Elecciones presidenciales de Estados Unidos: un país en el abismo
El martes 5 de noviembre de 2024 se celebran las elecciones presidenciales en Estados Unidos. El candidato republicano, el ex presidente Donald Trump, y la candidata demócrata, la vicepresidenta Kamala Harris, se enfrentan por el trono de un país en crisis que se juega en estos comicios seguir siendo (o dejar de ser) la locomotora del mundo occidental. Pero ¿de dónde surge esta crisis política, social y cultural? ¿Es algo nacido al abrigo del «trumpismo» o más bien una tendencia histórica? El experto en política estadounidense Roger Senserrich, autor de «Por qué se rompió Estados Unidos. Populismo y polarización en la era Trump» (Debate), dialoga en LENGUA con su editor Miguel Aguilar para ofrecer contexto sobre el pasado, el presente y el (probable) futuro de una sociedad lastrada, desdibujada y polarizada por un sistema político disfuncional.
Por Miguel Aguilar
El candidato presidencial republicano, el ex presidente estadounidense Donald Trump, habla con los periodistas después de debatir con la candidata demócrata, la vicepresidenta estadounidense Kamala Harris, en el Centro de Convenciones de Pensilvania el 10 de septiembre de 2024. Crédito: Getty Images.
Miguel Aguilar: Dos intentos de asesinato, un candidato senil descabalgado a mitad de campaña, una candidata mujer de madre india y padre jamaicano, un partido republicano convertido en una plataforma de apoyo a Donald Trump... ¿Son las elecciones más locas en la historia de Estados Unidos o la nueva normalidad de la política americana?
Roger Senserrich: Aunque parezca mentira, no, no son las elecciones más locas de la historia de Estados Unidos, aunque no anden demasiado lejos. Los comicios de 1968 fueron probablemente peores. Ternemos, para empezar, un presidente que renunció a presentarse (Lyndon Johnson), y el asesinato de Martin Luther King Jr. en abril, provocando más de un mes de disturbios continuados en ciudades de todo el país. Ambos partidos tuvieron primarias extraordinariamente competitivas; los republicanos llegan a la convención en enero con Nixon de favorito, pero sin mayoría clara, y sólo salvando su candidatura gracias a un acuerdo de última hora con Strom Thurmond, un ex demócrata segregacionista sureño que se había pasado a los republicanos. Las primarias demócratas vieron el asesinato de Robert Kennedy (padre), el gran favorito, y la demencial convención de Chicago en la que acabaron nominando a Humprey, alguien que no había participado en el proceso hasta entonces. La campaña de las generales fue una locura, con el factor añadido de la aparición de George Wallace como candidato del partido Independiente, intentando (y consiguiendo) ganar en estados sureños para bloquear el avance de los derechos civiles ejerciendo de bisagra en el colegio electoral. Aunque Nixon era en teoría favorito, Humphrey consiguió recuperar terreno, y acabó perdiendo por menos de un punto, 43-42; el 14% de George Wallace acabó por condenarle. Las elecciones de 1968 también tienen el extraordinario ruido de fondo de Vietnam, el verano del amor, la contracultura, hippies, protestas contra la segregación, y demás convulsiones de la época. Si miramos más atrás, 1968 palidece ante 1860, por supuesto. Cuatro candidatos (Lincoln, Douglas, Bell, Breckenridge), varios estados del sur a dos pasos de la rebelión abierta y un presidente (James Buchanan) que decidió darse por aludido, haciendo inevitable la guerra civil. También podemos señalar 1976, cuando tres estados fueron incapaces de dar un resultado claro en las urnas (léase: fraude) y acabó decidiéndose en una comisión ad hoc del congreso. Es decir: son unas elecciones francamente locas, pero la política americana tiene una larga tradición de locuras.
Miguel Aguilar: ¿Cuáles serían las consecuencias de un triunfo de Kamala Harris?
Roger Senserrich: Harris es, en muchos aspectos, una demócrata bastante normal, cercana al ala moderada del partido. Aunque su campaña ha intentado distinguirse del legado de la presidencia de Biden, lo cierto es que ni en ideología, ni en posiciones ideológicas, ni en programa político son demasiado distintos. Esto es algo positivo, por cierto; Biden ha sido muy buen gobernante, con la economía creciendo con fuerza, las desigualdades disminuyendo, la inflación ya controlada, un enorme aumento de la inversión industrial, y una caída en el porcentaje de americanos sin seguro a mínimos históricos, aparte de las leyes ambiciosas sobre cambio climático, infraestructuras e incluso control de armas. Es probable que la política migratoria sea algo más restrictiva que en presidencias anteriores, pero aparte de eso no esperaría grandes cambios. La gran incógnita será el congreso, por descontado. Una presidencia de Harris con mayorías demócratas en ambas cámaras verá mucha más producción legislativa, sobre todo en materia de vivienda, educación y ayudas a la familia. Si los republicanos consiguen mantener su poder legislativo, lo que suceda después dependerá mucho de cómo el partido soluciona sus problemas internos derivados de un cuarto revés electoral consecutivo bajo el mando de Donald Trump.
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Miguel Aguilar: ¿Cuáles serían las consecuencias de un triunfo de Donald Trump?
