1.ª edición: septiembre, 2016
© 2016 by Marian Arpa
© Ediciones B, S. A., 2016
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
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ISBN DIGITAL: 978-84-9069-533-3
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A mis hijos, Ricard y Nuria
Sois mi vida y mi apoyo
Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Nota de autora
Agradecimientos
Capítulo 1
Las tres amigas tomaban café en el salón del piso que compartían, estaban muy excitadas debido a que habían terminado sus estudios universitarios; a partir de ese momento, sus vidas iban a cambiar mucho, y lo sabían. Las tres tenían proyectos para un futuro muy próximo.
—¿Os dais cuenta de que muy pronto no podremos disfrutar de estas veladas? —Ana y Claudia la miraron extrañadas por el comentario—. No me miréis de esta manera, las dos sabéis que tengo razón. —Valery Oliveros era quien había dicho lo que pensaba, había terminado la carrera de abogada y muy pronto se iba a incorporar a trabajar en el bufete de su padre.
—¿Cómo que no? —Ana Cubero no estaba de acuerdo con su amiga—. Ya sabemos que a partir de ahora no será lo mismo, pero debemos proponernos encontrarnos al menos un día a la semana para salir de juerga las tres. —Mientras hablaba, sus rizos rubios parecían bailar en torno a su rostro, toda ella era menuda, pero irradiaba mucha energía.
—Esto está muy bien, pero debes pensar que cuando te pongas a trabajar en tu estudio fotográfico, no siempre estarás libre cuando tú lo desees.
—Eso dilo por ti, ya sabemos que en cuando empieces en el bufete, te vamos a ver poco el pelo. Te irás a vivir a un apartamento del centro y ya no te acordarás de nosotras.
Claudia escuchaba a sus compañeras de piso, ya habían empezado con una de sus tontas discusiones; se levantó y se fue a preparar más café.
—No digas sandeces, claro que echaré de menos nuestras tertulias. —Las dos amigas seguían con su discusión cuando Claudia volvió a aparecer.
—¿Y tú qué crees? —Ana esperaba que le diera la razón, pero ella no había estado escuchando.
—¿Qué creo de qué? —Mientras sus amigas discutían, ella volvió a llenar las tazas—. Si habláis las dos a la vez, no me entero de nada.
—Parece que vuelvas de la luna —exclamó Ana—. Estábamos diciendo que ya que no podremos vernos como hasta ahora, deberíamos hacer algo grande, algo para recordar toda la vida.
Claudia Roca había terminado la carrera de periodismo, tenía un empleo esperándola en una revista sobre el medio ambiente, y sabía muy bien que en cuanto se pusiera a trabajar, el trabajo la absorbería, era muy apasionada con lo que hacía, todos los profesores se lo habían dicho.
—Me parece muy bien. ¿Qué queréis hacer… una fiesta?
—No… —Los ojos verdes de Ana estaban iluminados por la excitación—. Valery ha pensado que podíamos hacer un viaje.
Claudia abrió la boca asombrada, nunca se le hubiese ocurrido.
—Podríamos ir de safari. —Valery buscó en su bolso y sacó varios folletos—. He estado informándome, puede ser alucinante.
Ana y Claudia ojearon los catálogos que les tendió su amiga, poco a poco, se fueron entusiasmando. Valery les contaba lo que le habían dicho en la agencia de viajes. Sí. Era una gran idea.
Desde que empezaron a preparar el viaje, el entusiasmo se fue acentuando. Lo que primero había parecido una locura, ahora era una alucinante aventura que las tres amigas estaban deseando vivir. Tenían los pasajes, se habían vacunado y solo quedaba terminar de preparar las maletas, el día siguiente, sería el principio de una gran aventura.
El viaje en avión hasta Nairobi fue tranquilo, largo pero tranquilo. Al llegar allí, en el aeropuerto, encontraron a un hombre que llevaba un cartel con sus nombres. Se presentaron; él era uno de los guías, los otros los esperaban en la calle. Las tres se sentían a rebosar de energía y estaban muy excitadas.
