De vuelta a tu corazón (Nuevos caminos 2)

Victoria Magno

Fragmento

Creditos

1.ª edición: octubre, 2016

© 2016 by Victoria Magno

© Ediciones B, S. A., 2016

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-567-8

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Dedicatoria

 

 

 

 

 

Para mis hijas, mis dos grandes amores. Ustedes son la luz de mi vida.

Para mi padre. Sé que me sigues cuidando desde donde estés.

Siempre vivo, siempre amado, siempre conmigo, papá.

Cita

 

 

 

 

 

Cuando alguien a quien amas se convierte en un recuerdo,

ese recuerdo se convierte en un tesoro.

Anónimo

Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

Cita

 

Prefacio

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Epílogo

Nota de la autora

Agradecimientos

Promoción

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PREFACIO

—Mamá, ¿está bien así? —preguntó Luke con voz cansada, alzando la cabeza del dibujo en el que había estado inmerso hacía más de una hora mientras su mamá terminaba de lavar los platos sucios y las ollas que había usado para preparar la cena de esa noche.

Tania, su mamá, se secó las manos con el trapo de cocina y se aproximó a su lado. Sobre la mesa del comedor estaba desplegado un enorme cartel en el que Luke había estado trabajando hacía una semana para la próxima exposición de la feria de ciencias de la escuela.

—Me encanta, Lucas. —Ella se inclinó y lo besó en la mejilla—. Realmente eres el niño más inteligente de este mundo, estoy segura de que un día te convertirás en un gran astronauta, el primero que pise otro planeta, o un científico, de esos que hacen grandes cambios en la humanidad con sus inventos, o un doctor que descubrirá cómo evitar que la gente muera de cáncer. —Le despeinó el cabello con una caricia.

—Mamá, esas son cosas muy difíciles. —El niño frunció el ceño—. Solo es una demostración de cómo funciona el aparato digestivo, no es importante.

—Lo es, cariño. Y tú eres lo bastante inteligente como para conseguir hacer cualquiera de esas cosas y mucho más. —Le pellizcó la nariz antes de tomar su rostro entre las manos y comenzar a llenarlo de besos muy sonoros que hicieron reír a su hijo de siete años.

De pronto, Penélope comenzó a ladrar desde el patio trasero interrumpiendo su conversación.

—¿Qué le pasa a Penélope? —preguntó su mamá, frunciendo el ceño.

—Quizá quiere entrar a la casa.

—¿Por qué no vas a abrirle y la dejas entrar, amor?

Encantado con la idea, el niño saltó de la silla, cuando la puerta de la cocina se abrió de improviso.

La sonrisa en el rostro de Luke se esfumó al ver a su padre de pie en el umbral. Como era costumbre, sus ojos estaban inyectados en sangre. A pesar de la distancia, el niño pudo oler el aroma a alcohol que el hombre desprendía.

—¿Qué estás haciendo aquí? —su mamá lo encaró, irguiéndose en toda su altura, que no era mucha. Luke la notó tensarse, aunque ella no lo demostró.

Su madre siempre había sido muy valiente y aguerrida. En ocasiones, Luke la imaginaba como una fiera pantera embutida en el pellejo de un diminuto gato negro.

—Hola, familia —saludó el hombre, esbozando una sonrisa torcida que dejó entrever un hueco vacío donde faltaban un par de dientes.

—¡Peter, esta no es tu familia, lárgate de aquí ahora mismo!

Los ojos verdes del hombre ardieron por el enojo, provocando que Luke temblara de miedo. Esa mirada la conocía muy bien, era la mirada que él ponía cuando estaba a punto de golpear a su mamá…

—¿Largarme? ¡Tú no me das órdenes, Tania! —Avanzó hacia ella con un papel alzado en la mano—. ¿Cómo te atreves a levantar una orden de restricción contra mí? ¿Crees que acaso esto me va a detener de venir a verte cuando me dé la gana, maldita puta?

