Perdonen las molestias

Fragmento

Indice

Índice

Cubierta

Portadilla

Índice

Dedicatoria

Cita

Prólogo

La seta

Parte I. Del asesinato de Miguel Ángel Blanco a la tregua

El final de la coartada

Carta a Dario Fo

Crímenes…

Hablar sin límites

El debate pacifista en Euskadi

La pulga navarra

Volver a las raíces

Sobre la autodeterminación

Cuesta abajo

Presos políticos

Los presos

Enfermedad incurable

Política (verdaderamente) antiterrorista

Descrédito del héroe

Pan pan pan

¿Qué paz?

Del caserío no me fío

Un euskoquintana

Los enemigos del euskera

¿Santa voluntad o real gana?

Los hunos y los otros

Identidad cultural

El origen como meta y como mito

Terror y miserias

Odios étnicos

Enhorabuena

Un paso al frente

Sin miedo y con sensatez

¿Tambores de paz?

Parte II. Del final de la tregua a Basta Ya

La Terremoto

¿Inmovilismo?

Stock-options para ETA

Ser y estar

La izquierda cuca

Las concesiones

La raza maldita

Esperando a Jatami

¿Qué proponemos?

El problema político

El bueno, el malo y las víctimas

Filmar la política

Nacionalismo recreativo

El culo del lehendakari

La crispación

Indecencias

Viva el diálogo

Salvar el pellejo

El puente de Uriz

De alardes y manifestaciones

Perdonen las molestias…

De héroes y monstruos

Los veintitrés mil

Agradecimiento por el Premio Gregorio Ordóñez

El cóctel infernal

Una librería comprometida

Desobediencia civil y obediencia militar

Adiós a Ernest Lluch

Alocución de Estrasburgo

Despedida

Notas

Sobre el autor

Créditos

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A los que no callaron, no se encogieron de hombros tristemente y nunca dijeron «ni con los unos ni con los otros».

También a ella, precisamente por ser así.

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«Nunca el crimen será a mis ojos un objeto

de admiración ni un argumento de libertad;

no conozco nada más servil, más despreciable,

más cobarde, más obtuso que un terrorista.»

 

Chateaubriand, Memorias de ultratumba

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Prólogo

 

 

 

 

Este libro, desgraciadamente, también versa sobre el nacionalismo vasco. Lo lamento por ustedes y por mí. Ustedes ya conocen demasiados libros acerca de esta cuestión, tratada desde todos los puntos de vista: periodístico, antropológico, histórico, jurídico, novelesco… Que yo sepa, sólo falta un buen estudio psiquiátrico, quizá el enfoque más prometedor: pero todo se andará. En cuanto a mí, merezco aún más compasión pues he debido leerme todas las obras aludidas y además dedicar horas a escribir sobre un tema que me parece obtuso, árido y superfluo. Buscar raciocinio en Sabino Arana o sus más directos herederos es tan ímprobo como intentar aprender floricultura en el Sáhara. Intentar contrarrestar sus —digámoslo así— ideas con eyaculaciones españoleantes de Primo de Rivera o Maeztu resulta no menos agotador. Ser científicamente objetivo con los «hunos y los otros» —como diría Unamuno, que también se las traía a este respecto— supera mis fuerzas y, sobre todo, desborda mis ganas. Entonces ¿por qué coño nos encontramos ustedes, abrumados de bibliografía, y yo, remiso a incrementarla, en esta página doliente?

Tranquilícense, tenemos coartada. Ustedes son ciudadanos españoles del siglo XXI, preocupados por la estabilidad democrática de su país y perplejos ante la violencia terrorista que la amenaza precisamente a partir de una de sus regiones más prósperas y con mayor emancipación autonómica. Quieren comprender las legitimaciones que se ofrecen para esta rebelión de los privilegiados. Por mi parte, más directamente egoísta, me ocupo del nacionalismo en defensa propia. Leo lo que se escribe sobre él con la misma asqueada pasión con que se documentan sobre el cáncer o el sida aquellos infortunados a los que les ha tocado padecer las consecuencias probablemente letales de tan aciagos morbos. Y escribo sobre el nacionalismo vasco por razones estrictamente profilácticas. La doctrina oficial establece que quien critica un nacionalismo lo hace siempre desde otro. A mí en cambio me parece que quien denuncia los males de uno debería igualmente señalar los de todos. Si uno piensa, como es mi caso, que un Gobierno nacionalista en España amenazaría la pluralidad del país… ¿cómo no ver también que un Gobierno nacionalista en Euskadi, Cataluña, Galicia o donde sea amenaza igualmente el pluralismo en tales regiones? A no ser que se entienda el pluralismo como la mera yuxtaposición de homogeneidades…

Por lo demás, estas páginas renuncian de antemano explícitamente a la eternidad que desde luego no merecen. Aunque los autores anhelamos por lo general la perduración ilimitada de nuestras obras, les juro por la salud de mi hijo que nada me agradaría tanto como que este libro resultase incomprensible y ocioso cuanto antes. Eso querría decir que la plaga ha sido erradicada, que estamos curados, que moriré —ay, sí— pero de otra cosa.

Componen la obra trabajos eventuales, panfletos, requisitorias, memoriales de agravios, polémicas y protestas. Miembros dispersos y sucesivos, dictados por el calor del día (la mayoría de los cuales fueron publicados como artículos en El País o los diarios del Grupo Correo), que conforman una interpretación y un combate unitarios. Espero que leídos en su conjunto quede clara esta perspectiva común. En todo caso, para facilitar la necesaria síntesis, les esbozo ahora con la mayor concisión de que soy capaz las líneas maestras de mi argumentación, que encierra una repulsa pero también una afirmación de principios. Y que conste que pretendo razonar desde la política, nunca meramente desde la ética; si prefieren ustedes, desde la exigencia ética de hacer explícita la opción política. Porque he llegado a creer —a despecho de mis veleidades juveniles— que sólo son políticamente inteligibles al rechazar lo que no quieren quienes también son capaces de elucidar afirmativamente lo que defienden como preferencia.

Veinticinco años después del final de la dictadura franquista, en el País Vasco —y por extensión en toda España— sigue enquistado un fenómeno terrorista especialmente brutal y despiadado que no tiene parangón con ningún otro fenómeno semejante de la Europa democrática actual. No sólo elige sus víctimas entre las fuerzas de seguridad del Estado sino también ataca a políticos, concejales, periodistas, empresarios, profesores de universidad, comerciantes… incluidos mujeres y niños. Aún más grave es constatar que cuenta con un cierto apoyo popular explícito, no por minoritario menos perceptible. La banda terrorista plantea reivindicaciones de corte nacionalista —creación de una entidad independiente de decisión política que abarque la Comunidad Autónoma Vasca española, Navarra y las provincias vascas francesas, algo que nunca existió antes— y desdeña las cotas de autogobierno alcanzadas ya por medio del Estatuto vasco, que otorga a Guipúzcoa, Vizcaya y Alava una autonomía superior a la de cualquier otra región europea, incluidos los länder alemanes. No puede olvidarse que en la Comunidad Autónoma Vasca gobiernan ininterrumpidamente los nacionalistas vascos, solos o en coalición, desde que entró en vigor la Constitución, controlando los medios de comunicación autonómicos y la educación, además de haber establecido la bandera, el himno y hasta el nombre de Euskadi.

Muchos de quienes condenan el terrorismo etarra señalan que no debe confundirse con el nacionalismo vasco democrático, puesto que lo relevante en este caso no son los fines políticos sino los medios pacíficos o violentos que se utilizan para conseguirlos. Tienen razón, claro que sí, pero no toda la razón. En primer lugar, no es cierto que todos los fines políticos puedan ser perseguidos democráticamente. Algunos de ellos, por ejemplo el establecimiento de un estado sobre principios étnicos y legitimado por leyendas pre-históricas y a-históricas supuestamente capaces de anular el efectivo decurso histórico, son incompatibles con la democracia moderna, amenazan los derechos individuales de los ciudadanos, sabotean la convivencia política vigente y por tanto resultan tan democráticamente ilegítimos respaldados por el diez por ciento de una población como por el ochenta por ciento. En segundo lugar, los etarras actuales, en su mayoría muy jóvenes y que no han padecido la dictadura franquista, no son extraterrestres venidos de otro planeta para destruirnos sino los hijos o los discípulos de unos mentores nacionalistas que han fomentado en ellos una ideología perversa de frustración y resentimiento contra más de la mitad de sus conciudadanos.

A fin de cuentas, ETA no es más que la fase final —el estadio asesino— de un hostigamiento social y cultural generalizado contra todo lo que suene a «español» o recuerde la indudable vinculación institucional del País Vasco con el resto del Estado. Muchos de los que suben los treinta o cuarenta primeros peldaños de tal escalera de enfrentamiento social injustificado e injustificable desaprueban luego los últimos, el tiro en la nuca o el coche bomba. Pero ese último repudio no les convierte en inocentes ni anula su responsabilidad indirecta en las peores atrocidades que padecemos.

Desde luego, el PNV o EA no son lo mismo que ETA. Esos partidos abarcan un espectro político amplísimo, que va desde regionalistas o autonomistas convencidos —perfectamente democráticos— hasta quienes mantienen un discurso aún más xenófobo y racista que la propia ETA, aunque rechacen la utilización de la violencia armada, pasando por los que plantean la independencia no como un derecho incontrovertible y ahistórico sino como un proyecto al que puede aspirarse, cuando acabe el terrorismo, a partir de reformas de las leyes fundamentales del Estado de derecho vigente. El problema es que no son precisamente los moderados quienes hoy se hacen escuchar mejor ni lideran esas formaciones. Sobre todo, la política del nacionalismo institucional parece practicar un principio estratégico de subsidiariedad respecto a ETA, es decir, apoyan con medios no violentos los objetivos de la violencia y hasta la impunidad de los mismos violentos, navegando a contracorriente de gran parte de la sociedad vasca gracias al impulso retóricamente condenado del terror que sopla en sus velas. De todo esto es de lo que se habla, con argumentado y puntual detenimiento, en este libro.

En estas páginas no sólo se comentan atentados y extorsiones, sino también se razona acerca de derechos, de cultura, de planteamientos políticos y en último término del futuro desarrollo de la democracia moderna en la Europa comunitaria. Me gustaría pensar que por lo tanto estas reflexiones pueden presentar algún interés incluso para quienes no se sienten directamente implicados en el llamado conflicto vasco. Como las hago desde un compromiso político de izquierdas (progresista, ilustrado, socialmente emancipador o como quieran ustedes llamarlo) colisionan en muchas ocasiones con un cierto discurso de lo que me atrevo a llamar la izquierda lerda de nuestro país. Es decir, por una parte esos teóricos del antisistema (cuya trayectoria personal suele haber ido desde el falangismo y el comunismo hasta cualquier forma de negación presente de la democracia liberal) que han encontrado en el radicalismo nacionalista una forma confortable —y a veces subvencionada— de afirmar su singularidad despechada frente a un mundo que afortunadamente lleva un par de décadas haciendo muy poco caso de sus consejos supuestamente revolucionarios. Y por otro lado, esa izquierda democrática pero incurablemente sectaria para quien lo prioritario es oponerse al partido de la derecha en el poder, aunque en el terreno del terrorismo y el nacionalismo carezca de la mínima alternativa viable a la política gubernamental. Reconozco a título personal que estos comportamientos ideológicos de tantos que en más de un sentido me resultaban desde antaño políticamente próximos ha sido una de mis más amargas experiencias en el transcurso de los últimos años.

