El chico de arriba

Marie Jenn

Fragmento

el_chico_de_arriba-2

1

Mi mamá siempre me decía que era una persona muy curiosa y, como tal, algún día iba a encontrarme algo muy malo. ¿Sabes aquella típica frase: «la curiosidad mató al gato»? Pues yo creía que había sido para mí. O mejor dicho, eso creía mi madre.

Para mí era muy divertido contemplar a las personas de la calle desde mi balcón, curiosear lo que pasaba allí. Mi habitación era pequeña, aunque suficiente para que cupieran mis cosas y los muebles, pero el principal atractivo era el hermoso balcón donde podía ver lo que pasaba fuera del edificio donde vivía. No era exactamente un balcón, ya que tenía unas escaleras de emergencia junto a la pared, pero era suficiente para mirar hacia la famosa esquina de la calle donde siempre solían ocurrir cosas. Ya fueran percances de bicicletas, personas cayéndose e incluso accidentes de coches. No muy fuertes, claro, pero siempre había algo nuevo e interesante que ver. Yo creía que ese lugar tenía alguna especie de mal augurio.

Vivir en la ciudad, y más aún en la calle principal, tenía sus ventajas. Gracias a la ubicación de mi balcón se podían apreciar aquellas cosas. A pesar de estar en el tercer piso, no solo veía la calle, sino también el extenso panorama que incluía algunos parques cercanos.

Lo nuevo de aquel día era un camión de mudanzas que estaba justo al lado de mi edificio. Sabía que el único apartamento libre era el que estaba encima del nuestro, en el cuarto piso, así que las personas que subían las cajas y demás cosas serían nuestros nuevos vecinos. En un edificio antiguo como este y de pocas familias, todos sabían sobre todos. Mis padres me habían asegurado que ya habían conocido a la familia y estaban muy emocionados por su mudanza. Según ellos, la pareja tenía tres hijos adolescentes de aproximadamente mi edad. Ni siquiera los conocían aún y mis padres ya me habían insistido en que entablara amistad con ellos. Como si fuera tan fácil para alguien como yo, tímida, conocer a nuevas personas.

Faltaba una semana para que comenzaran las clases y planeaba quedarme en casa y leer buenos libros en el tiempo que me quedaba. También pensaba salir con mi mejor amiga, aunque no iba a negar que añoraba estar en casa y leer un buen libro en el sillón de mi balcón mientras el sol del atardecer me bañaba.

Vi como dos señores, de edad mediana tirando a mayores, subían algunas cajas pequeñas y les indicaban a unos hombres que subieran los muebles sin dañar nada. También estaban con ellos dos chicos jóvenes y una chica. Los tres ayudaban a sus padres cargando varias cajas cada uno. Me quedé espiando hasta que lograron subir todas sus cosas. Lo malo de ese antiguo edificio era que no existía ascensor y tenías que usar las escaleras sí o sí, a menos que pudieras entrar volando por la ventana. Solo era posible para los vampiros, seres que obviamente no existían. Y, si hubieran existido, aquí el sol y el calor eran insoportables, por lo que no habrían sobrevivido ni dos horas a este clima infernal.

El sonido de alguien tocando la puerta de mi habitación antes de abrir me sacó de mi ensoñación. Y la única persona en esa casa que tenía aquella manía era mi madre. Nunca esperaba una respuesta mía para abrir la puerta y, ya que no me dejaba usar pestillo, no tenía otra opción más que aguantarme sus repentinos asaltos.

—El almuerzo ya está listo, cielo.

Asentí.

—Ya voy, mamá —respondí alejándome del balcón.

Había estado ahí durante horas viendo a los vecinos de arriba llevar sus cosas. Ya estaba cansada de acecharlos, me había pasado toda la mañana leyendo y solo me había distraído cuando vi el camión de mudanza aparcar en la acera. Cuando bajaron dos chicos de mi edad, mi atención se concentró en ellos y dejé de lado la lectura. Después de actuar como una acosadora, solo quería comer y seguir leyendo. Aquellas semanas de vacaciones me las había pasado vagueando y no iba a ser menos ese día.

Después de almorzar con mis padres, entré de nuevo a mi habitación para leer un poco antes de echarme una siesta. Era una rutina que jamás rompía, ni siquiera cuando me moría de sueño, más aún cuando el libro era tan interesante; que en aquella ocasión iba sobre ángeles caídos, arcángeles y una protagonista pelirroja exasperante. Tomé mi libro de la cama y fui a mi balcón. Fuera había un pequeño sillón en el que podía echarme si así lo deseaba y una maceta con mi planta favorita: la buganvilia. Las flores moradas sobresalían de la maceta y le daban un aspecto hermoso a mi pequeño pero acogedor balcón.

Definitivamente, aquel era mi lugar favorito en todo el apartamento.

