De Alemania a Alemania. Diario, 1990

Günter Grass

Fragmento

Vale das Eiras, 1 de enero de 1990

Mientras plantaba en el lado este de la casa un arbolito del que Leonore Suhl, que nos lo regaló en Nochevieja, afirma que dentro de seis o siete años será un árbol con flores azules, el nuevo año empezó ya de mañana con un exceso de énfasis; y cuando, a primera hora de la tarde, fuimos por encima de Casais a los alcornocales a buscar setas, un boletus maduro habría podido responder a mis expectativas para el año nuevo, mas nuestros lugares habituales estaban apenas poblados: tras el excesivo período de lluvias —decían que había descargado durante nueve semanas—, las pocas y acuosas cantarelas dieron como mucho un motivo, no más, pero al menos la oportunidad, de abrir este diario con setas y no con grandes acontecimientos políticos como los que competían en prelación durante los últimos meses del año anterior, que terminó con la sangrienta revolución en Rumanía y la también sangrienta demostración de fuerza militar en Panamá, como si la intención de los sistemas comunista y capitalista hubiera sido testimoniar una vez más que sus colores eran intercambiables.

No soy un apasionado escritor de diarios. Tienen que ocurrir cosas tan inusuales como para que me sienta obligado. Por ejemplo en 1969, cuando en la República Federal se ofreció la ocasión del cambio democrático en el poder y abandoné mi atril de escritor para involucrarme en la campaña electoral a favor del SPD. Una vez ganadas las elecciones por escaso margen, salió un libro de eso. O de mis seis meses de estancia en Calcuta. (Sin diario, esa ciudad apenas habría sido soportable.) Esta vez quiero superar, tomando nuevo impulso, la frontera entre los dos Estados alemanes, inmiscuirme en las dos campañas electorales (mayo y diciembre). Pero en realidad, ahora, una vez terminado el trabajo en Madera muerta, quería empezar un manuscrito normal, a ser posible extenso: de cómo en el Día de Todos los Santos, en Gdańsk, la señora Piątkowska y la señora Reschke, dos viudas, se encuentran y empiezan a urdir un plan al que, cuando el tiempo sea favorable, pronto seguirán hechos, como la fundación de una empresa llamada Cementerio Germano-Polaco S. L. Pero el diario insiste en tener preferencia.

Y, por la tarde, el sapo en el patio. Grande como una cobaya, se me asemeja a uno de aquellos que el otoño pasado, en cuanto oscurecía, me gritaban de lejos y de cerca: malos presagios. Lo cogí por las patas delanteras, lo levanté para que Ute lo fotografiara. Su cuerpo colgaba como un saco. Todo inmóvil. También los ojos verdes, sin mirada, con sus travesaños anaranjados. Tan sólo el buche bombeaba debajo del morro. Qué se le ha perdido, me pregunto, a este sapo en mi diario, salvo que me es ajeno, incomprensible, y como mucho produce un título —no sé para qué—: Malos presagios.

Vale das Eiras, 2 de enero de 1990

Como si quisiera rearmarme en positivo, he vuelto a plantar un árbol, esta vez en el lado oeste de la casa, un algarrobo, que crece lentamente y que ha suscitado en Ute, gruñona, la observación: «De todos modos, no lo veré cuando esté grande».

Luego volvió la lluvia. Una vez que la estufa de gas funcionó arriba, empecé a redactar Escribir después de Auschwitz. Al parecer me he impuesto este tema, que sólo puede conducirme al fracaso, para amarrarme; es sospechoso cuántos de mis colegas escritores, que antaño recitaban el (o su) antifascismo tardío como si fuera El canto de la campana de Schiller, han llegado ahora en su nacionalismo hasta el límite de lo obtuso; a mí en cambio, que a lo largo de los años he perdido muchas propiedades alemanas —salvo el lenguaje—, Auschwitz me parece la última posibilidad de reclamar mi pertenencia a Alemania. (Quiero intentar demostrar, en mi discurso de Frankfurt, que el supuesto derecho a la unidad alemana, en el sentido de un Estado reunificado, fracasa ante Auschwitz.) ¡Hay que escribir despacio!

