La final

Diego Estévez

Fragmento

Es como si todos —absolutamente todos— entraran en un solo cuerpo y compartieran sensaciones. Pero sensaciones de las buenas, de las fuertes. Sensaciones casi únicas...

Podríamos empezar por la mente de esos millones de hinchas que desde el domingo anterior vienen soportando una contradicción lacerante: quieren enfrentar al eterno rival, pero en realidad... no quieren. Porque “no hay nada más lindo que ganarles una final, pero si la perdemos, ¿dé qué nos disfrazamos?”.

“Si hubiera ganado Huracán estaríamos un poco tensos, pero no mordiéndonos los codos como ahora. Y encima hay que aguantar hasta el miércoles...”, decían los de River. “Si hubiera ganado Talleres no tendríamos que bancarnos estos tres días de nervios terminales. Es inhumano...”, decían los de Boca.

El toque poco profundo del Globo había sucumbido ante esa estocada rápida y filosa del “Heber” Mastrángelo, en cancha de Independiente. Y la tan talentosa como inocente armada cordobesa había sido hundida por ese cabezazo demoledor de Daniel Passarella, en la Bombonera. Talleres y Huracán, pese a su mejor fútbol, no habían podido evitar lo inevitable: Boca y River eran finalistas. Las cartas estaban definitivamente echadas. No había vuelta atrás.

Y si la mente de los hinchas se revolvía en semejante turbulencia emocional, qué decir de la de los jugadores... Tres días de encierro, entrenamientos livianos, especulaciones tácticas, recuperación de lesionados... Con el cerebro completamente alborotado por la incertidumbre, mientras la boca trataba de tapar las dudas con palabras, a veces más forzadas que sinceras:

“Para esta época se siente mucho más el esfuerzo porque llevamos muchos partidos encima. Contra Boca hay que dejar la vida...” (Robeto Perfumo).

“Boca anda derecho, y creo que repetimos lo del Metropolitano” (Francisco Sá).

“Labruna ya puede contar conmigo para la final con Boca. Ésa no me la quiero perder. Además de ser un partido aparte, esta vez nos jugamos el campeonato” (Juan José López).

“La macana es para mí, que no voy a poder estar en la final. ¡Justo en ésta!” (Jorge Benítez).

“Estoy con unas ganas locas de jugar. Ya te dije que soy un maldito. Tengo tanta fe que me siento capaz de atajar a Boca yo solo...” (Ubaldo Fillol).

“Hay una saturación bárbara. No aguantamos más. Partidos los domingos, los miércoles, concentraciones... No tenés descanso... Menos mal que todo termina el miércoles. ¿Cómo va a terminar? ¡Campeón Boca! ¿Tenés alguna duda?” (Hugo Gatti).

Volvamos a los hinchas, pero sigamos con la boca. Porque aunque el partido es a las nueve de la noche, ya desde las cuatro Avellaneda empieza a llenarse de gritos. Desde el Riachuelo y las avenidas Mitre y Belgrano hasta el Hospital Fiorito y la cancha de Independiente, los vendedores de gorros, banderas y vinchas se desgañitan vociferando su mercadería, al igual que los heladeros, los expendedores de jugos frutales y hasta los cafeteros.

A las cinco de la tarde se abren las puertas del Cilindro, pero las colas serpentean desde hace rato por las calles del barrio. Se grita por Boca y también por River. No hay incidentes. La convivencia es normal, lo cual es llamativo si se tiene en cuenta la realidad del siglo XXI. Algunos de los 350 policías —hoy en día, una cifra irrisoria— son, quizás, los más exaltados: el palpado de armas es poco amable, el ingreso de paraguas y banderas de palo está prohibido y hasta el mínimo desacuerdo se dirime con un palazo. Dos cosas quedan claras: el entusiasmo es indetenible y la organización, un caos...

Dentro del estadio, el espectáculo emociona. Los de Boca, en la bandeja superior, llenan las populares con avidez y no dejan de saltar. Los de River, en la inferior, responden a puro grito, y cientos invaden la platea lateral más cara. Los lugares libres van desapareciendo, la gente comienza a ponerse de pie y los pasillos de las plateas se vuelven peligrosamente intransitables.