Me senté en el pequeño sillón, abrí el libro y retomé la lectura. A los pocos minutos, sentí que algo me caía en la cara. Eran gotitas de agua. Maldije por dentro. Iba a llover. ¿En verano? Era normal, claro, pero había comprobado el tiempo en el móvil y no había indicios de lluvia. Miré el cielo, pero no había nubes negras; estaba completamente despejado.

Agudicé el oído cuando escuché el sonido de una algarabía lejana que venía de arriba. Eran unas voces masculinas y una femenina. Dejé mi libro sobre el brazo del pequeño sillón para mirar hacia arriba en busca de la fuente del sonido.

Un grito agudo después de una risa chillona me sobresaltó.

Traté de ignorar aquello sentándome de nuevo en el sillón. Abrí de nuevo el libro y continué con la lectura, aunque tenía sed. Hacía mucho calor y el vestido corto que llevaba puesto era demasiado caluroso para mí. Con una mano sostenía el libro y, con la otra, me daba aire, aunque era inútil, el calor seguía siendo insoportable a pesar del viento que me golpeaba el rostro.

En un instante estaba leyendo y, al siguiente, el agua estaba cayendo sobre mí. Me aparté rápido, lo suficiente para que no me llegara al cuerpo. Pero solté un grito al ver que mi libro no se había librado; estaba todo empapado, con la cubierta y todas las hojas mojadas. Rápidamente, miré arriba, pero solo atiné a ver una mata de pelo marrón antes de que esa persona corriera a esconderse.

«Maldita sea».

Enojada, entré a mi habitación y fui al baño a por una toalla para secarme el pelo. Era lo único que tenía completamente empapado, pero algunos mechones se me escurrían en el vestido y también me lo mojaban. Me dirigí a la cocina, donde estaba mamá preparando una tarta, mientras me secaba el pelo, que chorreaba por el suelo salpicándolo todo a mi paso. La interrumpí y la asusté con las pintas que tenía.

—Dios mío, Ruby. ¿Qué te ocurre, tienes mucho calor? —preguntó mamá con una sonrisa divertida en la cara. Al ver que no se la devolvía, se puso seria—. ¿Qué ha pasado, hija?

Apreté las manos en puños, arrugando la toalla.

—El vecino de arriba me ha tirado agua —respondí con la voz peligrosamente tranquila. Me estaba conteniendo demasiado y, en cualquier momento, explotaría.

Mi mamá me miró y comenzó a reírse a carcajadas.

La miré horrorizada.

—¡Mamá, gracias por el apoyo! —me enfurruñé—. Me ha arruinado el libro.

Se puso seria.

—Son cosas de jóvenes, hija. Habla con el chico para que te lo pague. Pero mientras tanto, pon el libro al sol para que se seque antes.

—Oh sí, me las va a pagar —susurré.

Me fui de allí escuchando la risa de mamá y sus palabras entrecortadas. No le hice ni caso, me encaminé hacia el cuarto de la lavandería y cogí un cubo grande, lo llené con agua y, para más diversión, le eché jabón líquido. Con la mano lo revolví hasta que se creó espuma y las pompas de jabón empezaron a saltar.

Salí de mi apartamento, no me importaba la pinta que tenía, pues las ansias de venganza me consumían. Subí las escaleras hasta el siguiente piso con el cubo de agua; fue una tarea difícil porque pesaba, pero logré llegar sin que se derramara. En cada piso solo había un apartamento, por lo que en la cuarta planta solo vivían ellos, la familia que se acababa de mudar. Toqué la única puerta que había y dejé el cubo a un lado para que la persona que abriera no lo viera.

Una adolescente, al parecer menor que yo, me abrió la puerta, sonriéndome alegremente. Al ver mi ropa y mi pelo mojado, abrió mucho los ojos. Parecía avergonzada.

—Hola —dije.

No sabía cómo seguir. Gracias al espionaje, me había enterado de que la chica tenía dos hermanos mayores. No estaba segura de quién había sido el culpable, así que la miré con sospecha.

—Soy tu vecina de abajo y resulta que la habitación donde duermo da a la de alguno de tus hermanos. —Me señalé el pelo—. Uno de ellos me ha tirado agua.

La chica se puso roja, parecía no saber dónde meterse. Era alta, más que yo, pero la cara tierna que poseía demostraba lo joven que era.

—Lo siento, mis hermanos y yo estábamos jugando. Pero sé que ha sido Kem, mi hermano mayor. —Delatarlo hizo que las mejillas se le pusieran mucho más rojas, como si no hubiera querido decirlo.

—¿Puedo hablar con él? —dije tratando de mantener la compostura.

Estaba tan enojada con el tal Kem que iba a golpearlo si no me pagaba por el libro que me había arruinado.

—Sí… sí, claro —titubeó.

Escapó de allí dejando la puerta semiabierta y se fue tan rápido como se lo permitían los pies. Unos segundos después, escuché voces en tono bajo mientras hablaban y se acercaban. Luego la voz de la chica se silenció y apareció un chico en la puerta. Me miró malhumorado, como si yo fuera un fastidio.

