Con quién no casarte

Fragmento

Creditos

Título original: Whom not to marry

Traducción: Javier Guerrero

1.ª edición: septiembre, 2013

© 2013 Father Patrick Connor

© Ediciones B, S. A., 2013

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal: B. 21.267-2013

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-550-5

Maquetación ebook: Caurina.com

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Dedicatoria

 

 

 

 

 

A mis padres,

Herbert Eli y Patricia O’Brien Connor,

y a mi hermano, Desmond,

y a su esposa, Judy Connor,

ninguno de los cuales necesitaba este libro.

Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

 

Nota del autor

Introducción

uno. Antes de decir «Sí, quiero»

dos. El amor es paciente

tres. El amor es amable

cuatro. El amor no es envidioso ni jactancioso ni arrogante ni grosero

cinco. El amor no es egoísta

seis. El amor no es irritable ni resentido

siete. El amor no se deleita con la injusticia, sino que se regocija con la verdad

ocho. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca se rinde

Pregunta al padre Pat

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Nota del autor

A lo largo de los años, infinidad de mujeres y hombres han compartido sus vivencias conmigo. Muchos de ellos aparecen en este libro. Aunque estoy sumamente agradecido por su generosidad, he elegido no desvelar sus nombres ni elementos identificativos. Al fin y al cabo, los sacerdotes somos muy buenos guardando secretos.

Si bien los consejos que aparecen en este libro están pensados para los que están planeando casarse pero aún no lo han hecho, he buscado el ejemplo de parejas felizmente casadas (son mayoría, pese a todo) para añadir su experiencia a mis conocimientos.

Pese a que este libro está dirigido sobre todo a las mujeres, el hombre podría, siguiendo el ejemplo de Ruth, que en el Antiguo Testamento recoge la cosecha que los segadores han desechado, aprovechar cualquier idea que pueda resultarle útil mientras cavila sobre si elige a una mujer determinada para convertirla en su esposa.

Una de las razones por las cuales este libro está dirigido principalmente a las mujeres es que, según mi experiencia, son ellas las que suelen tomar la iniciativa cuando se trata de hablar de relaciones, de igual manera que suele ser la mujer quien toma la iniciativa de acudir a un consejero matrimonial cuando un matrimonio empieza a hacer agua. En una palabra, las mujeres son más abiertas que los hombres para hablar de con quién no deben casarse, y es más probable que ellas descarten una relación que augura un mal matrimonio. Si una mujer se da cuenta de que su relación se está volviendo problemática, lo ideal sería que pudiera convencer a su persona amada para que discuta con ella el contenido de este libro.

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Introducción

H ollywood te cuenta que si estás muy enamorado de alguien, tu matrimonio con esa persona funcionará. Sin embargo, mi experiencia me dice que puedes estar profundamente enamorado de alguien con quien no podrás tener un matrimonio satisfactorio.

El idilio es una cuestión de sentimientos, o emociones, y éstos no siempre son las guías más fiables para la realidad de una situación. En la fase de cortejo, todo es dicha: la persona amada no puede hacer nada mal y la pareja nunca se cansa de la compañía del otro. Tu pareja es tu osito de peluche. Perdonas esas largas noches que pasó junto con su antiguo compañero del instituto. Y cuando tu factura de teléfono se dispara crees de verdad que «el amor lo conquista todo».

No es así.

Una historia de amor puede llevar a un matrimonio, pero el amor en sí no logra que un matrimonio funcione. Cuando comienzas una nueva relación, en esos primeros días de mareante idilio, el hombre con el que estás saliendo bien podría ser una versión de «cenas a la luz de las velas y largos paseos por la playa» de sí mismo. Eso no quiere decir que no esté siendo auténtico; sólo está mostrando su mejor cara para impresionarte. Si eres sincera contigo misma, probablemente tú estés haciendo lo mismo. (¿Cuándo fue la última vez que te presentaste a una cita en chándal y zapatillas de deporte?)

Una aventura amorosa es sobre todo una cuestión de lo mejor de lo mejor, es decir, cada cita parece mejor que la anterior, y por supuesto los dos estáis mostrando lo mejor de vosotros mismos. El matrimonio, en cambio, acepta la realidad «en las alegrías y en las penas». Es una distinción importante que es preciso establecer.

Puede que Joseph Campbell lo expresara mejor: «El matrimonio no es una aventura amorosa. Una aventura amorosa es algo completamente diferente. Un matrimonio es un compromiso […] y una aventura no lo es. Es una relación de placer y cuando se torna no placentera, se acaba. Sin embargo, un matrimonio es un compromiso de vida y un compromiso de vida constituye la principal preocupación de tu existencia. Si el matrimonio no es tu principal preocupación, no estás casada.»

El encaprichamiento amoroso afecta al juicio, eso sí lo sé. Una vez que las personas se enamoran es difícil conseguir que piensen de manera racional en el matrimonio, lograr que piensen con frialdad en los años venideros. Sé que esto suena poco romántico, pero es importante pensar en el matrimonio no sólo con el corazón abierto, sino también con los ojos abiertos. Puede que el amor sea ciego, sin embargo, el matrimonio es como una visita a la consulta del optometrista.

La verdad es que el «Sí, quiero» no siempre conduce a un «felices para siempre».

Las estadísticas de divorcios son deprimentes. Más deprimentes aún son los incontables matrimonios infelices que las estadísticas no pueden tener en cuenta. Ahora bien, por aleatorios que puedan parecer la vida y el matrimonio, hay muchas cosas que puedes hacer para asegurarte de que eliges a la pareja adecuada. Todo empieza con ser honesta contigo misma.

Confía en mí.

Durante más de medio siglo, he oficiado un promedio de cinco bodas por año, más de doscientas bodas. Eso es mucho pastel de bodas.

Cada boda tiene su propia historia, por supuesto, y cada pareja es única. Sin embargo, no deja de asombrarme que las cosas no se tuerzan más a menudo. Recuerdo haber oficiado una ceremonia en la que le pregunté a la novia: «¿Tomas a este hombre por legítimo esposo?»

Ella se lo pensó un rato y dijo con frialdad: «No.»

Fue el final de la historia.

Hace un par de años, estaba en un banquete de bodas en Nueva Jersey cuando estalló una pelea de campeonato entre los miembros de la familia del novio y los de la familia de la novia. Se insultaron. Hubo puñetazos. Se derramaron lágrimas. Todo el drama, por supuesto, fue tiernamente grabado en vídeo. En cambio, fue un matrimonio feliz, aunque no me imagino a la feliz pareja viendo muy a menudo el vídeo del banquete.

En otra boda, los novios estaban avanzando lentamente hacia el altar cuando la dama de honor tropezó con la cola del vestido. El ruido de la tela al rasgarse hizo eco en la iglesia, seguido de inmediato por una palabra malsonante que destruyó durante un rato la solemnidad de la ocasión.

Quizás ha habido alguna que otra palabra malsonante dirigida a mí por ofrecer consejo sobre el matrimonio. A lo mejor estás pensando: «Es un sacerdote. Nunca se ha casado.» Y no te falta razón. Pero los sacerdotes, deberías saberlo, nunca dudan en dar su opinión en cuestiones sobre las que parecen saber poco. Claro, completé un posgrado en orientación en la Universidad de Fordham, y durante décadas he aconsejado a parejas en todos los estadios de sus relaciones. No obstante, siempre habrá una laguna práctica en mi experiencia del matrimonio. Al fin y al cabo, mi implicación es limitada. (Como diría Goethe: «No hay nada más aterrador que ver la ignorancia en acción.»)

Mi filosofar en torno al matrimonio ha estado dirigido sobre todo a aquellos que están empezando a considerarlo. Durante más de cincuenta años he tenido el privilegio de hablar con mujeres jóvenes sobre el tema de con quién no casarse. Francas y curiosas —en ocasiones, rotundas—, estas mujeres me han abierto sus corazones y sus mentes al tiempo que me planteaban sus preguntas sobre el matrimonio y la pareja. «¿Y si no me gusta la familia de mi marido? —me preguntarán—. ¿Eso será un problema?» («No tendría que serlo», suelo responder.) Y «¿El dinero es importante en un matrimonio?» («Sí, sí, sí», respondo a eso.) «Mis amigos no respetan a mi novio, porque me deja que lo trate a patadas.» («Está bien tener un balón en casa —les digo—, pero no si es tu marido.») «¿Y si estoy enamorada de él pero en el fondo sé que no es bueno?» (Mi respuesta a esta última pregunta es siempre que corras lo más deprisa que puedas… en la dirección contraria.)

Como cualquier profesor, he aprendido tanto como he enseñado. Estoy agradecido a estas mujeres jóvenes por confiarme sus sueños y deseos más personales.

Espero haber sido merecedor de su confianza.

Espero ser merecedor de la tuya.

Hace unos cuatro años, uno de mis mejores amigos contactó conmigo y me dijo:

—Mi hija Margaret se va a casar en Nueva York, ¿oficiarías la boda?

—Sería un honor —le dije.

Llegó el día y una decena de personas nos reunimos en torno a un estanqu

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