Kim Ji-young, nacida en 1982

Fragmento

libro-3

 

Kim Ji-young tiene treinta y tres años. Se casó cuando tenía treinta y tuvo una hija hace un año. Vive de alquiler en un apartamento de unos ochenta metros cuadrados, dentro de un megacomplejo de edificios residenciales de la periferia de Seúl, con su marido, Jeong Dae-hyeon, que tiene tres años más que ella, y su hija, Jeong Ji-won. Él trabaja en una empresa tecnológica no muy grande y ella renunció al empleo que tenía en una pequeña agencia de relaciones públicas cuando dio a luz. Él vuelve del trabajo casi a medianoche, e incluso acude a la oficina los fines de semana, en sábado o en domingo. Ella se encarga de cuidar a su hija, sin nadie que la ayude, porque sus suegros viven en Busan y sus padres llevan un restaurante. La niña, desde que cumpliese un año el verano anterior, acude a la guardería que está en la primera planta del edificio donde viven y se queda allí toda la mañana.

El día en que Kim Ji-young mostró por primera vez una conducta anormal fue el 8 de septiembre. Su marido recuerda la fecha exacta porque era baekno[1]. Ese día, él estaba desayunando unas tostadas y leche cuando de repente ella fue hacia el balcón y abrió la ventana. Había suficiente sol, pero la ventana abierta dejó entrar el aire frío hasta el comedor. Entonces volvió a la mesa encogiendo los hombros, se sentó y dijo:

—Me pareció que estos días había un viento frío por las mañanas, y hoy ya es baekno. Los arrozales dorados deben de estar cubiertos de rocío.

Jeong Dae-hyeon pensó que su esposa hablaba como una anciana y se rio.

—¿Qué te pasa? Suenas igual que tu madre.

—Yerno, llévate siempre una chaqueta, que por las mañanas y por las noches refresca.

Incluso entonces creyó que su mujer estaba bromeando. Le recordaba mucho a su suegra, quien al pedirle un favor o darle consejos guiñaba siempre el ojo derecho, o alargaba la «o» al llamarlo «yerno». Aunque últimamente tenía con frecuencia la mirada perdida o lloraba mientras escuchaba música, quizá por lo agotada que estaba de cuidar a la niña, su mujer era en esencia una persona alegre y jovial que a menudo imitaba a personajes cómicos de la tele y lo hacía reír. De manera que no le dio importancia y la abrazó antes de irse a trabajar.

Esa noche, cuando regresó a casa, su mujer y su hija dormían acostadas una al lado de la otra. Ambas se estaban chupando el dedo pulgar. Las miró un buen rato, sintiendo ternura y perplejidad al mismo tiempo, hasta que tiró suavemente del brazo de su esposa para retirarle el pulgar de la boca. Ella sacó la punta de la lengua y se lamió los labios como un bebé, pero siguió durmiendo.

Días después, Kim Ji-young dijo de sí misma que era Cha Seung-yeon, una compañera de la universidad que había fallecido un año antes. Esa amiga había comenzado los estudios el mismo año que su marido, o sea, tres antes que ella. En realidad, aunque la pareja había asistido al mismo centro universitario y formado parte del mismo club de senderismo, Kim Ji-young y su marido no habían coincidido en la época en que eran estudiantes. Jeong Dae-hyeon quería seguir estudiando después de obtener la licenciatura, pero se resignó ante la situación económica de su familia y decidió realizar el servicio militar obligatorio al terminar el tercer año de carrera. Tras finalizar el servicio militar, interrumpió los estudios durante un año para quedarse en casa de sus padres en Busan y trabajar. Fue entonces cuando ella ingresó en la universidad y se apuntó al club de senderismo.

Kim Ji-young se hizo amiga de Cha Seung-yeon —siempre atenta con las compañeras menores que ella— debido en parte a que ninguna de las dos tenía en realidad afición por el senderismo. Incluso siguieron viéndose después de graduarse. Kim Ji-young y su marido se conocieron precisamente en la boda de esa amiga común. Cha Seung-yeon murió a causa de una embolia de líquido amniótico al dar a luz a su segundo bebé. El hecho afectó seriamente a Kim Ji-young, que para colmo padecía en aquella época una depresión posparto que dificultaba su vida diaria.

Cuando, tras acostar a la niña, se sentaron juntos a la mesa por primera vez en mucho tiempo, después de acabarse la primera lata de cerveza, Kim Ji-young tocó de repente el hombro de su marido y le dijo:

—Oye, tu esposa, Ji-young, debe de estar pasando por un mal momento. Es probable que se esté recuperando físicamente, pero siente una presión emocional tremenda. Dile que lo está haciendo muy bien, que entiendes lo duro que es ser madre. Dale las gracias más a menudo.

—¿Qué te pasa? —le preguntó Dae-hyeon—. ¿Estás teniendo algún tipo de experiencia extracorporal? Ay, sí, vale. Lo estás haciendo todo muy bien, Ji-young. Entiendo que debe de ser duro para ti. Y te lo agradezco. Te quiero.

Pellizcó suavemente el cachete de su mujer en un gesto de cariño. Sin embargo, ella se puso seria y golpeó la mano de su marido para alejarla de su mejilla.

—¡Oye, tú! ¿Todavía te crees que soy la Seung-yeon que se te declaró temblando aquel verano?

