El tiempo que tuvimos

Cherry Chic

Fragmento

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1

Grace

Primera firma

Liam ahondó un poco más la tierra con los dedos. Ya podía imaginar cómo iba a enfadarse su madre cuando le viera las uñas negras. Le advertí que era mejor utilizar mi rastrillo, pero el tonto dijo que no porque tenía un lazo rosa. ¿Y qué más daba?

—¡Un rastrillo es un rastrillo tenga los lazos que tenga, Liam! —exclamé con las manos en la cintura.

—Bueno, pero no me gusta tu rastrillo, Grace. Puedo hacerlo solo, ¿ves? Ya casi está.

—Es poco profundo.

—Está perfecto.

—Seguro que, dos minutos después de que lo cubramos, Niall lo encuentra y escarba.

—Entonces no dejes que tu maldito chucho escarbe en la tierra.

—¡Niall no es ningún maldito! ¡Y mis padres dicen que, si vuelves a maldecir, hablarán con los tuyos!

—¡Mis padres dicen que, si tu perro vuelve a escarbarnos la tierra, hablarán con los tuyos!

Fruncí el ceño y lo miré mal. A veces Liam era un idiota, pero era mi mejor amigo, así que tenía que aguantarme. Mamá decía que los chicos a menudo eran un poco bobos y papá siempre se enfadaba cuando la escuchaba. Entonces, ellos discutían y yo me imaginaba que las cosas serían así entre Liam y yo cuando nos hiciéramos mayores.

Entonces no sabía lo que nos deparaba el futuro.

—Niall está triste porque gritas mucho.

Liam miró a mi perro, que estaba lamiéndose sus partes, y sonrió.

—Yo no lo veo triste.

—Tú no lo conoces.

Soltó una risita porque lo conocía. Claro que lo conocía. Éramos vecinos, nuestras granjas estaban juntas, o, mejor dicho, estaban unidas por la valla que separaba las tierras de su familia de las tierras de la mía. Para llegar a su casa, siempre tenía que dar una buena caminata por el campo, pero no me importaba, porque tenía a Niall conmigo y, además, así aprovechaba para saludar al ganado.

—Creo que ahora sí que lo está.

Liam se levantó y se limpió las manos en los pantalones. Sí, su madre iba a matarlo. Para tener ocho años, era un chico alto. Todo el mundo decía que parecía mayor, al contrario de lo que ocurría conmigo. Todo el mundo decía que era una pequeña adorable.

Odiaba ser pequeña y adorable.

¡Quería ser como Liam! A él siempre le decían los mejores piropos. Él era el chico fuerte y yo la princesita. Él iba a hacerse cargo de todo el legado de la familia O’Callaghan y yo seguro que ayudaría a mamá en sus quehaceres. Arg. Ser una chica era un rollo. O a lo mejor era porque Liam era el hermano mayor y yo era la tercera. Ser la tercera era horrible. No podía estrenar mucha ropa, salvo los vestidos que me ponía el día del solsticio, y mamá y papá estaban tan ocupados que, al final, quienes más me mandaban eran mis hermanos mayores: Ollie, que tenía nueve años y Aidan, que tenía doce y se pensaba que ya era adulto y podía darle órdenes a todo el mundo.

En ese sentido, Liam había tenido muchísima suerte. Tenía dos hermanas también, pero eran pequeñas ¡y eran chicas! Mi mejor amigo solía decir que seguro que habíamos nacido en familias equivocadas. Él debería estar en la mía con los chicos y yo en la suya con las chicas. Siempre pensé que eso habría sido genial.

—Grace, ¿me escuchas? Tienes que atenderme antes de que vengan Eve y Sarah y lo arruinen todo.

Eve y Sarah eran sus hermanas pequeñas. Tenían dos y cinco años y su juego favorito era perseguir a Liam por todas partes.

También era el juego favorito de Aidan y Ollie.

—De acuerdo, creo que ahora sí que nos sirve.

Saqué de mi bolsa de tela la caja de latón que había cogido de la granja. Dentro estaban la libreta con el contrato que habíamos hecho juntos después de que en clase nos explicaran para qué servía. También metí un anillo con forma de trébol, porque teníamos que poner algo importante para nosotros y ese me lo había regalado papá la primera vez que había montado a caballo yo sola. Liam puso un pequeño peluche de un leprechaun que había tejido su madre cuando era bebé, porque decía que ya no lo necesitaba para dormir. Me parecía una buena elección, porque los dos habíamos cogido algo que nos importaba mucho y eso hacía que todo fuera más especial.

—¿Estás lista para firmar? —preguntó él sacándose un bolígrafo del pantalón.

—Antes tenemos que leerlo en voz alta.

—¿Para qué?

—Para que los dos estemos de acuerdo.

—Claro que estamos de acuerdo. ¡Lo hemos hecho juntos, Grace! —Lo miré mal y él suspiró tan fuerte que su flequillo negro le cayó en los ojos, los tapó por un momento hasta que resopló y volvió a subírselo—. Está bien, léelo.

—Yo leeré una parte y tú la otra.

Iba a resoplar de nuevo, pero lo miré tan mal que al final no lo hizo. Eso sí, sus ojos azules se hicieron más pequeños, como siempre que se molestaba conmigo. No me importó. En realidad, Liam tenía poca paciencia y no era mi culpa que nunca quisiera hacer las cosas bien. Como era debido.

Abrí la libreta por la primera página y leí:

Nosotros, Liam O’Callaghan y Grace Fitzgerald, prometemos ser amigos durante toda nuestra vida. No importa cuántas veces peleemos ni que Liam sea un poco tonto a veces ni que Grace sea un poquitín mandona. Lo importante es que nos queremos y siempre siempre siempre encontraremos el modo de volver a estar juntos.

