Milagros crueles | Cuentos sobre la muerte, la esperanza y lo sagrado (Mapas en un espejo 4)

Fragmento

Creditos

Título original: Maps in a Mirror

Traducción: Carlos Gardini

1.ª edición: junio, 2013

© 1992 by Orson Scott Card

© Ediciones B, S. A., 2013

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal: B. 15.111-2013

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-483-6

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Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

 

Mapas en un espejo IV

Introducción

Dioses mortales

Gracia salvadora

Ojo por ojo

El cuento de Santa Amy

Carne de rey

Sagrado

APOSTILLA

Dioses mortales

Gracia salvadora

Ojo por ojo

El cuento de Santa Amy

Carne de rey

Sagrado

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MAPAS EN UN ESPEJO IV

MILAGROS CRUELES

CUENTOS SOBRE LA MUERTE, LA ESPERANZA Y LO SAGRADO

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Introducción

Creo que la ficción especulativa —en particular la ciencia ficción— constituye el último baluarte americano de la literatura religiosa.

Este comentario puede resultar extraño, pues la ciencia ficción requiere que los dioses estén ausentes o explicados. En cuanto un personaje reza y obtiene una respuesta que no se explica mediante fenómenos naturales, el cuento deja de ser publicable como ciencia ficción. La danza de la muerte de Stephen King, por ejemplo, empieza como ciencia ficción —un virus fugitivo destruye a casi toda la humanidad— y los sueños místicos de algunos personajes serían aceptables para el género, ya que el inconsciente colectivo de Jung ha ganado un lugar controvertido como harina legítima para el costal de la ciencia ficción. Pero cuando al final el dedo de Dios baja del cielo y destruye el misil nuclear de Caminante, bien, se cruza una frontera y la novela se convierte en fantasía o literatura religiosa.

Sería fantasía si ese dios no formara parte de las creencias de los lectores en la vida real. Sería literatura religiosa si se diera por sentado que los lectores creen que esas intervenciones divinas ocurren en la realidad. Pero ninguna narración se sostiene como ciencia ficción si los dioses son tanto sobrenaturales como reales en el mundo del relato.

¿Por qué digo entonces que la ciencia ficción es el último baluarte de la literatura religiosa americana?

Hay que comprender que lo que en la actualidad pasa por literatura religiosa en Estados Unidos es literatura proselitista. Las categorías Religioso, New Age y Ocultismo contienen elementos muy similares: ¿no es maravilloso que nosotros comprendamos la verdad y vivamos acorde con ella, y no es una pena que esos pobres diablos se queden al margen? Sus ficciones (cuando escriben ficciones) son autocomplacientes. No exploran, sino que afirman. Brindan a los lectores un estímulo emocional relacionado con la pertenencia a una fe determinada.

Creo que la verdadera literatura religiosa opera de otro modo. Explora la naturaleza del universo y descubre un propósito oculto. Al hallar ese propósito encontramos a Dios, porque en todas las religiones de todos los tiempos, al margen de la descripción externa de Dios o los dioses, la deidad cumple la misma función: Él (o ella, o ellos) es el planificador, el diseñador. Y los seres humanos seguimos ese plan, con o sin nuestro conocimiento o consentimiento (ello depende de nuestra teología).

Creo que la literatura existencialista pertenece a esta categoría, pues aunque los personajes, al cabo de una prolongada búsqueda, descubren que no hay Dios y por tanto no hay propósito, la historia trata sobre la necesidad y búsqueda del propósito, y el climax es el descubrimiento de su ausencia. Las historias sobre la inexistencia de Dios hablan de Dios, y por tanto forman parte de la literatura religiosa.

La necesidad de descubrir un propósito en nuestra vida es una apetencia humana universal. Incluso las personas más despreciables y malvadas procuran encontrar sentido a su auto gratificación; y las personas más loables eluden las alabanzas atribuyendo sus obras a los propósitos de un ser superior.

Sin embargo, en las historias «verdaderas» que hoy se cuentan para explicar la conducta humana hay una tendencia a soslayar el análisis del propósito, del motivo. Solemos aceptar que una causación mecánica —sin propósito— explica las cosas que hace la gente. Juan Siniestro es un criminal porque sus padres le pegaban o por un desequilibrio químico cerebral o por un trastorno genético que eliminó la función que denominamos conciencia moral. Juanita Diestra, en cambio, actúa con altruismo porque compensa una sensación de desajuste o padece un trastorno cerebral que estimula en exceso su responsabilidad.

