Ana de las tejas verdes 2 - Una amistad para siempre

Lucy Maud Montgomery

Fragmento

Índice

Índice

1. Ana al rescate

2. Un concierto, una catástrofe y una confesión

3. Una buena imaginación mal empleada

4 Un condimento novedoso

5. Invitan a Ana a tomar el té

6. Ana sufre por una cuestión de honor

7. La señorita Stacy y sus alumnos organizan un concierto

8. Matthew insiste en unas mangas abullonadas

9. El club de los cuentos

10. Vanidad y desolación

11. La desafortunada doncella de los lirios

12. Una época maravillosa en la vida de Ana

13. Se organiza la clase de preparación para la universidad

14. Donde se encuentran el río y el arroyo

15. Publican la lista de aprobados

16. El concierto del hotel

17. Una chica universitaria

18. El invierno en la universidad

19. La gloria y el sueño

20. Un segador llamado muerte

21. La curva en el camino

1. Ana al rescate

CAPÍTULO 1

ANA AL RESCATE

PUEDE PARECER EXTRAÑO QUE ALGO TAN REMOTO como la política influyera en la vida que la pequeña Ana Shirley llevaba en Las Tejas Verdes, pero así fue.

En enero, el primer ministro de Canadá viajó hasta la Isla del Príncipe Eduardo para dar un discurso en un encuentro multitudinario celebrado en Charlottetown, a cincuenta kilómetros de Avonlea. Muchos de los habitantes del pueblo, entre ellos Marilla, decidieron asistir al mitin.

La mujer tenía cierto interés en la política y, dado que probablemente aquella tal vez fuera la única oportunidad que tendría de ver a un primer ministro en carne y hueso, decidió aprovecharla; así que dejó a Ana y a Matthew a cargo de la casa hasta que ella regresara al día siguiente.

Los dos estaban en la alegre cocina de Las Tejas Verdes disfrutando del fuego de la chimenea. Matthew daba cabezadas, cómodamente instalado en el sofá, y Ana estaba sentada a la mesa estudiando con empeño, a pesar de que se moría de ganas de empezar a leer el nuevo libro que Jane Andrews le había prestado. Pero si caía en la tentación, Gilbert Blythe sacaría mejor nota que ella al día siguiente, así que trató de imaginar que el libro no estaba allí.

—Matthew, ¿tú estudiaste geometría cuando fuiste al colegio?

—Pues no, la verdad —contestó él tras salir de su duermevela con un respingo.

—Ojalá la hubieras estudiado, porque así podrías entenderme —suspiró Ana—. Se me da fatal, Matthew. Me está amargando la vida.

—Bueno, yo no lo tengo tan claro —dijo él para tranquilizarla—. El otro día me encontré con el señor Phillips y me dijo que eras la alumna más lista de la escuela y que estabas progresando muy rápido. Por ahí dicen que Teddy Phillips no es un gran profesor, pero yo creo que no está mal.

Matthew habría defendido a cualquiera que alabara a Ana.

—Creo que se me daría mejor la geometría si el señor Phillips no cambiara las letras constantemente —se quejó Ana—. Yo me las aprendo tal como vienen en el libro, y él va y las pone de otra forma... No es justo. ¿Cómo se lo estarán pasando Marilla y la señora Lynde? La señora Lynde dice que si las mujeres tuvieran derecho a voto, no tardaríamos en ver un cambio maravilloso. ¿Has cortejado alguna vez a una mujer, Matthew?

—Vaya, pues no, no creo que lo haya hecho nunca —respondió el hombre, a quien no se le había ocurrido pensar en algo así en toda su vida.

Ana reflexionó con la barbilla apoyada en las manos.

—Debe de ser muy interesante, ¿no te parece, Matthew? Ruby Gillis dice que cuando sea mayor va a tener muchos novios y que todos estarán locos por ella, pero yo creo que eso es exagerar un poco. Yo preferiría tener solo uno y con dos dedos de frente. Pero Ruby Gillis sabe mucho de estos asuntos, porque tiene un montón de hermanas mayores. La verdad es que yo no entiendo muy bien la mayoría de las cosas que ocurren en este mundo, Matthew.

—Bueno, la verdad es que yo tampoco las comprendo mucho —reconoció el hombre.

—Bien, voy a seguir estudiando. No abriré el libro que Jane me ha prestado hasta que haya acabado, pero es una tentación terrible, Matthew. Creo que voy a meterlo en la alacena de las conservas y que te daré la llave a ti para que la guardes. No debes dármela bajo ningún concepto, Matthew, ni siquiera aunque te lo suplique de rodillas, hasta que termine de aprenderme la lección. Y cuando acabe bajaré al sótano a buscar unas manzanas, ¿no te apetecen muchísimo, Matthew?

—Por supuesto que sí —contestó él, que nunca comía manzanas pero que sabía de la debilidad de Ana por aquella fruta.

Justo cuando Ana volvía del sótano, oyó unos pasos apresurados que avanzaban hacia la casa y, un instante después, la puerta de la cocina se abrió de par en par. Diana Barry entró, pálida y jadeante, con un chal enrollado de cualquier manera en la cabeza. Sorprendida, Ana dejó caer la vela y la bandeja que llevaba en las manos, de manera que todas las manzanas cayeron dando tumbos por la escalera del sótano.

—¿Qué pasa, Diana? —gritó Ana—. ¿Tu madre se ha dado al fin por vencida?

—Ana, por favor, ven rápido —imploró su amiga, nerviosa—. Minnie May está muy enferma, tiene difteria, o eso dice la joven Mary Joe. Mis padres se han marchado a la ciudad, así que no hay nadie que pueda ir a buscar al médico. Mi hermana está muy mal, y Mary Joe no sabe qué hacer... ¡Ana, tengo mucho miedo!

Sin decir ni una palabra, Matthew cogió su gorra y su abrigo y salió al jardín.

—Ha ido a preparar la yegua para ir a Carmody a buscar al médico —dijo Ana mientras se ponía la chaqueta—. Estoy tan segura como si lo hubiera dicho. Nos parecemos tanto que soy capaz de leer sus pensamientos sin necesidad de hablar.

—No creo que encuentre a los médicos en Carmody, todos se han ido a Charlottetown. La joven Mary Joe nunca ha visto a nadie con difteria, y la señora Lynde tampoco está.

—No llores, Diana —trató de calmarla Ana—. Yo sé qué hay que hacer con los enfermos de difteria. Te olvidas de que he cuidado a tantos niños que he visto de todo. Espera que coja el bote de ipecacuana, porque puede que en tu casa no haya. Ya está, vámonos.

Las

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