Ya son casi las ocho de la noche. Falta una hora y, afuera, las colas serpenteantes dejaron paso a una marea humana que pugna por ingresar. Adentro, el clima impacta: el cemento vibra tanto que algunos pedazos de revoque de la bandeja superior caen peligrosamente en la inferior, donde las discusiones por la propiedad de una platea se dirimen a gritos y, en algunos casos, a trompada limpia.

De pronto, el “Mariscal” Perfumo, capitán de los “millonarios”, asoma por el túnel local y los de River descargan un arsenal de papelitos. Falsa alarma: Perfumo desaparece por el túnel central, el del árbitro. Casi al instante, Rubén Suñé —capitán xeneize— repite la maniobra y los de Boca también caen en la trampa.

La espera se hace larga. Las cámaras de Canal 7 se aprestan, mientras cronistas y relatores de radio de todo el país se apretujan en las escasas cabinas de transmisión, de cuyos techos la policía debió desalojar a una turba de colados. En el campo, más de ciento cuarenta fotógrafos buscan la mejor posición.

Hasta que, exactamente a las 21.03, cuando la tensión ya no se aguanta, la silueta inconfundible del “Pato” Fillol emerge del túnel local, y tras él, todo River. La bandeja inferior del Cilindro estalla. Tres minutos más tarde, el “Loco” Gatti pisa el césped con todo Boca detrás. Ahora los que estallan son los de arriba (y algunos de las plateas de abajo). No hay sorteo: para eso fueron Suñé y Perfumo al camarín del árbitro, Arturo Ithurralde. Los equipos posan para la posteridad y los fotógrafos, ahora sí, pierden toda compostura. La búsqueda del mejor ángulo provoca empujones, malas caras y caídas. Lentamente, el campo de juego se despeja. La mente de todos se turba, se empantana. Por eso, seguramente, es que nadie puede imaginárselo, porque no siempre es fácil darse cuenta, tomar conciencia de que uno es testigo o protagonista de un hecho histórico. Boca y River están por jugar la final del Campeonato Nacional de 1976.

Boca Juniors. De izquierda a derecha, arriba: Mouzo, Suñé, Sá, Pernía, Gatti y Ribolzi; abajo: Mastrángelo, Veglio, Taverna, Felman y Tarantini.

Noventa minutos a todo o nada, a un solo partido y en cancha neutral. Si empatan, habrá media hora de alargue. Y si siguen sin sacarse ventajas, deberán ejecutar penales. De los más de trescientos cincuenta partidos disputados entre ambos, ésta es la única final. Nunca sucedió antes, ni volverá a suceder. Por eso es que la mente está empantanada, la respiración, contenida y la boca, reseca. Y si todos estaban en un solo cuerpo, ahora se reunieron en su centro vital: el corazón, que bombea como un desesperado y ruega por ese pitazo inicial que pareciera no llegar nunca...

River Plate. De izquierda a derecha, arriba: González, Passarella, Merlo, Perfumo, H. O. López y Fillol; abajo: Comelles, Beltrán, Luque, J. J. López y Más.

Son las 21.08. Ithurralde se lleva el silbato a la boca, levanta el brazo derecho y pita como si fuera la última vez. El cuerpo se estremece. Arranca la final. La única final. Díganme si no es para vivirla de la cabeza a los pies...

Pablo Frers y Daniel Alberto Villalva no se conocen. Y es lógico, porque Frers falleció el 8 de marzo de 1962, treinta años, tres meses y veintiocho días antes de que el diminuto “Keko” Villalva llegara a este mundo, el 6 de julio de 1992. Pese a ello, tienen algo en común: ambos contribuyeron (el primero con un acierto y el segundo con un error) a la existencia de este partido único en la historia del fútbol argentino.

SEGUNDA LIGA

Uno de los eslóganes más repetidos cada fin de semana futbolero es el que afirma que “grande se nace”. Sin embargo, si analizamos el origen de los cinco clubes grandes, la frase tiene poco contacto con la realidad: en 1908, tres de ellos jugaban en Segunda Liga (River, Racing y Boca), uno en Tercera (Independiente) y el restante (San Lorenzo) recién había nacido. A partir de ese año empezarían a construir su grandeza con esfuerzo, tiempo y, sobre todo, triunfos.

El campeonato de Segunda Liga constaba de cuatro zonas o secciones cuyos ganadores accederían a las semifinales. En la sección A, Racing se clasificó tras ganarle un desempate a Estudiantil Porteño. En la B, River Plate aventajó por dos puntos a Atlanta. En la C, Boca Juniors le sacó seis unidades de distancia a La Plata. Y en la D, el clasificado fue Ferro Carril Oeste. Los cruces —A vs. C y B vs. D— quedaron conformados, entonces, por cuatro equipos que más adelante tendrían gran relevancia en el fútbol argentino.

El domingo 8 de noviembre, en cancha de Racing, River y Ferro disputaron el primer boleto a la final. River alistó a Alejandro Juan Luraschi; Francisco Priano y R. Cambón; Pascual Griffero, José Morroni y Franco Chagneaud; Elías Fernández, Silvio Politano, Arturo Chiappe, Julio Abaca Gómez y Anempodisto García. Ferro a Batto; Buchanan y Deandreis; Harley, Scala y Badaracco; Bergogne, Gaeta, Corfield, Rolón y Roque.

A los 33 minutos, Anempodisto García, tras una corrida por la punta derecha, puso el 1-0 para River. En el segundo tiempo, Elías Fernández (a los 26 minutos) y Chiappe (a los 32 y 33) establecieron un 4-0 lapidario. Ferro descontó a los 38 con un tanto de Scala, pero cuatro minutos más tarde Anempodisto García decretó el 5-1 definitivo. River era el primer finalista de Segunda Liga y esperaba por Boca o Racing, que se medirían recién el 29 de noviembre. La final entre los dos archirrivales boquenses era una posibilidad concreta, cercana.

Sin embargo, llegó el día 29 y no hubo fútbol. El diario La Argentina consigna: “El match semifinal de segunda liga, que debió efectuarse ayer en Quilmes, entre Racing y Boca Juniors, ha sufrido una postergación forzosa, trayendo como consecuencia la prolongación por ocho días más de la final del campeonato, pues en el encuentro de ayer el ganador debía de medirse en el match final con el River Plate. La causa de ello se debe a que el referee designado oficial, señor Rodrigo Campbell, no se presentó, aun esperando con exceso la hora de empezar. Ambos teams se presentaron completos y de lamentar es que por este motivo la temporada que ya hubo de haber terminado finalizará recién el 13 de diciembre, siempre que no ocurra algún otro contratiempo”. El ambiente se enrareció porque, según suposiciones de los boquenses, “no sin maledicencia algunos pensaron que Campbell, socio y simpatizante de Racing Club, faltó para permitir la recuperación de varios jugadores académicos”, según se cuenta en Boca, el Libro del Xentenario.

Sospechas al margen, el 6 de diciembre, no en Quilmes sino en Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, Racing ingresó en el campo con Alfredo Lamoure; José Romeo Seminario y Alberto Mignaburu; Emilio Firpo, Juan Ohaco y Pedro Viazzi; Germán Winne, Pablo Frers, Modesto Alvear, Alberto Ohaco e Ignacio Oyarzábal. Boca tuvo un inconveniente: dos de sus jugadores, Marcelino Vergara y Juan Bautista Priano, llegaron tarde y se perdieron los primeros minutos de juego, que fueron afrontados por sus compañeros Juan Antonio de los Santos; Luis Cerezo; Guillermo Ryan y Alberto Penney; Arturo Patricio Penney, Pedro Moltedo, Rafael Pratt, Juan Manuel Eloiso y José María Farenga.

El árbitro Campbell, con toda lógica, no aceptó el pedido de retraso formulado por Boca y el match empezó a horario. En ese breve lapso de superioridad numérica, Racing convirtió el único gol del partido. Así lo describió el diario La Argentina: “Efectuado el sorteo reglamentario poco después de las 2 y 30 de la tarde, se inicia el juego, y desde los primeros momentos se nota el equilibrio de fuerzas; sin embargo, a los cinco minutos la valla de Boca Juniors cae vencida por un tiro de Frers, que acredita a su bando el único goal del match”. Según Luis Fernando Paso Viola, Pablo Frers, responsable del desenlace, era “un atacante muy ofensivo y ubicuo. Tenía un shot fortísimo dadas sus condiciones físicas de hombre corpulento, fornido y decidido a perforar redes. A esto le agregaba su rapidez, su repentización, su buena puntería, su excelente ensamble y coordinación con sus compañeros de ataque, su confianza, seguridad, espíritu ganador y su oportunismo”. Su conquista evitó lo que podría haber sido un hecho histórico: nada menos que la primera final entre Boca y River.

Sin embargo, los problemas llegaron cerca del cierre. Cuando faltaba un minuto, el árbitro suspendió el match debido a la “actitud amenazante de los partidarios del club Boca Juniors”, enojados por la expulsión del back Marcelino “Chino” Vergara. El defensor, lejos de aceptar la decisión, intentó agredir al juez, lo que enervó al público xeneize y derivó en el desenlace anticipado. Al día siguiente, Santiago Pedro Sana, uno de los cinco fundadores del club de la Ribera, envió una carta al diario La Argentina quejándose de la actuación del árbitro: “Si bien es cierto que yo considero al señor Campbell un perfecto caballero, ayer ha estado desacertado en sus fallos, dando casi todos ellos a favor del Racing, cosechando en pago de su acción la general reprobación del público”. Poco después, en la final por el ascenso entre River y Racing, la situación iba a derivar en un escándalo. Y todo por “culpa” del gol de Frers...

Pablo Frers. Con su gol, el delantero racinguista malogró la posibilidad de una final Boca-River.

LA DEFINICIÓN ESCANDALOSA

El domingo 13 de diciembre, en Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, River y Racing jugaron una final apasionante ante 2.000 personas. Los darseneros alistaron a Luraschi; Priano y Cambón; Messina, Morroni y Chagneaud; García, Abaca Gómez, Chiappe, Politano y Elías Fernández. Los albicelestes, por su parte, formaron con Lamoure; Seminario y Mignaburu; Viazzi, Juan Ohaco y Firpo; Winne, Frers, Alvear, Alberto Ohaco y Oyarzábal.

A los once minutos, Ignacio Oyarzábal desbordó por derecha y lanzó un centro que Pablo Frers transformó en gol. River se quedó con un jugador menos por lesión de Cambón, pero a los 79 minutos Anempodisto García culminó una corrida por derecha con un remate cruzado que decretó el empate. Había que jugar tiempo suplementario. A los tres minutos de la segunda etapa, Politano envió un centro y Elías Fernández, tras un rebote en Lamoure, marcó el 2-1 que depositaba a River en la Primera Liga. Sin embargo, lo que parecía un final emotivo resultó el comienzo de una áspera polémica...

Ya antes de iniciar su crónica del partido, el diario La Argentina había advertido sobre el mal comportamiento del público: “Una concurrencia no menor de dos mil personas asistió al encuentro, estando divididos en dos bandos, los que durante el transcurso del match no cesaron de aplaudir o desaprobar, esto último con muestras de desagrado, el desarrollo del juego. Un jugador comete una falta que el referee no ve y por consiguiente no pena, es lo suficiente para que el público trate de invadir la cancha, no faltando quien vaya a pedir explicaciones al juez, única autoridad en un field. Como este hecho y otros [...] hacen que el juego se vea interrumpido un sinfín de veces y hasta alguien, exaltado demasiado, pretende hacer uso de armas”.

Al día siguiente, el diario volvió a la carga, denunció irregularidades y hasta solicitó la anulación del match: “Sabemos que el referee señor Rodrigo Campbell fue amenazado de muerte al iniciarse el partido. Momentos después y a raíz de un supuesto hands que se decía cometido por un jugador del Racing, invadió el field un grupo compuesto de unas doscientas personas, que increpando al referee intentó pasar a vías de hecho, lo que se frustró en parte debido a la acción de la policía. Por tres veces consecutivas el público invadió de nuevo el field, y desde las tribunas se arrojaron piedras contra los jugadores del Racing, varios de los cuales quisieron retirarse, pero no lo efectuaron después, ante los pedidos del referee señor Campbell que con una clarividencia perfecta comprendió que ese retiro [...] daría margen a incidentes lamentables, dado el estado de ánimo de los partidarios del club River Plate, que lo demuestra el hecho de haberse aplicado varios golpes con un bastón al jugador Seminario. El referee señor Campbell se negó a suscribir las planillas respectivas acerca del resultado del partido, porque según el informe que en breve pasará al consejo, el match se ha jugado en condiciones por demás anormales, debido a la intromisión repetida del público en el field, ingerencia [sic] esta penada por el reglamento que prescribe la anulación de un partido en que la concurrencia invada el field. Es preciso, pues, que el consejo anule ese partido y ordene sea jugado nuevamente como en el caso corresponde”.

Así como luego de la polémica semifinal Racing-Boca el diario La Argentina había recibido la carta de Santiago Pedro Sana, en este caso el darsenero Julio Abaca Gómez fue el autor de una misiva con varios párrafos sin desperdicio: “Francamente, señor director, resulta una ocurrencia lo de pedir que se anule el partido citado, alegando para ello la intromisión del público y los medios violentos que dice se han valido los ganadores. En cuanto a esto último quedó plenamente comprobado que durante las dos horas de juego el referee no tuvo ocasión de penar un solo foul a los jugadores del River Plate, cosa que no se puede decir de los contrarios. Ese público que se introducía en el field, ¿puede acaso estar dispuesto a alterar el orden? No, desde el momento que esto sucedió en circunstancias [en] que se produjo el segundo goal, a partir de cuyo momento podría esperarse el triunfo. ¿Cómo se concibe que los partidarios de un team que se halla en mejores condiciones traten de hacer suspender el partido? […] Respecto de los muchos que traspasaron el cerco del field, pudo comprobarse que uno de ellos apeló al recurso de hacer relucir un revólver, resultando esta persona un miembro del club Racing, siendo sacado del campo por los agentes. Lo de las piedras y bastonazos es una burda creación de algunos despechados. Por último, señor director, hago saber que no tengo el menor inconveniente en aceptar partidos con el Racing 2a. div., no una, sino cuantas veces se me invite, para ofrecerles la ocasión de comprobar quién vence a quién”.

¡SIETE A CERO!

Finalmente, el consejo de la Argentine Football Association resolvió el entuerto: anuló la final y decidió que se jugase un nuevo partido el domingo 27 de diciembre, también en Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires. River alineó a Luraschi; Chiappe y Politano; Messina, Morroni y Chagneaud; García, Griffero, Abaca Gómez, Fernández y Priano. Racing a Lamoure; Vigil y Firpo; Alberto Ohaco, Juan Ohaco y Viazzi; Winne, Frers, Alvear, Oyarzábal y Lacrampe. River descargó toda la bronca acumulada por el fallo del Consejo y Griffero, a los cinco minutos, puso el 1-0 con un tiro fuerte y bajo. A los 22, Abaca Gómez recibió un balón de un saque de meta y con un excelente remate estableció el 2-0. Y poco después, con Racing groggy, García lanzó un centro y el zaguero Vigil, involuntariamente, introdujo la pelota en su propio arco. Tres a cero y partido casi definido. Así finalizó la primera etapa.

El segundo período comenzó con una novedad lapidaria para Racing: Alfredo Lamoure, su arquero, no salió al campo de juego y dejó a su equipo con un jugador menos. Juan Ohaco ocupó la valla y la pasó bastante mal: con un tanto de Politano, dos de Chiappe y otro de Griffero, River redondeó una gran actuación y se llevó el ascenso con un 7-0 memorable. Pese a la frustrada final superclásica, el campeonato de Segunda Liga de 1908 había quedado en buenas manos.

River. El equipo que logró el ascenso en 1908. De izquierda a derecha, arriba: García, Luraschi y Priano; en el medio: Messina, Morroni y Chagneaud; abajo: Griffero, Abaca Gómez, Chiappe, Politano y Elías Fernández.

UN SIGLO MÁS TARDE

Ciento cuatro años después de aquella goleada, River estaba de nuevo en el segundo nivel del fútbol argentino —la Primera B Nacional— tras haber protagonizado un insólito descenso a mediados de 2011. Boca, por su parte, seguía en Primera División y había ganado invicto el Torneo Apertura de ese año. La dicotomía era increíble: los dos clubes más grandes del país estaban en diferentes categorías. Eso hacía imposible cualquier enfrentamiento directo entre ambos, a menos que fuera amistoso.

Sin embargo, ese año la AFA decidió relanzar un certamen oficial que había sido discontinuado en 1970, tras dos ediciones: la Copa Argentina. En ella participarían 186 equipos de todas las categorías y de todo el país, desde la Primera A hasta el Torneo Argentino B y la Primera D. A partir de los treintaidosavos de final comenzarían a participar los equipos de la A y la B Nacional. Entre ellos, Boca y River, por lo que se abría la chance de un cruce en una hipotética final.