—¿Eres Kem?

—Sí. —Alzó una ceja, sus ojos verdes me inspeccionaron de arriba abajo de manera aburrida—. ¿Quién eres tú?

Miré su pelo castaño y sonreí con malicia.

—Tu vecina de abajo. —Tomé el cubo de agua, que tenía al lado, y lo lancé a su cuerpo—. ¡Ahora toma eso tú!

Me había vengado y qué bien me sentía. El chico que tenía delante estaba empapado. Me miró sorprendido y, segundos después, su sorpresa se convirtió en furia. Me encogí por dentro, nadie me amilanaría después de hacer semejante cosa. Estaba orgullosa de mí por devolverle la jugada sin sentirme mal. Porque se lo merecía.

—¿Qué te pasa, loca? ¡¿Por qué rayos me has tirado agua?! —gritó el chico, sus ojos verdes me miraban con ira. Estaba tan molesto como yo lo había estado cuando arruinó mi libro.

Reí al verlo todo empapado y las pompas de jabón volando a nuestro alrededor. Él solo me observaba con rabia; tenía las cejas fruncidas y la boca apretada.

Si las miradas matasen, yo ya habría estado a varios metros bajo tierra.

Levantó la mano y se la pasó por la cabeza tratando de arreglarse el pelo empapado.

Comencé a analizarlo con más detenimiento, era algo que me gustaba hacer, mi vena curiosa siempre saltaba hasta en el peor de los escenarios. El chico era muy guapo y también muy alto. Me sacaba por lo menos una cabeza y media. Yo era una persona de estatura media, pero él era mucho más alto que la mayoría. Tenía que echar la cabeza hacia atrás para poder mirarlo a los ojos, que eran de un bonito color verde. Parecía un poco mayor que yo, tal vez un par de años más. Su pelo mojado era castaño, pero estaba oscurecido por las gotas de agua que caían por todo su cuerpo. Iba vestido como si estuviera a punto de salir; con una camiseta negra algo suelta, vaqueros y zapatos. A través de su camiseta empapada, pude ver algunos músculos en sus brazos y otros pocos en su abdomen.

—Y ahora me debes mi libro —señalé sin darle tiempo a decir nada más—. Oye, mis padres me lo compraron en tapa dura, así que debes comprarlo igual. Te recomiendo que lo encargues en la librería, porque muchas veces no lo tienen en stock…

Kem me detuvo.

—¡Eh, espera! —exclamó—. Yo no te debo nada. ¡Me has tirado agua y casi me quedo ciego por el jabón! Eres tú quien me debe algo. Estaba a punto de salir a una cita.

Fruncí el entrecejo.

¿De verdad no entendía nada o se hacía el idiota?

—Pero tú has empezado —repliqué. Estaba furiosa porque el chico no aceptaba lo que había hecho, y peor aún, parecía perdido en el tema, como si no lo hubiera hecho—. ¡Tú me has tirado un cubo de agua desde tu balcón!

Frunció el ceño, claramente estaba confundido por mis palabras.

—No sé de qué diablos hablas.

—Sé que fuiste tú.

—De verdad, estás más loca de lo que pensaba. —Negó con la cabeza.

A nuestros pies había un charco de agua espumosa. Me avergoncé inmediatamente al ver todo el altercado que había ocasionado solo porque había querido vengarme. Rogaba para que sus padres no se encontraran allí y vieran ese desastre, porque si no iba a tener aún más problemas.

—Yo no estoy loca, no soy quien les tira agua a sus vecinos sin motivo alguno.

—Me acabas de tirar agua —dijo como si fuera obvio, hablándome como si fuera tonta.

Sentí que el rostro caliente me ardía.

—Mi motivo ha sido la venganza. ¿Qué me dices del tuyo?

Él parecía mucho más exasperado que yo.

—Por enésima vez: yo no te he tirado agua.

Además de fastidioso, era un mentiroso.

Se adentró en su apartamento dejando la puerta abierta y caminó hacia la cocina. Como la distribución de todos los apartamentos era igual, supe que estaba entrando en el cuarto de la lavandería, que se encontraba al lado de la cocina. Aproveché mi soledad para observar con curiosidad el apartamento de esta familia que se acababa de mudar. Había unas pocas cajas esparcidas por el suelo del salón, pero la mayoría de los muebles ya estaban en su lugar. No alcancé a ver más al fondo porque la puerta no me lo permitía y porque segundos después de mi inspección, apareció el chico con una toalla en la mano para secarse el cuerpo.

—¿Sigues aquí?

Lo miré mal.

—No me iré hasta que me pagues el libro.

—Joder —maldijo—. Estoy a punto irme, ¿no puedes volver otro día? ¿O nunca?

—Claro. —Sonreí con ironía—. No volveré jamás si me pagas mi libro. Ahora.