—¿Por qué yo soy «un poco tonto» y tú solo «un poquitín mandona»? Eres muy mandona, Grace.

—Bobadas. Lee tu parte.

Su frente se arrugó, pero tiró con fuerza de la libreta que yo tenía y leyó:

Firmamos este contrato hoy, 23 de junio, porque esta noche celebramos la fiesta del solsticio de verano y así sabremos cuándo volver para desenterrarlo y firmar de nuevo. Firmaremos cada dos años para demostrar que los mejores amigos pueden serlo toda la vida.

Asentí, contenta y orgullosa de esa parte; se me había ocurrido a mí. En realidad, yo quería firmar todos los años, pero Liam dijo que no. Que era mucho trabajo desenterrar una cápsula del tiempo cada año. En el fondo, sabía que tenía razón, por eso dejé que me convenciera.

—¿Y ahora lo firmamos, lo enterramos y ya está? —preguntó.

—Eso es.

Me dio el bolígrafo, puse mi nombre y la fecha y luego se lo pasé a él para que hiciera lo mismo. Metió la pequeña libreta en la lata junto con el anillo y el peluche y le puso la tapa.

—Dentro de dos años, cuando yo tenga diez y tú nueve, volveremos a firmar —me dijo.

—¿Y estás seguro de que no se moverá de aquí y podremos encontrarla pase lo que pase?

—Claro, Grace. Para eso lo enterramos junto al árbol de las hadas. Estará seguro y protegido.

Miré el gran árbol de las hadas. Para todos en el pueblo era el árbol más importante del mundo. En Irlanda, todos los árboles de las hadas lo eran. Nadie podía tocarlos ni cortarlos porque eran mágicos. Papá y mamá me contaron que el árbol de las hadas creció solo hace muchos muchos muchos años y ni el gobierno podría quitarlo, ni siquiera para construir encima, pues no era conveniente enfadar a las hadas.

El árbol estaba ahí mucho antes que las construcciones hechas por el ser humano. Había acompañado a nuestros antepasados y seguiría en el mismo lugar cuando nos fuéramos y vinieran generaciones futuras. No entendía bien por qué papá hablaba de esto, pero lo decía cada vez que salía el tema.

Florecía en mayo y contaba la leyenda que, si estabas muy muy atento a sus ramas entre mayo y octubre, cuando el muro entre el mundo de las hadas y el de los humanos era más fino que nunca, podías tener la inmensa suerte de verlas. Si eso ocurría, podías pedir un deseo y seguramente ellas te lo concederían, siempre que luego siguieras tu camino y las dejaras tranquilas.

Por eso Liam quiso enterrar nuestro contrato justo a sus pies. Para asegurarse de que nada ni nadie se acercaría a nuestra cápsula y la encontraríamos sin problemas cada dos años.

—Y para que las hadas lo protejan, aunque yo ya no crea mucho en eso —me dijo.

Miré a mi mejor amigo y sonreí. Decía que no creía en ellas, pero yo pensaba que sí. Estaba segura. ¿Cómo no iba a hacerlo? Claro que no dije nada porque no quería discutir. Era muy fácil discutir con Liam.

Sujeté un extremo de la caja, él hizo lo mismo, y juntos la pusimos en el hoyo que había hecho. Luego la enterramos con las manos y suspiramos, orgullosos.

—¿Quieres esperar un rato para ver a las hadas? —preguntó Liam.

—¿No dices que ya no crees en ellas? —No pude aguantarme las ganas de replicar.

—¿Quieres o no?

Me reí y me senté en el suelo por toda respuesta. Él se sentó a mi lado. Claro que queríamos verlas. ¿Cómo no íbamos a querer? ¿Cómo iba yo a perderme la oportunidad de ver una y pedir mi deseo más grande?

Crucé las piernas, miré fijamente las ramas durante un buen rato y, cuando sentí que una brisa especial las movía, pese a no ver con claridad a ningún hada, me convencí de que sí la había visto. Quizá porque en realidad sí la vi. O quizá porque necesitaba verla y eso era lo más importante. A veces, tener fe en algo es más valioso que el hecho de que exista o no. Cerré los ojos y concentré todas mis fuerzas en un único pensamiento:

«Deseo que Liam O’Callaghan y yo seamos mejores amigos por siempre jamás».

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2

Liam

Segunda firma

Quité las zanahorias del plato de Eve y las puse en el de Sarah. A continuación, quité las judías del plato de Sarah y las puse en el de Eve.

—¿Contentas? —Ellas me miraron con sus inmensos ojos azules antes de asentir—. Bien, os lo tenéis que acabar todo. Yo vendré muy pronto, ¿de acuerdo? No podéis seguirme.

—¿Vas a ir con Grace? —preguntó Sarah.

Tenía siete años y había pasado de ser una niña pequeña molesta a ser una niña mayor que podía convertirse en un verdadero incordio. Eve, de cuatro años, había decidido hacía un tiempo que, si tenía que obedecer a alguien, sería a Sarah, así que yo tenía todas las de perder hiciera lo que hiciera.

Grace solía decir que la culpa era mía porque no usaba lo bastante la inteligencia. Yo empezaba a pensar que papá tenía razón cuando decía que no había inteligencia que pudiera contra la mente de una mujer. ¡Y yo estaba frente a dos! Aunque fueran pequeñas, no podía infravalorarlas. Sabía bien que, si querían, podían hacerme la vida muy difícil.

—Sí, pero tardaré poco. Estaré aquí justo a tiempo para irnos a la fiesta del solsticio.

—Mamá dice que no va a ir. —Los ojos de Eve bajaron al suelo—. No quiere salir de su habitación.

—No pasa nada, peque —susurré acercándome a ella y le puse una mano en el hombro—. Iremos nosotros con papá y será genial, te lo prometo.

Mi hermana no levantó la mirada y estuve a punto de no salir de casa, pero Sarah rodeó sus pequeños hombros con un brazo y me señaló la puerta.

—Vale, te esperaremos. Yo me ocupo de bañar y vestir a Eve.

—¡No me quiero bañar! —gritó nuestra hermana pequeña.

Sarah puso los ojos en blanco y, simplemente, le acercó más su plato de la cena. Yo aproveché el momento para salir de casa y correr hasta el árbol de las hadas, donde Grace ya me esperaba un poco enfurruñada.

—Llegas tarde, O’Callaghan. ¿Tan complicado te resulta llegar puntual a nuestras citas?

—Llego un maldito minuto tarde. Y esto no es una cita, Grace. ¡Las citas son para la gente mayor!

—Tengo nueve años.

—Oh, sí, toda una mujer —murmuré de mal humor.

Grace puso los ojos en blanco obviando mi sarcasmo y me dio una pala.

—Es de nuestro granero. Nada de lazos rosas. Pensé que esta vez te gustaría usar algo distinto a las manos.

La verdad es que sí lo prefería, pero eso no significaba que no odiara que Grace pensara que tenía razón siempre. En todo. Y odiaba aún más que, por lo general, acertara.

En aquel instante, por ejemplo, sus labios estaban blancos de tanto apretarlos para no decir nada más. Era fácil saber cuándo intentaba mantenerse callada, porque normalmente sus labios eran del color de los melocotones. Hacían juego con sus pecas, aunque ella detestaba que se lo dijera. Tenía el pelo naranja, casi rojo; los ojos verdes más mágicos del mundo, porque cambiaban de color cuando les daba el sol y les salían motas marrones o amarillas, dependiendo del día, y las paletas nuevas le habían salido separadas, algo que me parecía gracioso, aunque ella lo odiara. Era una niña rara. Le importaba mucho que sus dientes no estuvieran juntos, pero no tenía problemas en llenarse de barro mientras jugaba. No se parecía mucho a las otras niñas de la escuela, o eso me gustaba a mí pensar. Más tarde entendí que, en realidad, lo que ocurría era que yo no me fijaba en ninguna otra niña de la escuela. No como me fijaba en Grace.

—¿Vas a cavar o estás esperando a que las hadas salgan y te lo ordenen?

Bufé y miré de reojo las ramas del árbol. Tenía diez años, ya era lo bastante mayor como para estar seguro de que las hadas no existían. Y, aun así, cuando mi padre juraba que él las había visto una vez, yo dudaba. Claro que dudaba. Mi padre no era un hombre mentiroso y yo… yo necesitaba creer en algo que me hiciera tener esperanza en que las cosas cambiarían.

—Voy a cavar —murmuré—, pero también podrías hacerlo tú, ¿sabes?

—Yo volveré a enterrarla.

No quise decirle que enterrarla era mucho más fácil porque eso ella ya lo sabía. Aprendí muy pronto que con Grace era mejor no entrar en batallas absurdas, ya que, de alguna manera, siempre conseguía ganar y entonces mi frustración era aún mayor que al inicio.

Cavé la tierra donde sabía que estaba nuestra cápsula y, en apenas unos minutos, la punta de la pala se topó con la caja de latón. Niall, el perro de Grace que siempre la acompañaba, se volvió loco y metió de inmediato el hocico, pero lo aparté con suavidad y miré mal a Grace.

—Controla a tu chucho, Fitzgerald.

Ella se agachó y abrazó a Niall por el cuello. Estaba demasiado expectante por ver la caja como para protestar. Era un poco tonto, en realidad. ¿Qué esperaba encontrar? Dentro habría lo mismo que habíamos puesto nosotros dos años atrás. Ni más ni menos. Y, aun así, aunque no quisiera reconocerlo, la entendí. Sentía una especie de hormigueo en las manos mientras sacaba la caja y la abría. Como si estuviéramos a punto de ver algo maravilloso. Con los años entendí que así era.

El cuaderno tenía la tapa arrugada, muestra de que había sufrido la humedad, pese a estar dentro de la lata. El anillo de trébol y el peluche estaban intactos.

—Envolveré la libreta en tela —dijo Grace mientras le quitaba a Niall un pañuelo que llevaba al cuello—. Así absorberá la humedad los próximos dos años.

Asentí para mostrarme de acuerdo. La abrí, miré nuestro contrato y me saqué un bolígrafo del pantalón. Estaba a punto de firmar de nuevo cuando Grace me detuvo.

—¿No vas a decir unas palabras?

—¿Qué palabras quieres que diga?

—No sé, algo bonito.

—No se me ocurre nada bonito que decir, Grace. Es un contrato que ya firmamos. ¿Quieres que lo leamos de nuevo?

—No, Liam. Quiero hacer algo especial.

—¿Y vas a querer hacer algo especial cada dos años? —pregunté un tanto horrorizado.

Ella puso los ojos en blanco, me quitó la libreta y luego me tiró de la mano. Me colocó la palma sobre el contrato y puso la suya sobre el dorso de la mía.

—Prometemos volver dentro de dos años y firmar otra vez. Seremos amigos por siempre jamás y, si no es así, que las hadas nos castiguen. —Quité mi mano de inmediato y la miré mal—. ¡Eh! —exclamó.

—¿Qué es eso de que las hadas nos castiguen? No me gusta.

—Oh, vamos. ¿No decías que no crees en ellas? Entonces ¿qué más te da? Solo son palabras.

Mi ceño se frunció y me sentí acorralado.

—No me gusta decir ese tipo de cosas. Eso es todo.

—¿Crees que no seremos amigos por siempre jamás? —preguntó ladeando la cabeza.

—No es eso. Claro que lo seremos.

—Entonces ¿por qué tienes miedo, Liam? Todo irá bien.

Colocó la mano de nuevo sobre el contrato y me miró. Tragué saliva, de repente estaba nervioso, pero cuando su sonrisa se abrió paso en su cara, algo consiguió calmarse en mí lo suficiente para poner mi mano encima. Y Grace repitió las palabras:

—Seremos amigos por siempre jamás y, si no es así, que las hadas nos castiguen. Ahora dilo tú.

—Seremos amigos por siempre jamás y, si no es así, que las hadas nos castiguen —murmuré de mala gana.

Sé bien que mi tono no fue entusiasta y también sé que a Grace no le sentó bien, pero no dijo nada. Firmó el contrato, puso al lado la fecha y me pasó el bolígrafo para que yo hiciera lo mismo. Después envolvimos la libreta en el pañuelo de Niall y la devolvimos a la caja justo antes de enterrarla.

Tardamos poco y lo hicimos en silencio, cosa que me gustó. No tenía muchas ganas de hablar aquellos días.

—¿Cómo está? —preguntó Grace cuando nos sentamos sobre la tierra que habíamos puesto encima de nuestra cápsula, mirando hacia el árbol.

Sabía a qué se refería. Encogí los hombros y arranqué una brizna de hierba que tenía entre los pies.

—No quiere salir de su habitación.

—Debe de ser muy triste pasar por algo así. Mamá dice que el cielo le enviará pronto un nuevo bebé que calme su dolor, Liam.

Tragué saliva y no la miré. No quería que viera cuánto me dolía todo aquello. Todo parecía ir como siempre. No recordaba bien el parto de Sarah, pero sí el de Eve. No parecía que nada fuese mal, pero cuando llegaron al hospital, y después de un parto muy complicado, mi hermano nació muerto y mamá… Bueno, no sé, creo que una parte de ella también se murió allí, en ese hospital.

Volvió a casa con las manos vacías y papá me hizo guardar rápidamente todo lo que había tejido para el bebé. Ella se encerró en su cuarto y apenas salió más que para asearse o comer con nosotros. Nos besaba y acariciaba, pero siempre acababa derramando más lágrimas que sonrisas. Entonces volvía a la cama, donde se dormía llorando mientras nosotros la oíamos, aunque pensara que no.

Sabía que papá estaba muy preocupado por nosotros y también por mamá. Habían pasado casi tres meses y ella no parecía estar mejor.

—¿Crees que eso lo arreglaría, Grace? —pregunté en un impulso.

—¿Tener un nuevo bebé? —asentí, y ella suspiró—. No lo sé. Mamá dice eso, pero yo creo que es como cuando la madre de Niall murió y mi padre compró otro perro para cuidar del ganado. —Acarició a su mascota sin darse cuenta—. Niall sabe que no es su madre, pero juega con ella, ¿sabes? Corren juntos por el campo y, no sé, no parece que esté tan mal después de un tiempo. Quizá un nuevo bebé no le haga olvidar al que ya no está, pero la ayudará a sonreír.

—Nos tiene a nosotros, ¿por qué eso no le basta?

Grace me miró con tanta lástima que tuve que desviar los ojos. Tardó unos instantes en contestar y, cuando lo hizo, sentí su mano rodear la mía. Sus dedos se entrelazaron con los míos sobre la tierra y la hierba.

—No lo sé, Liam. Creo que los mayores son complicados. No los entiendo mucho.

Sí, en eso estaba completamente de acuerdo. Miré arriba, a las ramas del árbol y, de nuevo, pese a tener ya diez años y considerarme mayor, deseé como nunca poder ver a las hadas. Una sola, aunque fuera. Una carita sonriente que me mirase desde alguna de las ramas, esperando a que yo lanzara mi deseo.

Eso no ocurrió, pero recordé lo que Grace solía decirme: que ella pedía siempre un deseo, aunque no las viera con claridad porque, que ella no las viera, no significaba que no estuvieran ahí, ¿no?

Siempre había pensado que era el modo que tenía Grace de consolarse para llegar a la escuela jurando que las había visto, pero en aquel instante me aferré a ese pensamiento con todas mis fuerzas. Cerré los ojos, inspiré hondo y pensé:

«Que mi madre vuelva a ser feliz. Por favor, si de verdad existís, llevad la alegría a su vida de nuevo».

—Vamos a estar bien, O’Callaghan —susurró Grace a mi lado.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque estamos juntos, ¿recuerdas? Mejores amigos por siempre jamás.

Me abrazó de lado con la cabeza apoyada en mi hombro y, aunque la tristeza siguió pellizcándome con fuerza, logré sonreír un poco.

Al menos me quedaba aquella certeza: Grace Fitzgerald siempre estaría a mi lado.

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Grace

Tercera firma

Corrí antes de que Aidan descubriera que me había escapado sin terminar de limpiar la parte del granero que me había asignado. En realidad, ¿hasta qué punto tenía yo que obedecer a mi hermano mayor? Según él, era prácticamente su esclava. Según papá, solo debía hacerle caso cuando la clara ganadora de la orden fuese la granja. Según yo… Aidan era un imbécil que pensaba que, por tener dieciséis años, ya era un hombre y podía mandar sobre mi vida. ¡Ja! Sobre mi vida no tenía derecho a mandar nadie. Bueno, papá y mamá hasta que fuese mayor de edad. ¡Pero nadie más!

Cuando llegué al árbol de las hadas, encontré a Liam esperándome, pero no estaba solo. Entre sus brazos sostenía a Lucas, su hermano pequeño. Recuerdo que, cuando nació, le grité que por fin había un chico en su familia y dejaría de tener solo hermanas, pero entonces me respondió que se llevaban demasiados años y, para cuando Lucas creciera un poco, él ya no querría jugar a cosas de niños pequeños. En ese momento, viendo el modo en que lo sostenía contra su cuerpo, pensé que tenía razón.

En verdad, Liam solo tenía doce años, pero, no sé, a veces parecía mayor. Hablaba de dejar los estudios para trabajar cuanto antes mientras yo… yo no tenía nada claro eso de quedarme toda la vida trabajando en la granja junto a mi gente. Es decir, quería a mi familia y me gustaba la vida en la granja, pero, justo antes de cumplir once años, había escuchado a mamá y papá hablar acerca del futuro de mis hermanos y mío. Mamá había dicho algo que me impactó: que de algún modo le gustaría que sus hijos probasen otras cosas antes de entregarse a la granja para siempre. Que disfrutasen un poco la vida. Papá le preguntó si ella sentía que no había disfrutado de la vida y mamá solo… se quedó callada. Guardó silencio y aquello, de algún modo inexplicable, me dolió. Ningún niño quiere saber que sus padres son infelices.

Aunque en realidad creo que mamá y papá no eran infelices todo el tiempo. Supongo que, como la vida, había momentos en los que ninguno deseaba estar en ese lugar y otros en los que estaban seguros de que no podían pertenecer a ningún otro sitio. Yo todavía no sabía lo que quería, pero Liam… Liam parecía tenerlo tan claro que me hacía fruncir el ceño porque me recordaba mucho a papá. Él también estaba seguro de que no había nada mejor que la granja y aquel rincón del mundo. Y a mí me gustaba también, pero…

—Se suponía que ibas a dejar de llegar tarde a todas nuestras malditas citas, Fitzgerald.

Liam se acomodó a Lucas en la cadera y el bebé intentó tirar del estúpido sombrero que mi amigo se había puesto. Era un sombrero estúpido porque era feo, pero también porque Liam se empeñaba en taparse el pelo con él cuando lo tenía un poco más largo y se entreveía el modo en que algunos mechones se revolvían en la parte superior, formando gruesos rizos.

—Se suponía que tendríamos que venir a hacer esto solos, O’Callaghan —le respondí.

—¿Crees que lo traigo porque quiero? —preguntó de mal humor—. Mamá está ocupada con Eve. Vuelve a tener gripe y la ha llevado al doctor.

—¿Y tu padre?

—Con el ganado. Bueno, ¿lo hacemos ya? Hoy tengo que volver antes.

Asentí, me agaché y, esta vez, escarbé yo la tierra. Podría haber cogido yo a Lucas y obligar a Liam a hacerlo, pero así era más rápido. Aunque me encantaba molestarlo, se notaba que estaba nervioso por tener que hacer tantas cosas.

Era lo malo de ser el mayor. En realidad, a Aidan también le pasaba. Si Ollie o yo enfermábamos y mamá tenía que quedarse cuidándonos, él tenía que ayudar el doble. La vida en la granja no era tan bonita como en las películas, por eso no podía entender del todo el amor que todos en el pueblo parecían profesarle.

A veces, en momentos así, en los que me preguntaba si estar en la granja toda la vida era lo que de verdad quería, me sentía un bicho raro. Creo que nadie más se hacía esa pregunta. Quizá Liam, pero yo no lo sabía, porque nunca me había atrevido a sacar el tema.

Desenterramos la caja y comprobamos con alegría que esta vez el pañuelo de Niall había hecho su parte del trabajo, apenas había humedad en el cuaderno. Lo sacamos, lo releímos y luego, como habíamos hecho la última vez, pusimos las manos sobre la hoja y volvimos a hacer el juramento.

—¿Firmas tú primero? —preguntó él sacándose un bolígrafo del bolsillo trasero del pantalón.

Lo cogí, firmé, puse la fecha al lado y se lo ofrecí. Liam hizo lo mismo y yo me hinqué de rodillas y volví a enterrar la caja. Después me senté encima, como había hecho las veces anteriores, y miré a Liam, que se mordisqueaba el labio.

—Hoy no puedo quedarme —repitió.

—Lo sé.

—Pero ¿te vas a quedar tú?

—Sí, quiero ver si tengo suerte —dije señalando el árbol.

Liam puso los ojos en blanco. En aquel entonces, él ya no creía nada de nada en las hadas. Era una verdadera lástima, pero no podía obligarlo.

—Como quieras. Nos vemos esta noche en la fiesta del solsticio.

Se dio media vuelta y, cuando ya había caminado unos pasos hacia su granja, lo frené:

—¿Alguna vez te preguntas cómo sería la vida lejos de aquí? —lancé—. ¿Cómo sería salir de aquí y ver otras partes del mundo? ¿Te lo imaginas?

Liam me miró por encima del hombro, sin girarse del todo, y me dedicó una sonrisa que, incluso a mis once años, me resultó triste.

—Todos los días —confesó. Eso me sorprendió porque siempre pensé que a él le encantaba la granja, aunque gruñera a diario por tener que trabajar en ella.

—¿Sí? ¿Y a dónde irías? ¿Cómo es el lugar que imaginas? —pregunté.

—No lo sé.

—¿No lo sabes?

—No, cuando lo imagino, solo nos veo a nosotros corriendo lejos de las granjas. Lejos del pueblo. Lejos de todo. A veces lo único que veo es tu pelo naranja alzándose con el viento.

Lo miré confusa, no lo entendía del todo.

—¿Imaginas que voy contigo? —pregunté sonriendo.

—Claro. Mejores amigos por siempre jamás, ¿recuerdas?

No pude responder porque Lucas comenzó a llorar como un loco, así que Liam lo afianzó más contra su pecho y avanzó rápido para llegar a su casa. Yo me volví, miré el árbol de las hadas y sonreí cuando me pareció ver un destello.

—¿Sabéis? —les pregunté a los pequeños seres mágicos que no había conseguido ver nunca—. En realidad, creo que lo más bonito de la aventura es no saber hacia dónde te diriges, pero sí con quién.

Imaginé cómo se vería el pelo de Liam al viento, igual que él hacía conmigo, mientras corríamos lejos, muy lejos. Descubrí con una sonrisa que ese pensamiento me hacía casi tan feliz como firmar nuestro contrato cada dos años.

No sabía lo que significaba aquello ni por qué imaginarlo había hecho que mi pecho se hinchara de felicidad, pero sabía que era un sentimiento lo bastante poderoso como para convertirlo en un secreto que solo compartiría con las hadas.

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Liam

Cuarta firma

Esquivé los juguetes de Lucas como pude para salir de casa y me reí cuando lo vi ponerse de pie para seguirme.

—Iam —dijo extendiendo los brazos.

—Hoy no, peque. Te prometo que luego pasaré tiempo contigo.

—¿Te vas con Grace? —me preguntó mi madre desde la silla en la que estaba tomando un poco de té antes de seguir preparando la cena para la fiesta del solsticio.

—Sí, tenemos que desenterrar la caja.

—Es una tradición preciosa. —Me sonrió con dulzura y se levantó para coger a Lucas cuando este llegó a mi altura—. Ve y pásalo bien, dale un abrazo de mi parte, ¿quieres? Hace días que no la veo.

—Lo haré.

Salí de casa corriendo, porque no quería llegar tarde, y pensando en ese abrazo que mi madre quería que le diera. En realidad…, Grace y yo habíamos dejado de darnos tantos abrazos. No sabía en qué momento había ocurrido y no es que no nos tocáramos nunca, pero ella… ella había cambiado. Su cuerpo. Había partes de su cuerpo que cambiaban rápidamente y yo… Bueno, yo no podía abrazarla todo el tiempo sin sentir ciertas cosas que no quería sentir. Cosas que no comprendía del todo bien. O sea, sí sabía lo que era, pero no sabía por qué me ocurría con Grace. ¡Era mi mejor amiga! Y me daba tanto miedo que ella supiera que había algo raro en mi comportamiento que, simplemente, dejé de tocarla tanto como antes. Ya no éramos niños, no teníamos por qué ir de la mano a todas partes, ¿no?

Llegué a la altura del árbol de las hadas a tiempo de verla cruzar la valla que separaba nuestras granjas. Traía el pelo recogido en una coleta con un lazo verde que hacía resaltar sus ojos y un vestido que dejaba sus blancas piernas a la vista. Era otra cosa que había cambiado. Últimamente, Grace ya no quería jugar si eso implicaba ensuciarse y en días especiales no protestaba si tenía que ponerse un vestido. No sabía qué pensar acerca de eso.

—¿Por qué llevas vestido? —pregunté.

—Esta noche es la fiesta del solsticio —me recordó como si fuera un poco lelo—. Ya sabes, eso que hacemos para celebrar la llegada del verano y…

—Ya sé lo que es el solsticio —dije poniendo los ojos en blanco—, pero eso es esta noche.

—Sí, pero cuando acabemos, iré a los acantilados. Quiero ayudar con las hogueras.

—¿Por qué?

—Será divertido. —Encogió los hombros como si fuese obvio.

—¿Te parece divertido preparar una hoguera?

—Sí, Liam. Y me parece divertido llevar un vestido bonito y bailar. Que tú seas el único irlandés que odia bailar no significa que yo también tenga que odiarlo.

—Estoy bastante seguro de que no soy el único irlandés que odia bailar.

—Lo dicen las estadísticas.

—¿Qué estadísticas? ¿Las que te acabas de inventar?

Ella rio, lo que me dio la razón. Tenía una risa bonita, no era como la de las demás chicas. Más tarde, de adulto, me preguntaría los motivos por los que la risa de Grace me hacía vibrar, pero en ese entonces yo solo sabía que era una risa distinta, más alegre y sincera que cualquier otra.

Desenterramos nuestra caja, firmamos de nuevo y comprobamos que tanto el peluche como el anillo estaban en buen estado. Aun así, Grace trajo una tela que abarcara también los objetos y no solo el cuaderno. Lo envolvimos todo y, cuando lo enterramos y me senté encima, como hacíamos siempre, ella se quedó de pie.

—Ven conmigo, Liam.

—¿A dónde? —pregunté.

—¡A las hogueras! —exclamó exasperada—. Ven conmigo.

—Ya sabes que no me van mucho las hogueras.

—Tampoco te van las hadas ni bañarte en el mar. A ti no te va nada que sea mínimamente divertido porque solo te interesa trabajar y gruñir. —Cruzó los brazos sobre su pecho y me miró con el ceño fruncido—. A veces pienso que tienes el alma de un señor mayor gruñón.

Me reí porque ver a Grace enfadada era divertido, aunque no me gustara lo que decía.

—Me gusta montar a caballo y hoy no has querido venir tú conmigo.

—Ya te lo he dicho: ahora tengo la regla y mamá dice que no debería montar para no sentirme peor. No quiero sentirme peor, Liam, ya es bastante malo tenerla sin ganar puntos extra.

Fruncí el ceño. Había empezado a hablar de la regla unos meses antes. Nos habían explicado lo básico en el cole, pero, a fin de cuentas, a mí lo único que me importaba era que eso había hecho que Grace dejara de apuntarse a planes divertidos cada vez que la tenía. Quise decirle que me parecía una mierda, pero, francamente, bastante tenía con tener que soportarla, así que solo suspiré y miré el árbol de las hadas.

—¿Ni siquiera vas a probar suerte? —pregunté mirándola de reojo.

Ella rio y se acuclilló a mi lado, sin llegar a sentarse. Apoyó los codos en las rodillas y miró el árbol.

—Hace mucho que dejaste de creer en ellas.

—Pero tú no.

—Tengo trece años, ya no soy una niña.

—Tampoco pareces una mujer.

Grace hizo una mueca con la boca. Con el tiempo entendí que, en realidad, le dolía que dijera esas cosas. No quería herirla, de verdad, era solo que… que no quería que fuera una mujer, porque entonces yo tendría que ser un hombre y tampoco quería.

—Callum MacDonnell me ha enviado un mensaje hoy. Dice que quiere besarme esta noche después de las hogueras.

Cuadré los hombros y la miré mal.

—¿Por qué ibas a dejar que el apestoso de Callum te besase?

—¿Y por qué no? —preguntó ella mirándome.

—Se pasa el día fumando desde que descubrió cómo hacerlo. ¿Quieres que tu primer beso te lo dé un chico que sabe a cenicero?

—Soy la única chica de clase que no ha recibido su primer beso. Sinceramente, Liam, empieza a servirme cualquiera.

—Tienes trece años, Grace.

—¿Y qué?

—¡Que hablas como si tuvieras cincuenta y nadie te hubiera besado!

—Bueno, a veces me siento como si tuviera cincuenta. ¿Por qué soy la única a la que nadie ha besado? Es absurdo, porque no soy fea. Maldita sea, aunque lo fuera tendría derecho a un beso, ¿o no? Estoy harta de ser la última.

Pensé que, en realidad, el problema de Grace no era que no la hubieran besado, sino que era la única de clase que faltaba por estrenarse. Siempre le había ocurrido, no soportaba quedarse atrás y eso la llevaba a hacer cosas impulsivas y un tanto estúpidas. No quería que besara a Callum MacDonnell por primera vez. De verdad que ese tío era un capullo, por eso cogí a Grace del brazo e hice que se sentara con un movimiento. Ella me miró enfadada, pero entonces me acerqué a su boca y dejé mis labios a solo unos centímetros de los suyos.

—¿Quieres besar a alguien esta noche, Fitzgerald? Bien, aquí me tienes.

No di el último paso. Puede que fuera un chico gruñón e impulsivo, pero no era estúpido. No iba a robarle a Grace su primer beso si ella no quería que se lo diera yo.

Pero quiso. Sonrió, como si hubiese tenido la mejor idea del mundo. Eliminó la poca distancia que quedaba entre nuestros labios y pegó su boca a la mía con un beso que hizo reventar mi pecho, no por lo bonito, pues con el tiempo aprendí a hacerlo mucho mejor, sino porque era… era Grace. Me dije que sentía aquello porque era mi mejor amiga. Me autoengañé pensando que solo se trataba de un favor, pero lo cierto es que, cuando se separó de mí, estuve a punto de pedirle que se quedara justo donde estaba y me besara más, mucho más.

En cambio, Grace sonrió, se levantó, se alisó el vestido y soltó una risa.

—Verás cuando cuente que por fin he dejado de ser la única a la que no han besado. ¡Gracias, O’Callaghan! Eres un gran amigo. Elegí al mejor para hacer la cápsula del tiempo.

Saltó la valla y salió corriendo campo a través de vuelta a su granja, seguramente para contarle a todo el mundo que ya había dado su primer beso. Yo me quedé un poco más allí, sentado sobre nuestra cápsula mientras miraba el árbol de las hadas y pensaba en lo que acababa de pasar. Sentía el corazón aún algo desbocado y la sangre muy revuelta. Me eché el flequillo hacia atrás y suspiré, frustrado.

—Si de verdad existierais, os pediría que me ayudéis a olvidar esto. Algo me dice que sin un poco de magia no voy a ser capaz de hacerlo.

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5

Grace

Quinta firma

Empujé la puerta de la cocina y me encontré con Aidan en el salón.

—No, ni hablar, Grace. Tienes que ayudar con la cena.

Me puse las manos en la cintura y lo miré mal.

—Sabes perfectamente que tengo que ir a renovar el contrato con Liam.

—Ese estúpido contrato puede esperar a mañana. Estoy hasta arriba con los animales y no vas a escaquearte.

—Serán diez minutos.

—Solo en ir allí tardas eso.

—¡Aidan, por favor! —exclamé—. ¿Puedes dejar de ser tan aguafiestas? —Me miró mal y puse mi mejor cara de pena—. Te prometo que no tardaré más de media hora.

—Te va a convencer. —Ollie, nuestro hermano, nos miró a ambos antes de beber leche directamente de la botella.

—Mamá va a matarte por eso —murmuré.

—No si no se entera.

—Oh, se enterará —sonreí maliciosa.

—Grace, en serio, necesito un poco de ayuda —interrumpió Aidan.

—Mamá lo dejó casi todo listo, no comprendo por qué te ahogas en un vaso de agua.

—Es la primera vez que se toman unos días de descanso y quiero que, al volver, estén orgullosos de nosotros.

Miré a mi hermano detenidamente. Aidan tenía cinco años más que yo, ya había cumplido los veinte y, aunque podría decirse que los años le habían hecho madurar, lo cierto es que no recuerdo ninguna etapa en la que no fuera un niño responsable. Y un mandón. Supongo que es cosa de los hermanos mayores, porque Liam tenía amargadas a sus hermanas. Tenía amargado incluso al pequeño Lucas.

Sabía que por las malas no iba a conseguir nada, así que me acerqué a él. Ignorando a Ollie, que estaba en medio, lo abracé por la cintura y puse mi mejor cara de pena.

—Solo te pido media hora cada dos años. ¿De verdad es tanto, Aidan? Vamos, te prometo que luego vendré y haré la mejor cena de solsticio que puedas imaginar. Cuando nuestros padres lleguen, se encontrarán un manjar encima de la mesa.

Mi hermano se lo pensó, pero no demasiado. Cuando ponía esa cara, rara vez se resistía a mí. Ollie lo sabía, de ahí que se aguantara la risa. De haberlo tenido más cerca, le habría dado una patada tremenda para que se centrara. Aidan me miró solo unos instantes antes de separarme de su cuerpo y hablar enfurruñado:

—Media hora, Grace, ni un minuto más.

Grité de emoción, lo besé en la mejilla y salí corriendo sin perder ni un segundo. Mis firmas con Liam siempre eran especiales, pero esta lo era más, porque había algo… Había algo que me carcomía desde hacía un tiempo. Algo que tenía que hablar con él.

Cuando llegué al árbol de las hadas, Liam ya me estaba esperando. Llevaba un vaquero con algunos rotos, una camiseta lisa y sorprendentemente limpia, lo que me hacía pensar que se había duchado antes de venir, y ese estúpido sombrero que llevaba siempre. No sé cuántos años tenía la dichosa prenda, pero con cada uno que pasaba la odiaba más y más. Me gustaba ver su pelo negro, me encantaba que el viento se lo moviera y el modo en que se desordenaba hasta hacerlo parecer un poco alocado. Aun así, me obligué a no decir nada, no quería que se enfadara. No me convenía con lo que tenía que decirle.

—¿Al final has podido engañar a tu hermanito mayor?

—Aidan es un santo, ya lo sabes. Es un mandón, sí, pero, si mi libertad dependiera de Ollie, estaría encerrada en el granero día y noche.

Liam se rio porque sabía que yo tenía razón. A mí se me encogió un poco el estómago. Desde hacía un tiempo, la risa de Liam había cambiado. Era ronca y mucho más varonil. Ya no sonaba como un niño y eso era raro, pero no para mal. Era una risa que me ponía un poco nerviosa.

—Bien, hagamos esto rápido —dijo, y cavó para rescatar nuestra caja.

El ritual fue rápido, en efecto. Firmamos el contrato poniendo la fecha al lado, comprobamos que mi anillo y su peluche seguían en buen estado y volvimos a enterrarlo todo. Yo tenía más prisa que él, cosa que lo tenía extrañado.

—Sí que tienes que volver pronto —dijo mientras yo pisaba la tierra para afirmarla sobre la caja.

—No es eso, es que tengo algo que hablar contigo.

—Tú dirás.

—¿Nos sentamos?

No le di mucha opción a responder pues, al decirlo, me sentaba encima de la tierra y cruzaba las piernas. Él hizo lo mismo a mi lado y me miró un tanto extrañado.

—¿Bien? —Sus ojos azules me parecieron más profundos que nunca.

Tragué saliva, intentando pensar por dónde empezar. No necesité mucho tiempo para saber que no soy una chica sutil, así que tampoco me extrañó que tuviera ganas de lanzarme al vacío.

—Dicen que Ellie Maguire ya no es virgen. —Liam alzó las cejas y después sonrió despacio.

—Ah, ¿no?

—No. ¿Sabes algo de eso?

—¿Y qué debería saber? —preguntó mientras se echaba para atrás y se apoyaba en los codos.

Me fijé en el modo en que la camiseta se ceñía a su pecho y miré la hierba de mi lado. Odiaba con toda mi alma que algo tan estúpido me afectara y me acelerara el pulso.

—Oh, venga ya. Has estado saliendo con Ellie.

—Sí, es cierto.

—Os habéis liado más de una vez.

Oí su risa y, de nuevo, me afectó que fuera tan… varonil.

—Ajá. Sí, es verdad. —Después de un segundo de silencio, oí su voz—: ¿Grace?

—¿Mmm?

—Si vas a preguntarme si soy yo quien se ha follado a Ellie, deberías mirarme a la cara.

Lo miré en el acto, pero solo porque me molestó un montón su tono de sabiondo.

—No deberías usar esa palabra.

—¿Cuál? ¿Follar?

—Sí, es como… sórdido. Como si no fuera importante.

—El sexo no es importante.

—¡Claro que lo es! Oh, Dios, ¿le has quitado la virginidad a Ellie y piensas así? Por favor, dime que al menos no se lo has dicho a ella. No puedo imaginar lo que tiene que doler que alguien sea tan cretino como para…

—Grace, no he sido yo.

—¿Eh?

—No me he acostado con Ellie.

—¿No?

—No.

—Pero… Pero ella y tú…

—Sí, pero no era serio. Los dos lo sabíamos, así que no me debe fidelidad ni nada de eso.

—¿No?

—No —respondió riéndose—. Si Ellie ya no es virgen, me alegro por ella y espero que fuera genial, pero no ha sido conmigo.

—¿Y con otra? —pregunté. Él alzó las cejas—. ¿Lo has hecho con otra?

—¿Hasta el final? —Asentí—. No.

—¿Hasta dónde…?

—No voy a contarte hasta dónde he llegado, Grace.

—Tienes razón, es una falta de respeto —dije avergonzada.

—Me da igual eso —rio—. Es simplemente que no quiero que me imagines haciendo guarradas con otras.

El modo en que Liam decía las cosas… Nunca había tenido pelos en la lengua, pero desde hacía un tiempo hablaba con una franqueza que a veces me dejaba desarmada.

—Entonces, supongo que estás libre para aceptar la oferta que quiero hacerte.

—¿Oferta?

—¿Recuerdas que nos dimos el primer beso juntos? —El modo en que tensó los hombros me dejó claro que sí lo recordaba—. Quiero perder la virginidad contigo, Liam.

—Joder, Grace.

Se sentó de golpe, se pasó una mano por el pelo e hizo que el sombrero se le cayera. Su pelo rizado se posó sobre sus ojos y me habría gustado sonreír, porque me encantaba verlo así, pero no era un momento para hacerlo, supongo.

—¿Qué? Vamos, Liam, piénsalo. Has dicho antes que el sexo no te parece importante.

—¡Pero tú sí! Una cosa es un beso y otra… otra…

—¿Tan malo sería? ¿Tanto te costaría hacerlo? —pregunté un tanto herida.

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