Mis monstruos favoritos

Fernando Vivas

Fragmento

indice

Índice

Portadilla

Prólogo

MAGALY MEDINA: Amores urracos

Su única rebelión

La cagamos todos

Fatalidad, signo cruel

La rayada de Claudia

¿Acaso no hacemos lo mismo?

La calle es el límite

¿Por qué no nos dimos cuenta?

Nunca me imaginé

¿Pero cómo empezó todo?

¡No la lean!

A punto de nacer

Te bauticé sin querer

Desayuno con salchicha

Ampay me salvo

Los ampayados sí muerden

Pisando Cayo

A la reja

LAURA BOZZO: Un monstruo en comunicación

Testigo de confirmación

Embozzada

Los años sin rating

Los primeros puntos

Bozzo ibídem

¡Que pase Jeminguai!

Mentiras en la corte de los milagros

Entró el desgraciado

Sí era fujimorista

La maldición huachana

La hija ajena

El gran monitor

La imagen del Perú

ALEJANDRO TOLEDO: Alucinado de poder

Clic con todos

Hedonismo en los Andes

Cosa seria, el humor remedón

¿Y si nos sirve compararlo?

La más odiosa comparación

Hermanos y cuñaos

Creo que sé cuándo empezó todo

El mejor regalo para Alejandro

La verdad brilla cuando más la niegas

Empezó chueco

Fuera de aquí, mocosa

La sospecha original

Fin del vacilón

Sobre este libro

Sobre el autor

Créditos

mostro

Prólogo

No dan miedo porque los puedes sapear sin asco en la tele y cruzártelos en la calle sin sentir el impulso de cambiar de acera. Por el contrario, sigues tu camino con la frente en alto, y los miras a los ojos hasta estar lo más cerca posible de un codeo accidental. Porque no son monstruos fantásticos sino mortales, que solo muerden si los provocas o si saben que les tienes miedo o envidia, o las dos cosas a la vez. Yo he aprendido, por oficio, a no mostrarles pánico ni concederles mi ojeriza. Incluso, varias veces, hasta les he gruñido.

Eso sí, al escribir sobre ellos me veo obligado a tomar algunas precauciones y establecer ciertos límites. Aunque suelen zurrarse en el resto, los monstruos tienen derechos. No me meteré en sus guaridas ni en su vida privada, no seré difamador ni injuriante, presumiré su inocencia cuando no hayan sido sentenciados (bueno, con Alejandro Toledo eso será muy difícil). No seré como ellos cuando se portan mal.

La monstruosidad, en estos casos, no parte de mi actitud despectiva hacia esas personas, sino admirativa. No es mi odio ni mi repulsa, es mi asombro el que me pasma. Ah, pero también, junto al asombro, está el rechazo moral a lo que han hecho o se dice que han hecho en su apogeo.

Magaly fue mi amiga íntima, Laura mi enemiga íntima y a Toledo apenas lo he tratado, aunque me ha hecho poner a prueba mis ideas sobre la política más que cualquier otro presidente. Lo he votado, lo he seguido, lo he repudiado, lo he desenmascarado, y entre todos esos sentimientos amontonados, aquí me he propuesto simplemente entenderlo y entretenerlos en el intento. En realidad, eso vale para los tres. Por eso están entre mis monstruos favoritos.

Lo que sigue no son biografías resumidas, pero sí he querido detenerme en algunos pasajes esenciales en la formación de cada monstruo y que no han sido cubiertos por la prensa ni por sus biógrafos. Por ejemplo, me detengo en el papel de los esposos Nancy y Joel Meister al darle la gran oportunidad de su vida a Alejandro Toledo. Ese par de jóvenes del Peace Corps fue la primera audiencia a la que Alex —así lo llamaban— manipuló con su narrativa del error estadístico y la víctima del racismo. Ah, los monstruos tienen relatos, los viven y los cuentan, y a mí me gusta volver a contarlos analizando el porqué de cada giro, de cada variación, de cada engaño.

