Mi estúpido niñero

Blue Woods

Fragmento

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1

Comienzo a bajar las escaleras sintiéndome mejor después de ducharme. Acabo de volver de hacer una rutina de ejercicios con mi mejor amigo y creo que no hay nada como una buena ducha cuando estás apestando a sudor, el cual, por cierto, no había tenido intención de soltar, porque la actividad física no es lo que más me gusta en el mundo, pero se lo debía a Luke por haberme comprado un helado aquella vez que olvidé mi billetera.

Como cualquier ser humano que odia la actividad física, tras practicarla a la fuerza, estoy caminando hacia la cocina para recargar mis energías y, posiblemente, recuperar las calorías que he perdido.

—Son nuestros amigos, Edward. —Al escuchar la voz de mi madre, me detengo a escasos centímetros de la entrada de la cocina. Retrocedo un poco para evitar que me vean—. Y... no veo por qué no hacerlo.

—Sé que debemos viajar pronto y sé que debemos confirmarlo hoy —le responde mi padre—. Pero déjame pensarlo un poco más.

Frunzo el ceño. Mis padres normalmente están 24/7 con el trabajo. A veces me pregunto si soñarán con cuentas o cosas así. Como sea. La empresa central de la familia Donnet se encuentra en Nueva York, desde allí se encargan mis tíos, y mis padres colaboran desde la comodidad de nuestra casa en Los Ángeles. Pero eso suele ocurrir poco. La mayor parte del tiempo están viajando para supervisar las sucursales o van a la Gran Manzana. Obviamente, yo no puedo estar todo el tiempo en el aire como ellos, debo estar en tierra y estudiar.

Entonces, mientras ellos están viajando, yo estoy en casa. Antes solía tener una niñera que se quedaba conmigo cuando ellos no estaban, pero al cumplir diecisiete años les rogué casi de rodillas —literalmente— que me permitieran quedarme sola. Fueron largas semanas de insistencias y llantos falsos, hasta que por fin accedieron a dejarme a cargo de la casa.

Bueno, no fue exactamente así. Mi madre confía demasiado en la madre de mi mejor amiga, Caroline, así que ella me «supervisa», por así decirlo, desde entonces. Estoy sola en casa y demás, pero ella se encarga de que no haga fiestas y de que nada se salga de control aquí. Obviamente, sigo sus órdenes y me comporto porque mis padres me advirtieron de que, si daba un paso en falso —fiesta—, volverían las niñeras, y esta vez de por vida.

—Edward... —intenta continuar mi madre.

—Solo te pido un poco más de tiempo, ¿de acuerdo? —le responde mi padre, como si estuviera cansado de esa conversación.

Escucho a mi madre soltar un suspiro y entonces sé que la conversación ha terminado. Me adentro en la cocina con normalidad, como si no acabara de oír el final de esa charla. Ninguno de los dos sospecha de ello, siguen prestándole atención a sus respectivos objetos electrónicos.

—Ya has vuelto —dice mi madre, elevando la mirada de su celular, fingiendo sorpresa y alegría, e intentando ocultar la frustración que siente.

—Así es... —Alargo y aprieto mis labios en una sonrisa.

Camino hasta el refrigerador y tomo lo primero que veo: batido de cacao. Abro su pequeña tapa y lo debo sin un vaso ni nada. Frente a mi madre. ¿Saben lo que significa?

—Sam, ¿acaso no sabes que existen los vasos?

—Sabe mejor así, mamá —le digo volviendo a tapar la botella.

—Es asqueroso —me dice con la vista en su móvil, pero haciendo una mueca.

Mi madre niega con la cabeza, dando por sentado que seguiré bebiendo de la botella, sin importar cuántas veces me regañe por ello. Mi padre se quita las gafas y me observa detenidamente mientras entrelaza ambas manos sobre la encimera.

—¿Qué piensas de Tyler Harrison? —me dice, mirándome con curiosidad.

—¿El hijo de Sarah y Jack? —pregunto arqueando una ceja. Mi padre asiente con la cabeza— Nada. ¿Qué podría pensar?

Tyler Harrison es el hijo de unos amigos de mis padres. Lo conozco solo de vista; es decir, jamás hablamos más de lo necesario las veces que nos encontramos en algún evento de negocios de nuestros padres.

—No sé. ¿Te cae bien? —vuelve a preguntar mi padre.

Me encojo de hombros.

—Sí. —Me río confundida.

Me desconcierta un poco que mi padre me pregunte qué pienso de Tyler porque no tengo nada que pensar. No lo conozco más allá de un «Hola» y «¿Qué tal?». Así que, si no me lo hubiera nombrado, hubiera continuado con mi día sin recordar su existencia.