Jeong Dae-hyeon se quedó petrificado. Su mujer se refería a un hecho de hacía casi veinte años. Un hecho que había tenido lugar una tarde de sol radiante en pleno verano, en mitad de un campo de deportes, en el que no había la más mínima sombra, ni siquiera del tamaño de una palma. No recordaba cómo había llegado al lugar, tan solo que se topó allí casualmente con Cha Seung-yeon y ella se le declaró. Le confesó su amor sudando, con labios temblorosos y entre titubeos. Pero en seguida advirtió que él se sentía incómodo y se resignó.

—Ah, que no te gusto. Entiendo. Olvidemos lo que acaba de suceder. Nada de esto ha pasado. Volveré a tratarte igual que antes.

A continuación cruzó en diagonal el campo de deportes, con paso firme, y desapareció. Desde ese día la muchacha se comportó como si nada hubiese ocurrido y él acabó por pensar que quizá no había sido más que una alucinación provocada por el exceso de calor. El caso es que en absoluto recordaba la anécdota, y ahora su mujer estaba hablando de ello, de algo sucedido veinte años atrás durante una tarde soleada y que solo él y la difunta amiga sabían.

—Ji-young…

No pudo decir más. Pronunció su nombre unas tres veces seguidas.

—Oye, tío. Sé que eres un buen marido, pero deja ya de nombrar a tu mujer.

Esa era la forma de hablar de Cha Seung-yeon cuando estaba ebria: «Oye, tío». A Jeong Dae-hyeon se le pusieron los pelos de punta y sintió una especie de picor en el cuero cabelludo. Le pidió varias veces a su mujer que no bromeara, al tiempo que fingía serenidad. Ella dejó la lata de cerveza sobre la mesa, entró en el cuarto sin siquiera cepillarse los dientes para acostarse junto a su hija y cayó de inmediato en un sueño profundo. Mientras tanto, él sacó otra lata de cerveza de la nevera y se la bebió de una sentada. ¿Había sido una broma? ¿Estaría borracha? ¿O sería un caso de posesión, como los que salían en la tele?

A la mañana siguiente, Kim Ji-young se levantó frotándose las sienes. Parecía no recordar nada de lo sucedido la noche anterior. Su marido concluyó que el culpable habría sido el exceso de alcohol y se sintió aliviado. Eso sí, pensar en esa supuesta borrachera terrible le dio escalofríos. En realidad, no se podía creer que su mujer se hubiera puesto como una cuba y hubiera sufrido una laguna mental. Tan solo se había bebido una cerveza, pensaba.

Los extraños síntomas continuaron. Kim Ji-young empezó a enviar mensajes llenos de emoticonos cursis, cosa que por lo general no hacía, y a preparar platos como caldo de huesos o fideos con verduras sazonados con salsa de soja, azúcar y aceite de sésamo, que ni eran sus propias recetas ni le gustaban. Así, Jeong Dae-hyeon la veía cada vez más como a una desconocida. Ya no era la misma mujer con quien había vivido dos años de apasionado noviazgo y otros tres de matrimonio, ni la persona con la que había compartido conversaciones incontables como gotas de lluvia y caricias tan suaves como la nieve, ni la madre de su hija, que se parecía a ella y a él por igual. Por mucho que se esforzaba, no la veía de la misma manera.

La bomba explotó cuando fueron a casa de los suegros por Chuseok [2]. Jeong Dae-hyeon pidió el viernes libre y la familia salió en coche a las siete de la mañana para llegar a Busan en cinco horas. Nada más llegar, comieron con los suegros y él, cansado de conducir durante tantas horas, se echó una siesta. Antes, cuando hacían esos viajes largos, la pareja se turnaba para conducir. Pero desde el nacimiento de su hija él se encargaba del coche mientras su mujer atendía a la niña, que lloraba y se irritaba en esos trayectos, como si no soportara permanecer inmóvil en el asiento para niños. La madre la entretenía, le daba de comer y calmaba sus pataletas.

Después de lavar los platos, Kim Ji-young se tomó un café y descansó un rato. Luego fue al mercado con su suegra para comprar lo necesario para la comida de Chuseok. Por la noche preparó el caldo de huesos, marinó la carne, limpió las verduras, unas para hervir y sazonar y otras para guardar en el congelador y reservó otras para cocinarlas con marisco en tortillas y frituras. También sirvió la cena, comió, recogió la mesa y lavó los platos.

Al día siguiente, Kim Ji-young y su suegra estuvieron toda la jornada trabajando en los preparativos. Hicieron las tortillas, frieron el marisco, guisaron la carne marinada, amasaron pasteles de arroz rellenos típicos de Chuseok y, al mismo tiempo, sirvieron el desayuno, el almuerzo y la cena. La familia pasó momentos agradables compartiendo la comida recién hecha. La niña se ganó el amor de sus abuelos al mostrarse cariñosa y abrazarlos sin timidez.

El tercer día en casa de los suegros era Chuseok, pero a pesar de la festividad no había demasiado ajetreo, porque de la ceremonia tradicional en honor a los ancestros se encargaba un primo que vivía en Seúl. Toda la familia durmió hasta tarde. Desayunaron parte de los platos preparados el día anterior y, cuando estaban terminando de limpiar, llegó la familia de su cuñada Su-hyeon, dos años menor que su marido y un año mayor que ella. Su cuñada vivía en Busan con su marido y sus dos hijos, al igual que sus suegros. Como el suegro de Su-hyeon era el primogénito de la familia, ella se estresaba muchísimo durante las fiestas por la gran cantidad de comida que había que preparar para recibir a tantos invitados. Por eso

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