Entiende la tecnología

Nate Gentile

Fragmento

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INTRODUCCIÓN

El ser humano es una especie relativamente limitada en cuanto a capacidades físicas: no es el animal más rápido ni el más fuerte. No puede volar, ni saltar alto, tampoco sobrevivir demasiado tiempo en el frío o en general en condiciones extremas. Pero sin duda es la especie con mayor capacidad de adaptación que habita la Tierra, y todo gracias a la tecnología.

Lo que más me fascina de la tecnología es que es capaz de elevarnos hasta puntos que ninguna otra especie ha alcanzado, por lo menos que nosotros sepamos. Conseguir logros y hazañas que hace pocas generaciones jamás hubiésemos imaginado, e irónicamente estas hazañas serían imposibles sin el trabajo de esas generaciones pasadas. A lo largo de la historia de nuestra civilización han ido surgiendo grandes inventos que han cambiado completamente las reglas del juego, desde la agricultura a las máquinas que protagonizaron la Revolución Industrial, los microchips y la inteligencia artificial, la revolución que vivimos en la actualidad. Pero, sobre todo, la tecnología son superpoderes. Sí, piénsalo, son superpoderes.

Sin tecnología no podemos hablar con personas que están a miles de kilómetros de nosotros, viajar de una punta del planeta a la otra en cuestión de horas, saber el estado de salud de nuestro cuerpo y curarlo, o incluso tener acceso a grandes cantidades de información desde cualquier lugar y en cualquier momento. Con los últimos adelantos hasta podemos hablar con las máquinas en lenguaje natural (nuestro lenguaje del día a día) y que nos expliquen prácticamente cualquier concepto o que escriban código de programación por nosotros para manejar otras máquinas.

Por esto y mucho más la tecnología me vuelve loco desde que tengo memoria. Uno de mis pasatiempos favoritos es entender cómo funcionan las cosas, especialmente las que el ser humano ha creado con su ingenio. Empezó como un hobby cuando era pequeño y hoy, en mi trabajo, tengo la suerte de practicarlo cada día. No te voy a mentir, he sido un poco rarito desde que era niño: mis hobbies a lo largo de mi infancia y adolescencia han sido principalmente leer libros de ciencia y tecnología y ver documentales. Nunca me gustó el fútbol ni los deportes, ni tuve muchos de los intereses que tenían los chicos de mi edad. La verdad es que, cuando eres pequeño y estás obligado a encajar en un grupo social, a veces tener intereses fuera de lo común es un problema, pero ahora que tengo treinta y tres años, por lo menos en el momento en el que escribo esto, me reconforta saber que al final cuando eres adulto puedes convertir tus rarezas en fortalezas. Si eres raro como lo era yo y aún eres muy joven para verle las ventajas, tranquilo, con el tiempo seguramente juegue a tu favor. Y no lo digo solo por mí, piensa que la gente más talentosa e inspiradora que ha pisado nuestro planeta tampoco encajaba demasiado bien cuando era joven.

De todas las ramas de la tecnología la que más me ha fascinado desde siempre es la informática, porque en mi opinión es una de las menos intuitivas. A grandes rasgos puedes entender qué hace un motor de combustión o la física que hace que los aviones vuelen, o por lo menos hacerte un esquema mental que tenga sentido. Lo mismo ocurre con los relojes, las centrales de ciclo combinado y muchos otros inventos. Hasta puedes llegar a visualizar el funcionamiento de la radio en tu cabeza, aun siendo un niño, con algo de esfuerzo y entendimiento básico del electromagnetismo. Pero la informática… Esa sí que es otra bestia.

De niño me planteaba preguntas como estas: ¿Cómo es posible que una caja de color crema a la que llamamos ordenador pueda sacar esos gráficos coloridos en la pantalla? ¿Qué hay detrás de un programa como Word? ¿Cómo es posible que el ser humano haya creado algo así? Por mucho que le intentase dar un sentido a todo esto, yo no lo encontraba. Era algo imposible de comprender. No por nada el microprocesador es uno de los inventos más complejos y avanzados jamás creados por la humanidad. A día de hoy siguen siendo tan difíciles de diseñar que existe una delicadísima cadena de suministro y fabricación detrás de la creación de los chips más avanzados del mundo, chips como los que puedes encontrar en tu smartphone o tu MacBook.

Por eso, y por muchas otras cosas, decidí dedicar mi vida a estudiar y entender los ordenadores para aprender su funcionamiento y aprender a controlarlos, programarlos y modificarlos.

