Chispas (Colección Alfaguara Clásicos)

Manuel Rivas

Fragmento

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Soy feo, soy triste y además estoy enamorado.

Mi nombre es Chispas. El Chispas.

Heredé el apodo de mi padre. Era electricista y se murió mientras colocaba las luces de Navidad en la calle. Yo era muy pequeño. Me dijeron que lo había fulminado un rayo mientras se oían los villancicos por los altavoces.

Yo soy músico. Músico, músico. Músico de la música.

Un músico cósmico.

No, cómico no. Eso es una confusión, un error, una disonancia, una cacofonía, una chorrada, una chufla de cuatro ignorantes. Eso de que soy cómico es lo que los memos llaman ahora fake news, una noticia falsa. Una bola. Ni caso.

Y todo porque un día se me ocurrió decir la verdad, compartir mi secreto y contar mi historia. Una historia increíble, pero real. Nada de trola, nada de novela. Una historia, creo yo, macanuda, extraordinaria. La del primer músico cósmico.

—¿Cómico?

—Cómico, no. ¡Cósmico!

Hay gente que no es capaz de entender que hay otros mundos, aparte de este. Que va a lo suyo y ya no sale de ahí, todo el tiempo a su bola. Gente que cuando cuentas algo nuevo, algo diferente, que parece imposible, pues ya piensa que vas de fantasma o de rey del mambo.

Así que estate al loro. Cómico, no. ¡Cósmico!

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Yo soy serio. Muy serio. Y músico músico. De niño, aprendí a cantar antes que a hablar.

Ya lo decía mi abuelo:

—Este chaval no llora, ¡este chaval canta!

Y todos los vecinos, los que tenían buen oído, venían a oírme llorar.

—¡Hoy lloró estilo tango, che! —dijo Mariano, emigrante argentino, que había trabajado en un boliche, una discoteca en Buenos Aires.

—La segunda llorada fue linda como un fado —dijo la señora Amalia, que vino de Portugal y había sido lavandera de niña.

—¡Pues ahora ha llorado estilo hip-hop! —dijo Mangüi, un joven marinero.

Y había días en que al llorar imitaba el canto de los pájaros.

—A ver, Chispas, ¿cómo llora la abubilla?

—¡Bub-bub, bub-bub-bub!

—¿Y cómo llora el estornino negro?

—¡Chiuuuuuuiurulirulú!

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—Muy bien. ¿Y el jilguero? ¿Cómo llora el jilguero?

—¡Chugui, chiruuuuu, chuguí!

Y, según me contaron, la gente aplaudía emocionada.

—¿Y cómo lloran los delfines? —preguntó Mangüi.

—¡Los delfines no lloran! —dijo Choino, que era muy bruto.

—¿Cómo que los delfines no lloran, ignorante? —dijo Mangüi, enfadado—. ¡Tendrías que oírlos para saber lo que es llorar!

Sentí que algo especial me salía de dentro. Me puse a llorar como un delfín.

Y todo el mundo se quedó en silencio. Algunos incluso con lágrimas en los ojos. Empezando por el bruto de Choino.

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¿De qué te ríes?

Tú, sí. Sí, tú, chalado. ¿De qué te ríes? La música nació en los humanos de la misma forma que el canto en los animales. De la pena o la alegría. Del amor o de la muerte. Por eso, matar a un ruiseñor, que tanto canta de día como de noche, es un crimen que no tiene perdón. Como matar a una golondrina. Una golondrina, cuando emigra, puede recorrer diez mil kilómetros sin posarse. ¿Que dónde duerme? ¡En el cielo! ¿Que no te lo crees? Pues es verdad. Duermen en el aire, allá en lo alto, para alejarse de las rapaces y de tontainas como tú.

Un bosque es como una gran orquesta. El viento es música y cada árbol tiene la suya. La lluvia es música. Cada ola de mar tiene su clave musical, su cantinela. Eso lo saben hasta los berberechos. Incluso un mejillón fofo sabe eso. No, no estoy insultando a nadie, y menos a ti, mendrugo. Yo no vine aquí a darle cuerda a los gandules. A perder el tiempo con zascandiles. El que no quiera escuchar mi historia, que saque las bicicletas a pacer hierba.

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No, no estoy enojado.

Yo soy pacífico, lo que pasa es que digo lo que pienso, al pan pan, sin tapujos.

Si estuviese enojado te ibas a enterar de lo que vale un peine.

Yo, cuando me caliento, echo humo por la nariz.

Le canto las cuarenta al lucero del alba.

Pero eso es cuando me da el tic.

¿Qué es el tic?

Mejor que no lo sepas por ahora, mejillón peludo. Pero vete preparando. Será algo que no olvidarás en tu vida.

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