—Has sido tú quien ha venido a mi casa para arruinarme la ropa. No te debo nada.

—Pues que yo sepa, el agua no arruina la ropa, pero sí un libro. Y todo por ti. —Parecía tan desconcertado con mis palabras que decidí explicarme mejor—. Estaba abajo, en el balcón de mi habitación, y de la nada me has tirado agua. Mi libro se ha arruinado, está todo mojado.

—No he sido yo —murmuró, mirando detrás de él. Cuando giró su rostro hacia mí, hizo el amago de una sonrisa sarcástica—. Mis hermanos estaban en mi habitación colocando algunas macetas con plantas en el balcón y, al parecer, se les ha ido la mano al regar las plantas y te han mojado. Pero no he sido yo.

¿Regar las plantas?

Lo miré sin saber si creerlo o no. Aunque ahora me daba cuenta de que eran dos chicos quienes se habían mudado y lo sabía gracias a mis dotes de espionaje. Aunque la hermana menor de Kem me había dicho que había sido él.

¿Habría mentido para encubrir a su otro hermano? ¿O era Kem quien mentía?

Me miró entre divertido y enojado. Sí, menudo dilema, pero esa fue su expresión mientras me observaba.

—Oye, yo no tengo la culpa de no saber quién me ha tirado el agua. Solo sé que ha sido alguien de aquí y estaba en la habitación que tiene balcón —dije empezando a dudar de mi venganza.

De repente, me sentí avergonzada por haberme confundido con el culpable.

—Pero ¿y si fue mi hermana? —se preguntó a sí mismo, reflexionando, pero parecía más burlón que pensativo. Me miró—. ¿Te ha sobrado agua? Porque puedes echársela a mis hermanos y así no tendrás dudas de que has cumplido con tu pequeña venganza.

Era un sabelotodo.

—No me interesa quién ha sido —dije tratando de ahuyentar mi vergüenza, pero sin éxito, empezaba a sentir el rostro cada vez más caliente—. Ya me he cobrado mi venganza, mi trabajo aquí está hecho. Ya nos veremos por ahí, adiós.

Giré más rápido que nunca y me fui de allí. Estaba avergonzada por haberle tirado agua a la persona equivocada y no quería quedarme más tiempo. Cogí mi cubo vacío con la dignidad casi intacta —porque si lo perdía, mamá me mataría— y caminé hacia las escaleras. Antes de bajarlas para ir hacia mi apartamento, la voz del chico me detuvo.

—¿Ya no quieres tu libro?

Me giré tan rápido que me sujeté del pasamanos de la escalera para no caerme.

—Claro que sí. ¿Me lo pagarás, verdad?

Se encogió de hombros.

—Yo no te he tirado el agua ni he arruinado tu libro, no soy yo quien debe pagarte. Pero ¿sabes qué? Me siento benevolente, vuelve aquí más tarde o mañana y te entregaré tu libro. Nuevo, el que quieras. Tú solo escoge.

Por la mirada malévola que había en su rostro, supe que no estaba ofreciéndome un trato como sus palabras parecían mostrar. Sino que era todo lo contrario, en sus ojos verdes vi la misma furia que sentía yo cuando había subido.

Kem se iba a vengar de mí si volvía. Tal y como yo me había vengado.

—Lo he pensado mejor —dije tratando de sonar calmada—. No quiero nada tuyo. Han arruinado mi libro y me he vengado, yo misma me compraré uno nuevo.

—Si eso deseas…

—Sí.

Parecía molesto por mi respuesta. Había frustrado su intento de venganza hacia mí y eso era más que suficiente. Bajé los últimos escalones hacia el descansillo en la escalera, pero me detuve cuando oí unos pasos bajando de arriba. Luego escuché la voz de la hermana de mi mejor amiga, que resonó en el lugar.

—¿Estás listo, Kem? Mierda…, ¿qué te ha pasado?

—Una loca me ha tirado agua. Eso es lo que ha pasado.

el_chico_de_arriba-3

2

Cuando entré a casa, lo primero que hice fue esconder el cubo de plástico en el armarito de la limpieza, en la lavandería. Luego entré a la cocina, con expresión seria, tratando de no parecer culpable. Mi mamá me esperaba allí, mirándome como si supiera exactamente lo que había hecho. Tenía las manos ocupadas, estaba metiendo unos bizcochitos en el horno.

—¿Has hablado con el vecino? —preguntó.

Se limpió las manos en el delantal celeste. Llevaba el pelo castaño igual que el mío, recogido en lo alto de su cabeza. Me mostró una sonrisa satisfecha.

Mamá amaba hacer postres y pasteles, era uno de sus pasatiempos favoritos, y a mí me encantaba ayudarla cada vez que podía. Solo que en esta ocasión la había abandonado únicamente para cometer mi venganza. Y no había salido tan bien como esperaba.

