Modelos peruanas (que se ven peruanas)

Adriana Seminario

Fragmento

Prólogo
La otra belleza

Modelo. La palabra nomás es para ponerse nervioso. Si nos remitimos a su significado habitual, un modelo es un referente. Es algo que los demás deberían imitar. Es representativo. Es una suma de idealidades. Cuando hablamos de la moda y pensamos en los modelos de pasarela o de campañas publicitarias, automáticamente imaginamos cuerpos perfectos, miradas seductoras, pieles impecables. Los estándares de la estética dictan que las mujeres no deben tener ni celulitis ni caderas, que los hombres no pueden tener pelos en el pecho ni en las piernas. Los patrones que se nos imponen, desde los avisos publicitarios y los desfiles, son tan irreales e inalcanzables que hoy se considera normal que sean niñas de 13 y 14 años las que luzcan prendas para mujeres hechas y derechas o que presten su terso cutis para vender cremas antiarrugas.

La moda es una industria que mueve millones a nivel mundial y que ha construido sus propias reglas, sus propios esquemas, sus propios códigos. Si para una persona de carne y hueso que no da la talla (literalmente) mirarse en ese espejo es difícil, ¿se imaginan cómo la pasan los chicos y chicas que luchan por convertirse en esos íconos irreales? ¿Se imaginan cuánto hay en juego cuando la jovencita que asiste a un casting no tiene ojos azules ni un pelo rubio hasta la cintura? ¿Se han puesto a pensar lo atemorizante que es sentirte excluido o excluida de una industria simplemente porque tus genes no son los apropiados?

En Modelos peruanas (que se ven peruanas), Adriana Seminario aborda un tema difícil, con valentía y sobre todo con muchísima información. Aprovechando su experiencia personal, la de modelo de piel morena y rasgos «inusuales» para la industria, repasa cómo ha ido evolucionando la incipiente escena de la moda local desde los noventa, cuando el concepto «Marca Perú» era impensable, hasta la actualidad, cuando las modelos como ella, como Juanita Burga o Janet Leyva se han ido haciendo un espacio.

Lo interesante del aporte de Seminario es que, lejos de caer en un recuento de anécdotas y episodios sobre casos de discriminación, construye una argumentación muy alejada del mundo frívolo que le da origen para reflexionar sobre nuestra identidad. Sobre la importancia de valorar patrones más acordes con nuestras características. Con la necesidad de apreciar lo nuestro, no porque es peruano y punto, sino porque seguir privilegiando, siempre, patrones nórdicos de belleza es una manera de no querernos. De no asumirnos. De ceder ante una especie de nuevo colonialismo europeo que esta vez no llega con carabelas y soldados, sino con angelicales seres de metro ochenta y carita pálida.

No hay un solo tipo de belleza en el mundo. La diversidad y la naturalidad se están apoderando del imaginario de los seres humanos. A la modelo de 41 kilos y metro setenta le gana una bloguera común y corriente cuyos looks venden más que un editorial de modas en Vogue. En este escenario en que los códigos y las reglas de la moda se rompen en cada esquina de la web, en cada taller de diseño independiente, en cada adolescente que desafía al mundo colgando su foto en traje de lentejuelas y zapatillas Converse, la otra belleza, esa que se esconde tras enigmáticos ojos negros y frondosas melenas oscuras, tiene una oportunidad.

Adriana lo sabe. Este libro es para que nos enteremos todos los demás.

Patricia del Río

Introducción
Nada personal

«No me apena ni un poquito. No me siento menos ni me avergüenza, porque no hay nada de qué avergonzarse. O tal vez sí. Vergüenza de que aún existan estas ideas en mi generación, que creía libre y sin prejuicios. Vergüenza de que aún existan visiones como esta, que inevitablemente impedirán el desarrollo de una moda peruana auténtica e integrada. Porque si seguimos mirando hacia afuera como si nosotros fuésemos menos, entonces seremos derrotados. Porque la confianza en ser uno mismo y saberse hermoso resulta invalorable. Si realmente deseamos que la moda se convierta en el próximo boom nacional, tenemos que ignorar la insensatez que nos divide. Una reflexión interesante para empezar un lunes. Y sí, el negro es un tono que todas pueden usar, siéntanse libres».

