Me gustas tú

Eduardo Chirinos
Autor sin nombre

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PRÓLOGO

Me gusta la poesía, me gustas tú/Eduardo Chirinos

1. LAS PERSONAS MAYORES

El juego de la gallinita ciega/Renato Cisneros

Poema trágico con dudosos logros cómicos/José Watanabe

Las persianas/Róger Santiváñez

No sé nunca tuve familia…/Raúl Mendizábal

Papá, mamá/Carlos Germán Belli

Retrato (familia)/Alessandra Tenorio

Episodio de una historia circular/Renato Cisneros

Las buenas personas…/Dalmacia Ruiz Rosas

Secreto de familia/Blanca Varela

El once/Andrea Cabel

Bodas de nada/Rafael Robles Olivos

PN/César Ángeles

Madre/Carlos Oquendo de Amat

Y los sueños, sueños son/Gastón Agurto

Para M.M./Lizardo Cruzado

Madre no canta más/Doris Moromisato

Maway (la madre-papa)/Odi González

Un frío nombre de origen ruso/Martín Rodríguez-Gaona

Desagravio (I.M.)/José Watanabe

(Días sin madre)/Jorge Pimentel

Los pasos lejanos/César Vallejo

Mi padre/Julio Ortega

Mi viejo es veterinario/Arturo Higa

Las manos/José Watanabe

Papá/Lizardo Cruzado

Conversaciones con mi padre en su lecho de enfermo/Róger Santiváñez

Mi padre, un zapatero/Pablo Guevara

Papá/Alberto Hidalgo

Mi padre/Doris Moromisato

Espuma blanca (Como en cerveza, como en Vallejo)/Martín Rodríguez-Gaona

Infancia/Roberto Zariquiey

Planteo del poema/José Watanabe

Federico llora desconsoladamente/Luis La Hoz

Fútbol/Blanca Varela

La cara de mis hijas/Carlos Germán Belli

El paso de los años/Javier Sologuren

El viaje de Alejandra/Antonio Cisneros

Conversación con mi hijo a las cuatro de la mañana/Enrique Sanchéz Hernani

La inmensa pregunta celeste/Abelardo Sánchez León

2. UN CORAZÓN SOLITARIO

Lo salvaje permanece dulce/Tilsa

Cantos de Písac. Canto primero/Luis Hernández

Acerca de la libertad/José Watanabe

Ningún día es bueno…/Luis La Hoz

Sueño del artista adolescente/Oswaldo Chanove

Elogio de la locura/Xavier Abril

La locura suele ir a mi gran salón…/Tilsa

Poema del manicomio/Carlos Oquendo de Amat

Poema escrito sobre una impresión causada por Dulle Griet – una pintura de Brueghel/Enrique Verástegui

