Índice
EL SEXO FEMENINO
Introducción
Dedicatoria y citas
Un viaje en torno a la intimidad femenina
Declaración de intenciones
Entender a las mujeres
1. El sexo femenino
Emancipación de la mujer
La adolescencia - convertirse en mujer
El género femenino
Cuerpos de mujer
Cerebro y capacidades
2. La naturaleza y el físico femenino
Cuerpo y sexo (naturaleza y fisiología)
Anatomía femenina
Conocer el propio cuerpo
La creación del sexo
Hermafrodismo y transexualidad
Desnudismo
El color de la piel
Belleza
Expresión corpora
3. Relaciones íntimas y comportamiento sexual
Educación sexual
Intimidad personal
La masturbación
La unión de dos seres
Introito - coito - acoplamiento
Protección contra el embarazo
Erotismo
Exhibicionismo
Arte corporal - tatuajes - piercings
Pornografía
La sexualidad
Homosexualidad, lesbianismo y bisexualidad
Adulterio
Castidad
Frigidez
Ninfomanía
Prostitución
Impotencia
¿Amor... o solo placer?
Sexo oral
Sexo tántrico
Orgasmos
Bestialismo
4. Maternidad
Anatomía. El sistema reproductor femenino
El parto
El feto durante la gestación
Partos múltiples
Alimento maternal
Fecundación artificial - bebés probetas - madres de alquiler
La fecundación (los «bebés probeta»)
Tasas de natalidad
El aborto
El sexo del bebé
5. Tabúes, hábitos, culturas y religión
Hábitos de culturas
Tabúes y agresiones a la condición femenina
6. Higiene y estética
Hábitos de higiene
Aromas naturales - aromas de civilización
Moda de las formas del vello depilado
Depilación
Hirsutismo (exceso de vello)
Revisiones ginecológicas
Cirugía estética íntima
7. El portal... en la historia del arte
Del arte de la ocultación a una visión más real del sexo femenino
Fotografía, cine y literatura siguen la evolución artística
Bibliografía
EL SEXO FEMENINO
Introducción
Si alguna admiración siento en este mundo es hacia Lluís Llongueras, una persona, un amigo (quiero creer), que tiene la innegable virtud de sorprender y, en especial, sorprenderme. Cuando quienes le conocíamos y admirábamos por una faceta ya hemos superado esa etapa y leemos sus poemas, no hemos llegado a ningún final de trayecto. Se nos aparece el escultor, el pintor, el biógrafo —ni más ni menos— de Dalí... No sigo.
Si bien los poetas y las poetisas que cultivamos la poesía lírica sabemos que nos movemos en unas coordenadas tan sencillas como impresionantes (amor/muerte), ya se comprenderá la ambición de la empresa llonguerística. Si, por otra parte, repasamos —aunque sea mentalmente— la historia de los despropósitos machos (nos negamos al «masculino», o para el caso, «femenino», para lo que preferimos «hembra») al hablar de la mujer (hay otros mamíferos más cautos, como por ejemplo los perros), ya se comprenderá un cierto miedo inicial. Injustificado, ya lo avanzamos, en este caso.
Lluís Llongueras parte de la cualidad que debe poseer cualquier biógrafo: la admiración. Parte también de la cualidad de no poseer el defecto del que debe huir el biógrafo: la hagiografía, que en el caso de macho hablando de hembra se traduce por paterna-lismo o, más vulgarmente, por el ejercicio de perdonar la vida. Se nos dirá que no estamos hablando de ninguna biografía, sino de un estudio o una incursión muy seria en un tema, el portal de vida, que, indudablemente es el potencial aparato reproductor de cualquier hembra. A favor nuestro recordaremos que un escritor hábil como Peter Ackroyd ha conseguido la biografía de su ciudad. Ni más ni menos que de la ciudad de Londres. Espero quedar exonerada, por tanto.
La cualidad y la ausencia de defecto del presente autor se basa en su condición (inquieta) de «lector corriente». Es decir, sin prejuicios, tan propios de la crítica, según Samuel Johnson pasando por Virginia Woolf. Intuimos que de los miles de cabezas que han pasado por sus manos, la nuestra incluida, Llongueras ha escuchado. En cierta manera, ha aprendido y, después, ha querido reflejarlo en este El sexo femenino. Una vocación nada improvisada, por cierto. ¿Cuántos lectores machos pueden hoy hablar con soltura, por ejemplo, de la revista Vindicación feminista de los años setenta del siglo pasado? Llongueras sí puede, como comprobarán los lectores de esta obra.
MARTA PESSARRODONA
A María Batle, mi madre
Seamos honestos y no reneguemos del lugar del que todos hemos nacido.
La negación de que somos seres sexuales es lo que nos complica la vida.
Un viaje en torno a la intimidad femenina
Uniéndome a lo que en 1976 y a partir de su célebre informe afirmó Shere Hite: «Dedico este libro a vosotras. Como autoafirmación y colaboración.».
Declaración de intenciones
Pese a su dificultad y sabiendo que sería políticamente incorrecto, en lo más profundo de mí he sentido este ensayo como algo cada vez más necesario. Desde hace años. A través de una realidad incuestionable, observando y tratando muy de cerca la evolución de miles de mujeres con las que me he relacionado, he comprendido y admirado a la mujer durante más de medio siglo.
Me han preocupado sus inquietudes y he podido colaborar en su evolución sorprendente, admirándolas y empujándolas animosamente en su lucha hacia el objetivo de sentirse seres independientes. Las más exigentes, incluso libres.