Por ejemplo, Toledo —les decía— contó el cuento del muchacho que venció la pobreza de su raza gracias a su acceso en circunstancias excepcionales a la educación. El candor del primer mundo, si lo hay, estuvo encarnado en los Meister, esa pareja que conocí cuando vino invitada a la toma de mando de su viejo amigo. Y me confirmaron, con lágrimas de alegría, que su entrañable Alex estaba llevando su relato a un momento de gloria. Yo ya pensaba distinto de él en ese entonces. Y ahora, claro, soy, como ustedes, testigo de su debacle. Pero no se lo quise decir a Joel y Nancy, porque hubiera arruinado su cuento del cuento de Alejandro. Un monstruo puede ser un desgraciado, en acepción de Laura, y a la vez un agradecido con sus seres queridos.

¡Laura y Magaly, mis monstruos de la tele que tanto trabajo me han dado! ¡Cuánta tinta, intriga, complots y energía he gastado en ellas! Una vez le compré a un estafador un informe del SIN sobre Laura, y cuando se lo enseñé a dos colegas que hacían investigación periodística, se rieron en mi cara. Eran burdas invenciones documentarias.

A ese par de monstruos los he vivido para contarlos. De alguna manera he visto dentro de sus entrañas. Con Laura esto último fue literal: tuvo unas complicaciones posoperatorias en la clínica San Felipe y para denunciar lo que a su modo de ver era negligencia médica, llevó a cada entrevista que le hicieron en la tele primeros planos de una herida abierta en la barriga. Pero ningún canal quiso exhibirlas. Yo sí las vi. Laura me las enseñó mientras tomábamos té y galletitas. Era una herida abierta que dejaba ver las capas de grasa y el pellejo necrosado. Todo en Laura, lo malo, lo feo y lo bueno, es en clave alta.

Además de asombro por lo extraordinario de cada uno y repulsa por los extremos, habrá confesión con roche, denuncia, reconciliación con monstruos que nos han dado en la yema del disgusto, que nos han calateado el alma, que nos han dado la identidad que a veces queremos negar y acabamos reafirmando.

mostro-1

MAGALY MEDINA:
Amores urracos

La veo disfrazada de muerte con guardapolvo negro, convulsionando en diabólicas carcajadas, jugando a decapitar con su guadaña la silueta de cartón de un ampayado; la veo de novia alborotada burlándose del corralito tendido a un jugador por alguna jugadoraza; de borracha medio firme medio Armani balbuceando que los hombres son unos perros, perros, perros. Pero no me sirve ninguna de esas puestas en escena de Magaly sobre Magaly. Tampoco me sirve la última imagen que tengo mezclada con legaña: la rutina mañanera penitente, busto rehecho y parlante pagando culpas que si ella no tiene claras, menos los televidentes. No, qué me va a servir esa Magaly transgénero televisiva en Latina Canal 2, del gossip show en prime time al noticiero formato despertador y a La purita verdad, el fugaz híbrido de gossip y talkshow asistencial, lanzado el 5 de marzo del 2018 a las 9.00 am luego del noticiero firme, y suspendido abruptamente el 15 de mayo, luego de un comunicado en que el canal castigó drásticamente sus ironías sobre el calvario antidoping de Paolo Guerrero, en estos términos fascistoides: «en momentos como este, en el que los peruanos debemos estar unidos como un solo equipo…». Ah, Magaly no solo dice cosas de las que puede arrepentirse, sino que provoca reacciones de las que otros también pueden arrepentirse. Poco después Paolo fue habilitado para jugar el Mundial, y las ironías flamígeras llovieron sobre ella. Los monstruos nunca hacen equipo porque son extraordinarios y hasta julio del 2018 su futuro televisivo era incierto.

Prefiero, a un lado de todas estas, a la Magaly que vi en carne y hueso en el otoño del 2017, entrando a La Bonbonniere de San Isidro, sacándose los lentes oscuros para poder divisar al amigo con quien debía encontrarse después de muchos años de estar peleados. A mí. Sí, a mí que le escribí por Whatsapp pidiéndole verla para echar al traste las viejas rencillas y evitar escribir esto desde la luna, para confirmar que mi amiga no ha cambiado en el fondo tanto como en el empaque.