Al oír el alboroto, Víctor levantó la vista de los mapas que estaba estudiando, sabía la ruta de los safaris que organizaba con los ojos cerrados, pero muchas veces las tormentas estropeaban los caminos y le gustaba estar al tanto de ello, por eso siempre consultaba en internet el estado de las pistas forestales por las que pasarían.
Se quedó mirando a aquellas tres mujeres que llegaban formando aquel barullo, dos de ellas iban vestidas con camisetas ceñidas y pantalones muy cortos. Se notaba a la legua que buscaban algo más que un safari; la tercera llevaba las ropas más holgadas, más acordes para recorrer aquellas tierras.
Una sonrisa casi imperceptible se dibujó en sus labios, «va a ser una ruta muy entretenida», pensó con malicia. Desde que una mujer había jugado con él, no se fiaba de ninguna; todas eran unas falsas e interesadas. A raíz de ese episodio en su vida se había vuelto un mujeriego, se lo pasaba bien con cualquiera, pero sin compromiso de ninguna clase. En la mayoría de los safaris encontraba a alguna que le hacía el trabajo más placentero, y cuando el itinerario terminaba… vuelta empezar.
Alex Cortázar era su socio, estaba casado y muy enamorado de su mujer; siempre le decía que no todas eran iguales, que algún día se encontraría con su media naranja y perdería el norte. Víctor se reía de su socio y amigo cuando le decía eso; reconocía que se había vuelto muy cínico en lo concerniente a las mujeres. Vincent era su empleado, y cuando los oía hablar del tema, no se ponía por medio, pues él también disfrutaba de los devaneos de las mujeres que viajaban con ellos.
Cuando las chicas salieron del aeropuerto, se encontraron con el resto de los que componían la expedición. Había una pareja de unos cincuenta años que se presentaron como Julián y Margaret, eran muy agradables, les contaron que hacían aquel viaje para celebrar sus bodas de plata. Y otra que estaba de luna de miel, dijeron llamarse Patrick y Dora, parecían estar muy enamorados, no dejaban de darse muestras de cariño. Ellas les contaron que hacían aquel viaje para celebrar sus cambios de vida, pues habían terminado sus carreras universitarias.
—Yo soy Víctor Laguna —empezó diciendo un hombre que hasta el momento había estado al lado de uno de los jeeps mirando un mapa—. Soy el cabeza de la expedición, no duden en hacérmelo saber si tienen algún problema. Estos son Alex y Vincent. —Alex había sido quien las había recibido en el aeropuerto—. Ellos también son guías y podrán asesorarles sobre cualquier pregunta que deseen hacerles.
—Ahora, si ya está todo cargado, debemos marcharnos, ya llevamos bastante retraso.
«Por el tono de voz que empleó, parecía molesto por alguna cosa», pensó Claudia que se había quedado mirando a Víctor embobada. Aquel hombre parecía hosco, pero veía en él un… no sabía el qué muy sensual. Quizá la fuerza que irradiaba, o la autoridad que parecía tener, o su cuerpo musculoso y firme que podía entreverse bajo las ropas que llevaba puestas. Se quedó sorprendida ante su propia reacción, pues nunca antes le había ocurrido nada parecido. Se repitió que todos los hombres eran iguales, y ese en particular debía de ser peor, pues, debido a su trabajo, conocía a las mujeres, estaba con ellas un tiempo limitado y luego adiós, si te he visto no me acuerdo.
El tono que había empleado al dirigirse a ellas le molestó, más viniendo de un hombre como él.
—Oiga. —Lo señaló con el dedo—. Estábamos recogiendo nuestras maletas, no empolvándonos la nariz. —Lo dijo con suficiente energía para que él se diera cuenta de que no las había recibido como correspondía, al fin y al cabo, ellas eran quienes le pagaban el salario.
Víctor se quedó sorprendido ante las palabras de Claudia, nunca antes ninguno de sus clientes lo había criticado de aquella manera, por lo menos, no el primer día y ante todos los demás.
Los dos se miraron durante unos segundos, sintieron como si una corriente eléctrica se hubiese conectado entre ellos. Ella pensó que él parecía estar escudriñando su alma porque no dejaba de mirarla.
—Si la señorita ha terminado de criticarme, podemos ponernos en marcha —exclamó, mirándola con sus penetrantes ojos grises.
El resto del grupo los observaba a los dos con la boca abierta, parecía que iban a saltar chispas de un momento a otro.
Ana y Valery ya habían escogido guía, Alex era un hombre muy guapo, moreno, con los ojos color miel brillantes y una sonrisa pícara que le daba un aire divertido. Se lo estaba pasando de fábula viendo como aquella mujer replicaba a su socio. Cargaron su equipaje al jeep donde se dirigía Alex y se subieron a este; Claudia las siguió. Los demás se acomodaron en los otros dos coches y empezaron el recorrido a través de la ciudad hasta salir de ella.
Capítulo 2
Los paisajes eran esplendidos, estaban maravilladas ante el milagro de la naturaleza. Alex les iba contando por dónde pasaban, anécdotas de aquellos lugares; charlaron, rieron y cuando quisieron darse cuenta, Alex detuvo el jeep y les anunció que pasarían la noche allí. Tenían que montar las tiendas de campaña, ellas nunca habían hecho una cosa así y les costó un buen rato. En cada tienda cabían dos personas, a Claudia no le importó dormir sola, Ana y Valery bromeaban que si alguna de las dos ligaba, la otra se iría a dormir con ella. «¡Alex lo tenía claro!», pensó Claudia, sus amigas se lanzarían sobre él a la mínima oportunidad.
Mientras Alex terminaba de ayudar a montar las tiendas, Vincent hacía una fogata en medio del campamento. Víctor había desaparecido tan pronto como se detuvieron allí. Poco a poco, todos los integrantes de la expedición fueron reuniéndose alrededor del fuego, cenaron entre historias que les contaba Alex y chistes de Vincent. Todos se lo estaban pasando bien, el ambiente se iba haciendo más familiar. Julián y Margaret pronto se soltaron en contar anécdotas de su vida en común, Ana tampoco se quedó atrás a la hora de hacerlos reír a todos con sus ocurrencias. De las tres era la más locuaz, siempre estaba de buen humor y lo contagiaba a todo el que estuviera a su alrededor.
Alex era muy hablador y empezó a contarles que cuando comenzó a hacer de guía, en una de las expediciones, estaban tomando café cuando apareció un león…
De repente, se oyó un ruido justo detrás de donde estaba sentada Claudia, esta dio un salto, aterrada y pálida como el papel, abrió la boca para gritar cuando vio que el follaje se movía. Todos pensaron que allí había algún animal, cuando, apareció Víctor. Todos los presentes, que habían estado conteniendo el aliento, soltaron un suspiro.
—¿No te da vergüenza? —regañó Víctor a su compañero con una sonrisa bailándole en la mirada—. Si los asustas así, pronto te quedarás sin trabajo.
Alex reía a carcajadas.
—Lo siento, pero es que no puedo evitarlo. —No pudo continuar porque la risa se le escapaba.
—¿Tu ya sabías que Víctor venía por ahí, verdad? —le preguntó Patrick.
Alex asintió con la cabeza, pues no podía parar de reír.
Vincent y los demás se unieron a él en sus risas, todos menos Claudia. Se había llevado un susto de muerte. En aquel momento hubiese podido pegarle a aquel hombre, sentía que el corazón le galopaba en su pecho. Cuando volvió a recuperar el ritmo normal de palpitaciones, se prometió que no volvería a dejarse asustar de aquella manera, que había sido una ingenua por dejarse llevar por las historias de Alex. Recordaba que cuando era jovencita e iba de campamento, se contaban historias terroríficas a medianoche y se lo pasaban de maravilla, por lo visto, las cosas no habían cambiado.
Víctor se dio cuenta de que Claudia se había quedado muy pálida, se había asustado de verdad. Pensó que era una chica remilgada y tonta por creer en lo que les estaba contando frívolamente su amigo. Se acercó a ella.
—¿Estás bien? —le preguntó con un tono que dejaba translucir lo que pensaba.
—Sí, gracias —le contestó tiesa como una tabla al notar su tono condescendiente.
El jolgorio duró un rato más, luego, poco a poco, todos se fueron a acostar.
Cuando Claudia estuvo acomodada en su saco de dormir, pensó en la broma de Alex; realmente había sido una tonta por asustarse de aquella manera, y luego recordó el falso interés del jefe de expedición.
Era muy atractivo, el pelo oscuro le llagaba hasta los hombros, lo tenía un poco ondulado, lo que hacía que lo llevara revuelto; sus ojos eran de un color gris brillante, su mentón y su nariz recta le daban un aire duro, sus labios carnosos suavizaban su aura salvaje. Pero su carácter autoritario, que había podido percibir en el aeropuerto, no le gustaba nada, y ahora se sumaba a ello el aire de superioridad.
A la mañana siguiente, se volvieron a reunir todos alrededor de la fogata a tomar café; Alex aprovechó para pedirle disculpas a Claudia.
—No te preocupes, creo que estaba demasiado cansada, ya puedes dar gracias por ello. Si no hubiese sido así, te habría lanzado cualquier cosa por la cabeza. —Una sonrisa se le dibujaba en los labios y sus ojos parecían burlarse de él.
El guía sonrió.
—Lo tendré en cuenta.
Cuando hubieron desayunado y empaquetado todo el equipaje y las tiendas, reemprendieron la marcha. Se paraban de vez en cuando para hacer fotos y admirar el paisaje. En la primera parada, Víctor les aconsejó que no se alejaran demasiado los unos de los otros, que en aquellas tierras era fácil perderse, además de poderse encontrar con animales salvajes.
Claudia llevaba la cámara de fotos colgada al cuello y no paraba de hacer instantáneas, algunas desde el mismo jeep. Al ser un automóvil descubierto, se ponía en pie para ello; estuvo un par de veces a punto de perder el equilibrio. Alex le advertía que tuviera cuidado.
Ana y Valery se lo pasaban de lo lindo con él, era tan locuaz que las hacía reír continuamente. Claudia, en cambio, estaba más atenta a los paisajes que a las historias de Alex.
Hacia mediodía pararon para comer y descansar. El lugar era encantador, pasaba un rio de aguas cristalinas por al lado. Mientras Vincent preparaba la fogata, el grupo iba ayudando en lo que podía. Cuando todo estuvo preparado, comieron. Había muy buen ambiente, todos admiraban las maravillas de la naturaleza, parecía que estuvieran en otro planeta. Acostumbrados todos como estaban a las grandes ciudades.
Cuando terminaron de comer, Víctor les comunicó que aún estarían un rato allí, que podían hacer la siesta si deseaban. Todos se quedaron alrededor de la fogata, estaban demasiado entusiasmados, no paraban de hacer preguntas acerca de aquel desconocido país.
Claudia fue al jeep donde había dejado su mochila y sacó un bloc de notas, se sentó en una roca al lado del rio y se puso a escribir. Al cabo de un rato, se le acercó Víctor.
—¿Te aburría la charla?
Claudia levantó la cabeza y lo miró. «¡Qué atractivo es!», pensó. Tan alto, fuerte; a través de la tela de su camisa se adivinaban unos brazos musculosos y un pecho ancho y firme, tenía las piernas larguísimas. En el poco tiempo que llevaban de expedición, ella no lo había visto sonreír, en aquel momento lo hizo. Claudia se sorprendió de lo que podía llegar a cambiar una cara con una simple sonrisa, se le formaba un hoyuelo en la barbilla que lo hacía aún más atractivo
Víctor se dio cuenta de que estaba siendo evaluado por Claudia, eso fue lo que le hizo gracia. Fue hacia una piedra y se sentó.
Ella se quedó hechizada con aquella sonrisa. «Debo de parecer tonta», pensó, pues se le había olvidado la pregunta. No sabía el tiempo que llevaba mirándolo. Su rostro se tiñó de rojo.
—Perdona, ¿qué decías?
—Te he preguntado que si te aburría la charla.
Claudia aún sentía su cara acalorada.