Divido los textos que componen este libro en dos partes. La primera abarca escritos anteriores a la llamada «tregua» de ETA (aunque siempre posteriores a los reunidos en otra obra anterior, Contra las patrias) y para su inicio tomo como punto simbólico de partida la ejecución criminal de Miguel Ángel Blanco. Pese a seguir en muchos de ellos el hilo de la estricta actualidad política, intento siempre algo más general, por ejemplo elucidar el sentido de expresiones utilizadas profusa y confusamente («autodeterminación», «presos políticos», «derechos históricos», «identidad cultural») y también argumentar sobre quiénes son —y quiénes no son— víctimas del terrorismo, así como sobre el GAL, el euskera y otras cuestiones controvertidas. La segunda parte, con textos fechados, abarca el periodo entre el final de la susodicha «tregua» y nuestros días. En este último año he participado por medio de ellos y de mi intervención personal en el lanzamiento de la iniciativa ciudadana Basta Ya, cuya originalidad frente a otros movimientos antiterroristas es no limitarse a condenar la violencia de ETA sino apoyar también inequívocamente el Estatuto, la Constitución y el Estado de derecho español. Además de diversas concentraciones contra el hostigamiento violento sufrido por quienes se oponen al designio totalitario del nefasto Movimiento Vasco de Liberación Nacional encabezado por ETA, Basta Ya ha llevado a cabo dos grandes manifestaciones en San Sebastián, la primera de ellas en febrero de 2000 y la segunda en septiembre, siendo luego distinguida con el Premio Sajarov a la Tolerancia y los Derechos Humanos otorgado por el Parlamento europeo. Precisamente el último texto de esta recopilación es la alocución pronunciada ante dicha institución en Estrasburgo como agradecimiento del premio.

Escribir o no escribir un artículo es opción tan privada como masturbarse, aunque si versa sobre el País Vasco puede traer peores consecuencias que el debilitamiento de la médula espinal. En cambio las ideas que en él se exponen, si no son meramente caprichosas, siempre deben algo a inspiraciones y pistas que vampirizamos a otros. Las de este libro por supuesto no son una excepción y están en deuda con lo que he hablado con y leído de José Ramón Recalde, Javier Pradera, Patxo Unzueta, Jon Juaristi, Aurelio Arteta, Mikel Azurmendi, Carlos Martínez Gorriarán, Mikel Iriondo, José Mari Calleja y otros nombres decisivos que callo a petición suya, por exceso de pudor. De ellos son muchas veces los mejores soplos del espíritu —tips, decimos los hípicos en nuestra jerga— y mías las exageraciones, la vehemencia, el censurado y censurable —¡ay!— tono visceral. Aunque, eso sí, espero que el lector compruebe en estas páginas que la víscera más utilizada por mi visceralidad es el cerebro…

En la manifestación de Basta Ya en febrero marché acompañado por Fernando Buesa y José Luis López de la Calle: cuando salimos a la calle en septiembre, ninguno de ellos pudo venir con nosotros porque ambos habían sido asesinados. Otro de los participantes, José Ramón Recalde, tampoco pudo asistir porque estaba malherido a raíz de un atentado ocurrido pocos días antes. Nuestros compañeros Mikel Azurmendi y Txema Portillo faltaron también por hallarse temporalmente «emigrados» a Estados Unidos tras el hostigamiento sufrido… En fin, para qué seguir. Los cautelosos no participaron ni en una ni en otra, después de exponer razonables reservas gracias a cuya justificación siguen sanos, prósperos y… ¿tranquilos? La dedicatoria de este libro quiere dejar claro que estas páginas no son precisamente un homenaje a los cautelosos y sí un recuerdo a quienes, generosa y cívicamente, no lo fueron.

Durante gran parte de los años que cubren los artículos aquí reunidos he tenido que ir acompañado por escoltas de las fuerzas de seguridad del Estado. Quiero agradecerles su profesionalidad cordial y su paciencia con mis manías y rutinas, a veces tan peligrosas para ellos como para mí. Supongo que no se enfadarán conmigo si digo ahora que, sin embargo, me encantaría poder pronto verme libre de su amable tutela…

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La seta

 

 

 

 

De chiquito, muy chiquito, me recuerdo siempre con boina. Era una txapela azul y, si debo creer a las estremecedoras fotos que conservo de aquella época, la llevaba casi apoyada en mis prodigiosas orejas, amplias y desabrochadas como abanicos: Dumbo sin trompa (¡las trompas vinieron luego!) pero con boina. Yo paseaba por la Concha, abrazado a una foca de goma casi tan grande como yo (comprada en el Bazar X, de la calle Garibay), que por entonces era mi mayor tesoro: paseaba bajo mi txapela, cabezón y escuchimizado, una seta ambulante. Bajo el sol, bajo el sirimiri, bajo la protección de mi boina azul. Y gracias a ella, durante unos pocos años, el cielo no se desplomó inmisericorde sobre mi cabeza. Eso es lo que cuenta, no lo que vino luego.