Pero no, tampoco escogeré ese encuentro otoñal —aunque flotará sobre todo lo que sigue— para resumir lo que quiero decir sobre la urraca. Recularé hasta 1999 y escogeré otro encuentro, también íntimo pero tenso, y cometeré una pequeña infidencia que ella me sabrá perdonar. Ah, en este capítulo no habrá el fuego abrasador de Laura, pero sí mucho bochorno y algunos hogares hechos leña mientras otros —alrededor de cien mil cabezas por punto de rating según Ibope— estaban encendidos y titilantes como arbolitos navideños.

mostro-2

Su única rebelión

En mi memoria del 99, Magaly está angustiada, sin maquillaje y con buzo en la clínica Angloamericana. Su aún esposo César Lengua sufría una infección y ella lo acompañaba con un celo que me conmovió, pues ya estaba separada de él y públicamente emparejada con su productor Ney Guerrero. Estábamos algo embroncados, pero nuestra amistad aún no se había hecho trizas así que la besé con cariño cuando entré al cuarto de César. La distancia se borró rápido y cotorreamos como siempre. Además, ella acababa de hacer una espectacular rentrée en el Canal 2 con un reportaje desafiando a Laura Bozzo y quería felicitarla por eso.

La urraca venía de las vacaciones que su nueva casa, Frecuencia Latina (luego quedó en Latina), le había concedido a regañadientes. Las invirtió en viajar y hacerse cirugías, que no era el mejor de los relajos, pero, al menos, hinchada e hincada en cama tuvo tiempo para pensar en cómo diablos contrarrestar la mala imagen que le daba el canal manipulado por el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN). Aunque me daba mucha bronca que estuviera metida de pico y patas persiguiendo ampayes mientras yo creía que todos los periodistas debíamos estar en emergencia nacional, lo que acababa de hacer, lanzando un reportaje en el que pintaba a Laura como poco menos que un títere de Montesinos y se divertía haciendo un paralelo entre el raje que Laura había hecho de Fujimori en su programita de RBC en 1995 y el babeo oficialista de 1999, fue valiente y temerario. Por eso la felicité.

Ese reportaje me confirmó que la coartada de que conducía un programa de espectáculos no la convencía ni a ella misma. Yo le había dedicado algunas columnas a su indiferencia ante el secreto a voces de su canal: que los hermanos Samuel y Mendel Winter que manejaban el 2 en reemplazo de su desterrado y perseguido socio Baruch Ivcher, seguían a pie juntillas las instrucciones de Montesinos y una de estas era dar cuerda a chismes y ampayes que desviaban el ojo público de los escándalos políticos y nos volvían más inseguros, envidiosos y puñaleros. De ahí que me encantó verla aportar su grano de arena sin salirse de su formato. Golpear a Laura, una estrella de Chollywood, era puro gossip show y también pura política.

Los hermanos Winter acabaron en la cárcel por lo que estaban haciendo. Según consta en un vladivideo fueron sobornados con 3.7 millones de dólares pagados entre fines de 1999 y comienzos del 2000, a cambio de apoyar la re-reelección de Fujimori. Magaly chambeaba para ellos, lo que no quiere decir —nunca lo pensé— que fuera su socia ni cómplice. Su sola provocación a Laura, la estrella de América, demostraba que no lo era. Y vaya que fue del mismo calibre del que Panorama, el programa político de bandera de Panamericana, no pudo airear porque su dueño, Ernesto Schütz, lo impidió. Con todos esos antecedentes, la audacia de Magaly me encantó: lanzó sin que le tiemble el pulso un reportaje que enfrentaba a Laura contra Laura, editadas con saña, la antifujimorista del 95 y la ayayera de 1999, transida de furia y profiriendo elogios al «Chino». Fue un golpe al plexo populista de Montesinos.

Cuando la felicité en la clínica, me hizo la confidencia que prometí contar: me dijo que la nota le había salido muy cara, que desde que la aireó un abogado vigilaba su programa y los Winter le habían dado este ultimátum: «si te vuelves a meter con Laura o con Fujimori pierdes tus juicios y te sacamos de la televisión». «¡Cholito, no sé qué hacer!», me dijo y supe que me hablaba en serio. Mi reacción fue decirle, en el mismo tono, «salte de la tele». Pero vi en su cara de «oye, no te pases» que la idea ya le había pasado por la cabeza y la había descartado. No se le podía pedir a una nueva estrella como ella que dejara todo de un día para otro. No le seguí dando la lata con la idea de la renuncia, y le pregunté si al abogado lo había elegido ella o se lo habían impuesto. «Me lo han puesto ellos», me dijo, ya recuperada su frialdad, como invitándome a hacer juntos su damage control. «Ayúdame», repitió y me preguntó si pensaba que ella tenía la razón en su juicio con Gisela, que la acusó de difamación por alguna de las tantas cosas que le había escupido en sus varios programas en que la agarró de punto. Le di la razón.