Los ladridos de la perra eran escandalosos, seguramente alterarían a los vecinos. O eso esperaba Luke. Alguien debía llamar a la policía…

—Me tocas un pelo y te vas directo a la cárcel, Peter, ¿me oyes? —le advirtió su madre, dando un paso atrás cuando él alzó el puño hacia ella.

—¿Mamá…? —La voz de Luke apenas fue audible entre el ruido de los gritos de su padre y los ladridos de la perra en el patio trasero. Estaba aterrado, siempre que veía a su padre se sentía así. Pero no dejaría a su mamá. Eso jamás.

—Lucas, vete a tu habitación —le dijo su madre en español, irguiéndose frente a su hijo, bloqueando con su cuerpo la vista de su padre.

—¡No lo alejes de mí, es mi hijo! —gritó su padre en inglés, intentando agarrar a Luke por un brazo.

—¡Tú no eres nada! —Su madre mandó a Luke hacia atrás de un empujón, impidiendo que su padre pudiera darle alcance—. ¡Largo de mi casa o llamo a la policía! —gritó su mamá, tomando el teléfono de la mesita junto a la cafetera.

—¡No te atrevas a decirme qué hacer! —Él empujó a su mamá a un lado—. ¡Soy su padre, tengo derecho a verlo!

—¡Tú no tienes derecho a nada, te largaste nada más saber que yo estaba embarazada! ¡Cada vez que apareces en su vida es para hacer algo horrible como mandarlo al hospital a golpes! —Ella lo empujó de regreso—. ¡Luke merece una vida mucho mejor, una sin ti! ¡No una con un hombre que no hace más que golpearlo! Ningún niño debe crecer con un borracho drogadicto de mierda como padre que se aparece cada vez que le da la gana acordarse que una vez tuvo un hijo. ¡Vete de mi casa, Peter! ¡Ahora!

—¡Cállate…!

—¡No! —gritó Luke, al mismo tiempo, cuando su padre alzó la mano para golpear a su mamá.

Corrió delante de su madre y empujó a su papá con todas sus fuerzas, pero con ello solo consiguió llevarse un buen golpe de parte de su padre que lo llevó al piso viendo luces.

—¡No te atrevas a tocar a mi hijo! —chilló su mamá, casi enloquecida por el enojo, golpeando a su padre repetidas veces con los puños.

Pero su papá era mucho más fuerte y cuando se drogaba, parecía una bestia incapaz de sentir dolor. Vio a su mamá caer al piso, y aquello fue suficiente para que el pequeño niño reaccionara. Se abalanzó sobre su padre, pero él lo lanzó lejos de un empujón. Luke se golpeó la cabeza contra la pared, sintió algo húmedo y caliente recorrerle la frente justo cuando escuchó el ruido de cristales rompiéndose. Vio una sombra a toda velocidad pasar ante él y abalanzarse sobre su padre entre gruñidos, y todo se volvió un borrón. Penélope mordía a su papá impidiendo que continuara pegándole a su madre, y ahora él gritaba y golpeaba a la perra pastor alemán. Le daba patadas y puñetazos, pero ella no lo soltaba. Hasta que él le propinó un patadón tan fuerte que hizo crujir los huesos de las costillas de la pobre perra, y ella chilló de dolor.

Su padre se desembarazó de ella y estaba a punto de darle un nuevo patadón para terminar con el pobre animal cuando su madre llegó por detrás y le rompió una lámpara en la cabeza. El cuerpo de su padre cayó al piso, desmayado. Fue el momento en que su mamá aprovechó para llamarlo y arrastrarlo consigo lejos del lugar. Ella cogió las llaves del coche y a la perra herida en brazos, y juntos corrieron fuera de la casa.

—¡Sube! —le gritó a su hijo, abriendo la puerta trasera de la camioneta.

Luke se trepó a toda prisa, y ella colocó a Penélope recostada a su lado sobre el asiento, antes de situarse tras el volante.

—¡Tania! —gritó su padre desde la puerta, alzando un arma.

—¡Luke, agáchate! —le gritó su mamá, poniendo en marcha la camioneta al mismo tiempo que se escuchaba una detonación.

Ella no se detuvo, pisó el acelerador y salió a toda velocidad de la entrada de la casa, llevándose de por medio los cubos de la basura.

Escucharon más detonaciones, pero ella no paró, continuó acelerando por la calle, lejos del peligro.

—¿Mamá?

—Cariño, mantente abajo, mantente abajo —repitió su madre sin desviar la vista del camino.

Luke así lo hizo, llorando en silencio mientras abrazaba a la perra a su lado. Estaba herida, pero viviría. Penélope lucía intranquila, más preocupada por lo que les estaba sucediendo a ellos que por sus propias heridas. Al igual que su madre parecía más acongojada por él que por sí misma.

Su mamá dio un volantazo y estuvo cerca de perder el control. Se llevó una mano al costado, y entonces Luke notó por primera vez la mancha de sangre expandiéndose en su vientre.

—¡Mamá! —gritó con voz aterrada, acercándose a ella.

—Siéntate, cariño, mantente abajo, no es seguro…

—¡Estás herida!

—Voy a estar bien, vamos a ir al hospital, ahora necesito que te sientes… —Su madre dio un nuevo volantazo, y entonces comprendió que ella realmente no estaba bien. Estaba sudando y muy pálida, estaba a punto de desmayarse.

—¡No, mamá! —Luke comenzó a sollozar.

Ella detuvo la camioneta a un lado del camino y puso el freno de mano. Cuidó esbozar una sonrisa cuando se giró hacia él, a pesar del brillo antinatural que veía en sus ojos.

—Cariño, no… no puedo seguir. —Se mojó los labios, parecía que le costaba coordinar las ideas para hablar. Luke abrió los ojos como platos cuando vio una gota de sangre corriendo por su frente.

—¡Tienes una herida de bala en la cabeza!

—Lo sé… —Ella tragó saliva una vez más, le costaba mantener los ojos abiertos—. Tienes que ir por ayuda. No estamos lejos de la comisaría… Debes ir tú… solo. Ya conoces el camino.

—¡No voy a dejarte!

—Tienes que hacerlo, mi amor… —Posó una mano en su mejilla, una mano que dejó manchas de sangre en su piel—. Estaré bien, lo prometo. Penélope se quedará conmigo… Ella tampoco puede moverse…

—Mamá…

—Ve, cariño… Por favor. —Sonrió—. Aquí estaré esperando por ti.

Luke sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, pero no podía soltarse a llorar como un cobarde. Tenía miedo, tenía mucho miedo. Si su padre lo encontraba, lo mataría. Pero no dejaría a su mamá abandonada.

—No tardaré —le dijo, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano antes de abrir la puerta.

—Lucas…

Luke volvió el rostro cuando su madre lo llamó.

—Te amo, hijo —le dijo en español.

—Yo también te amo, mamá —contestó del mismo modo y forzó una sonrisa valiente, igual a la que ella le estaba dedicando, antes de cerrar la puerta y salir corriendo a toda velocidad.

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CAPÍTULO 1

Luke golpeaba una y otra vez el saco de boxeo, sin notar las gotas de sudor que caían por su frente y cuerpo. La sensación de los músculos adoloridos provocaba un ardor que, de alguna forma, encendía su ser, como si consiguiese alcanzar un estado de llamas en su interior.

Y aquello le encantaba.

Era liberador.

Cuando su cuerpo ardía de dolor, no era capaz de pensar en nada más. Y últimamente eso era algo que necesitaba.

—¡Excelente derechazo, Luke! —le dijo Carlos, el marido de su madre, desde el otro extremo del saco que sostenía para él—. Sigue así y pronto tendrás que comprarme un nuevo saco de boxeo. Y no es que me esté quejando, no podría estar más orgulloso de ti, hijo. —El hombre sonrió—. Deja que les muestre esta cosa vieja a los chicos de la estación, no van a creer que lo hice yo.

Luke esbozó una sonrisa torcida y dio otro golpe. A su padrastro le gustaba presumir de sus logros en aquel viejo gimnasio improvisado en el sótano de su casa, aunque ni siquiera fueran propios.

En otro tiempo, antes de que se casara con su madre, Carlos había sido uno de los mejores agentes del FBI del país. Sin embargo, tras años de dedicarse a perseguir a los delincuentes más peligrosos, se decidió a buscar una vida más tranquila y establecerse como director en la estación de policía de Montgomery, la pequeña y tranquila localidad en Massachusetts, donde vivían.

—¡El desayuno está listo, es la segunda vez que lo digo y no lo diré una tercera! —la voz de su madre se escuchó desde la cocina—. ¡Vengan ahora mismo si no quieren que se los meta con un tubo! —los amenazó—, ¡y no será por la boca!

Carlos se apartó del saco de boxeo y le dedicó una mirada preocupada a Luke. Su mujer era una esposa maravillosa, aunque no muy paciente….

Aún podía recordar perfectamente el día que la había conocido. A ella y a Luke.

No llevaba mucho tiempo en su nuevo puesto en la estación de policía, cuando le llegó el aviso de una mujer herida de bala atacada por su exmarido, con un hijo pequeño, también herido. Fue cuando salía rumbo a su casa, tras su turno. No obstante, fue al ver a ese pequeño niño de siete años bañado en sangre y llorando por su madre, que decidió en atender el caso él mismo e ir en persona a liderar al grupo de ayuda para la mujer.

Nunca olvidaría el rostro angustiado de ese pequeño niño, le había quedado grabado a fuego en el alma y en el corazón. Por ese motivo no pudo hacer otra cosa que partir enseguida a ayudar a la madre del pequeño, tal como se lo acababa de prometer. Sin importar el cansancio acumulado por las últimas horas de trabajo.

Fue de ese modo como conoció a Tania, herida y casi muerta a causa de las heridas de bala en la cabeza y su costado. Y no se había conseguido apartar de esa mujer y su hijo desde entonces.

Y cada día daba gracias por haber tomado la decisión que llevó a esas dos maravillosas personas a su vida.

La mayoría del tiempo…

—Será mejor que obedezcamos a tu madre, Luke, o nos va a meter la avena por el culo —le dijo Carlos, quitándose los guantes.

Luke lo imitó e hizo un gesto con la cabeza hacia las escaleras que conducían a la cocina.

—Después de ti —le dijo con una sonrisa traviesa.

—Maldito mocoso, sabes que si salgo primero por esa puerta, seré al primero al que tu madre le dé un sopapo con el cucharón de madera. Porque ella nos estará esperando con uno, te lo aseguro.

—Es tu esposa, no la mía.

—Es tu madre, no la mía.

—No seas cobarde, sube o pronto dirá tres…

—Maldita sea —masculló Carlos, colocándose la toalla sudada sobre sus hombros morenos.

Su padrastro era un policía consumado, prácticamente una leyenda entre los agentes del FBI, tenía una puntería excelente, hecho demostrado en las pruebas anuales cuyos resultados llevaba cada año a casa victorioso. Eso sin mencionar que dominaba el Krav Magá, el Kung Fu, Jiu-jitsu brasileño y todos los deportes que tuvieran que ver con vencer a un oponente cuerpo a cuerpo.

Sin embargo, Carlos no era capaz de enfrentar a su mujer cuando se enojaba por llegar tarde al desayuno.

Subió la escalera a toda prisa, seguido de cerca por Luke. Carlos abrió lentamente la puerta y asomó la cabeza al interior de la cocina, esbozando una sonrisa amable al ver a su mujer del otro lado, aguardando por ellos.

—Buenos días, hermosa… ¡Ay! —Se escuchó el rebote de un objeto de madera contra su cabeza—. Amor, solo fueron unos minutos…

—En unos minutos, tu desayuno pasa de algo apetecible a engrudo. —De pie tras Carlos, Luke escuchó replicar a su madre. Todavía no se atrevía a salir a la cocina.

—Tal vez deberías hacer algo comestible, como huevos y tocino, en lugar de avena… ¡Ay! —Se escuchó un nuevo ¡ploc!, del cucharón de madera contra al cabeza de Carlos.

—Deja de replicar, sabes que no puedes comer esas cosas grasosas que te harán subir el colesterol —le gritó su madre—. Anda, date prisa que pronto te tienes que ir al trabajo, y no permitiré que te vayas sin desayunar y te retaques de esas donas otra vez. El doctor dijo que tienes que bajar tu colesterol para el siguiente examen.

—Sí, amor. —Carlos lanzó un suspiro lastimero al sentarse frente a su plato de avena.

—¡Luke!

—Aquí estoy, mamá, no tienes que gritar. —Luke entró tras su padre a la cocina.

Su madre giró su silla de ruedas, su ceño todavía fruncido al mirarlo.

—Hijo, ¿es que no has visto la hora? Llegarás tarde a la boda de tu amigo Jared —le dijo, colocando un plato con pan recién horneado sobre su regazo para dirigirse a la mesa.

—Sí, pero aún tengo tiempo, no te preocupes. Deseo disfrutar esta visita. —Luke se inclinó para besarla en la mejilla e hizo asomo de tomar el plato que ella llevaba en su regazo, pero su mamá le dio una palmada que le hizo apartar la mano bruscamente.

—No te atrevas.

—Solo intentaba llevarlo a la mesa por ti.

—¿Es que no tengo manos? Bien puedo hacerlo yo. —Su madre le dedicó una mirada que lo hizo apartarse definitivamente.

Desde que había quedado postrada en esa silla, su madre se había mostrado decidida a continuar con su vida como si nada hubiese cambiado. Jamás permitía que la ayudasen en nada, como si aquello doblegase su orgullo.

—Anda, come ya, Lucas, o no llegarás a tiempo. —Su madre se acomodó en su lugar en la mesa—. No entiendo por qué insististe en entrenar hoy, estarás cansado en la boda.

—Es mi último día aquí, quiero aprovecharlo.

—Hijo, vienes cada fin de semana. Y no me quejo, me encanta verte seguido en casa y que no seas como esos hijos malagradecidos que nunca ven a sus padres ni tienen tiempo para sus viejos. ¿Pero tienen que entrenar todas las mañanas tan temprano?, ¿es que no se cansan nunca? ¿No les gustaría tomarse un respiro de vez en cuando?

—El ejercicio mantiene a los jóvenes lejos de las drogas —comentó Carlos, zampándose un enorme trozo de pan—. Es muy saludable, además.

—No sé qué puede tener de saludable el que te rompan la nariz —bufó ella, rodando los ojos—. Y Lucas ya no es un adolescente influenciable para esas tonterías. Es más, ya ni siquiera eres un joven, Lucas.

—Gracias, mamá —dijo sarcástico.

—Hijo, yo solo digo que los años pasan y me gustaría verte feliz y casado con una buena mujer antes de morir.

—Tú nunca vas a morir, mamá —le dedicó una sonrisa amable—. Eres eterna e intocable. Como el chupacabras.

—¡Qué tonto eres! —Le dio un golpe en el brazo con el cucharón.

—Es una broma, mamá. Sabes que eres un ángel.

—Así está mejor. —Ella sonrió, dedicándole una mirada llena de cariño con sus ojos color chocolate—. De todos modos, no me gusta que se estén dando de golpes, ¡mira tu pobre nariz!

Luke soltó un suspiro.

—Mamá, eso fue hace muchos años —comentó Luke, tragándose la cucharada de avena que se había llevado a la boca. Su padrastro le había dado un puñetazo inesperado en un encuentro que le había roto la nariz, y su mamá todavía no conseguía perdonárselo. Podía ser que él ya fuera un adulto con dos maestrías y un doctorado, pero para su mamá siempre sería su niñito.

—Será el sereno, no me importa, lo que yo sé es que no me gusta que ustedes dos pasen tanto tiempo en ese sótano haciendo quién sabe qué cosas.

Luke por poco se atraganta con su avena.

—Mamá, lo haces sonar como algo morboso y sucio —le dijo entre risitas—. Es un gimnasio, peleamos, nos entrenamos, lo sabes bien, pero te molesta porque no lo puedes controlar por ti misma, como todo lo demás en esta casa.

—No sería así si me dejaras instalar uno de esos elevadores —comentó su padrastro.

