Puro fuego

Fragmento

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Índice

Cubierta

Portadilla

Índice

Dedicatoria

Primera parte

1. Foxfire: una banda fuera de la ley

2. De cómo Legs huyó de vuelta a la avenida Fairfax

3. Ellos... la Otra Gente

4. Foxfire: ¡primera victoria!

5. Tatuaje

6. Foxfire: primeros días

Segunda parte

1. ¿Feliz?

2. El ojo a la funerala

3. Cómo adquirió Maddy su máquina Underwood: Cómo empezó la historia de Foxfire

4. ¡Foxfire infunde miedo y respeto!

5. Aventuras, misiones y triunfos de Foxfire

6. Homo sapiens

7. Un recorrido frenético

Tercera parte

1. Red Bank

2. «Justicia»

3. Breve historia del firmamento

4. Vejación

5. Océano de las Tormentas Mar de la Tranquilidad Lago de los Ensueños Lago de la Muerte

6. Gavilanes

7. Transformación

Cuarta parte

1. Celebración

2. Sorpresas rigurosas

3. La paradoja de la cronología enana

4. El Sueño Foxfire / El Hogar Foxfire

5. Evasión

5,5. Negocios

6. Las Finanzas Foxfire / El «anzuelo» de Foxfire

7. El anzuelo de Foxfire: Una miscelánea, invierno 1955-1956

8. La «solución final»

Quinta parte

1. «... No renegar nunca de Foxfire, ni en este mundo ni en el otro...»

2. El plan (I)

3. «Barlovento»

4. Tácticas de diversión

5. El plan (II)

6. El plan (III)

7. El plan (IV)

8. El plan (V)

9. Una carrera salvaje, salvaje

Epílogo

Sobre la autora

Créditos

Grupo Santillana

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In memoriam

Marilyn, Rose Ann, Jean, Marian, Goldie, Beatrice...

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Primera parte

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1

Foxfire: una banda fuera de la ley

Nunca, nunca lo cuentes, Maddy-Monkey, me dijeron, contarlo a alguno de Ellos significa la Muerte; pero ahora después de tantos años voy a contarlo, porque ¿quién me lo puede impedir?

Al fin y al cabo yo ayudé a establecer las reglas, incluida esa misma advertencia. De hecho, yo era la cronista oficial de Foxfire.

Por tanto, era la única persona responsable de poner por escrito lo que hacíamos, convirtiéndolo en un registro permanente para nuestro uso. Escrito a máquina. Mediante apuntes pulcramente fechados recogidos en una carpeta con anillas. Un documento secreto y sin embargo, así lo esperábamos, un documento «histórico» en el cual la Verdad quedaría preservada para siempre. A fin de que todos los falseamientos, los malentendidos y las flagrantes mentiras pudieran ser refutados.

Como por ejemplo que hacíamos el mal por gusto, y por vengarnos.

¡Sin duda de todas las mentiras concernientes a Foxfire ésta fue la peor!

Fui miembro de Foxfire desde los catorce hasta los diecisiete años y Foxfire convirtió esa época en algo sacrosanto. Al menos hasta los últimos meses.

Yo vivía allí. En Hammond, Nueva York. En el norte del Estado de Nueva York cerca del lago Ontario donde todas habíamos nacido, todas las hermanas de sangre que integrábamos Foxfire; un lugar que por entonces no podíamos imaginar que dejaríamos algún día, de la misma manera que un sueño, mientras lo estás soñando, parece una infinitud de la que nunca despertarás.

¡FOXFIRE NUNCA MIRA ATRÁS! era uno de nuestros lemas secretos. Y también ¡FOXFIRE ARDE SIN CESAR! y ¡FOXFIRE NUNCA PIDE PERDÓN! aunque estos últimos no tenían que ver con la memoria sino con el pesar y los remordimientos y el sentimiento de culpa y el arrepentimiento y el pecado, cosas que otra gente más débil podía sentir. Y fueron anteriores, pienso que debo hacerlo constar con claridad, a los sucesos de pesadilla ocurridos a Foxfire durante sus últimos días, en mayo/junio de 1956, los cuales no creo que ninguna de nosotras dejase de lamentar.

Porque Foxfire era una banda de chicas fuera de la ley, sí...

Pero éramos también hermanas de sangre, unidas por un lazo de lealtad, fidelidad, confianza, amor.

Sí, cometimos lo que cabe llamar crímenes. La mayoría de ellos no sólo quedaron impunes sino que permanecieron ignorados... Nuestras víctimas, todas del sexo masculino, se avergonzaban demasiado o eran demasiado cobardes para presentar denuncia.

¡No es fácil tenerles lástima! ¡Ya verán!

Sin embargo, debo advertirles que al final Foxfire sufrió ciertos quebrantos y que aquellas de nosotras que estamos vivas hoy día padecemos aún sus consecuencias.

¡FOXFIRE ES TU VIDA!

... era la manera de decirnos unas a otras aquellas verdades porque no íbamos a expresarlas abiertamente.

Excepto Legs Sadovsky que podía murmurarme Maddy-Monkey vida mía de aquella manera tan suya que yo no sabía cómo interpretar, ¿era en serio, era medio en serio medio en broma, era sólo en broma o era todas estas cosas a la vez? Y me propinaba uno de sus amorosos mordiscos de pantera porque Legs Sadovsky era comandante en jefe de Foxfire y la única entre nosotras que confiaba lo bastante en su poder especial, sí y a quien todas reconocíamos el privilegio de emplear palabras más elevadas y atrevidas que las nuestras. Así que no podías tener celos de ella, era imposible. Daba la impresión de que todo lo que hacía, especialmente a medida que pasaba el tiempo, quedaba plasmado y engrandecido en una gigantesca pantalla de cine, sin desdibujarse como la mayoría de las cosas que hace la gente, y sin desaparecer.