Una viuda Piątkowska debería encontrarse con un viudo llamado Alexander Reschke en Gdańsk, el Día de Todos los Santos, y en el mercado de Santo Domingo, comprando flores. Naturalmente, el año de los cambios. ¿O es el Día de Difuntos? En cualquier caso, en noviembre. Flores para los cementerios. Pero la madre de ella está enterrada en Vilna, donde nació la hija; la de él, en Renania, aunque tanto ella como él nacieron en Danzig[1]. En torno a eso gira su conversación: dónde les gustaría descansar para siempre. De esta conversación y de ulteriores conversaciones, en el curso de las cuales viudo y viuda se aproximan, surge la idea de una sociedad germano-polaca de cementerios. Él dice: «Esto tendría que ser posible, ahora que tantas cosas son posibles: poder decidir uno mismo el lugar de su último reposo». Ella quiere ser enterrada en Vilna, que tuvo que dejar a los dieciséis años; él en Danzig/Gdańsk, que abandonó para ser soldado a los diecisiete. Otros quieren lo mismo. Miles. Sólo hay que hacerlo posible. De ahí una sociedad limitada.

Vale das Eiras, 3 de enero de 1990

El primer pescado del nuevo año, con guarnición de verduras —tomate, calabacín, pimiento, cebolla y batatas—, está en el horno. Comprado en Lagos. No hay ningún periódico alemán a mano, salvo el Bild Zeitung. Éste lleva como titular de Año Nuevo: «¡Locura!», una palabra que sobreabunda desde que se abrió la frontera interalemana; ¿o anuncia, como un conjuro, una nueva y auténtica locura?... Malos presagios.

El trabajo en el discurso de Frankfurt me fuerza a volver la vista hacia mí mismo en las Juventudes Hitlerianas. Desde luego no era un fanático riguroso, pero tampoco me asediaban las dudas. ¿Una persona intercambiable con otras, desde entonces? Sin duda, en lo que concierne a la formación ideológico-política del pensamiento y la acción; pero la obstinación juvenil en grandes proyectos, casi épicos, como la elaboración de tablas históricas e histórico-culturales (presagio del «itinerario cultural» de Stein), me resulta familiar. Este ego temprano ha experimentado en todo caso correcciones, pulimentos y plasmaciones profesionales, sin cambiar en lo fundamental.

Ayer, conversación con Ute hasta mucho después de medianoche sobre mis propósitos de Año Nuevo para este año: desde finales de febrero hasta septiembre, quiero visitar la RDA, desde Rügen hasta Vogtland, todos los meses, a intervalos más o menos largos, para ver con mis propios ojos los cambios que siguen al gran cambio político y revolucionario. El plan prevé también una estancia en la cuenca carbonífera, en los alrededores de Spremberg. Allí fui herido en el 45 (el 20 de abril). Allí quiero dibujar el paisaje explotado. Ute sólo estará de vez en cuando. Así que compraré un saco de dormir sólo para mí.

Quizá es demasiado pronto para hacerme una idea del profesor Alexander Reschke. Sea como fuere, enseña en la Universidad de Essen algo que aún no tiene nombre. Probablemente Historia. Un antiguo intelectual de izquierdas, al que los cambios en Alemania ponen de un humor nacional-sentimental, aunque con un quiebro irónico. Ella, la viuda Halina Piątkowska, es pediatra. Entre finales de noviembre del 89 y mayo del 90 hay un activo intercambio epistolar entre viudo y viuda, que da cada vez más cuenta de su proyecto común, de cómo poco a poco va cobrando forma hasta la primera compra de terrenos: tres hectáreas y media de territorio al sur de Brentau, que abarca un trozo de bosque, es montañoso y puede ser ampliado posteriormente en dirección a Ramkau. También hay una suma en dólares en una cuenta de ahorro, que podría bastar para comprar una finca del mismo tamaño a las afueras de Vilna (Vilnius). Ninguno de los dos, viuda y viudo, se habría creído capaz de tanto sentido práctico.

He empezado un dibujo para Madera muerta. Y, para aumentar lo positivo hasta la locura, hoy un tercer árbol ha sido plantado en su agujero en la ladera sur: un nespereira, es decir, un níspero, que promete frutos jugosos y ácidos. Ojalá que el suelo no esté demasiado húmedo, con estas lluvias persistentes.