—Sí —respondí sin mucha convicción.

—¿De verdad? —Mamá parecía muy sorprendida.

Ella sabía lo tímida que era, pero ese día fui más abierta que nunca, no había titubeado ni un poco al hablar con ese chico. Estaba satisfecha conmigo misma, aunque no hubiera cumplido mi verdadero cometido. Tendría que ahorrar el dinero que me daban mis padres para comprarme el libro. Mientras tanto, dejaría que se secara al sol; y si eso no funcionaba, pues lo leería en e-book. No me entusiasmaba, prefería tener el libro físico en las manos, poder oler las páginas, añadir notas adhesivas y sentir la textura del papel.

—No me va a pagar el libro. Ese idiota me lo ha arruinado y no me quiere comprar otro. Ha dicho que volviera a su casa más tarde o mañana, pero sé que es mentira…

Me di cuenta de que había cometido un error cuando mamá gritó de alegría.

—¡Genial! —Señaló el horno—. Son para los nuevos vecinos, puedes ir tú a llevárselos.

—No —refunfuñé, negando con la cabeza e implorando con mi mirada—. Ni loca volveré allí.

—Ruby… —me regañó—, debemos darles la bienvenida.

Yo ya se la había dado al tal Kem arrojándole un cubo con agua, estaba segura de que ya no quería nada más de mí. Ni siquiera los deliciosos bizcochitos de mamá. Apostaba a que me los tiraría a la cara si se los regalaba. O tal vez los pisoteara. Haría cualquier cosa para vengarse. Había visto en sus ojos el mismo odio que sentí yo cuando vi mi libro mojado y arruinado. Kem iba a hacerme pagar, de eso estaba segura.

—Tal vez deberías dárselos tú, mamá, ya que tú los has preparado.

Me miró con una sonrisa conocedora.

—Tienen tres hijos de tu edad, tal vez deberías hacerte su amiga. Trata de olvidar el asunto del agua y conócelos mejor. —Se encogió de hombros—. Podréis ir al cine o salir a pasear un poco. Solo conoces a Amber, ya es hora de que conozcas a más gente. ¿Qué mejor oportunidad que esta?

En realidad, era la peor, pero no iba a discutir con mi madre. Era una pérdida de tiempo.

—Como sea, mamá —acepté reacia, no tenía otra salida—. Cuando estén los bizcochos, me avisas.

Me alejé de la cocina para leer en mi habitación, pero cuando me acerqué al balcón, comprobé el desastre que el agua había ocasionado. Mi precioso libro de tapa dura estaba empapado, seguía sin secarse a pesar de haberlo dejado bajo el sol. Las páginas se encontraban todas arrugadas. Mi desilusión se hizo enorme.

Ese idiota de Kem era el único responsable.

Cuanto más lo pensaba, más segura estaba de ello. Tal vez habría parecido confundido, pero eso solo afirmaba su culpabilidad. Además ¿por qué iba a mentir su hermana? Lo había delatado. Eso me tenía que bastar.

Mamá apareció en mi habitación para avisarme de que los bizcochos ya estaban listos. Por muy reacia que fuera a ir a la casa de los vecinos otra vez, nada podía salvarme de esta situación. Tenía que obedecer a mi madre a toda costa, si me negaba una vez, sería ella misma quien me llevaría de las orejas y eso aumentaría mi humillación.

Cogí la bandeja que mamá me tendió con una sonrisa.

—Llévalos cuanto antes.

Me sentía como una niña siendo forzada a hacer amigos en el jardín de infancia. Mierda. De verdad, iba a volver a ese apartamento. Había pasado solo una hora y rogaba para que Kem no estuviera. Al parecer, iba a salir y yo esperaba de corazón que lo hubiera hecho.

—Ahora vuelvo, mamá —dije con un retintín en mi voz. Intentaba parecer alegre cuando en realidad estaba molesta.

Mi mamá me palmeó el hombro al pasar mientras se quitaba el delantal. Me había cambiado de ropa minutos atrás a algo mucho más cómodo que un vestido. Ya que iba a anochecer, había escogido ponerme un short veraniego y una camiseta sin mangas. Llevaba el pelo recogido en lo alto de la cabeza; esta era mi ropa usual para estar en casa antes de dormir.

Con las pintas que llevaba, subí al apartamento de arriba y toqué el timbre. Los diez bizcochitos con chispitas de chocolate me tentaban. No me comí ninguno porque había hecho más para nosotros. Papá y yo éramos fans de sus postres, sobre todo de estos.

Esperé unos segundos más antes de que abrieran la puerta.

Joder.

Mi sonrisa elaborada pasó a ser una mueca de rabia.

—¿Tú otra vez? —pregunto Kem mirándome con diversión. Lo primero que vio fueron los bizcochitos en la bandeja y luego sacó la cabeza por la puerta, como buscando algo—. ¿Ya no traes agua para tirármela de nuevo?