—Ni hablar, no dejaré que una silla de juguete me lleve arriba y abajo a su antojo.

—Piénsalo, cariño, podría poner allá abajo algunas pesas y colchonetas, llevarías a cabo tu fisioterapia con nosotros acompañándote, una familia unida haciendo ejercicio.

—Sin mencionar que podrás vigilarnos, que es precisamente lo que te molesta que no puedes hacer… ¡Ay! —gritó Luke cuando ahora él fue quien se llevó el golpe con el cucharón de madera.

—Puede que no pueda bajar allí, pero sé perfectamente lo que sucede en mi casa —replicó su madre.

—¿Y bien, cariño? ¿Pensarás lo del elevador? —le preguntó Carlos.

—No, ni hablar. Con esta maldita economía, necesitamos cada centavo para vivir. No podemos gastar en nimiedades.

—No nos iremos a la quiebra por ponerte un ascensor, Tania.

—No podemos correr riesgos.

—Mamá, hazle caso a Carlos. Yo puedo ayudar con el costo…

—No, hijo. De eso ni hablar —dijo Carlos, interrumpiéndolo. Él era muy orgulloso y no soportaba la idea de que Luke les diera algo de dinero para ayudarlos.

—Ni hablar, tu papá tiene razón. —Su madre negó con la cabeza y le echó una mirada al reloj—. Es tarde, deben irse ya. Cariño, aquí tienes tu almuerzo. —Le entregó a su marido una bolsa de papel.

—¿Ensalada?

—No me provoques, Carlos. —Su madre arqueó una ceja—. Y me enteraré si es que te comes una dona, puedes jurarlo. Tengo mis fuentes.

—Mujer, tú debiste ser espía de la CIA. —Se inclinó para besarla en los labios.

—La CIA no está a mi altura —bromeó en un doble sentido, refiriéndose a su estatura con la silla de ruedas.

Carlos rio, negando con la cabeza.

—Nadie puede estar a tu altura. Eres la mujer más grande del planeta, cariño —le dijo antes de darle otro beso.

Luke los observó por el rabillo del ojo, conmovido. Aún recordaba el momento en que había entrado a la comisaría, Carlos había salido a su encuentro de la nada y lo había escuchado y ayudado sin tardanza. A pesar de que solo era un mocoso de siete años.

Desde entonces no había vuelto a separarse de su lado. Ni del de su madre.

Nunca supo cómo fue que ambos se enamoraron. Su madre ni siquiera estaba consciente la primera vez que se vieron.

Habían encontrado a Tania al borde de la muerte, pero las cosas no mejoraron después. La herida de bala había provocado daño e inflamación en el cerebro. Su cuerpo colapsó, sus defensas bajaron, lo que llevó a una infección que condujo a una meningitis.

Su mamá pasó días difíciles entre el delirio y la lucidez, la vida y la muerte, aferrándose con todo a este mundo para poder continuar al lado de su hijo. Como lo declaró abiertamente cuando al final se sobrepuso.

Sin embargo, toda su fuerza de voluntad para vivir no evitó que los nervios de sus piernas salieran dañados.

No obstante, el quedar postrada en esa silla no derrumbó a su madre, por el contrario, la guerrera en ella, esa fuerte mujer mexicana que él conocía, solo se hizo más fuerte.

Carlos comenzó a visitarlos rutinariamente, primero, para saber cómo se encontraban y enterarse del caso, del cual él había sido el encargado. Sin embargo, con el tiempo, las visitas rutinarias por trabajo se convirtieron en visitas de amistad y, con el tiempo, en un cortejo para su madre.

Tania era una mujer aguerrida, fuerte y bastante temperamental, y Carlos supo ver todo aquello y mucho más en ella. Al ser también de familia mexicana, aunque había nacido en Estados Unidos y su español era tan malo como el de la mayoría de los gringos, conocía bien el carácter de las mujeres mexicanas y se había enamorado de su madre tal como era, una silla de ruedas nunca fue un problema para él.

Y allí estaban los dos, tan enamorados como siempre, despidiéndose con palabras de amor eterno entre gritos y cucharetazos en la cabeza.