Y una de las razones es la siguiente: porque Legs lo mismo que no sentía miedo a las alturas ni a nadar en aguas revueltas ni a la propia Muerte tampoco temía arriesgarse a ponerse en ridículo. Tal vez piensen que eso no tiene importancia pero sí que la tiene... porque ponerse en ridículo y ofrecerse a la burla y al abucheo de los demás es algo para lo que hace falta tener agallas.

Cosas que a Maddy le habrían horrorizado con sólo pensarlas, como desnudarse moralmente en público, Legs lo hacía sin vacilar. Sin ninguna duda aparente.

Yo era, y sigo siendo, Madeleine Faith Wirtz. En aquellos tiempos era a veces Maddy-Monkey, otras veces sólo Maddy, y otras veces más (a causa de mi complexión flacucha y nerviosa y de mi pelo castaño oscuro tan encrespado que en ocasiones formaba una cresta sobre mi frente y de cuando en cuando se desmelenaba en apretados mechones que me tapaban la estrecha cara dándome un aspecto taimado, retraído y algo simiesco) era solamente Monkey. También aunque con menor frecuencia me llamaban Killer (principalmente Legs) debido a mi reputación de ser dueña de una lengua afilada, cortante y cruel, «asesina».

Con razón o sin ella, en el grupo se estimaba que Maddy Wirtz era la que poseía el don de utilizar las palabras, y por tanto era inteligente y astuta. La banda se enorgullecía de mí porque en el colegio mis trabajos escritos siempre recibían calificaciones altas y porque sabía «hablar con fluidez», es decir sin vacilar ni balbucear (la mayoría de las veces) aunque había ciertas palabras, ciertos sentimientos que se me habrían atragantado. ¡Qué apuro me habría dado decirle a Legs aunque fuera en un susurro medio guasón Sí también tú eres mi vida o Te quiero o Moriría por ti!, nadie en mi familia hablaba de aquel modo, casi siempre estábamos solas mi madre y yo y apenas nos decíamos nada. Porque sería una muestra de debilidad. Sería descubrir el yo más íntimo. Y sonaría tosco y brutal dicho con nuestras voces de muchachas, no como en las películas que veíamos en el Cine Century donde todo salía tan atractivo con aquellas caras que a pesar de estar agigantadas no tenían un solo defecto, encuadradas como estaban en arquitecturas egipcias de cartón piedra, mientras la música iba aumentando su volumen cual si fuera el sonido secreto emitido por Dios mientras contemplaba su creación más especial.

Porque no es preciso creer en Dios para creer en la existencia de una creación especial. Quien quiera convencerte de lo contrario es un hipócrita y un mentiroso. O un político como el congresista X de Alto Hammond que cuando a mis quince años yo cursaba el primer año de instituto fue invitado a hablar durante la asamblea del viernes, cara de pez hinchado y ojos de mirada alevosa allí en lo alto del podio exhibiendo como un predicador su gran sonrisa de persona satisfecha y pagada de sí misma, Buenos días chicos y chicas, es estupendo estar aquí bla bla bla en el INSTITUTO CAPTAIN OLIVER HAZARD PERRY, de modo que una pensaba que se había aprendido el nombre de memoria, que había estudiado en un instituto rival y recordaba bien sus días de adolescente cuando jugaba de defensa en el equipo de fútbol americano y era presidente del último curso en la promoción del 33 tan orgulloso de aquel honor del estilo de vida norteamericano la libre empresa bla bla bla los que servimos a nuestra patria durante la guerra a esta nación soberana por la gracia de Dios los ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA como dijo nuestro heroico capitán de navío Stephen Decatur ¡Que nuestro país siempre abrace la causa justa y salga siempre vencedor tenga o no razón! este país lleno de oportunidades este país de la libertad y la búsqueda de la felicidad que triunfa sobre todos sus enemigos porque ha sido bendecido por Dios donde todos ¡sí me refiero a todos vosotros chicos y chicas que estáis esta mañana en este auditorio! podéis aspirar a la Presidencia de la nación a la presidencia de la General Motors de General Mills de AT&T de U.S. Steel a ser un científico ganador del Nobel un inventor famoso sólo debéis tener fe trabajar de firme estudiar mucho sin descorazonaros debéis tener fe, y algunos de nosotros sobre todo los chicos y las chicas más alborotadoras como Goldie Siefried que era de nuestra banda empezaron a agitarse de un modo bien visible a murmurar y reírse tapándose la boca con la mano, también Maddy Wirtz a su manera más furtiva, nos indignaba aquel gilipollas hablando hablando hablando allí arriba incluyendo a todos los presentes y pretendiendo hacernos creer que no había una sola creación de Dios, o del hombre, a la que no perteneciéramos nosotros, los alumnos de la peor escuela pública del distrito, allá en el miserable barrio sur de Hammond, nosotros que estaríamos siempre marginados.

¿Qué más daba?, verdades como éstas, Foxfire las hacía soportables.

Estoy hojeando mi deslucida carpeta de anillas con los apuntes de aquellos años. No sé por dónde empezar.

Es como cuando conoces la larga historia del Tiempo y quieres referirte al... principio, pero ¿cómo puede exactamente haber un principio? ¿Cómo puedes decir Ahora, ahora empezamos, ahora ponemos en marcha los relojes? Es así de difícil. Porque tiene que haber un comienzo y no obstante siempre te preguntas: Muy bien, pero ¿qué vino primero?