Vale das Eiras, 4 de enero de 1990

Desde fin de año (hasta anteayer) he estado leyendo la novela La contravida, de Philip Roth, un libro que estimula la contradicción y se rebate continuamente a sí mismo, y que abusa del judaísmo y el antisemitismo para responder de manera prolija a la pregunta, en realidad banal, de si un autor puede explotarse a sí mismo y a otros (su familia), es decir, para responder como estaba previsto que sí. Pero quizá este libro no me gusta porque no aprecio especialmente a los autores que convierten de forma permanente su propia persona en tema. Incluso allá donde el autor descubre los manejos del ficticio narrador con deslumbrantes y certeros argumentos, el esfuerzo apenas merece la pena; no sorprende que el capítulo sobre Israel, «Judea», resulte pálido comparado con el libro de entrevistas periodísticas de Amos Oz En la tierra de Israel. ¿Por qué Jurek Becker me recomendó este libro hace poco (la noche del congreso del SPD en Berlín)? Le preguntaré.

El tiempo sigue turbio, con tendencia a continuar lloviendo. Hoy sólo he plantado cinco matorrales de romero y tres de lavanda. Un creciente disfrute: la falta de televisión y teléfono. Sobre un boceto del año pasado hay algo que ahora podría estar bajo el título Malos presagios, y que tiene por título de trabajo A paso de cangrejo. Sea cual sea su título, debería convertirse, por malo que sea el curso germano-polaco que tome todo esto, en una historia diabólico-cómica: viuda y viudo, en su tonta humanidad, tendrían madera para eso. Habría que introducir con cuidado las acciones secundarias, por ejemplo la venta por partes de los astilleros Lenin. Ambos gozan de excelente salud, aunque Reschke es hipocondríaco.

Esta noche, después de varias interrupciones del sueño, he soñado que estaba buscando alojamiento en Leipzig (con saco de dormir); un sueño que, como de pasada, enfrentaba a los miembros de mi gran familia. Al final, si es que el sueño tenía un final, la madre de Nele remolcaba con su coche el coche de Ute de la cuneta, mientras yo ya me había ido, ya estaba en camino.

Vale das Eiras, 6 de enero de 1990

Ayer, un pez de San Pedro de cuatro libras para Mieke y Jules Heindels y Leonore y Jacob Suhl. Lo dibujé antes de rellenarlo de salvia y meterlo al horno. Una alegre velada: Jacob —Jankele—, que como buen trotskista mueve apasionadamente paquetes de acciones de un lado a otro. Jules, que ya no fuma, ya no bebe, que pronto, como Mieke, se convertirá a la forma de vida vegetariana.

Por la mañana, para que mi terca plantación de árboles no tenga fin, había plantado una palmera en el lado este. Y hoy han sido esquejes de cactus que me ha regalado Leonore, y que he instalado en pequeñas colonias. Luego he vuelto a sentarme a trabajar en el discurso de Frankfurt...

En sus cartas, viuda y viudo se superan el uno al otro al insertar cifras de nuevos miembros de su sociedad germano-polaca de cementerios. Reschke dicta conferencias acerca de Sobre la paz perpetua de Kant, y habla en ellas del cementerio como lugar de «entendimiento último entre los pueblos». La Piątkowska ha fundado un círculo de promotores al que también pertenecen algunos sacerdotes católicos y un prelado de Oliva. Los primeros polacos emigrados a América, nativos de Vilna, le comunican su interés y su disponibilidad a financiar las llamadas «zonas exentas para personas sin recursos». En una de sus cartas, Reschke espera el reconocimiento como fiscalmente deducibles de las tasas, bastante altas, abonadas por sus miembros inscritos. Primer enfado con la presidencia, porque su propuesta de que el cementerio sea supraconfesional topa con la resistencia católica. Tras la creciente aproximación entre los dos Estados alemanes —comunidad contractual—, también se apuntan «antiguos ciudadanos de Danzig» de Pomerania y Mecklemburgo: al principio hay un problema de divisas, que Reschke trata de aliviar con recursos alemanes... Compensación de cargas.

Reschke podría haber escrito su tesis doctoral sobre tumbas patricias en las iglesias de Danzig. Además, es especialista en la Hansa y adversario decidido del nacionalismo, del alemán y del polaco.

La idea de construir su residencia para moribundos en los terrenos del cementerio, en una zona boscosa, le vino a Halina Piątkowska cuando cada vez más personas mayores acudieron desde la República Federal y la RDA para echar un vistazo, y se manifestaron entusiasmadas con el hermoso y cuidado terreno.