Ceremonia solitaria bajo la luz de la luna/Jorge Eduardo Eielson

Querido diario/Lorenzo Helguero

Concepto I/Rafael Robles

Los lugares prohibidos/Carlos López Degregori

Yo tenía doce o trece años…/Josemari Recalde

Nadie es serio cuando tiene diecisiete años…/Luis La Hoz

Sagrados corazones/Jerónimo Pimentel

Huyo de la casa…/Dalmacia Ruiz Rosas

Todos suponen…/Marco Martos

El bosque de los huesos/Luis Hernández

Último retrato/Carlos López Degregori

Señal de identidad/José Cerna

Retrato en carne viva (1967-1968)/Ricardo González Vigil

Barrio del adolescente/Sebastián Salazar Bondy

Coro para un paisaje inconcluso/Renato Cisneros

Tonada del adolescente/Sebastián Salazar Bondy

Muchachas de los setentas/Carlos Orellana

Sobre la diversión de muchachos y muchachas/Oswaldo Chanove

La ciudad va a estallar/Carlos Orellana

Tímida y avergonzada/María Emilia Cornejo

Post coitum/Mariela Dreyfus

Discurso/Patricia Alba

Diario de señorita recién casada/Rocío Silva Santisteban

La muchacha mala de la historia/María Emilia Cornejo

Paradoja/Montserrat Álvarez

Bendición/Mariela Dreyfus

Cazador de espejismos/Elqui Burgos

S/T (2) /Rafael Robles

Después de por supuesto mi mujer yo/Mario Montalbetti

Algo arde…/Andrés Hare

3. POSTALES DE (Y PARA) UN JOVEN POETA

El demonio que habita en tu cabeza/Rafael Robles

Poesía/Javier Sologuren

Poesía de otoño/Javier Heraud

El amor sobre el cadáver, 6/Juan Gonzalo Rose

Venid a ver el cuarto del poeta/César Calvo

Primera canción/Juan Gonzalo Rose

Arte poética/Javier Heraud

Contra Critias/Marco Martos

10/Jorge Eduardo Eielson

Jack Kerouac/Mirko Lauer

Ezra Pound: cenizas y cilicio/Luis Hernández

Portrait of the artist as a young pound/Montserrat Álvarez

El buen largarse/Rafael Robles Olivos

Descabezo estatuas/Rossella Di Paolo

Las altas distancias/Rossella Di Paolo

Yo escribiré en el suelo de Lima…/Miguel Ildefonso

Rimbaud en polvos azules/Jorge Pimentel

Poema sin límite de velocidad/Carlos Oliva

Trilceza/Álvaro Lasso

Confesiones de una máscara/Miguel Ildefonso

Último round/Jerónimo Pimentel

Canción I/Javier Sologuren

Los malos poemas/Juan Gonzalo Rose

Los amores imposibles, los poemas/José Antonio Mazzotti

Poema XXIII/Lorenzo Helguero

Escapa del colegio…/Luis La Hoz

A un joven poeta activista/José Antonio Mazzotti

Si tienes un amigo que toca tambor/Manuel Morales

Si quieres, escribe un poema/Gastón Agurto

Poema veloz/Livio Gómez

Narciso/Pedro Morote

Recado para un joven poeta/Sebastián Salazar Bondy

Biografía/Carlos Oquendo de Amat

Bibliografía

Compliladores

Créditos

Grupo Santillana

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ME GUSTA LA POESÍA, ME GUSTAS TÚ

 

No estés solo,

no hables contigo de ti mismo,

no mires demasiado

tu cinema en penumbra.

 

SEBASTIÁN SALAZAR BONDY,
«Recado para un joven poeta»

 

 

UNA falsa etimología quiere que la palabra adolescente provenga del verbo adolecer, es decir, estar enfermo, sufrir. Como toda falsa etimología, esta también tiene algo de verdad: si los adolescentes se muestran como seres enfurruñados y distantes es porque saben algo muy precioso que solo comparten entre ellos. Y ese algo es una revelación que duele. En El laberinto de la soledad (un libro dedicado a entender a México, un país tan adolescente como el Perú), Octavio Paz ha escrito: «A todos en algún momento, se nos ha revelado nuestra existencia como algo particular, intransferible y precioso. Casi siempre esta revelación se sitúa en la adolescencia. Entre el mundo y nosotros se abre una impalpable, transparente muralla: la de nuestra conciencia. El adolescente se asombra de ser. Y al pasmo sucede la reflexión. La singularidad del ser —pura sensación en el niño— se transforma en problema y pregunta, en conciencia interrogante». En latín, adolescere significa crecer: volverse dueño de su propia conciencia.

El «asombro del ser» al que alude Octavio Paz es correlativo al «asombro de la palabra»: de pronto, aquellas palabras que nos alejaron de la infancia y señalaron nuestro lugar en el mundo se convierten en el mundo mismo. Rara vez compartimos esa posesión tan íntima y tan perturbadora. O, mejor dicho, la compartimos con ese alguien que nos habita y a quien confiamos nuestras reflexiones y secretos más íntimos. El adolescente escribe para sí mismo, sin sospechar que en otras partes del mundo cientos de adolescentes escriben en la misma noche con la misma orgullosa soledad. Lo supo Javier Sologuren, quien antes de morir dejó escrito su «Canto nocturno de un adolescente»:

 

suelta el pico noche

habla grita insulta

no te quedes callada

no me escupas tu frío

quita las sombras de mi boca

no permitas que la araña descienda

no lances tus murciélagos

sobre mi solitaria cabeza

 