—Bien... —Eso es lo único que dice, pero sonríe un poco, mostrándose aliviado con mi respuesta.

—Entonces... —interviene mi madre, mirándonos a papá y a mí con una sonrisa—. Esta noche cenaremos con los Harrison.

Frunzo el ceño.

—¿Bueno? —asiento entrecerrando los ojos.

Mamá y papá me observan sonriendo. Ella posa una de sus manos en su espalda, acariciándola levemente. Frunzo el ceño al verlos actuar de forma tan rara. Es decir, el ambiente es raro. El repentino interés de mi padre sobre lo que pienso de Tyler me ha sorprendido, pero al parecer solo me lo ha preguntado porque esta noche cenaremos con ellos.

—Me voy a ver mi serie... —les digo entrecerrando los ojos.

—¡Que la disfrutes! —exclama mamá, contenta.

— Vaaale... —alargo, riéndome levemente.

—Samantha, ¿estás lista? —pregunta mi madre desde el otro lado de la puerta.

Suelto un bufido. Me molesta mucho que me llamen por mi nombre completo y me molesta mucho más que personas que me conocen bien lo hagan. No es que no me guste mi nombre, solo es que me siento como una niña regañada. Creo que me quedó una especie de trauma o algo así porque cuando era pequeña era muy revoltosa y siempre escuchaba «Samantha Donnet» con indignación de cualquiera.

—¡Ya casi! —exclamo, terminando de aplicarme rímel—. Una capa más y... —Cierro el producto mientras veo mi rostro en el espejo.

No me he maquillado de manera superextravagante, solo lo necesario para ocultar que me paso las noches viendo mis series favoritas y dar una buena impresión a los amigos de mis padres. He elegido un vestido azul oscuro bastante ligero porque hace calor y unos tacones negros. Con el cabello, lo único que he hecho ha sido peinarlo. Aun así, sonrío. Me gusta lo que veo.

Me detengo al sentir el extraño presentimiento de que sucederá algo malo. No lo sé. Son como simples advertencias que mi mente me envía, aunque casi siempre suelen ser falsas alarmas, por lo que no me preocupo.

—Sam, llegaremos tarde —oigo suplicar a mi madre del otro lado de la puerta.

Me alejo del espejo, estirándome para coger el móvil y guardarlo en el bolso. En cuanto abro la puerta, me encuentro con mi madre, revisando sus mensajes y mirándome con cara afligida. Me río de ella, pasando uno de mis brazos sobre sus hombros para comenzar a caminar juntas.

Papá conduce hasta un restaurante francés al cual hemos venido pocas veces, ya que aquí es donde se reúne con sus socios. Ellos deciden si presentan unos a otros a sus familias respectivas para demostrarse confianza. Lo encuentro algo tonto porque para mí no es necesario presentar a tus seres queridos para mostrar confianza. Es decir, esto no es la mafia, son asuntos empresariales.

Sarah y Jack Harrison no son socios, son mucho más que eso. Así que imagino que han elegido este restaurante porque la comida y la atención son increíbles.

—He reservado una sala privada a nombre de Donnet —le dice mi padre al camarero—. Soy Edward Donnet.

—Claro, pasen por aquí.

Esto es un milagro. Casi siempre que reservamos una sala hemos de esperar demasiado tiempo para que se dignen a llevarnos hasta ella. Aunque es algo que ha pasado poco, porque casi nunca hacemos reservas de este tipo.

Cuando llegamos al comedor privado, los invitados ya están allí. Sarah lleva un precioso vestido rojo pasión que hace resaltar su pálida piel. Sus labios están pintados del mismo color. Siempre los lleva de ese tono. Mamá me contó que no tiene ningún pintalabios de otro color. Al parecer es su favorito a niveles extremos.

Jack, en cambio, lleva una camisa color crema y un pantalón de vestir. Sencillo, pero a la vez elegante. Mi padre va directamente a abrazarlo y sonrío al verlo. Si mis cálculos no me fallan, no se ven desde hace cinco meses. Han estado ocupados con trabajo y en las vacaciones no pudieron coincidir.

—¡Oh, mírate, Sam! —exclama Sarah, al terminar de saludar a mis padres y centrarse en mí—. Estás guapísima. —Se acerca para abrazarme.

—Gracias, Sarah —respondo sonriendo por haber cumplido mi propósito—. Me alegro de verte otra vez —le digo mientras nos separamos del abrazo.