No es mi pretensión comprender y describir a la mujer solo desde una perspectiva anatómica, unas formas estéticas diferenciadas, un sentimiento maternal o su distinta sexualidad, sino simplemente como un género humano que posee, además, una particular mentalidad y una especial sensibilidad que la distingue del hombre. De ahí un ensayo al que cabe abordar con un punto de descaro hermoso y a la vez divertido, como el que Kenneth Rexroth sentía hacia el sexo.
Este estudio sobre lo más íntimo de la mujer ha sobrevivido a todas mis dudas gracias a la fuerza de aquellas palabras de Virginia Woolf: «Que no os espante ningún tema.» Y ese espíritu es lo que ha mantenido mi determinación, día a día y durante casi tres años, de tratar cualquier opinión, comentario o análisis sobre unos temas tan demonizados por la sociedad —ya ni pienso en las religiones.
En suma, un ensayo desinhibido, escrito con gran respeto y ternura en torno o lo más íntimo del cuerpo femenino, así como a su especial idiosincrasia. Elaborado desde la visión racional de un hombre orgulloso de haber nacido de madre, amante de las mujeres —sobre todo de las liberalizadas— y con un modo especialmente sensible de ser, que siempre me ha acercado al espíritu de ellas.
Con independencia de cualquier opinión sobre esta obra, cabe recordar que Jesucristo, Mahoma, reyes y papas, aunque suele olvidarse, fueron, son y serán fruto de un «coito», embriones desarrollados en el vientre de una mujer y surgidos a la vida a través del portal de su sexo. ¿De qué hay que avergonzarse?
Es la misma realidad que recordaba Groucho Marx con ironía: «Hay algo que nunca olvidaré mientras pueda recordarlo, y es que las madres de algunos de nuestros mejores hombres eran mujeres.».
Son mayoría los países de espíritu y mentalidad machista en los que socialmente el rol básico y único que se concede a la mujer es el de la maternidad, cuando no el de simple compañera de juegos sexuales.
Muchas civilizaciones y sociedades humanas parecen ignorar a través de qué medios han evolucionado los seres vivos. Olvidan que la concepción —y no únicamente el placer— y la maternidad tienen la función más importante y valiosa para la estirpe humana, y con su aportación a través del «portal de vida» resultan una de las claves del universo. En todos los mamíferos.
Por tanto, con este enfoque, la humanidad y sus principales representantes tienen el deber moral de restituir el valor natural y real de este elemento vital de la mujer que, hasta hoy, se ha ocultado y olvidado expresamente —y no por un pudor hipócrita—, cuando no menospreciado o tratado con ánimo jocoso entre otras actitudes incultas, a fin de que se le devuelva socialmente el respeto que le es propio y se merece.
Espero que no haya sido en vano el esfuerzo de reunir aquí cuantos temas y perspectivas afectan a la realidad de este íntimo elemento humano imprescindible para nuestra especie —a fin de analizar con respeto su auténtico papel vital en nuestro mundo—. Del mismo modo, el imprescindible y complementario sexo masculino, mentalidad incluida, merecería un libro similar; en este sentido, me adhiero al espíritu de Maria Aurèlia Capmany cuando dijo: «Si es un hombre que habla sobre los problemas de la mujer, se le concede, como mínimo, una cierta perspectiva. Y si el hombre es un hombre actual, inteligente, con espíritu deportivo, y ha conseguido respecto a la mujer una actitud de respeto, puede ser considerada con la más absoluta confianza.».
Los intelectuales y la literatura han creado innumerables diferenciaciones entre ambos géneros. Un ejemplo de ello es el libro de Camilo José Cela que ensalza el miembro masculino en más de un centenar de páginas que recogen los miles de nombres con que puede citarse el sexo del varón. Desde pene, cipote y garrote hasta minga, polla, nabo y un largo etcétera. Interminables e imaginativas descripciones.
Sin embargo, no existe ningún libro de ensalzamiento similar para el género femenino, pese a que el encíclico premio Nobel, cuando se exaltaba por cualquier nimiedad, siempre tenía en la boca un sonoro «¡coño!».
Pienso también como Capmany cuando decía: «No pretendo aclarar aquello que la mujer es. En primer lugar porque no sé qué es la mujer.».
Las definiciones de la mujer me provocan cierta desconfianza. En primer lugar, porque son múltiples y contradictorias. En segundo lugar, porque raramente se define a la mujer si no es para intentar demostrar que su papel es secundario.
Carol Schaefer transcribe el pensamiento de una de las «trece abuelas indígenas» que aparecen en su libro: «Dado que ahora el control está en manos de las energías masculinas, la agresión, la codicia y el miedo dominan la humanidad. Las mujeres, los niños y la naturaleza están siendo explotados, y el resultado es la devastación, incluso de los asuntos que han estado durante miles de años en las manos seguras y amorosas de las mujeres.».
La intención de este ensayo es seguir el camino de la evolución de los últimos treinta y cinco años hacia la comprensión y aceptación de la naturalidad del sexo.
Como nos recordó Gregorio Morán en una de sus «sabatinas», al fallecer Franco y en el comienzo de la transición (1976) la revista Opinión, creada con amplios apoyos e intereses para hacer frente a la exitosa Cambio 16>, acabó en fracaso, y el «liberal» Antonio Alemany, su director, sencillamente aceptó que la causa no fue el haber comentado el libro que revolucionó todas las creencias globales sobre el sexo —El informe Hite&m