No tardará el momento del intercambio y la sorpresa del descubrimiento: las palabras que creíamos nuestras eran también de los otros, y esos otros eran capaces de descubrirse a sí mismos en nuestras propias palabras. Paradójicamente, la poesía nos reveló que no estábamos tan solos, y que muchos de nuestros deseos eran (y probablemente seguirán siendo) compartidos sin posibilidad de realizarse. Ni más ni menos como ocurre con el Perú, país de deseos incumplidos y poetas adolescentes. Hace poco más de cincuenta años, Luis Alberto Sánchez publicó un libro titulado significativamente El Perú: retrato de un país adolescente. En el prólogo a su tercera edición, recuerda que cuando terminó de escribir ese libro se sintió como exhausto y vacío, pues se «enfrentaba a la imagen de un adolescente plural irreductible». Y añade un comentario cuya validez sigue aún vigente: «Por mucho que en los años corridos se hayan perfilado ciertos aspectos adultos, la madurez sigue siendo la terra incógnita de la colectividad peruana». Este diagnóstico tan pesimista puede ser corroborado con números actuales: a pesar de superar fácilmente los seis millones, los adolescentes son probablemente el grupo poblacional más desatendido (y más incomprendido) del Perú. No abundaré aquí en datos y estadísticas que confirman lo que todos sabemos. Pero, ¿acaso el título de Sánchez no anuncia las enormes ventajas de ser un país adolescente? Retrato de un país adolescente, alude paródicamente al título de una famosa novela del escritor irlandés James Joyce: Retrato del artista adolescente. El juego de palabras sugiere con sutileza la cualidad de un país cuya población y espíritu se corresponden naturalmente con la creatividad artística.

A muchos adolescentes les sorprenderá enterarse del culto que se le rinde en el Perú al poeta joven. Tal sorpresa deja de serlo una vez que descubre afinidades con el lenguaje de aquellos poetas que el azar y las lecturas le van deparando. Una de las experiencias más hermosas para un joven peruano que escribe poemas es descubrir que muchos de los autores que admira empezaron a escribir e incluso a publicar a una edad muy próxima a la suya. A nadie le inquieta que en el Perú la edad promedio en la que se publica un primer libro de poemas sea entre los veinte y veinticinco años. A nadie, salvo a los extranjeros del primer mundo, donde se espera que un poeta esté lo suficientemente maduro como para dar tan importante paso. ¿Alguna vez nos hemos puesto a pensar qué sería de nuestra tradición poética si sus poetas hubieran sido tan cautos? Para comenzar no tendríamos algunos de los mejores poemas de Carlos Oquendo de Amat, de Javier Heraud, de Luis Hernández, de José Watanabe y un largo etcétera que incluye al mismo Vallejo, quien publicó su primer libro apenas cumplidos los 26.

¿Y este libro? Bueno, se trata de un deseo. Un viejo deseo que felizmente se ha cumplido, aunque para ello Jorge Eslava y yo hayamos tenido que trabajar a la distancia, afianzando una amistad que nació mientras despedíamos nuestra adolescencia en las luminosas y entonces turbulentas calles de Madrid. Eso fue a mediados de los ochenta: los dos éramos estudiantes becados, y entre las muchas cosas que nos unían estaba el proyecto de una antología de poemas para adolescentes. Pero no una antología de los poemas que todo adolescente peruano debía conocer, sino de aquellos poemas que nos habría gustado leer cuando escribíamos «para nosotros mismos» en la soledad de nuestros cuartos: todo poeta joven busca la complicidad de poemas que no suelen (o no quieren) figurar en los cursos tradicionales de literatura. Este es un libro cómplice donde conviven poetas peruanos y peruanas de distintas generaciones, estilos y tendencias, unidos todos por situarse —con humor, desconfianza y algo de incertidumbre— en esa «terra incognita» de la que hablaba Luis Alberto Sánchez. Como observará el lector una vez que se adentre en sus páginas, los poemas no aparecen en el orden cronológico que recomiendan los manuales. Más que una historia de movimientos literarios, a este libro le interesa mostrar otra historia más íntima y modesta, pero también más inquietante y decisiva: la del proceso que convierte a un adolescente que se deja seducir por las palabras en un escritor de poemas.