Al día siguiente me llamó y me pasó con el abogado que, en ese momento, yo no sabía si estaba para ayudarla o para controlarla. De pronto oí la voz de un caballero del Derecho y abogado de algunos diablos, por el que guardo respeto y simpatía, a pesar de haber estado en muchos casos en polos opuestos. César Nakazaki me pidió que dándomelas de perito farandulero le extendiera un documento explicando que la vida privada de Gisela era, por obra de la propia Gise, un bien público. Es exactamente lo que yo pensaba pero le dije que no quería comprometerme en un lío en el Poder Judicial de Montesinos, y que prefería escribir mi posición favorable en mi columna de la revista Caretas. Qué fácil es entenderse con Nakazaki; creo que la historia del Perú le debe el haber adecentado la transición a la democracia haciendo una digna y serena defensa de Alberto Fujimori.

Cumplí con César. Me puse, por escrito, del lado de la presunta bruja mala y su abogado, no solo porque creía, ingenuo, que la ayudaría a superar el chantaje y reafirmar su independencia, sino porque hasta hoy tengo la convicción de que Gisela, la presunta bruja buena, se nos expuso en bandeja como un suculento lechoncito con rocoto en la boquita de caramelo, gratis como todo en la tele abierta. Quien más devoró fue Magaly y no creo que cometió delito si al hacerlo le trituró algunos nervios. No ha habido intromisión en la privacidad de Gisela que no tuviera de coartada relatos y comidilla que Gisela difundió de sí misma. Así como Montesinos y José Francisco Crousillat le hicieron creer que el libro La Señito de su exnovio Carlos Vidal era una punible infamia —¡pero era la inocua evocación rosa de un affaire que ella se había adelantado en hacer público!— y la ayudaron a requisarlo (las conversaciones están registradas en dos vladivideos que dieron origen en el 2001 a un juicio por complicidad en tráfico de influencias del que fue absuelta más tarde), sus ayayeros la habrán convencido de que Magaly se pasó de la raya. Y ese juicio encabezaba el paquete del chantaje que me contó Magaly y ante el que capituló con mi desconcertada ayuda.

Si en este episodio hubo comunión de pareceres y solidaridad, por lo general estábamos en desacuerdo. Yo ya le había planteado, por escrito y en privado, que sus excesos partían de un puritanismo impostado y hacían daño. Que solo el humor podía conjurarlos. Y volvimos a hablar de ello en La Bonbonniere. Ella admitió algunos excesos, yo le reconocí que sí tuvo la virtud del humor. Y reímos recordando personajes y anécdotas de aquellas temporadas cuando ya escaseaban los ampayes mortales y urdía realities de pacotilla, y nos pusimos graves cuando hablamos de los hogares siniestrados por algo que registraron sus urracos, por algo que salió de tu bocota, Magaly.

mostro-3

La cagamos todos

Ah, Magaly, uno de mis primeros esfuerzos para entenderte, más allá de mis ojos y de las intimidades compartidas, fue a través del psicoanálisis. Con el pretexto de un reportaje, llamé a Max Hernández, en ese momento la mayor eminencia de la psiquiatría nacional, para que me diera una pista, una bibliografía, un marco teórico para minimizarte. Max me recomendó buscar a su colega, el Dr. Héctor Coloma. Lo visité y con mucha claridad, excusándose por si sonaba esquemático, me explicó que tú encarnabas la regresión anal del Perú de finales de los 90. ¡Fíjate lo que me dijo! Que en un país inseguro como un niño, tú arañabas y destrozabas con tu bocota, con tus garras, con tus prejuicios (que ya no estoy seguro si los compartías de veras o simplemente los usabas porque eran parte del show) a todo aquel que se empinara en ese Chollywood que tú bautizaste. ¡Zas!, ampay te mato, te trituro, te impido que te comportes como un liberal desacomplejado. ¡Ah, el puritanismo represor de las trasgresiones sexuales y sociales! Esa era la materia prima del chisme, la emoción esencial de tu programa. ¿Te acuerdas que lo llegamos a discutir en un aula? Una vez dicté un curso sobre la TV peruana en la Universidad de Lima y te invité a conversar con los alumnos. Te sentiste c

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos