Viaje al sur

Juan Marsé

Fragmento

cap

Sevilla


29 de septiembre

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• «El pueblo español es el menos viciado de todos los de la Europa actual», escribe Abel Bonnard,3


No son más de las tres de la tarde. Se llega con sol. Todo lo que entra por los ojos, entra con sol. «Sabido es el arte de Sevilla para envolver a sus visitantes, sobornándolos, embriagándolos de cielo azul, aire tibio y aroma de azahar.» Nos habría encantado poder quedarnos en Sevilla el tiempo suficiente para comprobarlo. Ocurre que Sevilla quedaba fuera del recorrido que nos habíamos trazado —Jerez de la Frontera abría la marcha— y no pensábamos escribir gran cosa de ella. ¿Por qué motivo? No lo sé. Paseábamos.

De pie frente al blanco muro del patio de la Casa de las Dueñas, en el barrio de Santa Catalina, calle Dueñas, 5, leyendo en la lápida:


El poeta Antonio Machado nació en esta casa

en julio de MCCMLXXV

No la olvida en sus versos:

Esta luz de Sevilla... es el palacio

donde nací, con su rumor de fuente.

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla

y un huerto claro donde madura el limonero.


En lo alto de la escalera que conduce a los aposentos, revuelto y por los suelos, hay trofeos de caza conseguidos en África por el duque durante su juventud, y la cabeza del último toro que mató Marcial Lalanda, los retratos al óleo de Napoleón III y de la emperatriz Eugenia...La legendaria Doña Sol, de nombre María del Rosario FitzJames Stuart Falcó y Portocarrero, duquesa de Santoña, se nos aparece por el espacio de un segundo en lo alto de la escalinata montada en su caballo blanco, en medio de ese montón de objetos de arte que acumula con paciencia el noble polvo, erguida, testaruda, con su aire convencido y entrañable de andana borrachina que se lo está pasando pipa y que no necesita dar cuentas a nadie, envuelta en los mil fantasmas de sus correrías juveniles por toda la geografía hispana en pos de los toreros más famosos, más guapos y seguramente más cachondos de la época, y que con sus ochenta años cumplidos se empeñaba todavía en seguir montando —¿amarrada?— el viejo caballo blanco, que no sobrevivió a la muerte de su dueña, muriendo dos días después abrumado por la nostalgia y la pesadumbre.

Todo esto y mucho más ha heredado la Cayetana.

En la planta baja hay una capilla que fue utilizada durante la Guerra Civil para alojar a los convalecientes y heridos en combate. Hemos visto en la catedral, sobre una mesa petitoria que hay junto a la entrada, un letrero enorme que exhiben dos viejos de aspecto ruinoso y que dice: «Pobres incurables». El recorrido por el palacio del duque de Alba es abrumador, se habla de la Cayetana, de los jardines, de los edificios de Sevilla... Aspecto interesantísimo es el estudio de las edificaciones sevillanas en su estructura y fisonomía, tanto interna como exterior, plantas y monteas con levísimas notas históricas, de esta suerte:

PALACIOS: de reyes, de corporaciones, religiosos, civiles y militares, de próceres y magnates, de labradores nobilísimos y de opulentos mercaderes; en suma, edificios propios de enormes de «ornes de grandes solares», que dice la Crónica del rey don Alfonso onceno [...]; a saber: los Reales Alcázares almohades y mudéjares; palacio del duque de Alba o Casa de las Dueñas, que con el de los marqueses de Tarifa, vulgo casa de Pilatos, propia de los duques de Medinaceli, son tipos de edificaciones de estilo mudéjar y renacimiento. El palacio de los duques de Arcos es hoy residencia y magnífico Colegio de los RR. PP. Escolapios, edificio que con el de la llamada Gasa Lonja o Universidad de Mercaderes son tipos del estilo renacentista sevillano; y la Giralda, almohade desde cimientos al campanario y renacimiento a partir del mencionado campanario hasta el capulín, y la grandiosa catedral, tipo salón dentro del estilo gótico; el palacio Arzobispal y los numerosos templos, iglesias capillas...

Así, en ese plan. De Machado, el conserje-cicerone que nos acompaña sabe muy poco. Nos habla de José María Pemán. Le preguntamos por el balcón aquel del Ayuntamiento, desde el cual habló Pemán a una multitud enardecida el 15 de agosto de 1936, durante una solemne ceremonia que se celebró en Sevilla sustituyendo la bandera republicana por la de la monarquía y en la que también pronunciaron discursos Franco, Millán-Astray y Queipo de Llano. El relato de esta ceremonia, tal como lo cuenta Hugh Thomas, resulta sumamente divertido y hace resaltar la catetez sublime del señor Pemán en aquel memorable día en que se cubrió de gloria; merecen ser traídos aquí algunos párrafos:

Luego (después de Millán-Astray, Queipo de Llano y Franco) habló José María Pemán, poeta derechista y uno de los principales apologistas literarios del movimiento, quien comparó el alzamiento con una «nueva guerra de la independencia, una nueva reconquista, una nueva expulsión de los moros!». Esta última exclamación hubo de sonar de un modo un tanto raro en los oídos de una ciudad de la que había salido, hacía pocos días, una expedición de soldados moros hacia el norte para conquistar Madrid, y cuyos principales edificios públicos y generales dirigentes se encontraban guardados por moros. «Veinte siglos de civilización cristiana —continuó Pemán— se encuentran tras nosotros. Luchamos por el amor y el honor, por los cuadros de Velázquez, por las comedias de Lope de Vega, por Don Quijote y el Escorial.» Mientras se apagaba el eco de las aclamaciones de la multitud, continuó: «Luchamos también por el Panteón, por Roma, por Europa y por el mundo entero». Terminó su aclamado discurso llamando a Queipo «la segunda Giralda».

La primera, la que todavía está en pie, se puede visitar por cinco pesetas. Se sube por unas rampas interminables que huelen —uno se pregunta por qué— a orines y a soldado español de caballería. Es del siglo XII.



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