—No, no, de ninguna manera, pero estoy tomando apuntes para hacer un buen reportaje cuando volvamos.
Víctor no entendió.
—¿Eres reportera? Tenía entendido que habías terminado la carrera, que aún no trabajabas.
—Es cierto, aún no trabajo, pero ya tengo un empleo que me está esperando. He estudiado periodismo y cuando vuelva, me incorporaré a una revista de medio ambiente y naturaleza.
Víctor la escuchaba atentamente al mismo tiempo que notaba en su voz cierta excitación al hablar de su trabajo.
—¿Te gusta la naturaleza? —Más que una pregunta era una afirmación.
—Gustar no es la palabra exacta, me fascina. Y espero poder colaborar con mis reportajes a que las personas se conciencien que si no la respetamos, nuestros hijos heredarán un planeta maltratado, un planeta… —Se detuvo buscando las palabras, después de unos segundos—: Bueno, qué voy a decirte a ti, aquí es todo tan natural, tan virgen…
Víctor la miró sorprendido, le estaba hablando como si él no supiera lo que pasaba en el resto del mundo.
—No siempre he vivido aquí, ¿sabes?
Claudia se dio cuenta de que su comentario no le sentó bien.
—Perdona, no era mi intención ofenderte, pero parece que…
Su piel morena por el sol, su manera de desenvolverse en aquellos terrenos la habían llevado a pensar que vivía allí desde chico, pero él lo desmintió:
—Solo hace cinco años que vivo aquí —la interrumpió.
—¿Y antes?
Víctor la miraba sin responderle; el silencio se hizo tenso. Al final, se levantó y le dijo:
—Debemos irnos. —Se dio la vuelta y se alejó de ella.
Claudia tuvo la impresión de que algo había molestado a ese hombre, pero ¿qué? Se quedó allí pensando en qué podía ser.
Capítulo 3
Cuando se reunió con sus compañeros, oyó que Víctor le decía algo a Alex sobre mantenerla quieta. Por el tono de voz que empleaba, parecía que estaba molesto. Volvió a preguntarse la causa, cuando pocos minutos antes habían estado hablando tranquilamente de sus planes futuros. Pensó que era un hombre verdaderamente raro.
El resto de la tarde la pasaron recorriendo unos frondosos bosques, de vez en cuando paraban para estirar las piernas y poder admirar más detenidamente los lugares. En una de estas paradas, todos se dispersaron. Cuando al cabo de un rato se reunieron en los jeeps, se dieron cuenta de que Patrick y Dora no estaban, estuvieron unos minutos más esperando a que volvieran, pero seguían sin aparecer.
Víctor se puso de un humor de mil demonios, ¿es que no se daba cuenta esa gente de que estaban en un lugar peligroso?
—Ya les dije que no se separaran demasiado del grupo.
—Estarán en algún lugar tranquilo, recuerda que están de luna de miel —apuntó Alex alegremente, lo que le valió una mirada reprobadora de su amigo.
Vincent empezó a llamarlos, no obtenía respuesta. Les dijo a todos que se quedaran junto a los coches, que ellos los buscarían. Los tres desaparecieron cada uno por un lado distinto. Al cabo de unos minutos, se oyó un grito, era de mujer. El grupo reunido en los coches se alarmó, la voz no había sonado demasiado lejos.
—Deberíamos hacer algo. —Julián miraba a los otros.
—Sí. —Claudia estuvo a su lado en un segundo—. Ese grito debe ser de Dora y provenía de por aquí. —Señaló hacia un lado.
—Pero… —replicó Ana—. Nos dijeron que no nos moviéramos de aquí.
Valery estaba pálida y temblaba como una hoja.
Claudia las miró y les dijo:
—Yo voy a buscarla.
—Yo te acompaño —afirmó Julián—. Quédate aquí, Margaret.
Los dos se alejaron por donde se había oído el grito y, a los pocos minutos, hallaron a Dora arrodillada al lado de Patrick, estaba pálida como el papel, él estaba sin sentido.
—¿Qué ha pasado? —exclamó Claudia.
