Más que amigos (Serie Amigos 2)

Fragmento

Creditos

1.ª edición: octubre, 2016

© 2016 by Ana Álvarez

© Ediciones B, S. A., 2016

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-563-0

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Dedicatoria

 

 

 

 

 

Para Marta, que me pidió que le pusiera su nombre a una hija de Susana y Fran cuando aún estaba escribiendo su historia. Puesto que entonces no estaba previsto que tuvieran más que hijos varones, aceptó «ser» la hija de Inma y Raúl.

Cuando más adelante me animé a escribir la continuación le hice un esbozo de los tres hermanos Figueroa y le di a elegir, decantándose por Sergio.

Puesto que esta es en cierto modo su novela, se la dedico con todo mi cariño.

Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

 

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Agradecimientos

Nota de autora

Promoción

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Capítulo 1

Marta miraba a través de la ventanilla del avión cómo Sevilla se iba acercando lentamente. El corazón le empezó a golpear impaciente contra el pecho. Hacía un año que se había marchado de Erasmus a Londres para realizar el segundo curso de sus estudios de Derecho. Un año que no veía su ciudad ni a la mayor parte de su familia y amigos. Sus padres, y también sus tíos adoptivos, Susana y Fran, habían ido a verla tres meses atrás, pero no así sus chicos. Llevaba un año sin ver a ninguno de los hermanos Figueroa, sus amigos del alma desde la infancia.

Los había echado terriblemente de menos a todos, desde Javier hasta Miriam, la pequeña, pero quien a pesar de los casi cuatro años de edad que las separaban, era su mejor amiga. Su mejor amiga mujer, claro, porque su mejor amigo era sin duda Sergio. Al ser ambos de la misma edad siempre habían tenido una afinidad especial, desde que compartían cuna cuando estaban en casa uno del otro. Sergio siempre le decía que compartir cuna unía mucho más que compartir cama. Aunque también la habían compartido en más de una ocasión durante la infancia.

Los cinco chicos habían crecido juntos, porque aunque habían asistido a colegios diferentes, el resto del tiempo lo habían pasado siempre en común. Vacaciones de verano, navidades, fines de semana… Marta se consideraba una más de la familia Figueroa y a Inma y Raúl les habían salido de la nada cuatro hijos más.

Desde hacía unos años Marta había sido consciente de los sentimientos de los tres hermanos. De pequeños siempre estaban rivalizando por agradarla, por jugar con ella, pero cuando entraron en la adolescencia empezó a observar que las miradas cambiaban y el tipo de rivalidad también. Se dijo que ojalá pudiera enamorarse de los tres, pero eso era imposible. Por lo tanto, y sintiéndose incapaz de aclarar lo que sentía por cada uno de ellos, había hablado con su madre y aconsejada por esta, había decidido irse a Londres y poner tierra por medio durante una temporada. En cuanto hubo cumplido el mínimo de créditos necesarios para solicitarlo, pidió una plaza Erasmus en la capital de Reino Unido con la esperanza de que un año de distancia atemperara a los tres hermanos y también le dieran a ella la oportunidad de conocer a otros hombres además de los Figueroa. Si se enamoraba de un extraño se solucionaría el problema, porque lo último que quería era crear rivalidad entre ellos.

Pero no había sido así. Cada chico que conocía acababa siendo comparado con sus queridos Figueroa, y no había siquiera rozado su corazón. Y tampoco la ausencia había hecho que sus sentimientos se aclarasen definitivamente. Para ella los Figueroa eran tres y a los tres los había echado de menos por igual: el carácter serio y apacible de Javier, el romanticismo de Sergio y la impetuosidad de Hugo. A Javier hacía más tiempo que no le veía, puesto que cuando se marchó él llevaba ya seis meses en Estados Unidos estudiando Medicina. Quería dedicarse a la investigación y tanto Susana como Fran le habían aconsejado que hiciera los estudios allí puesto que en España el campo de la investigación era el gran olvidado.

Marta estudiaba Derecho, lo había vivido en su casa y en casa de sus amigos desde pequeña y para ella no existía otra profesión posible, no así sus amigos que seguían otros caminos profesionales. Quizás Miriam, todavía indecisa a sus quince años recién cumplidos, fuera la esperanza de continuar con el bufete familiar, pero Fran y Susana habían dejado a sus hijos la libertad de decidir sus destinos y sus profesiones. Si el bufete Figueroa debía terminar con ellos, que así fuera.

Javier, que siempre había sentido una curiosidad insaciable hacia todo, se había decantado por la medicina en la rama de investigación, algo que iba perfectamente con su carácter sensato y meticuloso. Javier era el serio, el responsable, ese hermano mayor en el que siempre puedes confiar, que siempre está ahí pase lo que pase.

Sergio, heredero de la pasión por el mar de su abuelo materno y aventurero por naturaleza, se había hecho cargo de la embarcación de este; se estaba sacando la licencia de patrón de barco y soñaba con recorrer el mundo en un velero. Sus padres, con los pies más en la tierra que él, le habían aconsejado que estudiara para marino mercante y dejara el velero para las vacaciones. Sergio era el soñador de la familia, alegre, divertido y romántico. No podía negar que era su favorito.

Hugo, con sus diecisiete años recién cumplidos cuando lo dejó, estaba inmerso en una turbulenta adolescencia, y empeñado en demostrarle que estaba enamoradísimo de ella y que el año y medio de edad que los separaba, no tenía importancia. Era el único que había intentado besarla en alguna ocasión, cosa que ella había evitado con habilidad y diplomacia. Era de entre los hermanos el que menos le atraía y trataba de disuadirlo de su enamoramiento, pero Inma le había dicho que lo dejara correr, que simplemente no lo alentara y que se le pasaría con el tiempo. Eso esperaba, no quería ser causa de rencillas entre los hermanos. Los quería muchísimo a todos, y realmente esperaba que ese año de ausencia hubiera puesto todo en su sitio.

Y Miriam, la pequeña, era el vivo retrato de su abuela Magdalena en el físico, pero mucho más encantadora que esta, una adolescente dulce y tranquila, muy madura para sus quince años a la que sus hermanos adoraban y en la que ella había encontrado a una gran amiga y confidente a pesar de la diferencia de edad.

La madre de Fran, ahora viuda, seguía siendo la misma arpía de siempre, empeñada en encontrarles defectos a todos sus nietos. Ni siquiera el zalamero Sergio conseguía sacarle un halago y mucho menos una carantoña.

El avión aterrizó con una fuerte sacudida, el piloto no era muy fino. Impaciente, se abrió paso por el pasillo, deseando abrazar a sus seres queridos. Cuando descendió, el fuerte calor de Sevilla la llenó de alegría. Lo peor de Londres había sido el frío, era del sur, andaluza por los cuatro costados y disfrutaba con los más de cuarenta grados de temperatura estival.

Se detuvo impaciente a recoger las dos enormes maletas en la cinta trasportadora y tiró de ellas hasta la salida. Apenas la puerta corredera se abrió a su paso, vio a sus padres en primera fila… y a nadie más. Se sintió ligeramente decepcionada, había esperado un recibimiento masivo por parte de las familias Hinojosa y Figueroa al completo. No obstante, cuando los brazos de su padre la rodearon con fuerza, se olvidó de todo lo demás.

Raúl se había convertido en un cincuentón atractivo y en forma, con alguna cana salpicada en las sienes, que según Inma atraía a más mujeres de las deseadas. Pero él seguía perdidamente enamorado de su «Princesa de hielo», como solía llamarla, a pesar de que dicho hielo se había fundido entre sus manos hacía ya muchos años.

Inma, menuda y vivaracha como siempre, abrazó a su hija a continuación. No se le había escapado su mirada recorriendo toda la gran sala de llegadas, buscando a alguien más, y sonrió.

Raúl se hizo cargo de las maletas de Marta y esta salió abrazada a su madre. Apenas las puertas correderas se abrieron, vio la enorme pancarta que Sergio y Hugo portaban cada uno por un extremo con el «WELCOME MARTA» escrito con grandes letras rojas, su color favorito. Todos estaban allí: Fran, Susana, Sergio, Hugo, Miriam, e incluso Javier, al que imaginaba en Estados Unidos.

Corrió hacia ellos y fue abrazándolos uno a uno con fuerza. Se sorprendió de los músculos que había desarrollado Sergio, de la larga melena negra de Hugo recogida en una coleta, de los pechos crecidos de Miriam y de la madurez que vio en la mirada de Javier.

—¡Estáis todos!

—¿Qué pensabas? ¿Que nos lo íbamos a perder? —dijo Hugo.

—Ya me costó bastante trabajo aceptar que nuestros padres se fueran a verte sin mí… Si no hubiera sido por la maldita selectividad… hubiera perdido la semana de curso sin problemas —dijo Sergio acaparando su atención—. Y… ya tengo el título de patrón de barco, así que este verano haremos alguna excursión en el barco del abuelo, que ahora es mío —continuó entusiasmado

—¿En serio? ¡Genial!

—¿Y tú?, ¿qué tal el bachillerato?

Hugo sacudió la cabeza.

—Hum… regular. He tenido algunos problemillas con las matemáticas.

—Di mejor que has tenido problemillas con las ganas de estudiar —dijo Fran a su hijo menor.

—Pero mi madre se ha hecho cargo del asunto y me está dando clases —argumentó con un ligero encogimiento de hombros—, así que aprobaré en septiembre, sí o sí.

Todos estallaron en carcajadas. Susana sonrió al trasto de su hijo, era el que más problemas les estaba dando con los estudios. Se distraía con cualquier cosa y siempre esperaba a última hora para preparar exámenes y trabajos. Fran solía decirle en privado que él era igual a su edad, y que Hugo solo necesitaba encontrar a su empollona particular para sentar cabeza.

En el aparcamiento Fran sacó las llaves del monovolumen familiar y preguntó:

—Supongo que los jóvenes querréis ir solos. Mamá y yo nos iremos en el coche de Inma… ¿Quién conduce?

—¡Yo! —se ofreció Sergio alargando el brazo—. Hace un mes que tengo el carné y necesito practicar.

Pero Javier se adelantó y arrancó las llaves de la mano de su padre.

—Tú limítate a pilotar el barco, Barbanegra, y déjame a mí el coche, que tengo más experiencia.

Subieron al vehículo y Marta se encontró empotrada en el asiento trasero entre Hugo y Sergio casi sin darse cuenta, cada uno de ellos con una de sus manos cogidas.

Hugo hablaba atropelladamente tratando de contarle todo lo que le había acontecido durante ese larguísimo año de ausencia, mientras que su hermano se limitaba a acariciarle los dedos, con los suyos ligeramente callosos por los trabajos realizados para reformar el barco, produciéndole una sensación cálida y reconfortante, como de haber vuelto a casa. Levantó la vista y se encontró, a través del retrovisor, con los ojos pardos de Javier clavados en ella, esos ojos tan parecidos a los de su padre. Por un instante, sus miradas se cruzaron, se sostuvieron, pero en seguida él desvió la vista fijándola en el intenso tráfico de la Supernorte, bastante concurrida a aquella hora. Contempló su nuca, el trozo de cuello que dejaba ver el pelo corto, moreno por el sol a pesar de su piel blanca, los hombros tensos a consecuencia de la postura para sostener del volante.

Una pregunta de Hugo, que no había escuchado, la hizo volver de sus pensamientos.

—Perdona, estaba distraída. ¿Qué decías?

—Que si te vas a venir a casa ahora.

—No sé, no tengo ni idea de los planes. Apenas he cambiado unas palabras con mis padres antes de que me acaparaseis.

—Barbacoa esta noche. Pero puedes venirte ya directamente a casa, tienes ropa en la maleta ¿no?

—No seas peñazo, Hugo —le recriminó su hermano desde el asiento delantero—. Deja que vaya a su casa, se ponga cómoda y disfrute de su habitación y de sus padres un rato. Ya vendrá a vernos esta noche.

—¿Es eso lo que quieres? —volvió a preguntar el chico.

—Sí, claro que sí. Además, mis padres tienen derecho a disfrutar de mí un rato antes de que sea abducida por vosotros. Pero Miriam, tú puedes venirte conmigo si quieres.

—¿Ella sí y nosotros no? —preguntó Sergio celoso, mientras intensificaba el apretón de su mano.

—Tenemos cosas de chicas que hablar —dijo enigmática.

De nuevo los ojos de Javier se clavaron en ella, inquisidores. Sergio apretó su mano con más fuerza.

—Deja que adivine… ¡Te has echado un novio inglés! —dijo su amiga.

Marta sintió la tensión de los tres chicos dentro del coche, expectantes.

—No, qué va… nada de eso. Solo pretendo cotillear un rato… cosas de mujeres. Chicos, vosotros no entendéis de eso.

¿Fue alivio lo que vio en la mirada de Javier, que continuaba fija en ella?

—Bueno, vaaale.

El coche enfiló hacia Montequinto, donde vivían los Hinojosa en un piso espacioso y confortable. Ante el portal de su casa, Marta y Miriam se bajaron y se perdieron en el interior. Susana y Fran que llegaron a continuación, se despidieron de Inma y Raúl y subieron a su coche para dirigirse a Espartinas a preparar la fiesta de bienvenida.

Durante un tiempo habían vivido en el ático con terraza en el que habían iniciado su vida de pareja, pero cuando Susana se quedó embarazada de Hugo decidieron mudarse a una casa con un jardín en el que los niños pudieran disfrutar y jugar al aire libre, y una piscina para aliviar el calor estival.

Marta, después de un rato en el salón con sus padres, charlando y comentando los pormenores del viaje y de los últimos días en Londres, se retiró al fin con Miriam a su habitación. Se tiraron ambas en la cama y sintió el placer de sentir su espacio, sus cosas alrededor, y la libertad que había estado esperando de hablar con su amiga sin tapujos.

—Bueno, Miriam… ¿cómo va todo por aquí?

—Pues como siempre, más o menos… Todos un año mayores, pero aparte de eso… Ya mis hermanos te han contado las novedades.

—¿Alguno de ellos tiene novia?

—¡Noooo! Siguen todos esperándote a ti.

—Mierda, confiaba en que eso hubiera cambiado.

—Bueno, Hugo está empezando a descubrir a las chicas y hay varias de sus compañeras de instituto que entran y salen continuamente de casa. Una de ellas más que las otras, así que podría ser que se lo llevara al huerto. Aunque estas últimas semanas ha estado muy excitado y hablando solo de ti. Está insoportable, no para quieto un minuto.

—¡Vaya!

—Sergio se ha estado machacando en el gimnasio este último mes, me ha preguntado veinte veces si está mejor con el pelo más largo o se lo corta, ya sabes que lo tiene bastante indomable, se ha comprado ropa nueva…

—¿Y Javier?

—Ese no dice nada. Es más introvertido, no expresa sus sentimientos de forma tan clara. Pero duermo en la habitación de al lado y le he escuchado dar vueltas en la cama toda la noche sin pegar ojo. Esta mañana solo se ha tomado un café, y ya sabes que todos mis hermanos tienen un apetito voraz a cualquier hora del día o de la noche. Cuando mi madre le ha preguntado si se encontraba mal, le ha dicho que simplemente no tenía hambre. Es el que más nervioso está, aunque no lo demuestre.

Marta suspiró pesarosa.

—Por Dios, me sabe fatal esto. Yo los quiero muchísimo a todos, y no quiero que tengan problemas entre ellos por mi culpa. Pero…

—No puedes enamorarte de todos.

—No.

—La otra solución sería no enamorarte de ninguno.

—Sí, eso podría funcionar.

—Pero no es el caso, ¿verdad? Te gusta Sergio.

—No lo sé, Miriam, estoy muy confusa… Cuando me marché, sí era él por quien empezaba a sentir algo más que amistad, pero ahora… ahora no lo sé. Ha pasado un año, los dos hemos cambiado… Por eso no quise empezar nada con él antes de irme. Ahora, el tiempo dirá. Javier también está guapísimo… más hombre

—Javi está hecho un bombón… Si no fuera mi hermano… Pero no dejes que te atosiguen.

—¿Tú crees que soy de las que se deja atosigar, ni siquiera por un Figueroa cabezota? ¿O tres?

Miriam soltó una risita. Su amiga tenía una personalidad arrolladora, por eso tenía locos por ella a sus tres hermanos

—No, no lo eres. Pues entonces relájate, disfruta y el tiempo dirá.

Aquella noche, el jardín de Espartinas estaba lleno de vida y alegría. En la barbacoa, como siempre,

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