Nací en Uruguay en 1990. Cuando tenía diez años mis padres decidieron que nos mudaríamos a vivir a Italia. Dejé atrás a todos mis amigos y a todo el mundo que conocía para trasladarme a un país del que apenas conocía el idioma, a un pueblo muy pequeño en la mitad del campo donde no había muchos niños ni mucha cosa que hacer.

Como literalmente no había nada interesante con que entretenerme, en cuanto mis padres me dejaron conectarme a internet, empecé a aprender todo lo que pude acerca de los ordenadores. Investigué sobre ciberseguridad y sistemas operativos; aprendí sobre ataques DDoS, inyecciones SQL y exploits. Descubrí Linux y comencé a trastear con él. Probé distribuciones, recompilé el kernel de forma manual para entender qué hacía cada componente y hackear mi propia wifi de casa (o la de algún vecino). Pero no tardé en darme cuenta de que en este mundillo no saber programar es lo mismo que no saber leer. Puedes sobrevivir, pero te pierdes la mitad de las cosas.

Con once años empecé a aprender Python desde la página web oficial, Python.org. Uno de mis primeros programas fue Todd, un bot conversacional. Podías hablar con él y analizaba palabras clave dentro de lo que decías para darte una respuesta relacionada.

Luego seguí con la programación orientada a objetos con la que hacía pequeños juegos de cartas y otras aplicaciones. Más tarde me uní al Linux User Group de mi ciudad, donde conocí a gente con muchos más años que yo que me pasó todo tipo de material de lectura: libros sobre Unix, redes, el protocolo HTTP, incluso matemáticas y física.

Me gustaba tanto todo este mundo y todo lo que estaba aprendiendo que, literalmente, me pasaba los veranos pegado a la silla delante del ordenador, día y noche. No salía de casa a menos que mis padres me obligaran, algo extremadamente desagradable para mí. Contaba los minutos para volver a conectarme y seguir aprendiendo más y más. En realidad hacían bien en obligarme a salir para que me diera el sol, usara un poco la musculatura y esas cosas. Pero para mí el mundo digital era tan apasionante que todo lo demás me daba absolutamente igual.

Cuando llegó el momento de decidir qué quería estudiar, tenía tan interiorizado que la informática era algo que hacía de forma pasional que ni se me pasó por la cabeza que podría dedicarme a ello. Elegí Psicología, que también me interesa mucho (y uno de los temas sobre los que más leo a día de hoy). Pero justo antes de empezar el curso me di cuenta de que la informática también podía ser una buena profesión. No entendía cómo me iban a pagar por dedicarme a todo eso que yo ya hacía por pura diversión en mi casa, pero si podía ser así, vaya vida más feliz me esperaba.

Al cabo de unos años mis padres decidieron marchar a España, y sobre los dieciséis años me mudé a Barcelona, donde sigo viviendo actualmente. En España empecé a dedicar mi tiempo a aprender desarrollo web de forma autodidacta. Estaba llegando la Web 2.0, la web colaborativa, y parecía que programar páginas y aplicaciones web iba a ser el futuro, aunque esto nunca me gustó demasiado.

También aprendí sobre procesadores, placas base, tarjetas gráficas, montar ordenadores y todo lo que pudiese caerme entre las manos. Hasta me sacaba un dinero extra haciendo de servicio técnico a domicilio a pequeñas empresas y autónomos.

Mi padre, que confiaba mucho en mis habilidades, me presentó a un empresario que necesitaba un informático y programador para desarrollar su software de gestión. Yo tenía diecisiete años y nunca había trabajado, así que estaba dispuesto a trabajar prácticamente gratis.

Después de comprobar que realmente sabía programar, me puso a desarrollar por mi cuenta un módulo de CRM para gestionar los contactos de la empresa. En aquel momento no era tan fácil como hoy en día conseguir un CRM gratuito (todos los que había costaban dinero), sobre todo si querías personalizarlos a tus necesidades. Así que mi trabajo consistía en, poco a poco, ir creando el programa a la medida de los requisitos exactos de la empresa. Ese fue mi primer trabajo real de programador: era prácticamente un esclavo pero ya estaba en la rueda con diecisiete años, de ahí todo iría hacia arriba.

Siempre tuve una relación tóxica con los estudios. La verdad es que tantos cambios de país no me sentaron demasiado bien. En Italia era un estudiante ejemplar. Cuando vine a España a vivir, las cosas cambiaron. Dejé de estudiar en cuanto pude empezar a trabajar. Años más tarde hice la prueba de acceso a grado superior y acabé entrando en la universidad a distancia con veinticuatro años.