Una luna en cuarto creciente promete un tiempo claro para los próximos días. Quizá todavía podamos ir a por setas.

Vale das Eiras, 7 de enero de 1990

Entre mis cactus y agaves, ante el sembrado que planté hace un año y en el que desde entonces, sin pedir especial dedicación, crecen nuevos miembros que se encuentran allí como si hubieran estado siempre, dudo: ella no tiene que llamarse Piątkowska, ni él, Reschke, ella no debe ser pediatra ni él, profesor de Historia, tan sólo viuda y viudo deben conservar su estado civil. También se me pasa por la cabeza un final: ambos fallecen juntos durante un viaje en coche y, como no aparece ningún pariente, son enterrados en el cementerio de un pueblo (italiano). Habría que comentar «la idea» de ambos conforme se va llevando a la práctica, puede ser mediante cartas, telegramas, artículos de prensa, etcétera. Cartas, por ejemplo, de un chino de Hong Kong, cuyas tumbas familiares en las proximidades de Pekín le son inaccesibles; de un israelí, nacido en Danzig, que pide una sección judía —«una muy pequeña»— en el cementerio alemán de Gdańsk; de un escritor polaco de Vilna que vive en Nueva York y, a pesar de toda su americanización, pide que cuando llegue el momento lo lleven a casa.

El profesor Reschke —sigo llamándolo así— habla en voz baja y enfática, con una voz como tomada por la pena. Se viste con anticuada elegancia, disputa con sus errores políticos, se considera «de izquierdas» de manera conservadora y tiende a pronunciar sentencias sentimentales que, consecuentemente, pueden derivar hacia el cinismo.

Cuando ayer, con ayuda de Ute y por deseo suyo, trasladé desde el seto del patio interior al lado sur de la casa, al exterior, el cactus de nueve brazos que hace un año salvamos (robamos) amputándolo del jardín echado a perder de nuestra vieja casa, tuvimos que tener cuidado con la tabla que pusimos debajo para que ninguno de los brazos se rompiera, aunque se podría plantar cada brazo roto en un nuevo agujero para que brotara por su cuenta. Mientras lo hacíamos, se me ocurrieron ideas referentes a la sociedad germano-polaca de cementerios, cuya práctica incluirá también traslados a Gdańsk, a Vilna; no resulta sorprendente que la plantación del cactus me pareciera significativa.

Leo en el Spiegel cómo Rudolf Augstein[2], educado en el aprendizaje del cinismo durante décadas, degenera en nacionalista.

No leo hasta ahora Los versos satánicos de Salman Rushdie. Una novela literalmente fabulosa. Inteligente, ingenua, escrita con total dominio. Por descarado que parezca, es un libro curiosamente devoto, ante el que los enemigos de Rushdie parecen «impíos». Haber salido de la Academia a causa de este autor sigue siendo un placer para mí.

Vale das Eiras, 8/1/1990

Ayer, a partir de cuatro sepias de mediano tamaño, obtuve una botella de tres cuartos de litro casi llena de «tinta de sepia natural», y con ella, siguiendo un modelo del año pasado bien conservado en alcohol, he dibujado una Danza de las mantis religiosas. Recién conseguida, la negrura de la tinta natural es impredecible, luego (a veces) se vuelve de una consistencia pardo-negruzca. El proceso de obtención de la tinta —hoy hubo sepia con verduras para comer— es un placer. (Utilicé por primera vez esa tinta a finales de los años sesenta, en Bretaña, luego no volví a hacerlo hasta mediados de los ochenta, hasta estar cercano a su fuente en Portugal, especialmente a mi regreso de Calcuta, a principios de febrero del 87, y más tarde como alternativa a los carboncillos sobre el tema Madera muerta.)

Otra vez Augstein. Sus editoriales en el Spiegel son peligrosos, porque, de manera genial y adolescente, apenas construyen sobre argumentos, sino sobre un ambiente de fondo que en parte existe y en parte se provoca con sus palabras. Hay una desdichada constelación que podría recibir los nombres de Schönhuber, Waigel[3] y Augstein, en la que (por el momento) sólo Schönhuber se atreve a citar a sus hermanos en el pensamiento alemán. Ampliaré este punto como base para Tutzing, y tendré que pensar como contrapunto en el discurso de Brandt al congreso del partido.