Quizá lo mejor será que escriba a máquina los nombres de las cinco fundadoras ¿no? a fin de establecer ciertos hechos irrefutables, digamos el esqueleto de la historia, los huesos que perdurarán.

Las fundadoras fueron:

Legs, llamada también «Sheena»: Margaret Ann Sadovsky. Nuestra comandante en jefe.

Goldie, llamada también «Bum-bum»: Betty Siefried. Nuestra teniente general.

Lana: Loretta Maguire.

Rita, llamada también «Red» y «Fireball»: Elizabeth O’Hagan.

Maddy, llamada también «Monkey» y «Killer»: Madeleine Faith Wirtz.

Sí, después Foxfire se amplió, las cosas se relajaron. Las cosas oscilaron y se desmandaron y nosotras fuimos demasiadas.

Por ejemplo: ingresó en Foxfire cierta protegida de Goldie Siefried, V.V. o «Mano Fuerte», cuyo nombre me niego a consignar.

La mayoría de nosotras asistimos a la misma escuela elemental: Rutherford Hayes. Luego pasamos a Perry en la que unas pocas nos graduamos aunque muchas supendieron o fueron expulsadas. Todas vivíamos en el mismo barrio del extremo sur de lo que sigue llevando el nombre de Bajo Hammond, en Hammond, Nueva York, un nombre que significa más o menos lo que dice o describe, o sea un barrio ubicado en un terreno más bajo que el Alto Hammond y separado de esa otra parte de la ciudad por una larga y abrupta colina aunque estaba la Nacional 33 que recorría la ciudad de norte a sur y que en el Alto Hammond se llamaba calle Mayor y en el Bajo Hammond avenida Fairfax y que se cruzaba por el norte con la Nacional 104 y por el sur con la Nacional 20, las carreteras que atravesaban todo el territorio del Estado de Nueva York. De niña me encantaba estudiar mapas, mapas del sistema solar y mapas terrestres, pero también mapas comarcales que mostraban cómo una calle tan familiar como Fairfax en la que vivíamos mi madre y yo empalmaba con otras calles menos conocidas por mí y éstas a su vez enlazaban con otras calles... carreteras... autopistas... que comunicaban con la nación, el continente, el Mundo. Estaba el Mundo geográfico, del que la humanidad (creo que me refiero a los hombres) había trazado mapas y al que había puesto nombres y denominaciones políticas, y el Mundo geológico, del que también había trazado mapas, aunque éste era anterior a los mapas. Lo que me fascinaba era que partiendo de aquí pudieras trasladarte hasta allí, que de un punto del Universo pudieras viajar a cualquier otro punto... siempre que fueras una persona con posibilidades de hacerlo.

Como dijo Legs aquel día en el museo mientras contemplábamos el Árbol de la Vida en el que todas las cosas están concatenadas y en el que las raíces empalman con todas las cosas vivas y muertas, después de mordisquearse pensativa la uña del pulgar: «Creía que nuestra especie era algo más que esto», sorprendida y disgustada al descubrir lo insignificante que era a fin de cuentas el Homo sapiens.

Verdades como ésta, Foxfire las hacía soportables.

Otra de las particularidades de Legs que no creo esté anotada en mi cuaderno sino sólo en mi memoria era su loca pasión por las alturas, por cabuzarse en el río desde una ribera muy empinada que había en el parque Cassadaga, como hacían los chicos mayores y más temerarios, y de pequeña le gustaba escalar lo que fuera, un árbol, una pared, un tejado, me contó que siempre tenía el mismo y placentero sueño de que trepaba trepaba hasta el cielo, ¡decía que lo que le fascinaba no era trepar sino correr el riesgo de caerse! y explicaba con aquel aire soñador que no lograba ocultar una especie de estremecida excitación: «Imagínate cayendo, Maddy, quiero decir cayendo de verdad del cielo durante mucho mucho rato, no te sentirías pesada ¿verdad que no? no notarías tu peso porque pesarías menos que una pluma. Para ti no existiría la ley de la gravedad.»

Yo no sabía por qué eso tendría tanta importancia para ella que incluso lo soñaba.

Ni siquiera ahora estoy segura de saberlo.

Sin embargo, al pensarlo mientras hojeaba la carpeta de anillas de Maddy Wirtz sin saber cómo proceder (¡había tantos apuntes! ¡había tantas fechas!) caí en la cuenta de que entre las hermanas que formábamos Foxfire existían profundas y calladas conexiones que a la sazón ignorábamos. Porque estábamos demasiado cerca de nuestros orígenes. Porque hablábamos con el mismo acento nasal y agudo del norte del Estado de Nueva York que no percibíamos. Porque aun siendo tan distintas (¡qué diferente se sentía Maddy Wirtz de Goldie Siefried, de Rita O’Hagan, de Lana Maguire! ¡cuánto necesitaba creerse superior!) éramos como miembros de una misma familia que se enorgullecían de lo que las diferenciaba entre sí por más que los observadores exteriores y neutrales siempre siempre nos confudiesen.

Somos incapaces de notar las cosas que nos unen al nivel más profundo.

A menos que nos las arrebaten.

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2

De cómo Legs huyó de vuelta a la avenida Fairfax

¡Maddy!... ¡Déjame entrar!

¡Eh, Maddy, voy a entrar!

Es de noche. Hay una luna de brillo acerado y de color hueso, en un cielo que las nubes llenan de fisuras. Y ella lleva corriendo horas, ¡centenares de kilómetros!

Oye un ulular de sirenas. Sirenas que la persiguen.

Pero nadie le va a poner las manos encima. Es demasiado lista, demasiado rápida.

Ha estado corriendo desde Plattsburgh allí en el norte junto a la frontera canadiense donde dieciocho días antes había sido enviada a vivir con su abuela por orden del Departamento de Bienestar Social del Estado, que había decretado que el ambiente familiar del hogar de los Sadovsky era «inadecuado para una menor», hasta Hammond y la parte baja de la avenida Fairfax ¿quién va a detenerla o siquiera a gritar su nombre? mientras ella corre y salta y vuela sin esfuerzo de uno a otro terrado de la hilera de casas de ladrillo que bordea la calle descendiendo en pendiente hasta el río invisible, Legs es un corcel, un poderoso semental de fuertes cascos y crines y cola ondulantes, que al resoplar suelta un vaporoso aliento, y cuando se abre un vacío entre una azotea y la siguiente ella no modera el paso ni vacila sino que tensa sus largas piernas de fuertes músculos sabiendo que no va a desplomarse y salta al otro lado mientras el viento que azota su cabellera le descubre el rostro pálido y anguloso, y exhibe los dientes en una mueca como de ira pero que es de dicha porque está libre, ha escapado del sitio donde ellos creían poder confinarla como si tuvieran dominio sobre su persona.

Es tan grande esta dicha Maddy que a veces no puedo engullirla, es como si tuviera el cielo entero metido en la boca y fuera a ahogarme y abajo en la calle en el escaparate iluminado del zapatero remendón hay un reloj que señala las doce y veinte y un seductor e incitante gato negro con la pata levantada que sostiene las giratorias manecillas pero que Legs en su veloz carrera no percibe aunque sabe que está allí.

La hora que señala el reloj no tiene sin embargo nada que ver con Legs Sadovsky, con Sheena huyendo a través de la jungla.

Abajo en la avenida Fairfax las escasas farolas esparcen una luz cruda en el aire helado. La calle de aceras agrietadas y onduladas forma una pendiente abrupta flanqueada por una hilera de casas adosadas que se apretujan cual si estuvieran borrachas o mareadas y bajan hasta el río Cassadaga que está a un kilómetro y medio de distancia y transmite su olor, su atracción. ¡Maddy! ¡Eh, déjame entrar! ¡No te asustes, soy yo! Al igual que un animal privado del sentido de la vista conserva una memoria espacial infalible, Legs conoce las casas cuyos terrados va cruzando, es capaz de nombrar a sus moradores familia por familia, sí y también los inquilinos del lado opuesto de la avenida Fairfax, donde a estas horas las habitaciones de la planta baja están a oscuras pero aquí y allá algún cuarto del piso alto sigue iluminado con las persianas discretamente bajadas y tras ellas de vez en cuando se distingue la sombra de ciertos retozos íntimos que Legs rehusa mirar volviendo bruscamente la cabeza porque ella es casta e intolerante, muestra los dientes en un visaje equino, ¡Maddy-Monkey maldita sea déjame entrar! acurrucada ahora para que no la vean desde la calle por la que pasa un coche de faros mal enfocados seguido de un Oldsmobile Rocket 98 trucado que ella sabe que está conducido por Vinnie Roper quien transporta apiñados en la parte delantera y en la trasera a sus compinches de pandilla Los Vizcondes que reconocerían a Legs Sadovsky si pudieran entreverla un instante y que emitirían un colectivo rugido de hiena cargado de predadora excitación sexual si vieran lo tentadoramente cerca y lo totalmente sola que ella está dos pisos más arriba mientras corre embutida en sus sucios tejanos, sus viejas zapatillas deportivas y su delgada cazadora de lona, típicos de Legs que es tan rebelde y loca como saben todos los que la conocen pero A Dios gracias los cabrones no la han visto y han seguido adelante con un estúpido chirriar de neumáticos y algún día nosotras también conseguiremos un coche pero de pronto siente frío sin nada que le cubra la cabeza en ese viento de noviembre que proviene del río y huele a nieve y es cortante como la nieve y ¡oh, Dios! ¿dónde están sus guantes? aquellos guantes forrados de piel que birló en Norben deslizándolos del mostrador de las gangas hasta su bolsillo, debe de haberlos perdido, se los habrá dejado en uno de los coches en los que haciendo auto-stop ha conseguido recorrer la orilla este del oscuro y tenebroso lago Ontario para satisfacer su necesidad de volver aquí a la avenida Fairfax, a casa.

¡Maddy, despierta!

¿No sabes quién soy?

Tiene los dedos tan rígidos como huesos sin carne pero joder, Legs casi ha llegado a su destino.

Se reprende a sí misma: una no siente las temperaturas extremas cuando cumple una misión y expone su vida, cuando esos odiosos capullos quieren ponerle las manos encima quieren imponerle sus planes, antes morir que rendirse a ellos.

En el edificio de la esquina de la avenida Fairfax con la calle Tideman hay establecimientos iluminados con luces fluorescentes, el bar Shamrock, el café Buffalo, el Acey-Deucy, que Legs recuerda muy bien porque durante años sus padres la estuvieron llevando a aquellos locales hasta que, muerta su madre, sólo la llevó su padre, Ab Sadovsky, quien probablemente en este mismo momento estará acodado en la barra de digamos el Acey-Deucy bebiendo en compañía de Muriel y sus amigos aunque Legs no quiere pensar en él ni en Muriel ni en ese «ambiente inadecuado», pero que los jodan ella es demasiado lista como para irse directamente a casa, no ahora mismo, no esta noche, para que el viejo le arme la bronca porque creía haberse desembarazado de ella por una temporada pero sobre todo a fin de no arriesgarse a ser detenida de nuevo por los de Bienestar Social quienes esta vez la meterían en la Residencia Juvenil donde había estado en una ocasión deseando morirse, el asilo del Condado para menores al que tendrán que arrastrarla esposada después de que las porras de la bofia la dejen en coma de una paliza y al que no piensa volver en su vida y ya sabe que el primer sitio adonde irán a buscarla será su domicilio oficial si la abuela denuncia su desaparición cosa que quizá la vieja hará por despecho aunque también por despecho puede callar y desentenderse para siempre de Legs... Pero Legs no piensa en eso ahora que está donde la ha llevado su instinto exhalando nubes de vapor al espirar y con el corazón latiéndole tan deprisa como si hubiera esnifado quitaesmalte Cutex, deprisa y muy fuerte, pero ella lo toma como un presagio de que algo bueno le va a suceder porque ahora se está descolgando del borde de la azotea de la casa número 388 de la avenida Fairfax, tan desgarbada/airosa y diestra/musculosa como su heroína favorita de cómics, Sheena la muchacha de la jungla, está descolgándose hasta la herrumbrosa escalera de incendios y baja y sigue bajando y se acuclilla frente a la ventana de un cuarto que está a oscuras pensando nada es tan emocionante como lo que sientes al aparecer en un lugar donde nadie espera verte, hay millones de maneras de salvar tu vida como bien dice Ab Sadovsky el mundo es un sumidero de modo que más vale que mantengas la cabeza fuera y aprendas a nadar.

—¡Maddy, déjame entrar!

Pero ella ya está dando tirones a la ventana, gruñendo a causa del esfuerzo que hace por levantarla.

Yo despierto de mi sueño ligero e inquieto que es como la capa de hielo que empieza a formarse sobre el agua, y a través de mi sopor oigo algo que rasca rasca y luego golpea levemente el vidrio de la ventana cerca de mi cabeza, y después una voz que pronuncia mi nombre y que al principio no reconozco, es a un tiempo suplicante y amenazadora, despierto paralizada de espanto y por un momento noto un pinchazo en la vejiga porque tengo ganas de orinar, demasiado estupefacta para ni tan siquiera gritar a poco más de un metro de distancia veo una silueta en la escalera de incendios junto a la ventana y oigo mi nombre dicho con un tono regañón y burlón, una voz baja y ronca que denota impaciencia, y antes de que pueda levantarme para impedir que la ventana se alce de golpe o para ayudar a alzarla ya está abierta, y Legs Sadovsky se desliza en mi habitación riendo y sin aliento.

—¡Maddy, corazón, no pongas esa cara de susto!

Éste fue el inicio del nacimiento de Foxfire.

No nació oficialmente aquella noche, que era la del 12 de noviembre de 1952, pero aquélla fue la noche en que Legs, acostada en mi cama, se sintió inspirada y después de que yo bajara sigilosa a buscarle algo que comer y beber se lanzó a perorar con su entonación soñadora aunque impetuosa y resuelta sobre que entre nosotras siempre debíamos comportarnos con lealtad y confianza y ayudarnos mutuamente, «como por ejemplo si una de nosotras está en un apuro y va a casa de una de las demás, ésta la acoge enseguida, ¿comprendes?, como tú has hecho, ¿comprendes?, sin hacer preguntas, ¿comprendes?» y yo iba cabeceando y musitando «sí, oh sí», todavía algo aturdida y también halagada porque Legs me hubiera elegido a mí, entre la media docena de chicas del vecindario que podía haber elegido me había escogido a mí. Lo que significaba que confiaba en mí aún más que en Goldie Siefried a quien la mayoría de nosotras habríamos señalado como su mejor amiga, y también Lana Maguire era su amiga, ambas me llevaban un año y eran más maduras y tenían una personalidad más definida que yo... y eran mucho más guapas. Ufana como un pavo real me negaba a pensar que Legs había acudido a mí porque yo (a diferencia de Goldie y de Lana) disponía de una habitación para mí sola y porque en mi casa no vivía nadie más que la pobre mamá que estaba demasiado enferma y demasiado atiborrada de medicamentos para darse cuenta de lo que ocurría o para que le importara. Me contentaba con haber sido elegida para aquel privilegio y aquella aventura y con imaginarme cómo correría la voz en el barrio y en el instituto: ¿Sabéis que Legs se escapó y volvió a casa y entró a media noche por la ventana de Maddy Wirtz y nadie las atrapó? ¡Es fantástico! mientras contemplaba a Legs devorando como si llevara días sin probar bocado, con lágrimas de agradecimiento por el trozo de carne asada que encontré en la nevera coagulado y cubierto de una finísima película de grasa, por el puré de patata frío guardado en un cuenco Tupperware, por unas lonchas de queso Kraft, por el pan de molde y un pastelito de bizcocho que las dos compartimos y una botella de cerveza Pabst Blue Ribbon que también compartimos, mientras Legs masticaba, tragaba y sonreía sin parar de hablar diciendo, «lo importante es, Maddy, que si por ejemplo eres tú a quien persigue la bofia y corres a mi casa ¿comprendes? yo te dejo entrar» recalcando estas palabras con un apretón tan fuerte del brazo que hice una mueca de dolor y le pregunté si de verdad la bofia la perseguía aunque no me oyó porque seguía hablando a borbotones de aquella manera exaltada pero a la vez soñadora y la minúscula cicatriz en forma de hoz que tenía en la barbilla parecía un hoyuelo a la velada claridad de la lamparita de leer mientras sus ojos que a mí me parecían tan preciosos, penetrantes y vivos se nublaban ligeramente debido sin duda al cansancio aunque ella continuaba pronunciando todas aquellas frases reprimidas que había venido a soltar desde tan lejos: «Mi abuela es tan rara quiero decir que está loca de atar, me mira todo el rato y dice que soy igualita a mi madre, con estos cabellos, estos ojos, y suelta todas esas estupideces tan embarazosas, de modo que le digo que cierre el pico y salgo de la habitación y ella empieza a gritar y luego intenta que me ponga a rezar con ella, quiero decir no como en Misa, que ya es bastante horrible, sino allí en la casa, ya sabes, como si estuviéramos chifladas o fuéramos monjas o algo por el estilo, se arrodilla en la alfombra de su cuarto y anuncia “Margaret, vamos a pasar juntas el rosario” y se queda patitiesa cuando la mando al cuerno diciéndole que no pienso sentarme y mucho menos arrodillarme para rezar ningún dichoso rosario. También trataba de que yo hiciera todo ese puerco trabajo de la casa, fregar los platos y limpiar el cuarto de baño y quería enseñarme a hacerme la cama, “Margaret, hay un modo correcto y un modo incorrecto de hacer las cosas”, me dice, y yo me echo a reír y le digo lo que un día se me ocurrió durante la clase de mates: “No, abuela, hay un solo modo correcto pero hay mil modos equivocados y por eso la gente lo jode todo continuamente”. Y la vieja chocha me mira como si la hubiera abofeteado, como si me acabara de inventar la palabra joder sólo para insultarla.»

