusanos de moscas que, literalmente, se lo estaban comiendo vivo.

El líder del grupo se acercó al anciano y, con un paño húmedo, comenzó a limpiar los alrededores de la herida. No pude dejar de notar su cara de desagrado en algunos momentos. Yo, que había hecho algunas cosas pequeñas, no podía acercarme por la repulsión que me causaban el olor, la suciedad del lugar y el estado de la herida. Lo levantaron en una camilla hecha con dos palos de escoba y una lona y fue llevado al local de donde salimos.

Cuando amanecía, ya de regreso en nuestro punto de partida, me acerqué al líder que había atendido al anciano y le pregunté generalidades: cuánto tiempo tenía haciendo ese trabajo, cuán peligroso le parecía, etcétera. Hasta que le confesé que había percibido, por su cara, el asco que le causaba acercarse al enfermo, tocarlo y limpiarle la herida.

—¿No «te da cosa» tocarlo? Yo no sé si podría. ¿Qué pasa si reacciona violentamente, si te contagias de algo…?

—Sí, claro que me da asco. Pero también es una persona como yo, solo que no tuvo la suerte que yo he tenido de estar lúcido y tener una familia que me cuide.

Estas dos situaci

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