Una vez que saludo a Jack, tomamos asiento. Me confundo un poco al no ver a Tyler por ningún lado. Es decir, después de la pregunta de mi padre, esperaba que estuviera en la comida. Pero al parecer no va a ser así.

—Perdón por el retraso —escuchamos al cabo de unos minutos más de conversación.

Bueno, me equivoqué. Tyler Harrison está entrando con una de sus sonrisas encantadoras, la cual hace que sus ojos marrones se achinen. Es guapo, sí. Nariz perfilada, mandíbula definida, pómulos marcados. Corrección, es muy guapo. Al contrario de su padre, él sí viste de traje, pero sin corbata. Trae unas Vans. Asumo que eso es lo que provoca el levantamiento de cejas de Sarah. Tyler se da cuenta, pero ignora que su madre lo regaña silenciosamente.

No tiene nada de malo usar zapatillas deportivas con traje —creo—, pero para Sarah Harrison, quien es bastante especial con el tema de la vestimenta, sí es algo malo.

En cuanto termina de saludar a mis padres, toma asiento frente a mí.

—Siento haber llegado tarde —vuelve a decir—. Estaba haciendo las maletas —agrega despeinando levemente su cabello castaño.

Los Harrison son de Inglaterra, viven en Londres para ser más específica. ¿Acaso Tyler se va de Los Ángeles? Tengo entendido que tiene diecinueve años. Puede vivir solo.

—No hay problema. Todavía no hemos pedido —le responde mi padre, sonriéndole.

En ese instante el camarero viene a tomar nota. Me quedo mirándolo intrigada, preguntándome si la razón de la pregunta de mi padre se debía a que iba a verlo por aquí. Tyler posa su mirada en mí y sonríe de una forma divertida.

—Sam —me saluda con un asentimiento de cabeza.

—Tyler —contesto de la misma forma.

La cena pasa de ser rara a ser incómoda y, finalmente, a ser aburrida. Rara porque mi madre y Sarah se ríen por tonterías, parecen drogadas. Incómoda porque Tyler no me quita los ojos de encima ni un segundo, y el que sea guapo no evita que me haga sentir incómoda porque parece un acosador. Finalmente, resulta aburrida porque comienzan a hablar de trabajo y bla, bla, bla.

De un momento a otro, las risas cesan y se quedan en silencio. Miro a mis padres sin entender qué sucede, pero ellos se observan entre sí como si estuvieran debatiendo algo. La sonrisa que Tyler tiene en los labios me pone los pelos de punta.

—Bueno... —comienza mi madre mirándome con una sonrisa nerviosa—. Sabes que nos vamos de viaje mañana, ¿verdad? —Me lo dijeron hace dos semanas. Se van a Tokio con otros colegas a no sé qué por tres meses. Asiento.

—Y no queremos que te quedes sola —agrega papá.

Vale, si antes no comprendía nada, ahora ya me he perdido totalmente. Elevo mis cejas esperando a que continúen y pueda entender a dónde quieren llegar. Es como si mis padres hubieran sido suplantados por otras personas. ¿Por qué dan tantos rodeos para decir algo? Normalmente, dicen lo que sea, y ya. Estiro mi mano para tomar el vaso de agua que tengo delante de mí y beber.

—Por eso hemos decidido que Tyler te haga compañía.

Me atraganto con el agua y comienzo a toser.

—¿Te encuentras bien? —pregunta mi madre.

—¿Ustedes se encuentran bien? —Los miro atónita. Deben de estar bromeando.

—Sam, no montes un numerito... —me advierte mi padre.

—¿Que no monte un numerito? ¡Ustedes prácticamente me han puesto un niñero!

Miro a Tyler, el muy imbécil está disfrutando con todo esto. Puedo ver ese brillo maligno reflejarse en su mirada.

—No es un niñero —gruñe mi madre—. Es solo un amigo que se quedará contigo.

—Él no es mi amigo.

—Lo será. —Sonríe forzadamente.

—Pero...

—Sin peros —me interrumpe mi padre—. Se quedará contigo. Punto final.

Y, de un momento a otro, mis padres vuelven a ser los mismos.

—Pero ¡¿por qué?! —pregunto enojada mientras entramos a la casa.

—Porque somos tus padres —responde mamá al tiempo que se quita sus aretes—. Es nuestro deber protegerte.

—Dejándome con Tyler —replico cruzándome de brazos, como si su nombre fuera la cosa más ofensiva del mundo.

—Dijiste que te caía bien...

—Solo lo dije. En realidad, no me cae bien —intento hacerle cambiar de opinión—. Tyler es odioso, y yo tampoco le caigo bien a él. Si te dice que es mentira, es solo porque quiere quedar bien contigo...