Legs hablaba y yo la escuchaba, siempre me quedaba hipnotizada escuchándola, podría escucharla eternamente. Al parecer quería que la escondiera de la bofia..., no, al parecer sólo quería quedarse a pasar la noche, y por la mañana se iría. O bien: había venido a pie desde Plattsburgh, o quizá había hecho auto-stop un par de veces; quizá incluso tuvo que ponerse a nadar... Por supuesto que Legs Sadovsky nadaba estupendamente pero ¿sería verdad que había cruzado a nado un río, un canal? ¿en el norte del Estado? ¿y que unos tipos celebraron su hazaña con gritos y aullidos?

No, probablemente regresaría a casa de su padre, suponiendo que hubiera sitio para ella. Suponiendo que la «amiguita» del viejo (dicho con refinado desprecio) no se hubiera apropiado de demasiado espacio.

Yo la escuchaba. No confiaba en analizar el relato de las cosas que le acontecían, nunca lo intenté durante aquellos primeros años. ¡No le habría otorgado semejante facultad a Maddy Wirtz! Pues que yo recordara creo que siempre había estado observando a Legs Sadovsky, la chica obstinada de largas piernas y cabellos rubio ceniza que los profesores se empeñaban en llamar «Margaret» como si pudieran convertirla en «Margaret» por el simple hecho de repetir el nombre, la había estado observando con envidia pero no con una envidia maligna o amargada sino con la esperanza de aprender de ella cierta manera de ser.

A los dieciséis años sería una chica preciosa, dura y fría y segura de sí misma, pero ahora era medio fea: tenía la cara afilada y huesuda, la nariz desproporcionada, la boca sin forma definida y en los ojos una expresión crispada y suspicaz similar a la de un gato sobreexcitado. Su cutis era pálido y rugoso y su pelo, de aquel rubio tan extraño, estaba siempre revuelto como si llevara semanas sin pasarse un peine ni un cepillo. Y en la barbilla tenía aquella cicatriz en forma de hoz que según afirmaba le habían hecho durante una pelea con navajas que sostuvo a la edad de diez años (o tal vez fuera de cuando años atrás su padre le arreó una bofetada que la envió a aterrizar al otro lado de la habitación donde se golpeó contra la puntiaguda esquina de una mesa), y que me atraía de tal modo que no hacía más que mirársela así que en ocasiones cuando yo estaba sola o bien soñando despierta en la escuela me sorprendía a mí misma pasándome el dedo por la barbilla en un vano intento de encontrar aquella cicatriz.

Legs: la chica Sadovsky: la que desagradaba tanto a mi madre que cuando la veía por la calle desviaba la mirada diciéndome esa chica traerá problemas, esa chica es una puta se le ve en la cara, no te juntes con ella. Legs a quien yo había visto saltar de una altura de tres metros y medio desde un puente de ferrocarril hasta el suelo, un suelo durísimo de tierra apisonada, porque los chicos que estaban con ella la habían retado a hacerlo jactándose de que tampoco ellos tenían miedo aunque luego les costó decidirse a saltar y cuando lo hicieron se les veía sudar de pánico. La había visto atravesar a zancadas el patio asfaltado del colegio, la había visto galopar por la calle en una carrera solitaria, correr era para ella la máxima felicidad, recuerdo que un día pocos años antes la vi saltar de un brinco un peligroso boquete en la acera de la avenida Fairfax, un boquete donde descargaban el carbón que caía retumbando por una rampa desde la caja de un camión, y el transportista la maldijo agitando el puño pero Legs siguió corriendo sin oírle, y a no ser por su enmarañada cabellera rubio ceniza nadie hubiera dicho que era una niña y que por tanto tenía prohibido exponerse a tales riesgos.