Estas explicaciones de la conducta humana pueden ser acertadas; la cuestión me interesa, pero para las sociedades humanas en realidad es irrelevante que sean acertadas o no. Una comunidad que usa la causación mecánica para explicar la conducta humana no puede sobrevivir, porque sus miembros no son responsables de su conducta. Sin importar cómo expliquemos el origen de una conducta humana, una comunidad debe continuar juzgando al infractor sobre la base de sus intenciones, en la medida en que esas intenciones se puedan comprender (o conjeturar, o suponer). Por eso los padres inevitablemente formulan a los hijos la pregunta sin respuesta: ¿Por qué lo hiciste? Aunque esa pregunta sea terrible, al menos sitúa la responsabilidad en la cabeza del niño y le obliga a formularse la pregunta que la sociedad le exige responder: ¿Por qué hago las cosas que hago? ¿Y cómo, al modificar mis motivos, puedo modificar mi conducta? Pues nada es más desorientador o enervante para un niño que esos padres que no preguntan por qué, sino que dicen «Sólo estás pasando por una etapa», «No puedes evitarlo» o «Entiendo que seas así». Si el niño cree estas historias, no tiene esperanzas de controlarse y por tanto de ser un ciudadano adulto y responsable en su comunidad. Debemos creer en motivos para la conducta humana, pues de lo contrario la vida comunitaria se desmorona.

Una vez que nos embarcamos en ese rumbo —juzgar por los motivos en vez de explicar la conducta sólo por una causación mecánica— la pregunta religiosa fundamental acerca del sentido o propósito de la vida es inevitable. En todo caso, podemos evitar la pregunta de si existe un diseñador último cuyo plan todos cumplimos, y la mayor parte de la narrativa americana la evita, incluidos casi todos los relatos publicados dentro de la categoría etiquetada como Literatura Religiosa. En cambio, se supone un propósito o su ausencia.

No ocurre lo mismo en la ciencia ficción. Sólo allí la búsqueda del diseñador sigue con vida y el interrogante es explorado en honduras que resultarían imposibles en cualquier otro género, incluida la fantasía. Pues aunque la fantasía está singularmente dotada para abordar universales humanos (lo mítico), la ciencia ficción está singularmente dotada para afrontar universales suprahumanos (lo metafísico). La fantasía no puede tratar seriamente sobre los dioses, pues los dioses son motivos comunes, como las espadas mágicas y los unicornios. No se espera que los lectores crean en ellos. (Pocas cosas son más irritantes para un autor que encontrarse con un lector que cree a pies juntillas en esos mundos de fantasía. Los zahones y séptimos hijos que me escribieron o me telefonearon para hablarme de mi serie de Alvin Maker me indujeron a excluir mi domicilio de la guía telefónica. No quería que esa gente supiera dónde vivía.) Pero como la ciencia ficción excluye a los dioses sobrenaturales como personajes de sus cuentos, puede explorar honda y plenamente el propósito de la vida sin dejarse distraer por las teologías existentes.

Uno de los mejores ejemplos es la obra de Isaac Asimov. El buen doctor ha aclarado a través de los años que no cree en un dios trascendente, y su obra lo atestigua. Pero casi todas sus novelas son profundamente religiosas en el sentido de que invariablemente afirman la necesidad y la existencia de un diseñador. La trilogía original de Fundación trata sobre el plan de Hari Seldon y su propósito para la humanidad, y cómo funciona a pesar de la intención consciente de los líderes de Términus. Y cuando un intruso imprevisto, el mutante Mula, parece desbaratar el plan, encontramos que una Segunda Fundación continúa cumpliendo el papel de Seldon, con planificadores que guían el destino de la humanidad y además comprenden que no pueden llevar a cabo su cometido si la humanidad conoce su presencia. Su planificación científica no funciona a menos que los demás ignoren que funciona. Por tanto tienen que fingir su propia destrucción. El dios no trascendente de las ficciones de Asimov debe permanecer invisible e inefable, debe permanecer trascendente.

Desde luego, hay otros ejemplos. Las novelas de Gene Wolfe son explícitamente religiosas, más que El señor de los anillos de Tolkien, que es una obra profundamente religiosa (católica). Dune y sus continuaciones, de Frank Herbert, son aún más obvias. Tourists y A Mask for the General de Lisa Goldstein revelan al final la activa intervención de un planificador que manipula las cosas según ciertos planes a pesar de la debilidad de los personajes principales, aunque en su cosmología, al contrario que en Stephen King, los actos voluntarios de los seres humanos desempeñan un papel vital en su salvación, una visión muy poco calvinista de la relación entre el hombre y el planificador universal.

Existen muchos más, aunque no es menos cierto que muchas novelas de ciencia ficción, quizá la mayoría, no tratan sobre el plan de la vida y su planificador. Y el tema no es inaudito en obras ajenas a la ciencia ficción. Sólo deseo enfatizar que en ciencia ficción la relación entre el hombre y Dios se puede abordar explícitamente, en profundidad y con suma originalidad, sin una conexión necesaria con ningún sistema religioso que haya existido sobre la Tierra. A decir verdad, cuando la ciencia ficción alude a las religiones contemporáneas reales, es casi siempre hostil. Pero aborda las ideas religiosas de un modo rara vez visto en la narrativa americana seria al margen de este género.