En el discurso de Frankfurt, he llegado (en la página 18) a Años de perro; el último tercio exige una forma concentrada, en la que la conclusión del discurso, la unidad de Alemania (reunificación), ha de ser confrontada a la barrera que supone Auschwitz... Un buen lugar para escribir, arriba: apartado.

Hoy junto al mar. Olas. Mejillones. De camino, por un paisaje todavía entre salvaje y de pequeños cultivos, sembrado de jactanciosas edificaciones de estilo pseudoárabe, he recogido plantas trepadoras, agaves, esquejes de chumberas, y por la tarde los he plantado. Una vida fácil aquí: de la mano a la boca. El mundo sólo existe en periódicos atrasados. Mañana hay luna llena.

A paso de cangrejo o Malos presagios tiene que dejar paso, después de un deslizarse del argumento inicialmente prometedor, luego endurecido, finalmente cristalizado en una perversa inevitabilidad, a reflexiones contradictorias, acciones contrapuestas, quizá incluso al final feliz de que acaben viniendo los bengalíes y otros asiáticos; y sin embargo, deseo que siga siendo una narración larga. Antes de que se produjeran traslados, el cementerio tendría que estar medio lleno, pero luego tendrían que faltar «refuerzos», por lo que los traslados animarían el negocio. Las residencias para ancianos moribundos atraen visitas: hijos de los desplazados, nietos, para los que se construye un hotel en los terrenos comprados en Cachubia.

Dibujando, quiero acordarme de mis mantis religiosas: qué hermosas son, con sus pinzas, desde todos los puntos de vista.

Vale das Eiras, 11 de enero de 1990

Desde mañana habré pasado la mitad de La levedad del ser como soportable entremés. Esta juguetona transición del desayuno al aire libre (desde que el tiempo es primaveral) a trabajar con el hacha o a comprar pescado en Lagos. La sigue, por la tarde, el trabajo en el discurso de Frankfurt, a no ser que antes de escribir toque hacer un dibujo: Lo que queda del pez de San Pedro. U hoy, cuando dibujaba en lo alto de la bahía higueras deshojadas por el invierno: ese excéntrico mecano de ramas, cada árbol en un éxtasis diferente.

En realidad, he querido lastrar esa levedad de mi vida cotidiana con ese barullo que puede llamarse gran familia, y que es fuente de mi felicidad ocasional, pero también de multitud de medianos enfados, que incrementan los escasos sentimientos de felicidad; sin embargo, me cuesta trabajo ponerme «íntimo». ¿Qué me obliga a mantener oculta mi «privacidad»? Quizá el miedo a irritar con denominaciones este soportable y (con cierta astucia) vivible estado de flotación. Son, por decirlo de una vez, ocho hijos (seis de ellos «carnales») y cuatro madres que me rodean, a los que quiero, que me gusta demasiado reunir cual patriarca a mi alrededor: sin duda es posible conciliar a los hijos, pero no a las madres. Las madres, podría titularse un libro que no escribiré, a no ser que en calidad de septuagenario llegue a ese estado de serena alegría que no necesita ajustar cuentas.

El sueño de la noche pasada: estoy buscando un cementerio en Berlín con mucho sitio junto a mi tumba: el que quiera yacer allí puede.

Al contrario que en mi sociedad germano-polaca de cementerios. Ésta pronto se dota, conforme a las directrices alemanas, de un reglamento: sólo se podrá emplear como material para las lápidas granito sueco negro, hiperpulimentado para que resplandezca.

Por lo demás, los nietos (en el hotel del cementerio) y los mayores de la residencia de ancianos (Waldheim-Johannistal), también llamada «residencia para moribundos», pronto se conocen y se aprecian. En Gdańsk se celebran los primeros matrimonios. Se considera la construcción de una maternidad y cuando, a los cuatro años de la «puesta en marcha» del cementerio y dos de empezar la construcción de la residencia de ancianos, se produce el parto prematuro de una nieta casada con un nieto, se decide enseguida que el «sistema hospitalario polaco» no responde a las expectativas alemanas. La doctora Piątkowska está entusiasmada con la simbiosis residencia de ancianos-maternidad. Pronto se ve a madres alemanas con sus bebés haciendo su primera excursión con buen tiempo por los caminos del cementerio. Sin embargo, habría que hablar en el libro de un anciano de Danzig, de origen cachubo, que nunca ha abandonado Danzig y ha encontrado trabajo como guardián del cementerio: de la distancia cachuba respecto de polacos y alemanes.