Pero, he de ser sincero, no iba conmigo. No quiero pecar de arrogante, tampoco que nadie se inspire en mí para dejar de estudiar. Estudiar es una gran idea y los profesores correctos te pueden literalmente cambiar la vida. En mi caso, que llevo toda la vida aprendiendo por mi cuenta, creo que seguir un camino único para todos, con un ritmo y con una profundidad preestablecidos es algo muy negativo. Creo que cada uno de nosotros somos en parte responsables de nuestra formación y que, como concepto, la educación debería tener más el aspecto de un árbol que se va desarrollando hacia abajo que no el de una lista de puntos por los que pasar.

Cada vez que aprendemos algo nuevo se nos abre por delante un mundo de posibilidades, una nueva rama de la que cuelgan muchas subramas. El conocimiento tiene forma de fractal y es prácticamente infinito. Aprender se parece más a navegar por un mapa, un mapa que deberías poder recorrer a tu manera y a tu ritmo, que deberías navegar guiado por la curiosidad. Esto dista mucho de lo que te ofrece la educación tradicional, donde normalmente tienes que pasar por una serie de temas preestablecidos, a veces de forma un poco arbitraria, y que son iguales para todos. Esta solución es práctica, porque si tienes decenas de alumnos en cada clase, es prácticamente imposible que cada uno pueda seguir su propio itinerario y al mismo tiempo asegurarse de que está aprendiendo algo. Pero también es muy ineficiente, y siento que gran parte de lo que se aprende en el colegio es una gran pérdida de tiempo. Además, cuando eres adulto te das cuenta de que la mayoría de las personas han olvidado casi todo.

Es cierto que el saber no ocupa lugar, aprender de cualquier cosa nunca va a ser malo. Pero estoy convencido de que si pudiésemos desarrollarnos siguiendo nuestra propia curiosidad desde pequeños le sacaríamos mucho más partido. Creo que lo mejor que pueden hacer los padres es facilitar a los niños que puedan desarrollarse en esas cosas por las que muestran interés. Aprender a ser autodidacta, tener la autogestión y la autodisciplina, o simplemente la curiosidad para aprender por tu cuenta y seguir algo que te apasiona es la habilidad definitiva en la era en la que vivimos y en los tiempos que vendrán en el futuro. Creo que algo parecido pasa con los estudios universitarios, por lo menos en ciertas áreas, tampoco es que pueda hablar por todos los campos. Pero en el mundo tecnológico, si aprendes rápido y sin ayuda, tienes una ventaja competitiva importante.

Siempre he sido bastante adicto al trabajo. Me identifico con mi profesión. No digo que sea algo bueno, tan solo es lo que es. Y con veinticinco años las cosas no me estaban yendo para nada bien. Necesitaba un cambio urgente. A lo largo de los años, tal y como había enfocado mi vida y me había proyectado a mí mismo, tenía el sueño de ser un gran programador y trabajar en un importante proyecto tecnológico. Quería de alguna forma cambiar el mundo a través de la ingeniería de software. Y en ese sentido me estaba acercando cada vez más a cumplir mis metas.

Durante un tiempo trabajé en una empresa de investigación científica donde participé en varios proyectos de la Agencia Espacial Europea y la Comisión Europea relacionados con la observación de la Tierra (imágenes de satélite) y el clima. Lo menciono porque creo que fue el trabajo que he tenido que más me ha gustado (fuera de lo que hago ahora, claro). Conocí a científicos e ingenieros inteligentísimos, muy por encima de mi nivel (que es el sitio ideal donde estar en casi cualquier momento de la vida). Pero pronto me di cuenta de que yo era el programador con más conocimiento de la empresa y que, por mucho que pudiese aprender de todo el equipo sobre matemáticas, ciencia de datos y muchos otros temas extremadamente enriquecedores, si quería seguir mejorando como programador, tenía que buscar una empresa enfocada en el desarrollo de software.