En nuestras reuniones de trabajo surgió el inevitable tema del título. El título es la puerta principal de entrada a un libro, su marca definitiva y definitoria, su razón de ser en el mundo. Teníamos ya la selección hecha, decididas sus partes y elegidos los poetas encargados de presentarlas. Pero el título quedaba vacante, como si reclamara la puntada final que le otorgara vida propia. Fue a Jorge Eslava a quien se le ocurrió. Cuando me lo propuso delante de Mercedes González, directora de Santillana, no pude disimular mi sorpresa. «¿Me gustas tú?». No fue difícil ponerse de acuerdo. A fin de cuentas, todo adolescente busca en el fondo ser gustado, y al recuerdo de la canción de Manu Chao —y al poema de Bécquer— se añade la ventaja de ser una declaración sin marca de género, de modo que todas y todos figuran indistintamente como gustadores, y también como gustados.

Ojalá este libro sirva para demostrar lo que algunos pedagogos se resisten a reconocer: que a los adolescentes les gusta la poesía, y que a la poesía le gustan los adolescentes. Y le gustan tanto que los seduce desde niños, sin que se den cuenta. Es a ellos a quienes elige, sobre todo si se muestran tan plurales e irreductibles como el país que les tocó en suerte. Juan Gonzalo Rose lo ha escrito de un modo perturbador y magistral:

 

Ya estoy purificado, Poesía.

Ya podemos mirarnos a los ojos

como en la tarde de la luz aquella:

Yo jugaba la ronda entre chiquillos,

y tus manos, temblando, me eligieron.

 

A lo mejor a ti es a quien la poesía ha señalado con el dedo, diciéndote en voz baja: «me gustas tú».

 

EDUARDO CHIRINOS

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EL JUEGO DE LA GALLINITA CIEGA

 

 

 

 

LAS PERSONAS mayores a menudo nos mienten. Nos dan una versión amable y distorsionada de ciertos hechos, ahorrándose detalles escabrosos, creyendo que así nos cuidan y defienden de la crudeza de la realidad.

Si, por ejemplo, les preguntas a tus padres cómo eran de chicos, riendo te entregan una bonita (y sospechosa) postal con la que disfrazan su pasado: resulta entonces que nunca dijeron una grosería, que nunca cometieron una travesura desafiante, que nunca retaron a sus padres, que nunca reprobaron ninguna asignatura.

Si les preguntas, curioso, cómo se conocieron, cómo se conquistaron, se miran, cómplices, y a dúo te ofrecen el predecible libreto de un culebrón de bajo presupuesto apto para todos: resulta entonces que nunca protagonizaron una pelea, nunca descubrieron un engaño, nunca vencieron una contrariedad.

Si una noche les haces consultas sobre sexo e indagas —por decir algo— a qué se deben las puntuales erecciones que inflan todas las mañanas el pantalón de tu pijama, tartamudean, tosen o se quedan mirando el noticiero de la tele. Pasado el susto, se deshacen en explicaciones sinuosas antes de improvisar una muy poco didáctica clase de anatomía.

Las personas mayores a menudo nos confunden. Rechazan de plano los rumores que algún amigo te revela en el patio del colegio; contradicen las duras certezas que recoges de tus breves periplos por la calle; niegan estar angustiados a pesar de la rígida mueca que domina sus caras; y, con tierna arbitrariedad, te invitan a que les cuentes al detalle las múltiples cosas que haces y piensas, aunque ellos no parezcan estar muy dispuestos a devolver el gesto. Y tal vez porque quieren prolongar su adolescencia perdida a través de la tuya, modelan a su antojo tu comportamiento y apariencia: censuran un arete, castigan un tatuaje, te obligan a cortarte el pelo, y disimulan una orden terminante bajo la sutil forma de una sugerencia.

Las personas mayores a menudo nos hacen pasar el ridículo. Te fuerzan a hacer alguna gracia delante de sus invitados (antes te fuerzan a saludar cordialmente a uno por uno); te instan a sacar a bailar a la tía solterona en una fiesta familiar; te desmienten frente al médico informándole inoportunamente sobre cada uno de tus hábitos más privados; y se empeñan en llevarte a interminables almuerzos y recepciones, donde, para colmo, te caricaturizan bonachonamente frente a sus amigotes, dejándote pintado como el virtuoso que no eres.

Y, sin embargo, a pesar de todo eso: a pesar de que nos mienten, de que nos confunden, de que nos avergüenzan, guardamos una enorme deuda con las personas mayores. ¿Por qué? Pues porque son ellas las que nos acercan a los libros, las que nos descubren los misterios del lenguaje, las qu

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