La posibilidad fue creciendo a medida que los superrivales iban superando fases. Los millonarios eliminaron a Defensores de Belgrano, Sportivo Belgrano de San Francisco (Córdoba), Quilmes y San Lorenzo, y se metieron en semifinales. Boca dejó en el camino a Santamarina (Tandil), Central Córdoba (Rosario), Olimpo (Bahía Blanca) y Rosario Central, para alcanzar la misma instancia.

TRANSPIRAR EN JUNIO

El domingo 3 de junio de 2012, este libro era todavía un proyecto que pretendía relatar la única final superclásica de la historia, con récord de entradas vendidas para un partido entre clubes, en un país sometido por la dictadura. Pero para poder llevarlo a cabo, al menos uno de los dos equipos, Boca o River, no debía sortear con éxito las semifinales de la Copa. Los xeneizes jugarían desde las cuatro y media de la tarde ante Deportivo Merlo, de la B Nacional, en Catamarca; River, tres horas más tarde ante Racing, en Salta.

Boca y Deportivo Merlo arrancaron puntuales. La diferencia de categoría no se notó en la primera etapa, pero a los 57 minutos, Juan Román Riquelme clavó un preciso tiro libre en el ángulo superior derecho del arco de Capogrosso y puso el lógico 1-0. El reloj corrió sin novedades hasta el minuto 89, cuando Alejandro Friedrich recibió un balón en la puerta del área y estampó el 1-1 con un potente zurdazo, que entró pegado al palo derecho de Sebastián Sosa. La ilusión de Merlo duró el breve lapso que le llevó a Friedrich pasar de héroe a villano: en el cuarto penal de la definición, Sosa le desvió el remate arrojándose hacia ese mismo palo que lo había visto caer vencido poco antes. La serie se estiró hasta el último disparo: Matías Caruzzo tomó poca carrera, pero clavó un derechazo furibundo cerca del travesaño. Una gota de sudor me recorrió la frente. “La final”, aquella única final, empezaba a tambalear, pero aún le quedaba una vida...

River y Racing se iban a enfrentar, a todo o nada, en el Estadio Padre Ernesto Martearena, de Salta, por la segunda semifinal. La Academia, a priori, era favorita por dos razones: aunque todavía hoy parezca extraño, militaba en una categoría superior a la de su rival; y River, al igual que en toda la Copa Argentina, presentaría una alineación alternativa. La primera razón tenía bases endebles: pocos minutos antes, Deportivo Merlo, un equipo mediocre de la B Nacional, había estado muy cerca de eliminar a Boca, campeón vigente de la A. La segunda tenía, aparentemente, más peso futbolístico: para Racing no sería lo mismo enfrentar a la formación riverplatense titular que a la suplente.

La decisión de Matías Almeyda, director técnico millonario, generó algunas opiniones encontradas, pero el entrenador apeló a la lógica y mantuvo el esquema que venía utilizando: titulares en la B Nacional, suplentes en la Copa Argentina. Como dijo acertadamente Andrés Burgo, autor del libro Ser de River, “lo hizo durante todo el torneo. Es cierto que contra Racing era un partido más difícil que contra Sportivo Belgrano de San Francisco, pero es algo que suelen hacer todos los entrenadores, al menos los argentinos, cuando juegan doble competencia: suplentes en una y titulares en otra. En esa lógica estaba claro cuál era el objetivo central de River: el ascenso por sobre la Copa Argentina. La duda que tengo es por qué los directores técnicos no suelen jugarse con los mejores jugadores a los dos torneos, pero no es algo que sólo deba responder Almeyda”.

River no estaba en una situación crítica en el principal certamen de ascenso, pero su margen de error era muy escaso. Nueve días antes de la semifinal frente a Racing había igualado 0-0 con Rosario Central, en Arroyito, y había quedado en el segundo puesto junto a Instituto de Córdoba, ambos con 67 unidades. Los “canallas” eran los líderes, con 69, y el cuarto en discordia, Quilmes, reunía 63. El reglamento dictaminaba ascenso directo para los dos primeros y series de promoción para el tercero y el cuarto, con el riesgo latente de tener que enfrentar en una de ellas a San Lorenzo, que peleaba denodadamente en Primera A por no descender en forma directa. Almeyda, como bien comentaba Andrés Burgo, razonaba bien: no tenía sentido priorizar una copa local frente al torneo que podía cerrar la herida más profunda en la historia del club.

River, finalmente, ingresó en el campo con Leandro

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