Este fue el mensaje que escribí en mi blog, The Androgyny, el 5 de mayo de 2012. Sentada frente a una pantalla brillante, a medio camino de redactar otro post, escribí la primera y única versión del texto que acaban de leer. La historia es la siguiente. Realicé una sesión de fotos para la campaña del diseñador peruano José Clemente y publiqué una de las tomas en el Facebook del blog. En la foto, aparezco junto a Guillermo Cerpa, otro modelo peruano. Ambos llevamos atuendos negros. Él usa una camisa y un pantalón, y yo, un vestido de encaje con cuello cerrado. Grande fue mi sorpresa al encontrar que, minutos después de compartir la imagen, una persona comentó lo siguiente:

«Tu piel negra con tu cara típica andina no creo que sea acertado combinarlas con negros. Solo tienes que ver al chico que te acompaña. Qué luz tiene con el negro y mira cómo tú apareces totalmente oscurecida. En esta foto no existe la regla básica de la moda, la has roto u olvidado, no sé. Te recuerdo que hay una prenda para cada tipo de cara, cuerpo, etc. Saber qué sí y qué no debo ponerme. Mala elección del diseñador y el estilista de la campaña».

Al inicio pensé en borrar ese comentario. No por vergüenza ni porque me afectaran esas palabras, sino para ahorrar el drama y la indignación a mis lectores. Sin embargo, algo me detuvo frente al botón de delete. No había motivo para ignorar eso. Hacerlo visible era la mejor manera de dar cuenta de lo retrógrado de este tipo de pensamiento. A los pocos minutos de responder públicamente este comentario, comencé a recibir una avalancha de mensajes de apoyo.

«Hola, en realidad no me cabe en la cabeza que, en tiempos donde se habla tanto que las reglas en la moda están para romperse y que los blogs —hoy más que nunca— han puesto la moda al alcance de las personas, siga habiendo gente tan cuadrada que base sus opiniones en supuestas reglas que lo único que hacen es ocultar su discriminación e ignorancia. Te felicito por tu respuesta tan inteligente, ya que no caíste en ofender a nadie para defenderte».

«¿Lo ven? Hay gente que entiende el punto», me dije a mí misma. A raíz de todo esto nació una inquietud. Una duda sobre lo que veía en las pasarelas de la creciente industria de moda local. ¿Era posible triunfar como modelo en el Perú siendo no blanca, no pálida, no de ojos azules ni de cabello claro? Ejemplos como el de la modelo Juanita Burga, la única peruana que ha desfilado en todas las capitales de la moda, mostraban que sí, pero su caso se veía remoto, casi aislado.

En nuestro país, ser modelo y tener «buena presencia» son ideas estrechamente vinculadas. Rápidamente imaginamos personas con cabellera rubia, ojos claros y piel blanca. Es como si todos fuésemos conscientes de lo lejano de ese modelo y, aun así, neciamente busquemos mimetizarnos con él. Sin embargo, con la apuesta de cierta parte de la industria local por la inclusión de modelos con rasgos más étnicos, ¿se puede decir que esto sigue vigente?

*

Se requiere «buena presencia».

Nunca una frase dijo tanto en tan pocas palabras. Cumplir este requisito en nuestro país es tácitamente indispensable para varios puestos laborales. Con un limitado nivel de sutileza, muchos avisos laborales solicitan buena presencia para puestos que implican una relación directa con el público. Es decir, cuando hay que mostrar un rostro al cliente. Pero ¿qué significa tener buena presencia? ¿Cómo decir que se cumple o no con este requisito?