Roger Senserrich: Un desastre, tanto para la democracia como para la economía del país. Los demócratas no exageran cuando tildan a Trump de «amenaza para la democracia»; es un tipo que no sólo se negó a aceptar los resultados de las elecciones del 2020 e intentó dar un golpe de estado para mantenerse en el poder, sino que ha dicho repetidamente que no quiere respetar la constitución y que quiere ejercer poderes dictatoriales. Su programa de gobierno incluye, de forma explícita, tomar represalias contra sus enemigos y deportar a la fuerza, con campos de concentración y todo, a millones de inmigrantes. En el apartado económico, su programa es una sopa de letras incoherente con enormes recortes fiscales, aranceles altísimos y déficits estratosféricos. Y eso antes de su voluntad de desmantelar la ley de sanidad existente o deshacer las leyes medioambientales. Es probable, además, que sea capaz de llevar a cabo sus planes porque el partido republicano ha sido purgado de cualquier disidencia. Más que una dictadura al viejo estilo, lo que es probable es que veamos a Estados Unidos descender hacia una democradura o democracia iliberal al estilo húngaro o ruso. Un país nominalmente democrático, pero donde las instituciones han dejado de ser independientes y las elecciones carecen de cualquier valor. No sería una novedad histórica en este país, por cierto; hasta los años sesenta, muchos estados sureños eran semi-dictaduras de facto, construidas sobre la segregación racial. No hace falta cambiar la constitución ni una coma.
Filadelfia, Pensilvania, 10 de septiembre de 2024. Donald Trump y Kamala Harris debaten por primera vez durante la campaña electoral presidencial en el National Constitution Center. Después de obtener la nominación del Partido Demócrata tras la decisión del presidente Joe Biden de abandonar la carrera, Harris se enfrentó a Trump en el primer cara a cara en la carrera por la Casa Blanca de 2024. Crédito: Getty Images.
Miguel Aguilar: Tu libro, Por qué se rompió Estados Unidos, ofrece un repaso histórico a las coaliciones que han ido apoyando los dos partidos mayoritarios y su evolución. ¿Qué esperas de esa evolución en la próxima década?
Roger Senserrich: Dependerá, y mucho, de quién gane en noviembre. El partido republicano perdió las elecciones legislativas de 2018 y 2022, y las presidenciales de 2020; una cuarta derrota probablemente les haría entender que deben cambiar de estrategia. Los demócratas, a su vez, son cada vez más conscientes que tienen que expandir su base más allá de las costas y los estados del norte del Midwest, y recuperar parte del voto rural. Lo que estamos viendo, al menos por ahora, es que la polarización está disminuyendo en algunos aspectos, y aumentando en otros. La polarización racial y el voto de clase está disminuyendo, pero la polarización por nivel educativo y la brecha campo-ciudad ha aumentado mucho. Hay varios estados tradicionalmente republicanos que son cada vez más competitivos electoralmente, mientras que los demócratas están perdiendo peso en muchos de sus feudos tradicionales. Estados Unidos es un país que cambia muy deprisa, y los partidos suelen tener que esforzarse para responder a esos cambios. Vale la pena recalcar, por cierto, que los cambios se dan a menudo a través de señales incompletas: la victoria de Trump en 2016 fue casi accidental, con una carambola en el colegio electoral casi impensable, pero su presencia ha cambiado por completo la estrategia de ambos partidos.
Miguel Aguilar: No ocultas tu tirria a los Kennedy o tu admiración por Nixon. Pero, ¿cuál es tu anécdota favorita de la política americana?
Roger Senserrich: Mi tirria por Kennedy es real y documentada. Por Nixon más que admiración siento una profunda fascinación; era una persona complicada, inteligentísima, que siempre fue infravalorado incluso habiendo alcanzado la presidencia. Era también una persona horrible, por supuesto. Sobre anécdotas... La política de este país es tan enorme y complicada que las historias no se acaban nunca. Hay personajes inexplicables por completo. La más reciente es la de George Santos, ex congresista por Nueva York. Este buen hombre era un timador de tercera que se había ganado la vida con chanchullos variados. Allá por 2020, este señor descubrió que una buena forma de ganar dinero era presentarse a las elecciones como candidato republicano al congreso, dar prestamos ficticios a su campaña y utilizar donaciones de militantes del partido para devolver esos fondos y quedarse el dinero. Santos apenas hizo nada en la campaña y perdió con claridad, pero era dinero fácil, así que volvió a presentarse en 2022. Esta vez fue mucho más ambicioso, se inventó más dinero que no tenía, recaudó más, e hizo campaña para atraer más fondos. El pequeño problema es que, para sorpresa de todos (incluyendo el propio Santos), el hombre ganó esas elecciones y fue escogido representante. Como cargo electo, sus historias atrajeron la atención de la prensa local; y por desgracia para Santos, también del The New York Times, que pronto descubrió que toda su biografía y riqueza era ficticia. Tras una rápida investigación en el congreso, en la que varios compañeros de partido descubrieron que les había robado dinero también a ellos, fue expulsado de la cámara. Se ha declarado culpable de múltiples delitos, y seguramente pasará una buena temporada en la cárcel. De haber perdido, seguramente ese señor se hubiera ido de rositas. Mala suerte.