Cuando Dora los vio, empezó a llorar histérica, hablaba atropelladamente y no podían entender lo que decía. Julián estaba examinando a Patrick, tenía un gran corte en un brazo.
—Tenemos que llevarlo hasta los jeeps, allí están los botiquines —decía Julián mientras Claudia trataba de tranquilizar a la mujer.
—Dora, ahora vamos a llevaros a los jeeps, allí podremos curar a Patrick, no estamos muy lejos… ¿Puedes andar sin ayuda? Julián no podrá él solo con tu marido. —La mujer asintió con la cabeza.
Al llegar a los coches, los guías aún no habían llegado.
—Ana, llama a Alex y a los demás. Margaret, busca en el equipaje, tiene que haber un equipo de primeros auxilios. —Claudia se puso al frente al ver las caras acongojadas de todos—. Valery, por el amor de Dios, deja de temblar y cuida de Dora.
En décimas de segundo todos estaban en movimiento.
Claudia tenía un carácter decidido, cuando tenía un problema, lo encaraba, hacía lo que hiciera falta, más tarde ya se dejaría vencer por el miedo o por el llanto que muchas veces eran sus vías de escape, aunque intentaba que eso pasara cuando estaba sola, no le gustaba mostrar su vulnerabilidad en público.
A los pocos minutos aparecieron los guías.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Víctor al ver a Patrick inconsciente.
—No lo sé —le contestó Claudia que estaba limpiando la herida de Patrick—. Ana, en mi mochila hay toallas, tráeme una por favor. Víctor, este brazo necesita puntos. —Él observaba como ella atendía al herido—. Supongo que tendréis alguna manera rápida de llevarlo a una clínica o algo así. —Decía mientras trataba de taponarle la herida con la toalla para que no perdiera tanta sangre.
—Hasta ahora te las estás arreglando muy bien, tú misma puedes curarlo —comentó él mientras se arrodillaba al lado de Patrick. Había observado como ella era la única que no había perdido el control, todos los demás estaban como aturdidos.
—¿Qué… quieres decir que no…? —No terminó de hacer la pregunta, estaba negando con la cabeza, lo miraba como si hubiese enloquecido—. Yo no puedo… —empezó a decir Claudia presa del pánico. Víctor se dio cuenta de su mirada de terror.
—Yo lo haré, pero necesitaré ayuda, Alex y Vincent no me sirven, son incapaces de ayudarme en momentos como este, y, por lo que veo, todos los demás están demasiado alterados para poder echarme una mano.
Claudia asentía con la cabeza, la idea no le gustaba, estaba empezando a sentir náuseas, pero él tenía razón, el nerviosismo era general. Siguió al pie de la letra todas las instrucciones que le daba el guía y al cabo de media hora habían terminado. Dora estaba más tranquila, y Patrick había recobrado el sentido.
Mientras Claudia le vendaba la herida, Víctor le preguntó qué les había pasado, y Patrick le contó que habían visto un rinoceronte mutilado, se habían acercado para echar un vistazo sin advertir que había otro pequeño en las inmediaciones; el muerto debía ser su madre. Mientras estaban mirando al rinoceronte adulto el otro los atacó. Patrick, por defender a su mujer, se había puesto delante de ella y había recibido la envestida del animal.
Víctor soltó una maldición.
—¡Malditos furtivos! —Le dio una píldora a Patrick—. Esto te calmará el dolor. —Si antes Víctor estaba de mal humor, ahora estaba furioso—. Si me hubieseis hecho caso, nada de esto habría sucedido —le reprochó—. No debíais alejaros demasiado.
—No estaban tan lejos —intervino Julián.
—Entonces… ¿Por qué no contestaban a nuestras llamadas? —El enojo se podía palpar en sus palabras.
—Supongo que perdí el sentido —reconoció Dora entre sollozos.
—Has tenido mucha suerte —aseguró Vincent—. Podía haberte matado.
Dora, al oír aquello, se puso histérica, quería irse de aquel lugar, quería volver a casa. Víctor le dio una píldora para que se calmara.