Mi padre comienza a reírse.

—Sam, te hará bien tener compañía —afirma, quitándose la corbata—. Además, a él también le hará bien estar aquí un tiempo. —Baja la mirada frunciendo el ceño—. Necesita despejarse.

—¡Pues que vaya a un spa o a un retiro espiritual! —exclamo, cruzándome de brazos.

—Debe terminar el instituto, cariño —me dice mamá, dándome unas pequeñas palmadas en el hombro antes de desaparecer por el corredor.

Genial. Lo que faltaba.

—Pronto se convertirán en grandes amigos, ya lo verás —concluye entrando en la cocina.

Aprieto los labios. Simplemente no lo entiendo. Han viajado muchísimas veces antes y jamás han tenido ningún problema con dejar que Caroline se quede conmigo. No hemos hecho fiestas, no hemos roto nada —en realidad, sí, pero jamás se dieron cuenta. Ese jarrón no era importante—. Siempre ha estado todo bien.

—¿Por qué no puede quedarse Caroline conmigo? —pregunto una vez más.

Caroline Morgan es mi mejor amiga desde que estaba en jardín de niños. Su perfeccionismo la lleva a ser controladora y a veces es insoportable. Pero ¿saben qué? La quiero de todas formas. Aparte de ser todas esas cosas, es muy cariñosa, leal, graciosa, y también muy inteligente. Tiene el mejor promedio del instituto. ¿Quién creen que me ayuda siempre con mis tareas? Caroline prácticamente lleva siendo mi niñera desde que tenemos cinco años.

—Porque Caroline es tu amiga y no queremos que hagan fiestas —responde mamá—. Además, Tyler es responsable y sabrá manejar las cosas.

—¿Qué? ¿Acaso es militar o algo así? —pregunto, entrecerrando mis ojos.

—Será como tener un hermano mayor —se encoge de hombros, sonriendo con emoción.

—Tengo diecisiete años. No quiero un hermano —le contesto entrecerrando los ojos.

—Bueno, entonces agradece que cerramos la fábrica hace tiempo.

La observo como si estuviera loca. Esto no es como tener un hermano mayor, esto es como si quisieran que fuera esclavizada por alguien que no conozco en absoluto. Es una locura. Mis padres se han vuelto realmente locos.

—Por cierto, jamás hicimos una fiesta —agrego, viéndola indignada.

Deja de mirarse en el espejo. Se acerca a mí y coloca su mano libre sobre mi mejilla. Me sonríe como si fuera un pequeño cachorrito recién nacido y dice:

—Cariño, noté el jarrón...

Acaricia mi mejilla y se aleja de mí para subir las escaleras riéndose levemente. Justo en ese momento mi padre sale de la cocina con la corbata deshecha en las manos y los primeros botones de la camisa abiertos.

—¿Qué pasará con la madre de Caroline? —le pregunto encogiéndome de hombros—. ¿Acaso ahora nos supervisará a Tyler y a mí? —Entorno los ojos. Suena muy estúpido; lo sé.

—Con Tyler aquí, creo que no será necesario que la madre de Caroline te supervise —me responde papá.

Abro la boca para decir que todo esto me parece una idiotez, seguido de otras palabras no tan agradables, pero antes de que hable eleva una mano callándome.

—Tyler se quedará contigo —dice, y comienza a subir las escaleras—. Caso cerrado.

—Oye, eso es... muy raro —dice Caroline del otro lado.

Anoche les rogué a mis padres un rato más hasta que se cansaron de escucharme y mi madre me lanzó una almohada para que los dejara dormir en paz. Les pregunté cuándo se irían —demasiado rendida y viendo que tengo que acostumbrarme al niñero— y me dijeron que se irían esta noche.

Me sorprendí un poco al ver que su viaje es demasiado repentino y también me sentí un poco mal porque, aunque sean unos malditos viciados del trabajo, son mis padres y los echaré mucho de menos. Les pregunté por qué se iban tan pronto, y simplemente me respondieron que es porque deben solucionar algo importante. Nada más y nada menos. Tuve que conformarme con esa respuesta si no quería que mamá me arrojara un zapato de tacón.

—Bueno, Tyler no está tan mal... —añade.

Eso es verdad, pero estoy tan molesta con que venga a mi casa que no pienso darle la razón a mi mejor amiga.

—Ew —le respondo, haciendo una mueca aunque no pueda verme.

—Podría ser peor. Podría... —intenta decir Luke, pero se queda en silencio—. No, creo que no podría ser peor...