La idea de verse bien podría estar relacionada con el buen vestir. Es decir, con un gusto refinado en la selección de zapatos, con un adecuado corte de cabello o con el uso correcto del pantalón y la chaqueta según la temporada. En síntesis, es la manera cómo cada uno estiliza a diario la mejor versión de sí mismo. Sin embargo, en nuestra sociedad la idea de verse bien, de ser dueño de una «buena presencia», no está ligada a objetos que podamos usar o no sobre nuestros cuerpos. En todo caso, no solo a eso.

En el Perú la llamada «buena presencia» está definida por determinadas características físicas concretas. Entre ellas, una estatura por encima del promedio peruano, que es de 1.65 metros en los hombres y 1.55 metros en las mujeres. Cabellos claros y finos, de preferencia en tonalidades rubias o castañas ligeras. Narices pequeñas, perfiladas y respingadas, labios finos, frente amplia y despejada, mentón pronunciado, torso y piernas largas, vello facial en el caso de los hombres. Para varios empleadores, una persona con estas características se vería mejor atendiendo a sus clientes. En teoría, proyectan una sensación de seguridad, formalidad y modernidad. Todo lo que, para ellos, una persona de rasgos indígenas no otorga. Para muchos es chocante cuando estas descripciones se hacen explícitas, pero no por ello son menos reales.

El inciso 2 del artículo 2 de la Constitución peruana señala que nadie debe ser discriminado por origen o raza. Sin embargo, vemos con frecuencia que la llamada «buena presencia» se utiliza en la práctica para establecer jerarquías ilegales entre los ciudadanos. Allí, donde nadie puede ser abiertamente racista, se esgrime el argumento de la «buena presencia» para aceptar, contratar o dejar ingresar o no a personas con ciertas características físicas.

¿Qué sucede si eres morena, pero de una gran estatura, complexión delgada y ojos claros? ¿Qué pasa con los cajamarquinos, de tez blanca, pero con rasgos típicamente andinos? Muchos pueden pensar que es un criterio subjetivo, como la opinión acerca de una obra de arte. Después de todo, ¿cómo puedes decir si alguien es atractivo universalmente? La buena presencia para trabajar de mesera en un restaurante de pollos a la brasa no es la misma buena presencia que solicita un anuncio de gerente comercial para una empresa minera. La buena presencia para atender a los clientes en el counter de una compañía telefónica no es la misma que se espera de una diseñadora de interiores de un exclusivo estudio de diseño. Sin embargo, parece que el rasgo común es el mismo: una tendencia a lo claro.

Los modelos profesionales son los rostros que marcan la pauta de lo que es una persona con buena presencia en una sociedad. Sus rostros adornan portadas, carteles, paneles y programas de televisión, y con su imagen envían un mensaje semiótico a las personas: somos el ideal de belleza. En nuestra sociedad, la cultura publicitaria utiliza un término bastante peculiar para justificar la casi exclusiva presencia de gente calificada como blanca: lo aspiracional. Sin embargo, ¿cómo podemos aspirar a vernos como algo que nunca podremos ser?

Entendemos por aspiracional la lógica publicitaria que expone Jorge Bruce en Nos habíamos choleado tanto, la cual asume que el público aspira a alcanzar determinados estatus y estilos de vida, encarnados por personas con rasgos físicos que no corresponden a la gran mayoría de peruanos. La modelo argentina Valeria Mazza, como imagen de la tienda por departamentos Saga Falabella, o las páginas de sociales de algunas revistas locales son un claro ejemplo de esta lógica. Según Bruce, el argumento aspiracional, en realidad, pretende imponer una visión excluyente sobre la apariencia física y los supuestos ideales estéticos.

Los carteles de «no discriminación» se han puesto de moda en diversos locales de Miraflores, Surco, Jesús María y Pueblo Libre. No es difícil recordar los reportajes televisivos de denuncias frente a establecimientos que mantuvieron prácticas discriminatorias, sin ningún reparo, hasta hace poco. Incluso hoy, aunque cada vez son menos, quedan lugares que exhiben en sus puertas placas que rezan «El local se reserva el derecho de admisión».

Desde 2008, más de cuarenta municipalidades provinciales y distritales peruanas han tomado la decisión de emitir ordenanzas contra la discriminación. Según el a

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