Entrecerré los ojos.

—Si quieres, espérame un ratito y vuelvo con el cubo.

—No hace falta —contestó, entornado los ojos—. Una vez ha sido suficiente.

—No sé yo… —murmuré, recordando mi libro mojado.

Nos quedamos en silencio un rato, sopesándonos con la mirada. De toda su familia, solo él podría haberme abierto la puerta. Gracias, joder. Pero supuse que no había nadie más, pues dentro no se oía ruido.

—¿Qué te trae de nuevo por aquí? —preguntó.

Levanté mi bandeja de bizcochitos.

—Mi mamá ha horneado esto para ti y tu familia. —Se la tendí, pero él no hizo amago de tomarla, sino que me miró extrañado.

—¿Para nosotros? —Asentí. Kem hizo una mueca—. No tendrán un ingrediente raro, ¿no? ¿Veneno tal vez?

Fue mi turno de entornar los ojos.

—No tienen nada, están muy buenos. Son la especialidad de la casa.

—Permíteme dudar de ti.

—¿De verdad crees que tienen algo? —Cuando asintió convencido, me reí—. Te juro que no tienen nada. Tómalo como una ofrenda de paz. Estamos empatados, ya no quiero más problemas contigo. Así que toma, coge la bandeja.

Kem estaba tan reticente que solté un suspiro de frustración.

Tomé un bizcocho de la bandeja y le di un mordisco. Mastiqué despacio bajo su atenta mirada, mientras sentía la deliciosa esponjosidad del interior salpicado de chocolate. Creo que gemí, pero es que estaba tan rico… Con unos bocados más me lo terminé.

Él seguía mirándome, pero esta vez divertido.

—Parece que están muy deliciosos —fueron sus primeras palabras.

Asentí.

—Y no me he muerto, así que no tienen veneno. ¿Ves? —Volví a ofrecerle la bandeja—. Ahora tómalos y dáselos a tu familia de parte de mi mamá.

Pero solo tomó uno y lo mordió. Levantó las cejas al masticar.

—En realidad, está delicioso —dijo entre bocado y bocado. En menos de un minuto, ya se lo había terminado—.Veo que tu mamá es una artesana muy talentosa.

De un momento a otro, sentí que ya no estábamos hablando de postres, sino de otra cosa. Le tendí la bandeja por tercera vez y, por suerte, la aceptó. Quería salir de allí cuanto antes.

—De nada —dije retrocediendo para irme—. Uh, tengo que volver a mi casa, adiós.

—Adiós —se despidió.

Oí su risa detrás de mí mientras bajaba las escaleras tan rápido que tuve que sujetarme al pasamanos para no caerme. Algo en su expresión me hacía ser consciente de mi cuerpo y del suyo. Como una corriente que me invadía cada vez que sus ojos verdes contemplaban directamente los míos.

Era una calidez que no quería sentir, así que hui sin mirar atrás.

Un par de días después, mi mejor amiga y vecina anunció que haría una fiesta. ¿El motivo? Las clases comenzaban el próximo lunes y solo nos quedaba este fin de semana libre.

Había conocido a Amber varios años atrás, cuando éramos pequeñas y salíamos a jugar todos los días desde que su familia y ella se habían mudado. Como yo era la única niña en el edificio, nos hicimos grandes amigas y hasta el día de hoy somos inseparables. Íbamos al mismo colegio y estábamos juntas siempre que po­díamos. Sabíamos todo la una de la otra, éramos confidentes y compartíamos secretos todo el rato. Ella era como la hermana que nunca tuve.

Ya le había contado lo del incidente con el chico de arriba y ella solo se había reído. A mí no me había parecido nada gracioso, estaba más que furiosa. ¿Es que nadie iba a pensar en mi libro?

Amber decía que debíamos ser sus amigas y, de paso, intentaría algo con él. Ada, su hermana mayor, y ella lo habían conocido unos días antes y estaban de acuerdo en que era el chico más guapo que habían visto. Era verdad, pero no dejaba de ser un imbécil y eso contrarrestaba todo su atractivo.

Las hermanas se volvían un poco locas cuando había chicos guapos alrededor, por eso estaba segura de que su intención era otra al organizar la fiesta. Yo sabía que no solo aprovechaba que no estaban sus padres para darle la bienvenida al nuevo semestre, sino que apostaba a que era una excusa para invitar a Kem y coquetear con él. Conocía a Amber.

Todavía no les había pedido permiso a mis padres, pero estaba completamente segura de que me dejarían ir. Conocían a Amber desde hacía años y la apreciaban, se alegraban de que fuera su amiga. Sí, era obvio que mis padres no conocían a la verdadera Amber, la loca que siempre hacía travesuras o se metía en problemas.