—Será mejor que pasemos la noche aquí, se ha hecho muy tarde para seguir. Patrick necesita descansar, ha perdido mucha sangre. —Su tono de voz les indicaba a todos que era mejor no replicar.
Se pusieron en movimiento para montar el campamento.
Cuando Claudia terminó de atender al herido, sentía que la bilis le subía a la boca, trató de respirar varias veces para que se le pasara, pero seguía igual, se alejó un poco del grupo, se apoyó en un árbol y vomitó.
—Alex, Vincent, encargaos de todo, pronto anochecerá. —Víctor la había seguido con la mirada, mojó un paño y se acercó a Claudia: le puso la tela mojada en la frente.
—¿Estás bien? —Estaba pálida, le había exigido que le ayudara, y ella no se negó por mucha aprensión que sintiera. Víctor admiró la valentía de aquella mujer. La había juzgado mal, le había parecido que ella era tonta y remilgada, pero ahora advertía que tenía un gran temple. De todos los presentes había sido la única en no perder los estribos.
Cuando sus entrañas se calmaron, Claudia respiró varias veces.
—Gracias, ya estoy bien.
Víctor podía sentir como temblaba bajo la mano que la sujetaba por el hombro.
—Tranquila, todo ha pasado —le decía al tiempo que le frotaba los brazos.
Ella deseó apoyarse en aquel musculoso pecho y dejar que se ocupara de ella, pero no estaría bien, seguro que a él no le gustaría saber lo débil que se sentía. Tenía que alejarse, no quería mirarlo y encontrar la mirada prepotente que solía adornar aquel físico tan atractivo.
—Ya me siento mejor, gracias. —Él sabía que no era así, pero cuando se alejó, no trató de detenerla.
Al llegar al campamento, un repentino pensamiento la dejó inmóvil, se dio la vuelta y buscó a Víctor con la mirada, estaba en el mismo sitio donde lo había dejado. Él la miró alzando una ceja interrogativamente, volvió hacia él.
—Víctor… —La profunda mirada de él la dejó muda durante unos segundos—. Dora y Patrick no estaban demasiado lejos. —Él la miraba sin entender—. El rinoceronte que los atacó a ellos, puede…
El miedo que Víctor vio en la mirada de Claudia lo preocupó más que la amenaza del animal.
—Tranquila, yo me ocuparé. —Aquella afirmación pareció reconfortarla.
—Gracias —susurró sin pensar.
El guía la miró confundido, ¿por qué le daba las gracias?
Claudia volvió al campamento y ya estaba todo montado, el resto del grupo estaba reunidos en torno a la fogata y preparaban la cena. Claudia no tenía hambre, la verdad era que tenía el estómago revuelto, dijo que estaba muy cansada y se fue a acostar.
Aquella noche no fue ni mucho menos lo animada que había sido la anterior. Dora solo decía que quería salir lo antes posible de aquel país; Julián y Margaret trataban de calmarla, le decían que gracias a Dios no había pasado nada. Patrick también, pero ella no quería ni oírlos, quería salir de allí y coger el primer avión de vuelta a casa.
Ana y Valery también estaban abatidas, cenaron y se acostaron pronto.
Aún estaba amaneciendo cuando Claudia despertó. Estaba famélica. Se vistió y salió de la tienda. Al lado del fuego estaba Víctor calentando café.
Al oír la cremallera de la tienda, miró sobre su hombro.
—Buenos días, ¿cómo estás?
—Hambrienta.
Él sonrió ante el tono de voz. Ella buscó entre los víveres y halló un paquete de tostadas, lo abrió y le ofreció una a Víctor. Él la observaba, sin comerse la suya, ella ya se había comido dos.
—Espera, creo que por alguna parte debe de haber mermelada, ¿no te apetece?
—Mmm… ya lo creo.
Mientras él buscaba la mermelada, ella se percató de que había varias fogatas en torno al campamento.
Víctor volvió a su lado mientras ella las observaba.
—Fue una precaución para alejar al rinoceronte durante la noche.
—Realmente estábamos en peligro… ¿Verdad?
—Nunca se sabe, en la jungla, siempre hay riesgos —contestó queriéndole restar importancia.