—¿Podrían ayudarme a encontrarle una solución a todo esto? —pregunto mirando a Luke seriamente.

Yo no quiero que Tyler venga a mi casa, y ellos dos se ponen a bromear sobre el tema.

—¡Lo tengo! —exclama Luke—. Podrías fingir tu muerte.

—¿Fingir mi muerte? —pregunto frunciendo el ceño.

—Puedo decir que te has muerto por sobredosis de helado y tú puedes vivir debajo de mi cama hasta que tus padres vuelvan de su viaje. —Se encoge de hombros—. Luego decimos que era todo mentira, y tus padres no te regañarán, porque estarán felices de que no estés muerta.

—¿Es posible morir por una sobredosis de helado? —pregunta Caroline divertida.

Luke me mira a mí y luego al helado que hay sobre la bandeja que está en mi cama. Eleva la cuchara con helado y lo acerca a mi boca, obviamente la abro porque no estamos hablando de cualquier cosa.

—Muy bien —dice sonriendo—. Ahora quiero que comas este helado y los demás kilos que tienes guardados.

Trago el helado y me cruzo de brazos. Quiero reírme por las idioteces de Luke, pero al mismo tiempo quiero gritar de frustración.

—Ya, oigan... —digo bajando la voz a lo último.

Mi mejor amiga suspira.

—Debes acostumbrarte a su presencia —me aconseja—. Después de todo son tus padres y no puedes desobedecerlos.

—La rubia tiene razón —afirma Luke con helado en la boca mientras señala mi móvil.

Claramente, esa es mi única opción. Tengo diecisiete años y estoy bajo la custodia de mis padres, ellos deciden y, lamentablemente, debo obedecerlos. Solo espero que no se hayan equivocado y hayan elegido a un enfermo con problemas mentales. Porque para tener enfermos mentales ya tengo a Luke.

Me rio ante el pensamiento.

—¡Tú estabas pensando algo sobre mí! —me dice al tiempo que me señala con el índice—. Siempre, cuando piensas en una persona, sueles mirarla y estabas mirándome.

—¡Ay, no me miren! ¡No piensen nada sobre mí! ¡Oh, Dios! —exclama Caroline poniendo una voz más aguda, burlándose de Luke. Oigo una puerta abrirse y también oigo la voz de una mujer—. ¿Qué...? Mamá, estoy hablando con Sam... Sí, ¡está bien! —grita alejando el móvil de su boca, gracias al cielo—. Tengo que colgar, bobos. Mi abuela quiere que vaya a comprarle algo.

—¡Caroline, ve a teñirte bien el pelo, por favor! —se burla Luke. Es lo que la abuela de Caro le dijo una vez—. ¡Parece una tortilla de patatas! —Suelta una pequeña risa, recordando ese momento— Tu abuela es genial.

No puedo evitar reírme. La abuela de Caroline estaba bajo los efectos de su medicación cuando le dijo eso. A mi mejor amiga no le importó realmente porque le da lo mismo lo que piensen sobre ella, pero a nosotros nos hizo muchísima gracia y pena a la vez.

—Antes de irme, ¿pasarás a buscarme el lunes? Mi madre saldrá temprano y no podrá llevarme —dice soltando un bufido.

—Pues mueve las piernas, floja —responde Luke.

—Claro —digo sonriendo, aunque no puede verme—. Cuenta con ello.

—¡Vale, gracias! —contesta contenta—. Los quiero, tontos. Nos vemos el lunes.

Luke recuesta su cabeza en mi hombro.

—Nosotros también te queremos —digo con voz dulce.

—Yo también me amo —responde Luke, y me río un poco.

Tras colgar, Luke y yo nos quedamos hablando un rato más sobre idioteces hasta que su madre le llama para avisarle de que ella y su padre van a salir y debe ir a casa a cuidar de sus hermanos menores.

—Si ese niñero hace algo que te incomode, no dudes en hacer la Lukeseñal —me comenta mientras le acompaño hasta la puerta principal.

—¿Y cómo es eso? —pregunto riendo.

—Psss —dice enseñándome su móvil—. Solo llámame.

Nos despedimos y voy a mi habitación para tomar un baño.

—Te queremos mucho —me dice mamá besándome la frente repetidas veces y envolviéndome en sus delgados brazos—. Pronto volveremos a estar juntos los tres. Ya verás.

—Está bien —contesto correspondiendo a su abrazo. Inhalo su perfume como si fuera la primera y la última vez. Presiento que no los veré en mucho más tiempo de lo acordado. No es un presentimiento, es lo que sucede siempre, en realidad—. Los echaré de menos.