Cuando, poco antes de Navidad, conseguí en Berlín sentar a la mesa de mi casa de Friedenau a una parte de la familia —serví una olla de verduras francesas con asado de cerdo ahumado—, Franz, que había venido expresamente con Gianna desde su granja, pronunció un discurso en alemán suizo. Ingrid Krüger y Veronika Schröter[4] se sentaban frente a frente, produciendo ligeros crujidos al moverse, igual que a veces hacían Helene y Nele. Incluso a Malte le pareció que la fiesta había salido bien. Maria, a la que había invitado ex profeso —porque forma parte de la familia a todo trance—, hizo una foto, y seguramente pensó lo suyo. Veronika se había encargado del postre. Sus hijas Jette y Katharina (delante de Helene), estuvieron encantadoras, y Stefano, el joven esposo de Tinka, pronunció un discurso en italiano, también «por deseo del patriarca».

Hoy, en la casa vieja, he atrapado un gran saltamontes y lo he conservado en aguardiente.

Vale das Eiras, 12/1/1990

Y éste es el saltamontes que quedó conservado en aguardiente. En cuanto esté seco y haya respirado, voy a dibujarlo en carboncillo: ante paisajes y sobre paisajes. Ahora, hacia el final del trabajo en el manuscrito, el discurso de Frankfurt me agota. No habría podido escribir sobre este tema, Escribir después de Auschwitz, ni hace veinte años ni hace diez. ¿Por qué ahora?

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Mis previstas estancias en la RDA coincidirán, me temo, con una época de depresión. Marea baja, tras el primer y logrado impulso revolucionario. Pero las viejas estructuras de poder aguantan, como debería saberse. La emigración prosigue. Y la oposición tiene problemas organizativos. Quizá en junio y agosto esté en Rügen o en la Suiza sajona, y escriba sobre los progresos de la sociedad germano-polaca de cementerios; en Vilna han autorizado al fin una capilla para el cementerio, mientras en Gdańsk va a ampliarse el cementerio alemán, o a complementarse con un futuro camposanto directamente junto a la desembocadura del Vístula, en Nickelswalde.

Vale das Eiras, 15/1/1990

Por la tarde, termino la última página del discurso de Frankfurt. Es casi demasiado concluyente. Queda una insuficiencia, como había predicho. Quizá todavía me gane irritaciones.

El tiempo uniformemente primaveral y hermoso da a la estancia aquí, después de dos semanas largas, algo de sobrenatural. El período de lluvia de dos meses ya es leyenda, y sólo cuando remuevo el suelo para plantar cada vez más cactus la capa húmeda de lodo y marga recuerda las inundaciones de anteayer.

Las rápidas transformaciones del señor Gysi[5] traen a la memoria un papel representado en la Revolución Francesa: llegado a este punto, sólo puede fracasar o (con eficacia mediática) convertirse en un truhán maduro para el escenario.

De las cuatro madres con las que viví y vivo —todas ellas asentadas muy lejos de mi madre—, tres vienen de la RDA, pero las cuatro proceden de familias con tres hijas: Anna y Veronika son las hijas medianas, Ute, la mayor, Ingrid, la menor. Pero no es posible desarrollar a partir de esto teoría alguna, y no digamos un complejo.

¿Desde cuándo la organización de la sociedad germano-polaca de cementerios se ha extendido a Breslau, Stettin, Glogau, Bunzlau, Hirschberg, Landsberg, Küstrin, Posen? ¿Podría haber, una vez reconocida la frontera Óder-Neisse, una resolución parlamentaria positiva en Varsovia? Pero ¿también hay voces (malos presagios) que advierten contra esta primera «toma de tierras»? ¿Y desde cuándo se da cuenta Reschke de que se está abusando de la idea que él y Piątkowska han tenido?

Quiero estar en el congreso de los socialdemócratas de la RDA, a finales de febrero en Leipzig. Mañana volveré sobre los pies de los dibujos para Madera muerta, y sólo entonces esbozaré el breve discurso para Tutzing.