Hasta ahora me he referido a la obra de otros escritores; mi obra también es religiosa en este sentido, así como en otro que pronto explicaré. Pero no fue una elección consciente por mi parte. En realidad, como mis obras teatrales estaban explícitamente vinculadas con la religión —el cristianismo en general y el mormonismo en particular—, cuando me puse a escribir ciencia ficción y fantasía me propuse excluir toda preocupación religiosa de mis trabajos. Nadie sería miembro de la Iglesia mormona; no habría cuentos sobre profetas, salvadores, sacerdotes ni creyentes. Escribiría ciencia ficción pura y sin mezcla.

Esto no era por hostilidad hacia la religión. He sido mormón creyente y practicante durante mi carrera de escritor, sin flaquear en ese aspecto. Más aún, me fastidian los críticos que suponen que tal o cual párrafo refleja mis «luchas con la duda», como si el único tema religioso digno de tratarse fuera el de creer en determinada religión. De hecho, ésta es la cuestión religiosa más elemental —¿pueril?—, y la menos interesante para quienes practican una fe. Los que están obsesionados por su incredulidad parecen suponer que escribir sobre religión significa escribir sobre la duda. Pues no han comprendido. Escribir sobre religión significa escribir sobre la verdad y la fe, dos temas que no se pueden abordar lúcidamente en presencia de la duda. Se pueden abordar desde la incredulidad, pero la duda enturbia las aguas. No podemos presentar claramente una idea si nos pasamos el tiempo discutiendo sobre su verdad. El tema de la verdad se posterga mientras se descubre cuál es la idea; sólo entonces, habiendo comprendido, surge el tema de la duda frente a la creencia. Y, con franqueza, prefiero que surja cuando el cuento ha concluido.

Éste es uno de los factores que más han perjudicado la narrativa mormona: la preocupación obsesiva de muchos escritores por la captación y la huida de prosélitos. Es lo que llamo «narrativa de la puerta giratoria», y me tiene harto. Sugiero que esos escritores no son adultos en materia de religión, que aún no están comprometidos con un camino. No desprecio su lucha personal, pero preferiría que escribieran sobre otra cosa. Porque lo interesante de la gente religiosa es lo que ocurre una vez que se compromete, y esto es precisamente lo que no pueden describir las personas que nunca han asumido un compromiso.

Mi impaciencia con esta errónea concepción de la narrativa (y el teatro) entre los mormones fue una de las razones por la cual eludí los temas y personajes religiosos en mis historias de ciencia ficción. Para mi sorpresa, descubrí que mi obra se volvía más religiosa cuando dejaba de tratar esos temas conscientemente. Iba a una convención y alguien me preguntaba: «¿Es usted mormón?» «Sí», respondía yo. «Oh, lo supe en cuanto iba por la mitad de Un planeta llamado Traición [o Maestro Cantor o Hot Sleep].» Aterrado, preguntaba por qué mi obra era tan evidentemente mormona. Cuando me lo explicaban me resultaba obvio, aunque antes no lo había notado. Al parecer escribía narrativa religiosa, quisiera o no.

Pero esos elementos religiosos inconscientes eran exactamente el tipo de literatura religiosa a que me refería antes: exploraciones de la relación entre los seres humanos y el planificador o los planificadores de la vida. Poco a poco quise escribir otro tipo de literatura religiosa. No sólo deseaba escribir sobre ideas religiosas, sino también sobre gente religiosa. Pero quería hacerlo sin escribir «literatura proselitista», el tipo de material que se publica en la categoría de Ficción Religiosa.

Es muy rara la sociedad humana que no posee un poderoso ritual religioso que la amalgame. El pluralismo que conocemos en Estados Unidos es poco frecuente, y considero justo decir que incluso en nuestro país existe como resultado de un esfuerzo consciente que no siempre es bien acogido por el pueblo americano. La gran popularidad de la Navidad y el hondo resentimiento que muchos americanos —quizá la mayoría— sienten ante los escrúpulos aparentemente absurdos de los tribunales que se oponen a la promoción oficial de los rituales navideños cristianos demuestran que el pluralismo no resulta fácil ni natural ni siquiera para un pueblo que le ha consagrado dos siglos de historia.

Pero gran parte de la literatura de ciencia ficción sugiere que la religión no desempeña un papel importante en la vida de la gente. La mayoría de los personajes son indiferentes a la religión, los ritos y la fe, excepto cuando se usan los ritos religiosos o la fe para mostrar lo trasnochado, depravado o primitivo que es un grupo o individuo. Esto coincide con la narrativa literaria americana contemporánea, así que no surge sólo de una actitud pro científica por parte de los escritores. Sin embargo, es tan contrario a la realidad, y delata una ignorancia tan profunda por parte de los escritores, que debería revelar un dato bastante incómodo: los escritores americanos no suelen estar a tono con su país. O, por decirlo de otro modo, existe un profundo divorcio, consciente o no, entre los americanos religiosos y

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