Me separa de ella y me mira a los ojos. Aprovecho para mirarla yo también. Sus ojos celestes están brillando más de lo normal por las lágrimas acumuladas en ellos. Sus labios están pintados de un color rosa pálido, que es el que siempre usa. Sus orejas están adornadas por sus aretes de perlas blancas y lleva su pelo castaño suelto y alisado. Mamá se aparta, no sin antes darme un último beso más sobre la sien. Mi padre se acerca entonces y me da un abrazo. Huele a café. Odio el café, pero esa es su fragancia personal. La de él y la de mi abuelo.

—No vuelvas loco al pobre chico —me advierte, y me mira divertido.

Sus ojos también están como los de mamá. Aunque es de noche y las luces están apagadas, puedo ver gracias a la luz de la luna que sus ojos brillan de tristeza por tener que irse. Ellos siempre están viajando, pero no más de una semana. Ahora no los veré en tres meses. Va a ser raro.

—No prometo nada —bromeo, o quizá no.

Mi padre se ríe.

—Tyler es un buen chico —me asegura con sinceridad—. Ya lo verás.

Ambos salen de la casa, ya tienen las maletas en el auto y posiblemente su avión privado los esté esperando en el aeropuerto para partir al instante. Puedo ver que mis padres hablan con Tyler. Papá está más serio de lo normal al dirigirse a él. No pueden verme porque las luces de la sala están apagadas y estoy abriendo las cortinas muy poco. Además, imagino que no piensan que puedo estar mirándolos, porque supuestamente me he ido ya a mi habitación para dormir, dado que en unas horas tengo clases.

Mientras están hablando, se me ocurre una genial idea que sin duda será una cálida bienvenida para mi estúpido niñero... Quiero decir, mi querido Tyler.

Cierro las cortinas con lentitud para que no noten que estoy mirando. Subo las escaleras corriendo sin importarme el ruido que haga, ya que, como están fuera, no pueden oír mis pasos. Entro en la habitación que mis padres han preparado para Tyler, bajo con mucho esfuerzo sus dos maletas. Pesan más que Caroline y yo juntas. Cuando llego a la cocina, me detengo un poco para descansar. Suelto un suspiro y siento mi espalda algo sudorosa.

—¿Qué lleva aquí dentro? ¿Su casa? —pregunto entre susurros.

Abro las puertas de la cocina que dan directamente al patio trasero. Las luces no están encendidas, pero la luz de la luna que traspasa las cortinas se encarga de facilitarme la tarea. Cuando consigo llevar las maletas frente a los grandes contenedores de basura que hay aquí, abro una de ellas y tomo una gran pila de ropa doblada.

—A la basura —digo sonriendo mientras tiro las costosas prendas dentro del contenedor—. Oh, y todo esto también. —Tomo otra gran pila de ropa y la tiro dentro.

Si Tyler piensa que voy a quedarme sin hacer nada mientras veo cómo viene a mi casa a hacerse el responsable, está muy equivocado. Le mostraré cuán pequeña niña molesta puedo ser. Sigo riendo lo más bajo que puedo y tomo otra gran pila de ropa. Me topo con su ropa interior y no disfruto nada al tirarla, porque lo hago muy rápidamente. No quiero tener eso en mis manos otra vez.

Cuando termino de vaciar las maletas, cierro los contenedores y llevo de nuevo las maletas a la habitación de Tyler —me resulta más fácil y rápido ya que están vacías—. Las dejo como las encontré, en su lugar exacto. Cierro la puerta y voy a acostarme en mi cama.

Pasan quince minutos y estoy a punto de dormirme cuando llaman a mi puerta. Abro los ojos, enciendo la lámpara y me incorporo. Tyler asoma la cabeza por la puerta, tiene una sonrisa estúpida en el rostro. Oh, sí. Sigue sonriendo, idiota.

—Solo quería comprobar que estabas durmiendo —dice con diversión—. Duérmete. Mañana tienes clases. Ya sabes, soy el responsable aquí.

Idiota.

—Oh, por supuesto —respondo con voz algo ronca y una sonrisa divertida—. ¡Que tengas buenas noches!

Tyler frunce el ceño confundido y asiente con la cabeza antes de salir de mi habitación. Soltando un suspiro de satisfacción, me vuelvo a acostar. Mañana será un nuevo día y, con suerte, podrá salir corriendo.

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2

Una maldita sirena suena en mi oído provocando que me sobresalte y me caiga de la cama. Coloco una mano en mi cabeza haciendo una mueca de dolor. Al oír que la cosa esa sigue sonando, abro los ojos y miro molesta a la persona culpable de que me haya despertado así.