Vale das Eiras, 17 de enero de 1990

Un día de cocina: he preparado callos para mañana. Para cenar hubo langostinos con ajo y aceite, hechos a la plancha, y dos grandes huevas (de bacalao) que he rebozado en harina y frito también vuelta y vuelta en la sartén. He cortado en rodajas el resto y lo he puesto en vinagre con cilantro y aros de cebolla. He hecho los callos a la napolitana, con grandes tomates, ajo, patatas, mejorana... Incluso cocinar es aquí una fiesta. Y Ute ha hecho un caldo con las cáscaras de los langostinos, como base para una sopa de pescado. El mercado de Lagos volvía a tener hoy una desmesurada oferta.

Como Ute ha aparcado mal el coche, justo delante del mercado, topamos con un policía portugués, que no tiene nada que envidiar, en conciencia de su poder, a los policías de la RDA. Ese balanceo sobre las puntas de los pies. Ese hablar despreciativo. Al parecer, a pesar de la revolución, apenas ha cambiado nada aquí en los círculos policiales. Sólo cuando hemos pagado en comisaría nuestros dos mil escudos, alcanza torpemente algo parecido a la cortesía. ¿Tener a un tipo así, que si se le ordenara, te pegaría enseguida, por padre, por esposo? ¿O será en casa cordial y agradable?

En el camino de vuelta, visitamos a un matrimonio de Hanóver que pasa varios meses en Portugal todos los años, y aun así no acaba de asentarse aquí. Ella tiene graves problemas de visión, y dice: «Naturalmente que lo veo todo mal y distorsionado, también en la televisión, pero como antes veía bien sé cómo son de verdad los árboles, las personas y todo lo demás, y puedo corregir mi imagen en mi mente». También esto sería una perspectiva narrativa.

He vuelto a plantar árboles, esta vez tres granados en el lado este. Entretanto, cavar agujeros en este suelo lodoso y pedregoso se está convirtiendo en un vicio.

Lentamente, se asienta como título Malos presagios. Predecir una desgracia. Saber, con alegre confianza, que las cosas saldrán mal. Los tristes gritos nocturnos de los sapos entre los lagos cachubos. Reschke y la Piątkowska podrían, porque han ofrecido terrenos a su sociedad, hacer una excursión a Karthaus/Kartuzy, y allí escuchar a los sapos hacia el atardecer.

He empezado el discurso para Tutzing; podría titularse Sobre los apátridas.

Vale das Eiras, 20/1/90

Ayer, cuando mientras estaba cavando agujeros dejé mis gafas, que normalmente sólo me quito para dormir, sobre un montón de piedras, surgió un dibujo. Qué evidente y significativo me resultó aquel objeto frágil sobre aquellas piedras redondas y filosas.

Entretanto, la montaña de tierra del jardín disminuye a ojos vistas. Nuestros días aquí tocan a su fin. Ayer terminé el Breve discurso de un sin patria. ¿Podré concentrarme los últimos cuatro días en Madera muerta, en el epílogo al libro?

Los versos satánicos me cuestan cada vez más esfuerzo, aunque la idea básica sigue siendo válida.

Todas las noticias que me llegan de la RDA confirman la dureza de la vida cotidiana tras el gran impulso de la revolución. Me temo que lo único que se impondrá será el duro marco alemán.

Malos, atormentados sueños ayer por la noche, su activismo estuvo en contradicción con más de uno de nuestros días aquí.

Dudo si todavía puedo motivarme a escribir un libro como Malos presagios. (Los textos de los dos discursos no animan a seguir escribiendo.)

Vale das Eiras, 21/1/1990

Hoy, a pleno sol: el conejo y yo. No hay nada más inanimado, más desnudo que un conejo desollado. Cuanto más lo dibujo, más desnudo se vuelve: músculos, tendones, tiras de grasa yacen al descubierto y son, en su cohesión de cadáver de animal tendido de costado, y a pesar de tener cortadas las patas delanteras y traseras, bellos, hasta conmovedoramente bellos; quizá porque el conejo desollado, sobre todo con la espalda encorvada y las acortadas extremidades delanteras y traseras juntas, se asemeja al embrión humano. Lo dibujé delante de un paisaje. Luego, con lápiz blando y a tamaño natural, dibujo una raya, con la que por la tarde, rellena de salvia, hago un estofado gratinado con mantequilla, con el horno a llama baja.

Después de comer, he encontrado e

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