Viajes, fábulas y otras travesías

Manuel Vicent

Fragmento

Indice

Índice

Portadilla

Índice

En busca del corazón de Europa. 1985

Holanda

Francia

Dinamarca

Grecia

Italia

Bélgica

Luxemburgo

Alemania

Reino Unido

Irlanda

Portugal

Ciudades de la memoria. 1990

La Habana

Leningrado, San Petersburgo

Fez

Viena

Praga

Jerusalén

Rodas

Budapest

Nueva Orleans

Pekín

Nueva York

Shanghai

Mérida de Yucatán

Nairobi

Lima

Hong Kong

Cuzco

Río de Janeiro

De Siracusa a Olimpia. 2004

Vasos de oro con cenizas

La isla de Calipso

La filosofía al poder

Los animales atletas

Tres medallas de oro y una corona

El sexo roto de los dioses

La memoria huele a linimento

Notas de la conversión

Sobre el autor

Créditos

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En busca del corazón de Europa
1985

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Holanda

 

 

 

 

 

¿Quién no estuvo en Amsterdam alguna vez en medio de aquella fiesta? Llegaban de todas partes. Sucesivas oleadas de jóvenes vistiendo harapos magnéticos habían elegido la pequeña explanada del Dam como punto de cita antes de levantar el último vuelo hacia las faldas del Himalaya. En un lugar de California alguien había abierto la jaula y la fuga acababa de convertirse en una estética. Durante esos años de jubileo, las aves migratorias venían huidas de Nueva York, bajaban de Estocolmo, subían desde París, llevaban una flauta de indio en el pico, y el macuto radiactivo, que albergaba el Evangelio según Kerouac, les servía de cabezal en los verdes sueños de Vondelpark. Entonces comenzaba a reinar la marihuana y las risas de la adolescencia aún eran candorosas en el viejo caserón de Paradiso, una iglesia neoclásica habilitada por el Ayuntamiento para que ellos jugaran. En el coro ejecutaban actos de amor sobre petates de paja, allí se intercambiaban deseos, itinerarios y ladillas, hacían sonar instrumentos musicales de diversa índole hasta transformar aquel recinto sacro en un gran establo lleno de baladas y relinchos.

Primero fueron los beatniks, nueva orden de mendicantes que hizo filosofía del camino. Aquellos muchachos estaban poseídos por el rigor de las modernas visiones, iniciaron el viaje interior a bordo del ácido luminoso y externamente nunca cesaron de andar. En sus botas putrefactas germinaron los hippies, cuya investigación era más superficial, sin duda más dulce; pero todos cantaban, bailaban, flotaban en Amsterdam y por aquel tiempo una emisora de radio daba diariamente las cotizaciones del mercado de la droga con una inocencia preternatural. Holanda había acogido a los peregrinos sellando una flor en cada pasaporte, la policía no preguntaba el origen de nada, se compartían los equipajes anónimos en la Estación Central, se multiplicaban las comunas y aquello tenía un cariz de puerto franco para extraterrestres. Cuando el Paradiso agotó sus vibraciones, las bandadas de chicos y chicas silvestres, siempre renovadas, tomaron posesión de La Vía Láctea, una discoteca con dormitorios y galerías de lona donde todo el mundo se rascaba el aura hasta el amanecer. En una dorada época reciente, Holanda fue el país anfitrión de la rebeldía juvenil, y allí se fundió de forma hospitalaria cualquier movimiento de protesta. Beatniks, hippies, provos, crakers, kabouters, enanitos del bosque y monjas prostitutas se sucedieron sobre el pasto de tulipanes y pronto quedaron asumidos, consumidos sin violencia. ¿Qué resta de la pasada gloria? Nada de nada. Los ecologistas, que sólo se distinguen ahora por sus bicicletas blancas, han conseguido elegir a un concejal. El resto se ha esfumado, aunque todavía pueden verse algunos maderos de aquel naufragio y el espectáculo no deja de ser patético.

En la espalda de la plaza del Dam, cerca del puerto, hay algunas hermosas calles con canales dedicadas a la prostitución, y este negocio secular, que hoy se encuentra amparado bajo el patrocinio del judío mafioso Jopie de Vries, también llamado Jopie el Negro, compadre de Sinatra, ha atravesado todas las modas y ha salido indemne de ellas. Sus escaparates con rameras son muy famosos y turísticos. Marineros en tierra, ciudadanos solitarios y reatas de japoneses con guía cruzan ese barrio, y las sirenas desnudas los incitan desde el interior de las bomboneras. Cada prostíbulo parece una casa de muñecas, y la luz de fresa ilumina el escueto camastro, un lavabo aséptico, tiernos peluches de terciopelo y la cortinilla que se corre cuando el cliente penetra en el santuario de la ninfa. Las tarifas están escritas en la puerta. Un éxtasis simple cuesta 50 florines (unas 2.400 pesetas, aproximadamente). Dos éxtasis, 75 florines (3.600 pesetas). Tres, 100 florines (4.800 pesetas). Se ofrecen más rebajas cuando los éxtasis son al por mayor, y cualquier clase de aberración, desde el vil latigazo hasta la doma en el potro del placer, viene especificada con el sobrecargo en la tabla de precios. Por el alquiler de una vitrina la prostituta paga 3.000 florines al mes (unas 147.000 pesetas), y si desea adquirirla en propiedad deberá soltar alrededor de 120.000 billetes (algo más de 5.800.000 pesetas). Según las estadísticas, en Holanda se realizan diariamente 10.000 coitos pagados, pero todo es limpio, ordenado y metódico en medio de esta sordidez, ya que el calvinismo se ha posado también en el bajo vientre de los habitantes de ese paraje. Putas y diamantes: he aquí una receta de Amsterdam para viajeros de agencias.

En cambio, nuestra generación conserva de esta ciudad la memoria febril de un tiempo en que la juventud posindustrial de Occidente abandonó de madrugada la cama deshecha, puso el dedo al borde de la cuneta y acudió a reconocerse en torno al monumento de la Liberación en la plaza del Dam, antes de levantar el vuelo definitivo hacia las laderas del Tí

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