Legs susurró «¿Qué ha sido eso?» entrecerrando sus ojos gatunos porque le parecía haber oído algo muy cerca, pero era únicamente un coche que pasaba por la calle, voces de borrachos que salían de un bar, probablemente del Acey-Deucy, y aun así saltó de mi cama (donde había estado acostada soñolienta y crispada, vestida con sus tejanos, su camisa, su jersey de orlón y sus calcetines, apuntalada en mi única almohada: yo sentada a los pies del lecho sin dejar de mirarla) y fue a acuclillarse junto a la ventana y extendió la mano hacia atrás con los dedos separados en un gesto de advertencia como si realmente existiera algún peligro. Luego, cuando el alboroto se hubo calmado entornó los ojos para mirar al cielo donde la luna resplandecía con tal brillo que nadie hubiera creído que era simplemente una conformación inerte de rocas tan vulgares como las de la tierra y no un potente foco de luz propia sino que sólo reflejaba la luz de un sol invisible. Y Legs dijo: «¿Sabes lo que voy a echar de menos cuando me muera, Maddy? Noches como éstas en las que aquí abajo todo se ve tan claro, frío y nítido como arriba en el cielo, de manera que no te importa sentirte completamente sola, ¿sabes a lo que me refiero?»

Era la una y media de la noche, y Legs, que pretendía haber recorrido aquel día casi quinientos kilómetros a pie, ahora se tambaleaba de cansancio. Bebió otro largo sorbo de la botella de cerveza y yo se la desprendí suavemente de entre los dedos para que no se le cayera y la ayudé a instalarse de nuevo en mi cama poniéndole la almohada bajo la cabeza y las dos nos acurrucamos bajo la colcha con unas risitas cohibidas, mi cama era una odiosa camita de niña en la que ya casi no cabía y apagué la luz y Legs tiritó y suspiró y volvió a soltar una risita y me susurró: «Maddy, eres mi vida ¿lo sabes? por haberme acogido de este modo.» Y añadió en tono de broma: «No me delatarás a la bofia, ¿eh?»

Aquella noche nuestras enmarañadas melenas se entremezclaron y debimos de despertarnos mutuamente al menos diez veces a fuerza de revolvernos en la cama, propinarnos puntapiés, enredarnos con las sábanas y tirar de éstas para taparnos cuando nos dábamos vuelta hacia el otro lado. Yo dormía descalza pero me había endosado un suéter viejo sobre el pijama cuando vi entrar a Legs por la ventana, y ella seguía vestida y con los bolsillos de los tejanos llenos de cosas incluida su navaja de varias hojas. Se jactaba de dormir siempre preparada para cualquier contingencia.

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3

Ellos... la Otra Gente

A partir de la fundación de Foxfire y de que hubiéramos mezclado nuestras sangres bastaba con que una dijera Ellos, la Otra Gente, para que todas entendieran a lo que se refería, pero antes de la creación de Foxfire las cosas no estaban tan claras y era fácil cometer errores, incluso Legs no debía de saber exactamente lo que estaba por venir; del mismo modo que cuando una avanza a tientas por un sitio que está a oscuras, aunque el sitio te sea conocido y creas recordarlo bien, las distancias entre los objetos quedan falseadas por la propia oscuridad y acabas extraviándote aunque estés convencida de saber adónde vas.

El suceso en que pienso nunca llegué a consignarlo en el cuaderno de notas de Foxfire, aunque ahora mientras intento reconstruir cómo nació Foxfire y de qué modo llegó a posesionarse de nuestros corazones sé que debe figurar en él. Legs, Lana Maguire y yo regresábamos caminando del Cine Century situado en el centro comercial, Legs tenía tres billetes nuevos de cinco dólares cuya procedencia se negaba a revelar («No me hagáis preguntas», decía con guasa, «y no os diré mentiras») y con los cuales nos había invitado al cine tras presentarse en mi casa aquel sábado por la tarde diciendo Eh, Maddy-Monkey vayamos al centro con Lana, pero sin añadir por qué, sin decir que tenía dinero, era muy propio de Legs cuando estaba de buen humor mostrarse generosa y hasta derrochadora, le encantaba sorprender a sus amigas y contemplar esa expresión asombrada sonriente y afectuosa de cuando estás sorprendida y contenta. Habíamos asistido a una sesión doble en el Century y al volver a casa al anochecer cruzamos el puente de la calle Sexta tiritando a causa del viento que arrastraba helados copos de nieve y partículas de arena que nos pinchaban la cara. Acababa de celebrarse el Día de Acción de Gracias pero ya se veían ristras de bombillas de colores que anunciaban la Navidad colgadas ante los escaparates de algunas tiendas, y aunque muchos de aquellos adornos eran pobres e incluso raídos resultaban alegres, y en el cruce de la Sexta con la calle Randolph pasamos junto a un solar de ordinario vacío pero que ahora tenía un rótulo que rezaba: ÁRBOLES DE NAVIDAD-ESCOJA A SU GUSTO y estaba repleto de abetos y piceas, de altas y fragantes coniferas con costras de nieve en las ramas y me dije que naturalmente en casa no tendríamos árbol de Navidad, hacía años que no lo comprábamos aunque la verdad es que no estaba pensando en esto ni en mamá porque no me permitía a mí misma pensar en ella, igual que en este cuaderno de notas (ya lo verán) no se menciona a los adultos más que cuando están explícitamente relacionados con Foxfire, y mientras yo contemplaba los árboles que formaban como un bosque en medio de la ciudad, porque aunque habían sido cortados seguían vivos y verdes si bien quizá se estuvieran muriendo pero todavía eran muy hermosos, observé a un hombre grueso que reía en voz muy alta y que al parecer era el propietario del solar, un tipo barrigudo y coloradote con sombrero de vaquero de ala ancha y que fumaba un cigarro puro e iba dando palmadas para desentumecerse las manos y de su boca salía una espiral de humo mientras charlaba con otro hombre envuelto en un costoso abrigo de pelo de camello que llevaba de la mano a dos niñitas, se veía que eran sus hijas, una la que debía de tener diez años lucía un abrigo de un rojo tan chillón como un brochazo de pintura y la otra algo más pequeña vestía un abriguito amarillo a cuadros y ambas llevaban polainas, hacía muchísimo tiempo que yo no llevaba polainas y el verlas me hizo sonreír, y había más clientes comprando árboles, una pareja joven enlazada por la cintura y una señora pudiente equipada con chanclos y un abrigo de pieles plateadas que andaba a pasos menudos sobre la nieve y no sé por qué yo seguía mirando fijamente todo aquello, aunque Legs y Lana avanzaban deprisa mientras Legs comentaba con su hablar atropellado y sarcástico la película que acabábamos de ver, un musical de Esther Williams con maravillosas coreografías acuáticas resplandecientes de lentejuelas ejecutadas por decenas de cuerpos femeninos de movimientos sincronizados, y yo les iba a la zaga trastabillando, perdida la mirada en el solar de los abetos hasta que Legs extendió el brazo hacia atrás, me tocó y me preguntó qué me pasaba y le dije que nada, que no lo sabía y continué divagando y lucubrando de aquella manera prolija que por entonces me era habitual porque ninguna idea tenía sentido a menos que la expresara, a ser posible, en presencia de Legs Sadovsky: «La Otra Gente tiene algo... ¿no os parece? que te hace desear saber quiénes son... ¿verdad? y quizá te apetecería ser ellos.» La excitación me hizo levantar la voz. «Esas personas que nunca has visto... resulta extraño comprobar lo diferentes que son de ti ¿no creéis?... de modo que si alguien tuviera poderes y me dijera por ejemplo: “¿Te cambiarías por el primer desconocido que aparezca al doblar la esquina?” pues yo le contestaría, “¡Demonios, claro que sí!”»