—¡¿Cuál es tu problema?! —le grito a Tyler.

—Mi problema es que tienes que estar en clase en dos horas y media —me dice elevando las cejas—. Conozco a las chicas como tú. Tardan dos horas en estar listas. Necesitan una hora para elegir lo que se van a poner y otra para maquillarse. Así que te estoy haciendo un favor.

—¿Las chicas como yo? —repito arqueando una ceja—. ¿Acaso me perdí la parte en donde realmente sabes quién soy?

—Eres una egocéntrica y malcriada adolescente —me responde, encogiéndose de hombros.

—¡No lo soy! —exclamo, indignada.

—Lo dice la chica que ha escondido mi ropa. —Da un paso hacia mí, acercándose más. ¿Escondido? Entonces aún no sabe que la he tirado—. Vamos, ¿dónde está mi ropa?

Me hago la desentendida y finjo no saber a qué se refiere.

—¡Y yo qué sé! No he tocado tu ropa —miento poniéndome de pie.

Me levanto con una mano en la frente, esperando que me crea. No dice nada más, así que asumo que he parecido muy creíble. Camino hasta la ventana de mi habitación y corro levemente la cortina. Aún es de noche.

—¿Qué hora se supone que es? —le pregunto sin dejar de mirar por la ventana.

—Las cinco y media —contesta calmado.

—¡¿De la mañana?! —digo atónita.

—No, de la tarde —me responde sarcástico.

Me quedo mirándolo molesta. La irresponsabilidad de mis padres es mucha al dejarme con este enfermo psicópata que me despierta a las cinco y media de la mañana ¡tirándome de la cama!

—No pienso ir al instituto —le digo entrecerrando los ojos—. Gracias a ti, ahora estoy de mal humor.

—¿«No pienso ir al instituto»? ¿Cuántos años tienes? ¿Cinco? También eres muy inmadura.

¡Ahora soy inmadura!

—¿Me estás llamando inmadura a mí? ¡Tú eres el estúpido que me ha despertado con la maldita sirena de su móvil!

—Pues este estúpido es el que está a cargo de esta casa, así que cuida el tono, niña —me responde elevando ambas cejas y sonriendo con diversión.

—No estás a cargo de esta casa. Esta es mi casa. —Entrecierro los ojos, molesta—. ¿O acaso te has dado un golpe en la cabeza y lo has olvidado?

—Tus padres dijeron que yo era el responsable porque soy el que tiene la mayoría de edad. —Su diversión sigue intacta—. ¿O acaso te has dado un golpe en la cabeza y... —da un paso más, acercándose a mí— lo has olvidado? —Me imita arqueando una de sus cejas.

Argh, quiero borrarle esa sonrisa.

—No creí que sería posible llegar a odiar a una persona antes de las veinticuatro horas.

Él se ríe una última vez y se va de mi habitación.

Tras darme una ducha, secarme el pelo, cepillarme los dientes y vestirme, estoy lista para comenzar mi día —aunque para comenzarlo falte una hora—. Es lunes y me he levantado con el pie izquierdo... Bueno, en realidad no me he levantado con ningún pie, pues me caí de la cama. Pero es casi lo mismo..., ¿verdad?

¡Por fin es hora de irme! La hora se me ha hecho eterna; estaba tan aburrida que hasta he hecho mis deberes. ¡Yo, Sam Donnet! Mi mejor amiga estará muy orgullosa de mí cuando se lo cuente. Por primera vez no le copiaré los deberes. Mientras voy bajando las escaleras con la mochila, el móvil comienza a sonarme en la mano, y respondo como un rayo al ver quién está llamándome.

—Hola, amor —dice con voz ronca.

—Hola, cariño —respondo sonriendo.

Jeremy es mi novio. Estamos saliendo desde hace casi doce meses. Luke me había hablado mucho de él, y me había pedido que lo conociera y le dijera «Hola» para que así Jeremy dejara de molestarlo. Al final cedí porque Luke es mi amigo y este chico —en ese entonces— desconocido estaba acosándolo solo para conseguir un saludo que saliera de mi boca. Me gustó, y esa conversación de unos segundos paso a una hora. Intercambiamos números y comenzamos a salir después de seis meses de amistad.

—¿Cómo estás? Te eché de menos ayer.

Cuando termino de bajar las escaleras, Tyler está recostado en la pared jugando con las llaves de su auto.

—Bien. ¿Y tú? Yo también te eché de menos... No sabes lo que han hecho mis padres... —Tyler comienza a hacerme unas señas extrañas con las manos—. Espera un minuto. —Cubro el micrófono del móvil con la palma de la mano—. ¿Qué mierda quieres?