Mi amiga bajó a mi apartamento para llevarme a rastras al suyo, no literalmente, pero tuvo que insistirme mucho. Quería que viera los nuevos vestidos que se había comprado y, de paso, ayudarla a escoger uno para la fiesta. Sus padres estaban de viaje y la habían dejado con Ada. Gran error, porque ella era mucho más alocada que Amber. Tenía veinte años, tres más que nosotras, pero se comportaba como si tuviera tres menos. Yo no le caía muy bien, pero no podía hacer nada, era la hermana de Amber y tenía que soportarla.

Ya en su habitación, mi amiga sacó sus tres últimas compras y las colocó sobre la cama. Llevaba el pelo negro recogido en una coleta bien peinada. Parecía muy emocionada por escoger un vestido.

—He comprado estos, quiero verme bien, pero que parezca que no me he arreglado mucho, ¿entiendes? —preguntó ella mirando sus atuendos extendidos sobre la colcha.

Ya llevábamos así varios minutos y era incapaz de decidir. Tomó el vestido negro de la derecha. Tenía pequeñas lentejuelas en el escote, la espalda descubierta y la falda le llegaba hasta la mitad de los muslos. También sacó del armario unos tacones altísimos del mismo color. Combinaban bien, eran abiertos, perfectos para el verano. El problema era la altura. La plataforma era tan grande que, si me los hubiera puesto yo, me habría caído sin dar ni un paso. Jamás me había puesto unos tacones tan altos. Solo de verlos, me dio vértigo.

—Son altísimos, ¿podrás caminar con ellos?

—Claro que sí, no son tan altos —señaló encogiéndose de hombros. Me estremecí al verla calzándose en ellos.

—¿Están bien estos? —dudó estudiando el vestido y caminando con sus tacones como si nada.

Me encogí de hombros. Ya se había probado los tres vestidos y me había hecho la misma pregunta todas las veces. Estaba empezando a aburrirme verla probarse ropa.

—Me gusta mucho, creo que ese es el correcto —respondí sincera.

Me eché sobre su cama mirando el techo.

Asintió.

—Sí, creo que tienes razón. Me pondré este —replicó satisfecha y sonriendo. Sus ojos brillaban de emoción. Se le notaba superfeliz por la fiesta—. ¿Tú qué te pondrás?

La verdad, no tenía ni idea, pero no me preocupaba. Antes de la fiesta, escogería cualquier vestido de mi armario. No sería nada tan sofisticado ni elegante como los de Amber, pero sí suficiente, al final todos terminarían borrachos y nadie se fijaría en mi ropa.

No era la primera fiesta en casa de Amber y siempre venían nuestros compañeros de instituto. Algunos de ellos invitaban a sus amigos y, al final de la noche, ya no se podía ni respirar por la cantidad de gente. Los apartamentos no eran tan grandes como para acoger a más de treinta personas en un mismo espacio. Las cosas se descontrolaban y luego era un caos. Esa era siempre mi señal para irme y aquella vez no sería para menos.

Amber se quitó los tacones de una patada y se sentó a mi lado en la cama. Sentí su mirada penetrante, me volví hacia ella aterrada. Cuando Amber estaba muy callada, es que quería decir algo y no sabía cómo. La conocía tanto que me preparé para ello.

—Hoy he hablado con Dan —confesó.

Gemí por dentro.

Dan era mi exnovio y también el mejor amigo de Amber. Era una completa mierda, mi mejor amiga también era la de mi ex. Nuestra situación había funcionado bien cuando Dan y yo estábamos juntos, pero cuando lo dejamos, Amber se encontró entre la espada y la pared. No sabía a quién apoyar o cómo hacer para mantener una estabilidad. Pero Dan me había hecho mucho daño y eso ella tampoco podía ignorarlo.

—No quiero hablar de él —murmuré. Me coloqué un brazo sobre la cara para escapar de su mirada.

—Es importante, Ruby. —Por su tono de voz, me temí lo peor.

Me levanté poco a poco para ganar tiempo mientras trataba de no mostrar mi dolor.

—¿Qué pasa?

No parecía querer decírmelo porque se tomó su tiempo para hablar. Aquellos segundos se me hicieron eternos. Aunque no quería insistir, prefería que no lo alargara y lo soltara de una vez. Me estaba poniendo nerviosa.

Amber puso una mano sobre la mía. Sus ojos marrones me miraron con cierto temor y disculpa.

—Va a regresar.

—¿Qué? —pregunté sin aliento.

—Volverá a vivir con su mamá. Vendrá aquí, al edificio.

«¿Aquí? ¿Al edificio? ¡Imposible!».

Y a la vez no.

Dan se había mudado un año antes. Se fue a vivir con su papá cuando sus padres se divorciaron. Pero iba a volver…

Para vivir aquí, de nuevo.

Como en los viejos tiempos.

el_chico_de_arriba-4

3

Para la fiesta de mi mejor amiga escogí un vestido blanco que me llegaba hasta la mitad del muslo. Tenía un estampado de flores azules que hacía juego con mis ojos. Por desgracia, debía prescindir del sujetador porque el escote era bajo y de tirantes. No me avergonzaba, tenía incorporado un pequeño relleno que me sujetaba bien. Caminé libre hacia el piso de Amber, calzada con unas sandalias blancas con tacones bajos.