Estas ideas estrambóticas que se me ocurrían de improviso me dejaban exhausta y con la mirada ausente. Las chicas tímidas como yo cuando se les suelta la lengua no saben callar.

Pero al hacerte mayor te guardas para tu coleto esas fantasías, porque ya has aprendido.

Bueno, no le di importancia al asunto porque Legs no dijo nada y Lana sacudió los hombros como si me tomara por chiflada, pero veinte minutos más tarde cuando ya estábamos cerca de casa en la avenida Fairfax, Legs se volvió hacia mí de improviso con los labios pálidos y crispados y una expresión de ira y dolor: «¿Qué sandeces has estado diciendo hace un rato? ¿Qué decías, Maddy? ¿Que te cambiarías por quien fuera? ¿Por cualquiera? ¿Eso es lo que has dicho?» Avanzó hacia mí como si estuviéramos peleándonos, como si la hubiera desafiado, sin darme tiempo a contestar, y tanto Lana como yo nos quedamos pasmadas ante su ferocidad. «Traicionarías a tus amigas, ¿eh?, sin que te importaran un bledo las personas que te conocemos y que somos tus amigas de verdad y no un asqueroso desconocido, ¿eh?» y su voz subió de tono de modo que no pude entender sus palabras mientras me empujaba hacia atrás con la palma de la mano, me resultaba increíble su veloz salto de humor, pues aunque en ella esos estados de ánimo eran frecuentes nunca parecían reales, y retrocedí dando tumbos hasta el arroyo diciendo: «No Legs, eh Legs, me haces daño», pero ella prosiguió con la cólera reflejada en el rostro y los ojos misteriosamente bellos y dilatados mostrando un arco blanco alrededor de los iris negros: «¡Traidora!, ¡ya que tanto los quieres a ellos ve a lamerles el culo y apártate de mí y de mi vista!», y no advertí que su brazo trazaba un arco antes de que su puño aterrizara en mi cara y la nariz me empezara a sangrar, aunque Legs enfurecida y con los ojos como el hielo no se apiadó de mí ni siquiera cuando rompí a llorar sino que se apartó remolcando a Lana y ambas se alejaron rápidamente dejándome plantada en la calle, aturdida y sin comprender nada mientras los faros de los coches se aproximaban deslumbrantes y pasaban peligrosamente cerca y resonaban un par de cláxones que me advertían de algo, pero no supe de qué.

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4

Foxfire: ¡primera victoria!

¡Pobre pequeña gordita Elizabeth O’Hagan, el noveno retoño de la familia O’Hagan y la segunda de las hijas! ¿por qué todos la atormentaban?, sus hermanos lo hacían para divertir a los chicos del barrio, aquellos chicos gritones que la cubrían de roncos sarcasmos, una vez cuando ella tenía siete años le quitaron las braguitas y las lanzaron a las ramas más altas de un árbol que crecía en el patio de la escuela Rutheford Hayes, otra vez le enroscaron al cuello una inofensiva serpiente herida y medio aturdida, de modo que la niña se puso a correr gritando como uña histérica y ofreciendo un espectáculo de lo más hilarante, y la broma fue todavía más cruel una tercera vez (Maddy Wirtz que la presenció a su pesar trató de detenerlos y aún hoy día, en este momento, lo recuerda como si fuera ayer) cuando ahogaron al gatito blanco y negro de Elizabeth en una zanja ante los ojos llenos de terror de la pequeña, cosa que también fue considerada descacharrante; los sollozos subsiguientes, la histeria pueril de una cría tan mona y regordeta como Elizabeth, con sus rizos de un rubio rojizo que daban la impresión de que alguien les había aplicado una cerilla encendida, con aquellos ojos castaños húmedos y afables de mirada siempre dolida y asombrada, que a los once años y con toda seguridad a los doce había empezado a adquirir las formas y proporciones de una mujer: pechos grandes y suaves que su camiseta de algodón no conseguía sujetar del todo, caderas y muslos mórbidos, blancas rodillas que lucían hoyuelos pero también cicatrices de antiguas caídas infantiles, ya que Eliz

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