Isadora Moon, ¡esa soy yo! Y este es Pinky. Viene conmigo a todas partes. ¡Incluso a las excursiones del colegio! Yo solo había ido una vez a una de estas excursiones (fuimos a un espectáculo de ballet), así que me hizo mucha ilusión que nuestra profesora, la señorita Guinda, anunciara que íbamos a hacer otra… ¡dentro de una semana!
—¡Qué maravilla! —dijo mamá cuando llevé a casa la carta para enseñársela—. ¡Un castillo! Será muy interesante. ¿Quieres que papá y yo vayamos como voluntarios otra vez?
—Ehh… —titubeé, indecisa.
Mamá y papá habían sido voluntarios en la última excursión que hice y había salido todo bien (bueno, casi todo), pero siempre dudo un poco cuando se ofrecen para echar una mano. Es que mi mamá es un hada y mi papá, un vampiro (por cierto, eso hace que yo sea un hada vampiro). No se parecen demasiado a los demás padres y a veces me da un poco de vergüenza.
—Sí que podéis —dije—, si de verdad os apetece. Aunque la señorita Guinda dijo que esta vez solo hace falta un voluntario. Así que solo podría venir uno de vosotros.
—Ah… —dijo mamá, un poco decepcionada—. Qué pena. Entonces, mejor que lleves a tu padre. ¡Ya sabes cuánto le gustan los castillos antiguos!
—¡Y tanto! —asintió papá, que estaba haciendo saltar en sus rodillas a mi hermanita bebé Flor de Miel—. ¡Me encantaría ir!
Sacó una pluma de debajo de su capa y firmó rápidamente la carta.
—Espero que me hagan llevar otra vez uno de esos chalecos tan llamativos y modernos —añadió—. El mío me daba un aspecto impresionante.
—Sí —asintió mamá—. Estabas muy guapo con él. Eran maravillosamente brillantes, ¿verdad? Creo que hay una palabra para eso: «fluorescente».
—¡Fluorescente! —repitió papá—. ¡Me encanta esa palabra! —me devolvió la carta—. ¡Qué ganas tengo de que llegue la excursión! —dijo—. Me apasionan los castillos antiguos. ¿Estará encantado? ¡Ojalá!
—No lo sé —respondí—. Tendré que preguntarle a la señorita Guinda.
—¿Encantado? —exclamó la señorita Guinda sorprendida cuando le hice la pregunta al día siguiente en el colegio—. ¡Por supuesto que el castillo no está encantado! ¡No tienes que asustarte por eso!
—No estoy asustada —dije—, es solo que…
—¿Encantado? —preguntó mi amiga Zoe detrás de mí—. ¿Has dicho que el castillo estaba encantado, Isadora?
—No, era solo que…
—¡Está encantado! —gritó con fuerza Zoe, tapándose la boca con asombro—. ¡Madre mía!
—¡Horror! —chilló Samantha, con los ojos abiertos como platos—. ¡Me dan miedo los fantasmas!
—¡A todo el mundo le dan miedo los fantasmas! —dijo Bruno.
—¡El castillo está encantado! —gritó Jasper.
Pronto hubo un alboroto por toda la clase. A Samantha se le puso la cara blanca del susto.
—¡Venga, tranquilizaos todos! —dijo la señorita Guinda levantando la voz—. ¡El castillo NO está encantado!
—Pero ¿y si lo está? —chilló Samantha.
—No lo está —suspiró la profesora, mirando al ci