—No me hables con ese tono, señorita. Soy tu niñero. —Giro los ojos—. Vámonos.

—¿Adónde?

—A una fiesta de Justin Bieber y Rihanna —responde sarcástico—. Al instituto, Einstein.

Frunzo el ceño. No, yo iré en mi coche.

—Hablamos en el insti, ¿sí? Debo colgar. —Cuelgo sin esperar su respuesta—. ¿Cómo que vas a llevarme tú? Yo tengo mi propio coche.

Tyler camina hasta quedar frente a mí. Sus ojos marrones parecen disfrutar viendo mi rostro enojado y confundido en este momento.

—Oh, ¿hablas del Mercedes Benz que he regalado por internet hace una hora y media? —pregunta, y mi ceño fruncido va desapareciendo lentamente—. Te sorprendería lo rápido que responde la gente en las páginas de compraventa. Al principio nadie se lo creía, porque estamos hablando de un jodido Mercedes Benz, pero un valiente ha venido a comprobarlo y se ha llevado el premio.

Siento como si mi sangre comenzara a arder dentro de mí. Aprieto los puños con tanta fuerza que temo romper el móvil entre mis manos. La sonrisa de superioridad que tiene Tyler en el rostro solo hace que mi enojo y mis ganas de asesinarlo lentamente aumenten mucho.

—No has hecho eso —digo para calmarme a mí misma—. Es un auto muy caro. Fue mi regalo cuando cumplí diecisiete. Ni siquiera ha pasado un jodido año de eso. Tú no has regalado mi coche...

—Y tú no tiraste mi ropa a la basura... —replica pensativo, y hace una pausa—. Oh, espera. Sí lo hiciste. —Entrecierra los ojos.

—No... has... regalado... mi... coche —digo, pronunciando con lentitud cada palabra, sintiendo cómo las ganas de asesinarlo con mis propias manos se apoderan de mí.

—¿No me crees? —pregunta colocando una mano sobre su pecho fingiendo estar ofendido—. Pues ve al garaje a comprobarlo.

Salgo con paso rápido de allí y voy hasta la puerta que me lleva al garaje. Antes de abrirla visualizo mi coche allí, tal como lo dejé la última vez que lo usé. Cuando abro la puerta, la visión desaparece. Mi auto no está allí.

—Debe de estar en el patio —digo asintiendo. Al girarme, choco con el duro pecho de Tyler y elevo la mirada para mirarlo furiosa—. A mí no me engañas, estúpido. Está en el patio.

Tyler se ríe sonoramente mientras me alejo de él para salir hacia el patio trasero. En cuanto llego, mis ganas de llorar aumentan y aprieto los labios. Creo que estoy entrando en pánico. Puedo sentir sus pasos detrás de mí, pero no me importan. Siento que voy a matarlo.

—¿Quieres mirar en el techo también, por si quizá está allí? —susurra en mi oído, y se separa para reír de nuevo—. Lo he regalado, ya lo supera...

—¡¡¡¿Por qué demonios has hecho eso?!!! —le grito molesta, girándome para ver su rostro.

Está apretando los labios para no reírse, como en la cena.

—¿Por qué has hecho eso? —pregunto calmadamente, tomando respiraciones profundas, tanto como mis pulmones me lo permiten. Ya no siento ganas de llorar, solo quiero que esto sea una pesadilla, despertar y que Tyler Harrison esté en Londres. Muy lejos de mi auto y de mí.

—Porque tú tiraste mi ropa a la basura; te la debía. —Sonríe de lado, dejando de reír—. ¿Acaso creíste que me asustaría y saldría corriendo?

—Saldrás corriendo en cuanto ponga mi pie en tu trasero.

—¡Oh, vamos, Samantha! —exclama riendo—. Es solo un coche.

Aprieto los dientes.

—No... me... llames... de... esa... forma —digo entre dientes.

Me guiña un ojo y agita las llaves.

—Vamos al instituto —dice mientras se aleja de mí—, Samantha —pronuncia, y ruedo los ojos.

Camino lentamente pensando que mis padres están muy locos para dejarme con este estúpido que ha regalado mi coche por internet. Solo pensar que a partir de ahora Tyler deberá llevarme a todos lados, me siento presa de la furia. Pero esto no se quedará así. Oh, no; claro que no.

Tendré mi dulce venganza.

El coche de Tyler es azul. Un deportivo. ¿Cuál? No tengo ni idea sobre autos. Apenas sabía la marca del mío. Me subo sin espera

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