En realidad, esperaba que esta fiesta me subiera el ánimo después de la inesperada noticia del regreso de mi exnovio.

Cuando entré, me arrepentí un poco de mi elección de ropa. Las chicas iban vestidas como si estuvieran en un club, con vestidos estrechos y tacones muy altos, como los de Amber.

Me abrí paso entre la gente para llegar al salón. El apartamento era un caos y ni siquiera era medianoche. La música no sonaba tan fuerte, el barullo general venía de los que jugaban a videojuegos o juegos de mesa entre gritos y risas. Si alguien perdía, bebía cerveza u otra bebida alcohólica. Quería quedarme y verlos jugar, pero había demasiada gente y no conocía ni a la mitad.

Como no encontraba a Amber por ningún lado, continué mi camino.

Me detuve en la puerta de la cocina. Aluciné con lo que ocurría en el pasillo de las habitaciones. Un chico y una chica conversaban frente a frente, eran Kem y Ada. No quería quedarme ahí parada, verlos juntos no debía sorprenderme, pero así era. Recordé que Ada había bajado a verlo cuando lo conocí tras el incidente del cubo de agua y que él había dicho que tenía una cita importante. ¿Con ella?

Pues viéndolos, sí lo parecía.

—Chisss —susurró alguien detrás de mí, y me asusté. Cuando me giré, encontré a una sonriente Amber—. ¿Espiando?

Traté de disimular.

—Iba a entrar a la cocina y los vi, solo un segundo.

—Al final, Kem ha venido, pero no ha traído a su hermano. —Hizo puchero—. Ada está hablando con él y yo estoy aquí, sola.

—Pues ya he llegado para hacerte compañía.

Amber desestimó mis palabras con una mano.

—Me refería a ser la cita del hermano de Kem. ¿Te imaginas? —Soltó una risita mirando detrás de mí—. Hermanos con hermanas. ¡Sería genial!

No sonaba ni de cerca tan genial como ella creía. Al contrario, sonaba extraño.

—¿Y por qué no ha venido?

—Ha dicho algo sobre cuidar a su hermana.

Amber se encogió de hombros y luego se echó el pelo ondulado hacia atrás. Parecía que se había pasado horas maquillándose. Yo solo había elegido máscara de pestañas, delineador y un tono suave en los labios. Me sentía una niña a su lado. Pero a Amber no parecía importarle mi aspecto y me tomó de la mano.

—¿Quieres ir a bailar? También tengo alcohol en la cocina. Ada ha comprado bastantes botellas en el supermercado.

—Paso.

Si mis padres se enteraban de que había tomado alcohol, no dejarían que me volviera a juntar con Amber. Además, no me gustaba mucho el sabor de la cerveza ni de cualquier otra bebida alcohó­lica.

—¿Tienes idea de quiénes son estas personas, Am? —pregunté.

Apostaba a que no conocía a la mitad de la gente de la fiesta.

—Creo que son amigos de Ada —dijo, eso explicaba por qué parecían mayores que nosotras—. También he invitado a algunas personas del colegio. —Con los tacones era mucho más alta que yo y aun así se empinó para echar un vistazo hacia el salón—. ¿Vamos allá? Están jugando beer pong y quiero jugar hasta emborracharme.

Por fuera me reí, pero por dentro me asusté. Sabía lo salvaje que era Amber y podía emborracharse tan rápido que no la paraba nadie. En casos como aquel, debía ser paciente y tratar de mantenerla bajo control.

Nos acercamos a los jugadores de beer pong y ella fue directa hacia el centro de la mesa. Empezó a jugar mientras yo miraba cómo se divertía. Socializar y jugar con personas que no conocía no era mi fuerte, se notaba a leguas. Amber y yo éramos tan opuestas que a veces me sorprendía la cantidad de años que llevamos siendo mejores amigas.

Verla tan entretenida entre personas que yo no conocía me hizo preguntarme qué pintaba yo en todo aquello. Podría estar leyendo en mi cama o viendo una película, cualquier cosa que no fuera estar allí, rodeada de extraños.

Me giré hacia Amber para decirle que saldría un rato, pero estaba demasiado concentrada en hablar y jugar con los desconocidos. Me dirigí a la cocina sin decirle nada pues sabía que estaría vacía.

Estaba hecha un desastre. La encimera estaba llena de botellas de licor y vasos de plástico vacíos. Entre las bebidas alcohólicas encontré una botella de refresco de cola sin abrir. Era perfecta para la sed que tenía.

Tomé un vaso de plástico limpio y le eché varios cubitos de hielo de la nevera, luego me serví el refresco observando la espuma que se desbordaba. Contenta con eso

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos