Seamos un para siempre

Andrea Smith

Fragmento

cap-1

Uno

Ilustración decorativa

Los domingos por la mañana mamá solía despertarme con el olor de las tortitas recién hechas. Era el único día de la semana en el que me dejaba tomar café, y también salíamos a la terraza a disfrutar de nuestro desayuno. Las dos solas, pero en compañía. Porque ninguna persona era mejor que mi madre. Nadie la igualaba.

En aquella época no lo sabía, pero era feliz. Nosotras dos contra el mundo. Planeando nuestro futuro. Juntas para siempre.

Pero la vida a veces tiene otros planes aunque tú no quieras; aunque los odies. Y aprendes a la fuerza que los «para siempre» en realidad no existen.

La vida se llevó a mi madre mucho antes de que fuese su hora. Un cáncer de estadio 4, con metástasis, al que ya no se podía vencer. Pusimos todo nuestro tiempo, dinero y esfuerzo en combatirlo, incluso cuando mamá se negó a recibir tratamiento para disfrutar de sus últimos días juntas.

Pero nada funcionó. Y aunque tuve algunas semanas para despedirme de ella, no estuve preparada cuando el momento llegó. Porque nunca hay suficiente tiempo.

Y ahora estoy sola en el mundo. Sin mamá. Sin la persona que ha sido mi única familia, mi otra mitad, durante mis diecisiete años de vida. Sin saber cómo continuar el camino a partir de aquí… Hasta que ese maldito abogado apareció en casa tras su funeral.

—El juez ha decretado que debes vivir con tu padre a partir de ahora, tu familiar más directo —había dicho ese hombre trajeado—. El señor Scott ha aceptado y se encargará de todo lo relativo a su traslado a partir de este momento, señorita Sco…

—Torres —interrumpí—. Novalee Torres.

Recuerdo que durante unos segundos me miró confuso, pero acabó por asentir y dejarme en paz. Y aunque mi amigo Ethan y yo buscamos las mil y una formas de librarme del terrible castigo de ir a vivir con mi padre, nada hizo cambiar de opinión al abogado. Ni siquiera cuando la madre de Ethan propuso que viviera con ellos y así no cambiar de ambiente.

Y ahora, este domingo en concreto, no sabe a tortitas recién hechas ni a café orgánico de la tiendecita de al lado. Sabe a prisas de aeropuerto. A asientos de plástico con niños llorando. A parejas a punto de embarcar en su luna de miel. A equipaje perdido. A toda tu vida metida en una sola maleta.

Sabe a un adiós. A soledad.

«Creo que tengo pase para soltar un poco de dramatismo, ¿no?».

—¿Está ocupado este sitio?

Me vuelvo para mirar al chico que tengo en frente. Me sonríe con amabilidad bajo su barba de dos días. Tiene el pelo revuelto y la camisa mal abrochada. Casi podría apostar mi paga mensual a que es un universitario que vuelve a casa después de un fin de semana de juerga.

Sacudo la cabeza con una sonrisa suave.

—Adelante —añado.

Posa la mochila de tela a sus pies y se deja caer sobre el asiento con un suave gemido. Me vuelvo casi por curiosidad hacia él y lo descubro mirándome. Su sonrisa se amplía y siento la mía tirar de mis labios, pero no logra aparecer del todo.

Después de que mamá se fuera, a mi sonrisa siempre le cuesta dar señales de vida.

—Me llamo Joe, ¿y tú?

Estoy a punto de abrir la boca para responder cuando delante de nosotros una mujer abre su revista. Hace años que no compro prensa. De hecho, siempre me reía de mamá cuando ella lo hacía, porque ahora todas las noticias interesantes aparecen en redes. Sin embargo, algo llama mi atención. El titular de la portada.

BRAXTON SCOTT, ¿OBLIGADO A EJERCER LA PATERNIDAD?

¿Qué narices…? El corazón me da un vuelco, y a mi lado el tal Joe continúa con el brazo extendido. Casi sin saber cómo reaccionar y con los ojos fijos en el titular de la revista, respondo:

—Un placer.

Tantea un poco y me doy cuenta de que pretende que le dé la mano, pero, cuando alzo la mía, él baja la suya.

—¿Y cómo te llamas, preciosa?

Se ha inclinado más sobre mí, pero tengo los ojos clavados en la revista de la mujer de en frente.

—Yo… Tengo que irme. Perdón.

Y me levanto casi corriendo, tomando mi bolso marrón del suelo.

Contra todos mis principios, me dirijo al primer puesto que encuentro y compro un ejemplar de la misma revista, aunque en realidad hay varias con un titular muy parecido.

¿ES CIERTO QUE BRAX TIENE UNA HIJA?

¿CONOCEREMOS POR FIN A LA FAMOSA HIJA

DE BRAXTON SCOTT?

MATEO SCOTT SE NIEGA A DAR DECLARACIONES:

¿TIENE UNA HERMANA?

REVISTA ESTRELLA DA LA NOTICIA: NOVALEE ES EL NOMBRE DE LA HIJA SECRETA DE BRAXTON SCOTT

Creo que voy a vomitar.

Hace apenas unos meses mi vida era de lo más normal. Una adolescente más cursando su último año del instituto. Planes de futuro y una universidad a la que optar. ¡Mi mayor sueño era terminar el instituto y viajar! Y ahora estoy aquí, perdida en este aeropuerto de Nuevo México, a punto de dejar atrás toda mi vida para irme a vivir con mi padre; o como ha sido llamado hasta ahora, «el idiota innombrable».

Braxton Scott ha ignorado mi presencia durante mis últimos diecisiete años de existencia. Una orden judicial es lo único que nos unía hasta ahora, además del ADN. Le hacía pagarme la pensión necesaria para pagar la comida, una colegiatura bastante importante y ahorros de cara a mi universidad. Pero lo gastamos todo para curar el cáncer de mamá. Aunque ella no quería, cuando estuvo tan enferma que apenas podía hablar, yo acepté darlo todo. Quería salvarla a toda costa. Nada más me importaba. Y aunque no se salvó, tampoco me arrepiento. Saber que podía ayudarla y no haberlo hecho hubiese sido peor. Dárselo todo a ella, que me dio la vida y la alegría, no era ningún sacrificio.

—Perdona.

Me aparto cuando una chica me da un codazo para pasar delante de mí en la cola, y vuelvo a mirar la noticia que tengo delante.

BRAXTON SCOTT, ¿OBLIGADO A EJERCER LA PATERNIDAD?

EL FAMOSO ACTOR DE HOLLYWOOD, BRAXTON SCOTT, POR FIN HA CONCEDIDO ENTREVISTAS SOBRE SU HIJA ILEGÍTIMA.

El «ilegítima» me chirría. No me sorprendería ver sangre.

Hace años Braxton saltó a la fama con la famosa serie La vida es así, seguida de películas como Los mares del olvido y Amor a distancia. En ese tiempo quizá no fue tan sonado, pero varios medios se hicieron eco de la noticia de su supuesta infidelidad a Ashley Smith (actriz de Juntos en el paraíso y Juntos por la eternidad), quien fue su mujer hasta hace diez años.

Braxton ya tiene un hijo, Mateo Scott, de veinte años, a quien llama «su reflejo más brillante». Con todo el amor que siempre ha parecido profesar por su hijo, ¿quién hubiese dicho que podría tener otro niño ilegítimo? En concreto…, una niña.

Hemos investigado esta noticia y les traemos una exclusiva mundial: esa niña se llama Novalee y está a punto de mudarse a vivir con su padre debido a circunstancias familiares.

No puedo leer más. ¿Circunstancias familiares?

Han descrito a mi madre como si fuese una mera fan que tuvo un revolcón con un actor famoso y rompió su matrimonio. Ahora mismo quizá yo sea la única en saber que fue mucho más que eso, ya que él jamás se molestó en desmentirlo.

Pero también puede que en estos momentos sea la persona que más odie a Braxton Scott en el mundo entero.

Por su culpa, los titulares hablan de mi madre como lo hacen.

Por su culpa, debo dejar atrás todos mis sueños y amistades e irme a un lugar desconocido.

Por su culpa…, existo.

Braxton Scott, te odio para siempre. Y eso nunca cambiará.

Igual que tú decidiste que era mejor pagarme una pensión que conocerme, yo pienso que es mejor sobrevivir bajo tu techo mientras lo diga la ley que hablarte. Me convertiré en tu peor pesadilla y haré que desees que yo nunca hubiese nacido.

Braxton Scott. Te odio.

Cierro la revista de golpe y la lanzo contra un asiento de plástico a mi lado. Después me cruzo de brazos y soy incapaz de relajarme en todo el tiempo de espera a mi vuelo. Ni siquiera cuando subo y me percato de que mi billete es de primera clase soy capaz de respirar en paz.

Los lujos importan poco cuando toda tu vida se ha desmoronado y no puedes compartirlos con quien amas.

Tampoco me relajo en el momento en el que la azafata me sirve cacahuetes, y mucho menos cuando anuncian que estamos a punto de aterrizar.

Pero, en especial, no me relajo al ver todos los flashes de las cámaras de reporteros esperando mi llegada al aeropuerto de Los Ángeles.

¿Por qué sé que me esperan a mí?

Por los gritos.

—¡Novalee!

—¡Novalee Scott!

—Señorita Scott, ¡mire aquí!

Me siento cegada al instante por la cámara. ¿Qué mierda está pasando?

Pero llegan más flashes.

Más preguntas.

No entiendo nada.

—¿Es usted Novalee Scott?

Un hombre enorme llega a mi lado y me atrae hacia su brazo. ¿Quién me toca? ¿Por qué me toca? Otro más, ataviado con un traje, llega a nuestro lado.

—Señorita Scott, ¿qué siente al reencontrarse con su padre?

—Novalee, ¿cómo se siente al vivir la vida de una princesa por sorpresa?

Me vuelvo hacia la periodista a mi lado, con un teléfono apuntando directamente a mi cara. Creo que es el peor ejemplo que pudo haber sacado. De mis labios sale lo único que en realidad pienso:

—Preferiría estar muerta.

No me hacen ni caso.

—¡Novalee! ¿Qué ha querido decir con eso?

El brazo en mis hombros tira con fuerza y me aparta de las cámaras, los flashes y las voces. Me llevan hasta un rincón lejos de las demás personas, prácticamente me arrastran. Me magullan la piel y me rompen la camiseta que visto.

Sonará exagerado, pero quiero llorar.

Quiero correr al abrazo de mi madre, pero… eso es imposible.

A mi lado llega una chica de unos veintipocos. Su sonrisa dulce parece calmar por un momento la guerra a mi alrededor, y la escucho decir:

—Señorita Scott, bienvenida. Me llamo Fleur y seré su asistente.

—Torres —respondo casi por inercia—. Soy Novalee Torres.

El apellido de mi madre, algo que nunca lograrán arrebatarme. Si ese señor fue incapaz de criarme, ¿quién se cree que es para que use su apellido?

Pero lejos de parecer ofendida, la chica amplía su sonrisa. Me toma de la mano y siento calidez. Esto es nuevo. Después de tanta tristeza, sienta bien notar esta sensación.

—Está bien, Novalee. Me ha contratado su padre, seré su asistente estos días.

¿Padre? Debe referirse a Braxton. Me siento como en un maldito sueño.

—Llámame Nova —le pido.

Al fondo sigo escuchando gritos y flashes. Esto es una maldita locura.

Fleur parece comprenderlo porque estrecha mi mano con fuerza y me atrae hacia ella. Casi chocamos, pero no importa. Su sonrisa es fría, pero soy capaz de imitarla, y eso me reconforta un poco.

—De acuerdo, Nova. Esto será duro, pero lograremos llegar al coche y de ahí a casa. ¿Estás lista?

Dudo unos segundos. Parece decidida, segura…, y yo no lo estoy en absoluto.

—¿Y mi padre? —susurro por fin.

—¿El señor Scott? —repite con confusión.

Sí, quizá debiera llamarle así. Al fin y al cabo, es un completo extraño.

Y como si necesitara un recordatorio, ella añade:

—No ha podido venir, pero pronto lo conocerá.

Mi padre no me quiere. Siempre lo he sabido. Pero el nivel de «ni siquiera vengo a buscarte al aeropuerto tras la muerte de tu madre» es demasiado cruel para mí.

Odio a ese hombre. Ojalá se hubiese muerto él y no ella.

Fleur pasa un brazo por mis hombros y es el primer contacto humano que siento en lo que parecen años.

—¿Estás lista? —pregunta.

Y asiento, aunque sé que es mentira. Tira de mí hacia fuera de la habitación en la que estamos encerradas; hacia los flashes, las cámaras, las preguntas indiscretas…; hacia la vida, que mata y engulle cada racimo de felicidad que pueda quedarte.

No tenía ni idea de la importancia del anonimato… hasta este preciso momento.

Dos

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—¿Eres consciente del problema en el que nos has metido?

Parpadeo repetidas veces, un gesto que el hombre que tengo delante interpreta a la perfección: No, no lo soy. Ilumíname.

Por alguna razón, ahí sí que me lee la mente.

—Tu foto sale en portada en la principal revista rosa del país —exclama, sacudiendo ante mí el trozo de papel.

Trato de leer el titular, pero no lo logro del todo. Creo que pone Novalee Scott prefiere morirse antes que vivir con su padre. Sin embargo, el hombre lo aparta de mí demasiado rápido.

—No solo eso, también te has convertido en trending topic en internet —exclama, y mira la pantalla de su teléfono con expresión de pavor—. ¡Esto es horrible!

Ojalá pudiera sentir empatía, pero en estos momentos lo cierto es que la única emoción que me llena es la de la incomprensión. Él parece muy agitado, pero yo estoy totalmente atónita.

Después de que Fleur me sacase del aeropuerto y nos metiese a mí y a mis maletas en un gran coche negro, iniciamos un camino de más de una hora hasta mi nueva casa. Estuvo hablando por teléfono casi todo el tiempo y pude percatarme de que daba explicaciones sobre mi llegada (es posible que a este hombre, que parece ser quien chillaba desde el otro lado) y hablaba sobre conceder entrevistas.

No pensaba hacer nada de esto. ¿Se han vuelto locos todos?

Finalmente, el hombre suspira, guarda el teléfono y me dice:

—¿Tienes idea del dinero por el que habríamos podido vender la exclusiva?

Ah… Así que ahí estaba el problema. Dinero, ¿cómo no? Probablemente lo único que le interesa a mi padre.

—Ni idea, la verdad.

—Niñata insoportable…

Decido ignorar el refunfuño de ese hombre que ni siquiera ha tenido la decencia de presentarse. Estoy plantada en medio de un despacho en la planta baja de la increíble mansión donde me han metido, y aunque los techos son más altos que los de mi antigua casa, siento que me asfixian. Quiero correr.

—¿Y mi padre? —pregunto.

—El señor Scott está ocupado.

No puedo evitar suspirar. ¿Qué puede ser tan sumamente importante como para ni siquiera dignarse a venir y presentarse? Yo también podría estar ocupada ahora mismo: por ejemplo, asistiendo a las clases de último año en el instituto al que siempre he ido, con mis amigos, con Ethan, preparándome para mi vida, y no aquí, enjaulada cerca de él.

—¿Algún problema? —pregunta el hombre al notar mi resoplido.

Muchos. Sin embargo, solo logro responder:

—Entonces ¿puedo irme ya?

Me mira con detenimiento. Puedo ver el cansancio en sus ojos. Finalmente suspira y asiente.

—Está bien, le diré a Fleur que te enseñe tu habitación.

—Gracias, em…

No sé cómo se llama. Ni siquiera me lo ha dicho antes de empezar a reñirme por dejar que decenas de extraños me sacaran fotos de improvisto al bajarme del avión. Pero ¿cómo iba yo a saberlo?

—Llámame Daniel —responde por fin.

Asiento. Sus hombros han bajado y parece un poco más relajado. Quizá incluso pueda caerme bien, tiene una expresión amable y…

—De todos modos, esto solo nos deja una solución —continúa Daniel, interrumpiendo mi hilo de pensamientos—. Te pondremos un guardaespaldas para que te acompañe a donde tengas que ir.

Y… nope, nope, definitivamente NO me va a caer bien.

—Tienes que estar de coña —replico.

—Señorita Scott —¿cómo que «señorita»?—, creo que no es consciente de la que…

—Torres —le interrumpo, aunque me ignora—. Es Novalee Torres.

—Ahí fuera hay un gran número de paparazis esperando lograr la mejor foto y exclusiva.

—Y la sacarían gratis, ¿verdad?

—Ese no es el mayor problema. ¿Acaso no comprende lo peligroso que puede ser? ¿La de dementes que hay por el mundo? No podemos saber los peligros que podría suponer ir sola por la calle ahora que todos han visto su cara.

Un escalofrío me invade. Pero solo debe estar tratando de meterme miedo. No soy nadie importante, solo la hija de alguien que sí lo es. Si hasta ahora he podido permanecer en el anonimato, tan difícil no debería ser continuar así, ¿verdad?

Y un guardaespaldas suena a cero intimidad, a alguien pegado a ti siempre.

—Podré sola. No necesito un guardaespaldas.

Daniel alza las cejas y no puedo evitar darme cuenta de su expresión divertida. No me toma en serio. Soy una desconocida, la hija adolescente e ilegítima de su jefe, ¿por qué lo haría? Al fin, lo hace notar cuando replica:

—No es discutible.

—Pero…

—Vamos —interrumpe Fleur, acercándose a mí y tomándome del brazo—, ¿y si te enseño tu habitación? Debes de estar cansada.

Quiero protestar, pero en realidad tiene razón. Apenas he dormido en las últimas semanas y todo me pesa, incluida esta conversación. Quizá si estuviese un poco más descansada podría lidiar mejor con esta nueva vida y sus cambios.

—De acuerdo —suspiro mientras me dejo arrastrar por Fleur.

Daniel hace un leve asentimiento de cabeza y prefiero ignorar su expresión de victoria mientras sigo a esta chica que parece mucho más agradable fuera del despacho. Atravesamos un largo pasillo lleno de puertas iguales y subimos una escalera más antes de llegar a la habitación. Este lugar es enorme y estoy bastante segura de perderme si no presto atención. ¿Para qué quieren tanto espacio los famosos si apenas viven tres personas en esta casa? O eso que yo sepa.

—Aquí es.

Fleur abre una de las puertas y deja que yo pase primero. Es un dormitorio grande y en parte bastante estándar. Me recuerda a una habitación de hotel. Tiene las paredes blancas, una cama grande en el centro, mesitas y armario a juego y un ventanal que va del techo al suelo. La decoración es sencilla, minimalista y moderna, y se aleja demasiado de mi vieja habitación.

No están las marcas anuales de cada centímetro que yo crecía al año. Tampoco la torre de libros, tanto los viejos que leí de pequeña como los nuevos. Mamá siempre se desesperaba conmigo porque los marcaba con bolígrafo y llenaba de pósits en las partes que más me gustaban, así que no podía venderlos.

Tampoco está el agujero en la pared que hice cuando me enfadé por perder aquel partido de tenis y que Ethan se riera de mí. Después me estuvo pidiendo disculpas durante un mes, incluso llegó a arrastrarse en el césped, frente al instituto, para rogar mi perdón. Y eso que ya había vuelto a hablarle.

Las fotos de mamá tampoco están; ni las mías. Ni mis pósteres de artistas famosos, las luces led de colores o el espejo lleno de entradas de cine de películas a las que he asistido.

Porque nada de esto es mi hogar.

Me fijo en que mis maletas están a un lado. No sé quién ni cuándo las han traído, aunque supongo que no debería quejarme puesto que me olvidé de ellas nada más salir del coche que me trajo a esta casa.

—¿Cuántas habitaciones hay? —pregunto cuando me sitúo en el centro.

—Doce.

—¿Y baños?

—Sin contar aseos, siete.

No puedo evitar resoplar.

—Es una puta locura. Esta gente desperdicia la hostia de espacio.

Fleur abre la boca con horror y, durante unos segundos, sopeso si ha sido por mis palabras fuertes o por lo que hay implícito en la frase. Me quedo con esto último cuando, tras cambiar la expresión, contesta:

—Es común en este tipo de casas tener tantos baños y habitaciones.

Asiento despacio, aunque me sigue pareciendo una locura. ¿Será que los trabajadores descansan aquí?

—¿Tú también vives aquí? —pregunto sin poder contenerme.

—Entre semana sí. De hecho, mi habitación está al final del pasillo, por si me necesitas. Y la de en frente es la de Mateo.

Un escalofrío me recorre.

Mateo Scott.

Mi hermano mayor.

Me resulta extraño pensarlo, porque jamás me he relacionado con él. Se supone que compartimos sangre, pero somos dos completos extraños. He seguido su vida gracias a la prensa y he de decir que hasta cierto punto he estado interesada. Es gracioso, porque a pesar de ser biológicamente medio hermanos pero no conocernos, soy consciente de que nos parecemos bastante.

Ambos tenemos el mismo pelo castaño claro que tiene nuestro padre y la misma nariz cubierta de pecas. De hecho, en alguna ocasión llegué a fijarme en su sonrisa, y estoy bastante segura de que es igual. Sin embargo, sus ojos son como los de su madre, Ashley Smith, y los míos…, igual de verdes que los de mi padre. Incluso la forma es la misma. Y no sabes cuánto odio eso.

Detesto ser su viva imagen.

—Braxton ha dicho que puedes decorarlo como quieras.

Me vuelvo hacia Fleur sin poder ocultar la sorpresa.

—¿Mi padre ha dicho eso?

Me suena extraño decir esas palabras.

Mi padre.

Porque en general significan algo. Mencionan a una persona importante en tu vida. Para mí solo hacen referencia a un completo desconocido, y últimamente duelen más que nunca.

—Eso es. Cualquier cosa que quieras puedes pedirla. Ha encargado una tarjeta de crédito para ti que… Ay, espera un segundo.

Comienza a rebuscar algo en su bolso mientras echo un nuevo vistazo a la habitación. ¿Quizá le importe lo suficiente para dejarme tener mi lugar aquí? A mi gusto. Para mí.

Quizá le importe suficiente para hacerme sentir en casa.

Sin embargo, Fleur termina por sacar una tarjeta de crédito de su bolso y la extiende hacia mí.

—Para ti. No tiene bloqueo de dinero, puedes comprar lo que quieras con ella.

—¿No tiene bloqueo? —repito con torpeza.

Debo estar flipando.

—Sí, quiere decir que no hay límite.

Sé lo que significa, pero no me ha entendido. Sacudo la cabeza y no tomo la tarjeta que ella sigue acercando hacia mí. Cuando se da cuenta de que no estoy pensando en tomarla, la deja a un lado sobre la cama.

—¿Dónde está él? —pregunto por fin.

Fleur parece repentinamente incómoda y se pasa una mano por los mechones de cabello castaño corto. Tiene las facciones finas y le queda muy bien ese peinado.

No hace falta que diga su nombre para saber a quién me refiero.

—Braxton tiene una película, estas semanas está un poco liado.

Semanas, no días.

—¿Y podré verlo esta noche?

Me siento como una idiota. Es mi padre. Vale que no lo he visto en persona en toda mi vida pero, si debo vivir con él, ¿lo lógico no sería hacerlo ahora?

Sin embargo, la respuesta me queda muy clara cuando Fleur evita mi mirada, se encoge de hombros y luego finge una sonrisa.

—Ahora es complicado, ¡pero seguro que logramos encontrar un hueco!

Genial.

No solo he sido obligada a vivir con un extraño, sino que él tampoco me quiere aquí. No hay que ser muy lista para darse cuenta.

—Pues vale —respondo.

Aunque mi contestación no es elocuente, es suficiente para que Fleur se dé cuenta de que en estos momentos estoy dolida. Y eso también me jode.

Hace el amago de tomarme la mano, pero, cuando la aparto, ella también se retrae. Da un paso hacia atrás, hacia la puerta, y susurra:

—Entonces, si te parece bien, dejaré que te instales.

—Vale —susurro.

Noto las lágrimas en los ojos, picando como han hecho hasta ahora durante los últimos días.

—La cena se servirá a las seis en el comedor, Mateo seguramente estará.

—Vale.

Mi voz es un poco más suave, más baja.

—Si no deseas ir, podemos traértela a la habitación.

—Vale —apenas susurro.

—Cualquier cosa que necesites, Nova… —Guarda silencio, mirándome. Traga saliva mientras noto los ojos acuosos y ella cada vez se ve más difuminada—. Llámame, ¿está bien?

Asiento, finalmente incapaz de hablar. Fleur desaparece de la habitación y yo miro en derredor. Esta vez me parece más fría, más vacía; igual que mi nueva vida. Ya no hay brazos que puedan abrazarme.

No hay brazos que QUIERAN abrazarme.

Aquí no hay nadie a quien le importe, y eso es lo que realmente me hace sentir sola y triste.

Me tiro en la cama y comienzo a llorar. Extraño mi casa, extraño mi vida, extraño mi casa. Pero sobre todo… extraño a mi madre.

Y nada me la traerá de vuelta.

Tres

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Duermo casi todo el día y toda la noche. No bajo a cenar y tampoco salgo para nada de la habitación. En realidad, ¿para qué lo haría? Ya no queda nadie que me quiera por aquí.

Al día siguiente, tras tanto tiempo descansando, me despierto con los primeros rayos de sol. Mucho lujo, pero en esta maldita casa no saben de la existencia de cortinas opacas. Me he puesto para dormir el pijama de fresas que mamá me regaló por mi diecisiete cumpleaños, hace casi un año. Me queda algo pequeño y tiene un roto a la altura del estómago, pero me recuerda a ella. También el hecho de que, según el juez, solo debo vivir con Braxton Scott hasta que cumpla los dieciocho.

Una vez los tenga podré ser libre e irme de aquí. Eso si no me echan a patadas, porque está claro que este hombre no me quiere en su casa. ¿Qué padre es incapaz de acercarse a conocer a su hija? Uno que solo lo es sobre el papel.

—Vamos, Novalee —digo a mi reflejo del espejo de cuerpo completo de la habitación—. Aguanta unos cuantos meses.

Entonces tomo aire y salgo de la habitación. Probablemente darse un baño y cambiarse de ropa fuese lo más adecuado, pero según mi teléfono móvil no son ni las siete de la mañana.

He tratado de ponerme en contacto con Ethan, pero mi tarjeta SIM no funciona. Estaba a nombre de mamá. No puedo conectarme a internet ni llamar y, puesto que aún no sé la clave wifi, no me queda otra que salir a investigar y preguntar a alguien.

Necesito con urgencia hablar con Ethan. Conectar con la realidad, con mi realidad.

La casa se encuentra en completo silencio y me siento como una intrusa. Los pasillos apenas están alumbrados por la luz del día y no se oye nada. No es hasta que llego a la planta baja que empiezo a notar presencia humana.

Mientras me acerco a una sala voy dándome cuenta de que lo que oigo es un teléfono móvil, pero todo se queda en silencio cuando entro a lo que parece el comedor, que es una sala decorada con esmero. Paredes lujosas, lámpara grande y colgante, mesa de roble oscuro… y solo un comensal ante un festín de café, pastelitos y huevos revueltos.

El chico, que no pasará los veinte años, deja el teléfono a un lado y lo bloquea. Cuando sus ojos se posan en mí, siento un escalofrío. He visto ese rostro miles de veces, pero nunca en persona. Reconocería ese cabello castaño claro, el mismo que tengo yo, en cualquier lado.

Es Mateo Scott, mi medio hermano.

Noto sus ojos sobre mí a medida que me acerco. ¿Sabrá él quién soy yo? ¿Alguien le habrá explicado que venía? De pronto me imagino a Braxton Scott poniendo una mano sobre el hombro de su hijo y confesando en voz grave: «Mateo, tienes una hermanastra. Su madre ha muerto y ahora vivirá con nosotros».

Saco esa idea rápidamente de mi cabeza. Si ni siquiera se ha dignado a conocerme en persona todavía, dudo mucho que Braxton haya hablado de mí.

Finalmente llego a una silla a unos cinco metros de él y carraspeo. Poso una mano en el respaldo antes de susurrar un tímido «hola».

Él me observa hasta el punto de resultarme incómodo. Un hombre aparece por una puerta con un vaso de agua. Cuando me ve casi se le cae, pero lo deja al lado de Mateo. Después se retira con rapidez.

Y de pronto mi hermano susurra:

—Novalee Scott.

—Es Torres.

La corrección me sale sola, pero él me ignora.

De acuerdo, entonces sí sabe quién soy.

—El nuevo juguetito de papá —completa.

—No soy un juguete.

Al instante me siento idiota, en especial cuando las comisuras de sus labios se elevan en una sonrisa. Tengo un mal presentimiento. Y de repente estoy congelada en el sitio.

—¿Sabes quién soy? —pregunta.

—Mateo Scott.

Su nombre se escapa de mis labios como si fuese la primera vez que lo digo, cuando en realidad llevo años cotilleando sus redes sociales. En mi cabeza este encuentro ha ocurrido muchísimas veces, pero en ningún momento iba tan mal todo como ahora.

Él sonríe un poco más, pero lo hace con maldad.

—Has hecho los deberes.

La sangre me hierve en las venas y soy incapaz de contenerme antes de espetarle:

—Sería idiota si como mínimo no googleara la cara de mi hermano, ¿no crees?

Puedo ver cómo se le tambalea la sonrisa y es algo extraño porque tiene la misma que yo, a pesar de que se trata de un completo desconocido. De verdad que una parte de mí esperaba que me identificase como familia, quizá alguien con quien crear una alianza en este extraño lugar, pero no ha sido así. Ahora debo afrontar las consecuencias de mis palabras. Y vienen rápido, casi como una bofetada.

—Medio hermano —me corrige—. Y más bien eres idiota por atreverte a venir a esta casa después de ser la culpable de destrozar a mi familia, ¿no crees?

Frunzo el ceño para ocultar las lágrimas que quieren asomar tras mis pestañas. Todavía no me he recuperado del todo de la pérdida de mamá y del cambio de vida. ¿Algún día lo haré? Me temo que la respuesta es un no.

—Dios, eres más idiota de lo que dicen en internet —resoplo con un gesto exagerado con el que trato de ocultar cómo me ha herido. Pero funciona.

Mateo frunce el ceño alterado y replica:

—Dice quien ha venido a aprovecharse de la fama y el dinero de nuestra familia.

Me río sin ganas, aún con los ojos al borde de las lágrimas.

—Me importa una mierda vuestra estúpida fama o el dinero. Estoy aquí porque un juez me ha obligado. Pero tranquilo, no será por mucho tiempo. Me iré en cuanto cumpla los dieciocho.

—Estoy deseando verlo.

Me mira con tanto rencor y tanta socarronería que no puedo evitar insultarlo.

—Imbécil.

Conozco bastante de él por lo que he leído en internet. Mateo tiene amigos, un grupo de famosos con los que asiste a la universidad. Estudia empresariales y vive con su padre, aunque ve a su madre en vacaciones. Sin embargo, esa información no me prepara para ver cómo se pone de pie al momento y echa la silla hacia atrás tan rápido que logra que esta se caiga.

—Cállate, Novalee —sisea, y en realidad siento un escalofrío—. No tienes ningún derecho a insultarme.

Sus ojos van de arriba abajo por mi piel, examinándome. El hombre vuelve a entrar con una bandeja cargada con un café y pastas, pero Mateo no le presta atención. Se aleja del sitio y llega hacia mí.

Me contengo para mantenerme impasible, aunque en realidad quiero salir corriendo. No le daré esa satisfacción porque miedo no es lo que siento, es rechazo. Este chico… es mi hermano.

—Mientras vivas aquí —susurra cerca de mí—, no quiero que me hables.

Sostengo su mirada, pero no le contesto. Bastante me cuesta ocultar que sus palabras no duelen.

—Compartiremos sangre, pero tú y yo no somos iguales —añade.

Mantengo mi mirada lo más gélida posible. Intento con todas mis fuerzas que parezca que de verdad no me importa. Quizá porque en el fondo, muy en el fondo, esperaba encontrar a un aliado en Mateo Scott. No un hermano, sabía que eso era complicado, pero… sí algo parecido a un amigo.

Sin embargo, esto ha servido para algo bueno: recordarme lo sola que estoy aquí.

Él simplemente me lanza una larga mirada antes de abandonar el comedor. Espero por lo menos un minuto más hasta derrumbarme. Me agarro a una silla y siento que mi garganta se cierra, pero me niego a dejar que los sentimientos me venzan.

Si sobreviví a la partida de mi madre, podré con esto.

Ella hubiese querido que lo superara.

Fleur llama a la puerta de mi nueva habitación un par de horas después. Tras el encontronazo con mi medio hermano, he vuelto a este pequeño lugar seguro dentro de la inmensa casa. Me he escondido bajo las sábanas como cuando era pequeña y, aunque no funcionan igual que las de mi casa, me dan un poco de paz.

Trae consigo un sándwich, la clave del wifi y también una caja con un teléfono móvil.

—No lo quiero —le digo, refiriéndome al teléfono.

Lo cierto es que las tripas me rugen de hambre por no haber desayunado y no tardo en tomar el sándwich.

Pero ella niega con la cabeza y me obliga a tomar la caja.

—Son órdenes de Daniel. Tienes guardados ya todos los teléfonos de contacto que necesitas. Es importante que podamos localizarte.

Quiero volver a quejarme, porque yo ya tengo mi propio teléfono en el que están las fotos con mamá, con Ethan, con mis amigos… Pero tampoco quiero pelear. Solo asiento y Fleur deja el teléfono nuevo sobre el elegante escritorio de la habitación.

Comienzo a mordisquear el sándwich, sentada en una esquina de mi cama mientras ella me mira. Debo tener una pinta espantosa, todavía en pijama, sin peinar y con los ojos marcados por las lágrimas y las ojeras de no dormir.

Sin embargo, Fleur mantiene una sonrisa fresca, que en parte me da hasta envidia, y se sienta a mi lado. No parece mucho mayor que yo.

—Esta tarde conocerás a Oliver —me dice.

Frunzo el ceño sin hablar porque tengo la boca llena de comida. ¿Otro trabajador? ¿Un psicólogo, quizá? ¿O un tío lejano del que nunca he escuchado hablar?

—Él va a ser tu guardaespaldas —explica tras un corto silencio. Por lo visto no han desistido en la idea—. Y mañana irá contigo al instituto.

Genial, además de ir a un nuevo instituto con el curso ya comenzado y un escándalo detrás de mí, también tendré un señor grande y trajeado (o, al menos, así me imagino a los guardaespaldas) persiguiéndome todo el tiempo. Lo mejor para hacer amigos.

Sin embargo, lo que sale de mis labios cuando por fin trago el trozo de sándwich es:

—¿Voy a ir a un instituto?

—Claro que sí, ¿o no quieres terminar tus estudios?

En realidad, había pensado en que quizá tomase clases privadas, como algunos famosos. O mi otra opción: retomarlo en unos meses, cuando regrese a casa con los padres de Ethan tras cumplir dieciocho.

No veo el momento de que ese día llegue y poder irme de aquí. Toda esta extraña situación me abruma.

—Sí, claro —murmuro—. Por supuesto.

Y continúo comiendo porque no sé qué más decir.

—Es el mismo al que ha ido Mateo —prosigue Fleur, como si eso pudiera aliviarme—. No te preocupes, muchísimos hijos de famosos van a esta academia, así que estás segura allí.

—Si estoy segura, ¿por qué irá el guardaespaldas conmigo?

—Toda protección es poca después del revuelo que se ha montado.

Resisto poner los ojos en blanco. No he hecho nada más que responder a un grupo de periodistas que me pillaron por sorpresa. Estoy bastante segura de que en un par de semanas otro famoso será protagonista de un nuevo escándalo y se olvidarán de mí.

—Además, son órdenes de tu padre —agrega Fleur.

Eso hace que me olvide de que tengo comida en la boca.

—¿Braxton ha contratado un guardaespaldas? ¿Para mí?

Me atraganto con el pan y me tomo unos segundos para masticarlo y pasarlo antes de resoplar.

—Increíble. En casi dieciocho años no ha tenido interés en conocerme, pero ya me pone a alguien que me vigile incluso para ir a clase.

—Oliver no va a vigilarte. Va a protegerte.

Fleur posa una mano sobre mi pierna para darme apoyo y, aunque parezca increíble, lo consigue. Me doy cuenta de que llevo más de veinticuatro horas lejos de mi casa, de la gente que forma mi lugar de confort, y sin el contacto directo de otro humano. Quizá por eso su mano en mi pierna me calma.

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