La Araucana

Alonso De Ercilla

Fragmento

LA ARAUCANA: RECEPCIÓN Y VIRTUALIDAD SEMÁNTICA. BERNARDO SUBERCASEAUX

LA ARAUCANA: RECEPCIÓN Y

VIRTUALIDAD SEMÁNTICA

Bernardo Subercaseaux

AMBIGÜEDAD SEMÁNTICA Y MUTABILIDAD

La Araucana consta de tres partes; la primera fue publicada en 1569, la segunda en 1578, y la tercera y versión completa —autorizada por el autor— en 1590. Desde su contexto de producción —a fines del siglo XVI— como poema épico de la España renacentista hasta su reencarnación como texto fundante de la nación y la literatura chilena e hispanoamericana, ha pasado por numerosas y distintas lecturas. En España, en los siglos áureos, fue tempranamente canonizada como poema épico que canta al Imperio y se ajusta a la tradición de la épica italianizante. Ha sido leída también con distintas ópticas por parte de estudiosos de la literatura tanto españoles y europeos, como chilenos e hispanoamericanos. Para algunos es un canto épico al Imperio, para otros representa el despertar de la conciencia hispanoamericana; para unos es un poema con un tratamiento retórico ajustado a la tradición, para otros es una biografía moral del autor; para algunos es un texto imbuido por las disputas imperiales del siglo XVI, y para varios es un texto fundacional de la literatura y de la autoconciencia identitaria chilena e incluso hispanoamericana.

Paralelamente a su lectura literaria, desde su publicación, La Araucana fue leída como fuente y discurso historiográfico, en relaciones y crónicas de fines del siglo XVI y de los siguientes XVII y XVIII. Ya en 1629, León Pinelo la consigna como fuente fiable en su Epítome de la Bibliografía Oriental y Occidental, Náutica y Geográfica. Como crónica fue también leída críticamente a causa del lugar deslucido que le otorga a don García Hurtado de Mendoza (el «mozo acelerado»). En Chile, en las primeras décadas del siglo pasado, fragmentos de La Araucana fueron utilizados para impartir la asignatura de historia en la educación primaria.

Destaca también una recepción que la lee como obra literaria y a la vez como fuente histórica. Estamos pensando en la lectura que hace de ella Andrés Bello, en 1862 (epopeya e historia); en Abraham König, que «chileniza» la obra en 1888; en Nicolás Palacios, que la lee como base del «araucanismo guerrero» y de la raza chilena (1904); en Tomas Guevara, que la considera un poema épico histórico de valor etnográfico (1918); en Gabriela Mistral, que en 1934 la califica de «anticipo de chilenidad», y en Neruda, que en 1954 la considera no solo un poema sino «un camino». En el plano hispanoamericano, Jaime Concha (1964) y Beatriz Pastor (1988), junto con destacarla literariamente, la conciben como el despertar de la conciencia de emancipación americana.

Desde un punto de vista metodológico, tal como plantea la teoría de la recepción (Iser, Jauss, Eco), un texto literario no es una entidad significante siempre idéntica a sí misma, sino que su sentido es actualizado por la lectura; esta lectura, lejos de ser pasiva, es una instancia constitutiva de significación, una instancia que responde a elementos intratextuales, pero también a un horizonte de expectativas y a nichos sociohistóricos desde donde se actualizan no solo las direcciones de sentido ya previstas en el texto, sino también otras que no lo están. Según Wolfang Iser, lo que distingue a los textos literarios de otros textos son las ambigüedades y zonas de indeterminación de sentido, lugares vacíos «que de ninguna manera son un defecto, sino más bien un punto de apoyo para su efectividad» estética y para distintas interpretaciones.1

La Araucana resulta entonces un caso singular de mutabilidad significativa, desde su génesis en el renacimiento español hasta convertirse en ícono cultural y literario de una nación inexistente en el momento en que la obra fue concebida. Pero, ¿a qué se debe esta variedad de lecturas e interpretaciones? Hay diversas razones que lo explican: algunas son ambigüedades de contenido inscritas en el propio texto y otras se deben a distintos contextos de lectura a lo largo del tiempo. Se trata, como veremos, de una obra con zonas de indeterminación semántica, con vacíos y sentidos oscilantes; un texto polisémico que abre distintas posibilidades de interpretación.

ZONAS DE INDETERMINACIÓN, VACÍOS Y VIRTUALIDAD SIGNIFICATIVA

¿Poema épico o romanzo?

La fidelidad o no a las normas grecolatinas del género llevó a una discusión sobre si Orlando el Furioso (1532), de Ariosto, era un poema épico o un romanzo, discusión que data desde el propio renacimiento y que sin duda Ercilla conoció. Esta controversia generó lecturas distintas y fue reactivada por la crítica neoclásica europea en el siglo XVIII, la que desde una preceptiva clasicista puso en duda el carácter de poema épico de La Araucana.

Durante el siglo XVI, en Italia, distintos preceptistas neoaristótelicos —como Marcos Girolamo Vida (1485-1566), Giambatista Giraldi Cintio (1504-1573), Sebastiani Minturno (1500-1574) y Ludovico Castelvetro (1505-1571) debatieron a propósito de Orlando el Furioso de Ariosto, sobre los preceptos aristotélicos del género épico (unidad de acción, de personaje, amplitud y debida magnitud de la hazaña) y su presencia o no en la obra de Ariosto. El poema de Ariosto tuvo extraordinaria acogida en Italia, así como en el resto de Europa, donde circuló y fue traducido en España, incluso en una edición dedicada a Felipe II. Algunos de los preceptistas criticaron al romanzo por su carencia de unidad de acción y porque no se ajustaba a las normas tradicionales del género; también, porque descuidaba el tema bélico, privilegiando el amoroso. Ercilla estaba familiarizado con estas disputas y conoció —previo a su viaje a las Indias— la obra de Ariosto. Fue en la Corte de Carlos V paje de Felipe II, desde antes de que este asumiera el trono, y esta Corte, durante la primera mitad del siglo, fue un centro de humanismo y de formación en las letras grecolatinas. La prueba de esta familiaridad con la disputa de los preceptistas es la primera estrofa de La Araucana, que reproduce casi literalmente una similar de la obra de Ariosto en que este enuncia el plan de su poema. Ercilla, no obstante, la reproduce en la modalidad de la praeteritis, vale decir, en negativo: lo que se propuso cantar el poema de Ariosto es lo que no va a cantar Ercilla.

«No las damas, amor, no gentilezas / de caballeros canto enamorados; / ni las muestras, regalos y ternezas / de amorosos afectos y cuidados: / mas el valor, los hechos, las proezas / de aquellos españoles esforzados, / que a la cerviz de Arauco no domada / pusieron duro yugo por la espada.»

En estrofas posteriores, el narrador reitera su propósito de poner su pluma a disposición del «iracundo Marte» y no de Venus, dialéctica entre el Dios de la Guerra y la Diosa del Amor q

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