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PARTE I

DEL ASESINATO DE MIGUEL ÁNGEL BLANCO A LA TREGUA

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El final de la coartada[1]

 

 

 

 

Por favor, no volvamos a repetir que este último secuestro y crimen de ETA es absurdo, irracional, etcétera. No: tiene su lógica. Se trata de una agresión odiosa a los derechos humanos de una persona y a los derechos políticos de toda una comunidad, pero no por ello deja de tener su lógica. Veamos. ETA y quienes la secundan han optado por la lucha armada como modo de imponer sus puntos de vista minoritarios a la sociedad vasca que los rechaza cada vez con mayor ahínco. La última baza que le queda a ETA para justificar la lucha armada ante su menguante clientela son los propios etarras presos, cada uno de ellos rodeado de familiares y amigos lógicamente preocupados por su suerte. Como propaganda de la lucha armada, ETA vende a quien quiere escucharla que gracias a ella los presos vendrán a Euskadi y luego saldrán a la calle. Lo que importa a ETA no son esos dos objetivos sucesivos, sino que quede claro que se conseguirán sólo gracias a la lucha armada. Y si consigue aunque sea nada más que en apariencia uno de ellos merced a la presión de su violencia sobre la sociedad, creerá haberse legitimado para otra temporadita. Con ese fin mantuvo el secuestro de Ortega Lara, el cual según todo indica no habría debido acabar hasta la muerte del funcionario de prisiones; fracasado ese intento de chantaje por la intervención de la Guardia Civil, ETA ha improvisado una especie de macabro videoclip para escenificar su reto al Gobierno, lo «moral y razonable» de sus reivindicaciones y lo que ocurrirá a quienes las contraríen. Vuelve así a arriesgarse al órdago criminal, a ver si ahora hay suerte y cunde el pánico del que ella engorda. Todo muy siniestro, muy sucio, pero a fin de cuentas bastante lógico.

Sin embargo parece que ha tropezado con un imprevisto: ha pisado un símbolo temible sin darse cuenta. Lo malo de ciertas adicciones es que gradualmente van imposibilitando a quien las padece contemplar y valorar la realidad como el común de los mortales. A ETA le ha pasado con su droga preferida, la violencia asesina, como al alcohólico que ya no se da cuenta de que socialmente no es lo mismo pasarse de copas un sábado por la noche que llegar borracho a la oficina a las nueve de la mañana. Y ha pisado un símbolo dormido, el más atroz, el que representa aún para la mayoría de los españoles lo peor de la larga dictadura franquista: la pena de muerte. Todas sus restantes fechorías, atentados, bombas, secuestros, cañonazos… podían más o menos encuadrarse en el marco de la guerrilla de «liberación» y encontraban voces comprensivas (interesadas o majaderas) que relativizaban los percances y sólo los «desaprobaban» tibiamente, para deplorar después la cerrazón del Estado o señalar que más bajas hay los fines de semana en la carretera. Pero lo de ahora ya es abiertamente pena de muerte, con la vigilia fatal a plazo fijo, con el amanecer insomne de quienes saben que uno entre ellos, uno como ellos, con rostro conocido y padres y novia y juventud, ha sido ya señalado para no ver nunca otro mediodía. Y la pena de muerte no suena a guerrilla, sino a franquismo.

¿Cómo han podido estos verdugos, habitualmente cuidadosos en la manipulación de símbolos, olvidar que su gran coartada sigue siendo el antifranquismo, que sólo por antifranquismo ignorante alguien considera todavía, sobre todo en otros países donde gusta el hacer progresismo gratis a costa de la paz ajena, «políticos» a sus presos y «guerrilla» a su consorcio de matarifes? Al espabilar el símbolo de la pena de muerte, que de hecho tantas veces aplicaron antes, han liquidado su última coartada borrosamente verosímil. Ahora ya todos saben lo que algunos hace tiempo por desgracia sabemos: que ETA y el Movimiento Vasco de Liberación Nacional no son los últimos empecinados contra la dictadura que no existe, sino la obcecada vanguardia militarista que quiere imponernos la próxima.

Recientemente se viene dando en el País Vasco un

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