Así que cambié de trabajo. Conseguí un puesto de programador en una empresa con algunos de los ingenieros de software más brillantes que he conocido en mi vida. Eran personas extraordinarias con gran talento, muy afines a mí, con las que debatía acerca de todo tipo de cuestiones. Se trataba de un proyecto estable y ganaba mucho dinero, sobre todo para la edad que yo tenía entonces. Disfrutaba también de mucha libertad y me rodeaba de un ambiente intelectual muy fértil. Pero… en un par de años me di cuenta de que era extremadamente infeliz. Mi vida intelectual iba a morir en ese trabajo, que, por muy creativo e ingenioso que fuese, siempre se limitaba a la misma área de la tecnología. Era primero que nada programador, y por otro lado me estaba especializando cada vez más.

¿Qué pasa con hackear? ¿El hardware? ¿La programación concurrente? ¿Linux? Todas estas cuestiones me rondaban la cabeza. La bioinformática, la inteligencia artificial, todas esas áreas me interesaban y quería seguir aprendiendo. Este trabajo me estaba lastrando.

Había algo más en lo que pensaba mucho en aquella época: pasar horas sentado en una silla. No me malinterpretéis, amo programar. Me pongo y me puedo pasar diez horas sin mirar el reloj y pierdo completamente la noción del tiempo. Es una de las cosas más satisfactorias y atrapantes que he hecho nunca. Es una droga. Pero entonces sentía que estaba descuidando muchas otras áreas de mi vida que me llamaban mucho la atención: desarrollar mis dotes de comunicación, aprender sobre empresas y negocios, conocer gente, viajar, llevar un equipo, ver qué había más allá de esas cuatro paredes. Entiendo que algunos estaréis pensando que este tipo de cosas son las que tienes que hacer en tu tiempo libre, fuera de tu horario de trabajo. OK, estoy de acuerdo, pero soy una persona un poco obsesiva, y mi trabajo me obsesiona. Lo vivo como una de las partes más importantes de mi vida y lo disfruto inmensamente. No contemplo una vida en la que mi trabajo es una carga o solo cubre algunas de mis necesidades. Estamos hablando de aquello a lo que le dedicamos un tercio de nuestra vida adulta, otro tercio lo dormimos.

Para mí, el trabajo ideal es un estilo de vida, que disfrutas y te llena y te realiza como persona. Dedícate a lo que amas y no volverás a trabajar. Eso no es del todo cierto, te lo puedo asegurar, pero aun así creo que invertir en hacer algo que amas, tener como meta dedicarte a algo que realmente te satisface, junto con hacer ejercicio, dormir bien y alimentarte correctamente, va a hacer que tu vida valga mucho la pena. Invertir tu energía en cultivarte a ti mismo y llevarte al máximo nivel es apasionante. Y ya que te tienes que ganar el pan, lo ideal es que puedas hacerlo así. Admiro profundamente a todas las personas que cada día se levantan para luchar por su sueño y hacen las cosas con pasión, que viven y disfrutan de lo que hacen. Creo que es la manera correcta y la única de hacer las cosas: con pasión.

Pero en aquel momento, sufría una crisis personal profunda. Bastante profunda; hasta tomé antidepresivos. Abrí mi canal de YouTube como una vía de escape.

Al principio, con el canal, los objetivos eran dos: probar productos tecnológicos, que es algo mucho más superficial que entender la tecnología (aunque los productos también tienen un montón de tecnología por entender y explicar), y hablar sobre temas tecnológicos interesantes y dignos de investigar.

Con el tiempo he descubierto que hacer vídeos sobre tecnología satisface muy bien mis necesidades. Me permite dedicar tiempo a probar productos, así como nuevas tecnologías, investigarlas, entenderlas y luego explicarlas para que todo el mundo las pueda comprender. En los vídeos hay asimismo una parte artística y creativa importante, además de que me permiten desarrollar y cultivar muchas nuevas habilidades: el diseño gráfico, la filmografía, la redacción, hasta marketing y negociación para saber vender ideas a las marcas.

Acabé dejando mi trabajo y me empecé a dedicar por completo a mi canal. ¿Mi ocupación principal? Sigue siendo entender la tecnología, probarla, experimentarla y crear vídeos interesantes y cautivadores para que mi audiencia pueda no solo pasar un buen rato, sino también seguir aprendiendo. Aprender es extremadamente divertido. Entender la tecnología es muy disfrutable, por lo menos para mí. Y si lo es para mí, seguramente lo sea para muchos. Esa ha sido la base de todo lo que he hecho hasta la fecha y la clave del éxito que he cosechado a lo largo de los años.

A día de hoy hago muchas más cosas que producir vídeos. Aparte del canal, dirijo mi escuela tecnológica, Mastermind. Mi rol en Mastermind es de director de contenido. Trabajo mano a mano con los pro

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