—Lucas, deberías estar ya listo para la boda de tu amigo, ¿a qué hora dijiste que empezaba? —le preguntó Tania, una vez que hubo terminado de despedirse de su marido.

—A las doce.

—¡Pues date prisa, hijo! —Alzó la cuchara—. Condenado este, si ya son casi las diez y ni siquiera te has bañado.

—No te preocupes, mamá, nadie empieza una boda sin el padrino.

—¡Méndigo condenado escuincle! —Hizo ademán de golpearlo, pero solo lo agarró por el brazo y lo atrajo para besarlo en la mejilla—. Tienes suerte de ser tan adorable.

—Cómo no serlo si soy tu hijo.

Ella rio, negando con la cabeza.

—Adorable o no, no puedes quedar mal con tu amigo. Anda, termina el desayuno y vete ya.

—Adiós, mamá —se despidió de ella con un beso en la mejilla.

—Adiós, Lucas. Y recuerda, te amo.

—Y yo a ti, mamá. —Sonrió él, despidiéndose con la mano.

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CAPÍTULO 2

—Jackie, la boda de tu hermano está comenzando —le advirtió Jasmine, su asistente, echando un vistazo al reloj de pared.

—No puedo hacer nada para detener el tiempo, Jas, así que mejor no digas nada. Esto tomará el tiempo que tenga que tomar, y debo tener precisión, más te vale no distraerme. Bisturí. —Jackie alzó una mano, aprovechando el momento para echar ella misma una mirada al reloj. Era cierto, Jared debía estar casándose en ese momento.

Jasmine puso un bisturí en su mano, y ella volvió a concentrarse en su trabajo.

Habían traído a esa perra atropellada a último minuto, estaba muy grave y si no la operaba enseguida, la pobre criatura moriría. No podía negarse a quedarse, no había nadie más para ayudarla. Y no iba a abandonarla, no cuando ese pobre animal ya había sido abandonado por todos en su vida. Ella no iba a dejarla atrás. Podía ser solo un perro, como diría seguramente su madre, pero, para ella, se trataba de una criatura sola, asustada, al borde de la muerte y sin nadie con quien contar, que necesitaba ayuda urgente.

Una criatura que ahora la tenía a ella para ayudarla.

Candy, como la bautizó al verla, sobreviviría. De eso, ella se encargaría.

—De no haberte tardado tanto con la iguana, seguramente ya estarías en la boda en este momento.

—No se puede apurar una operación, y menos una tan delicada. Las costillas rotas perforaron el pulmón, debo tener cuidado si deseo salvarle la vida.

—La iguana con obstrucción intestinal de hace un rato era una operación delicada. Esto es rutina. Y una pérdida de tiempo. Esta perra está muy mal, y no hay nadie que vaya a pagar sus gastos.

—Yo lo haré.

—Si sigues así, te irás a la quiebra.

—Ése mi problema, no el tuyo, Jas. Ahora preocúpate de mantenerte concentrada, ¿quieres?

—Lo siento, jefa. Ya me callo.

La puerta del quirófano se abrió en ese momento y por ella se asomó una mujer rubia de grandes ojos azules. Llevaba una máscara cubriendo su boca y nariz, pero, de todos modos, Jackie la reconoció enseguida.

—¿Amy, qué estás haciendo aquí? —le preguntó a su mejor amiga.

—¿Es en serio que no piensas llegar a la boda de tu hermano? —le preguntó ella con clara indignación en la voz.

—Te dije que no alcanzo a llegar, estoy operando. —Jackie quitó las pinzas y tomó una gasa que Jasmine le tendía para secar la sangre que brotaba profusamente de la herida.

El rostro de su mejor amiga palideció y debió forzarse en mirar a otro lado.

—¿No me dijiste que estabas operando a una iguana que llegó de emergencia por comer arena y piedras de su recinto? —le preguntó su mejor amiga—. Eso fue lo que le dije a Jared. Él va a creer que le mentí.

Jackie asintió. Como veterinaria de animales exóticos, solía atender casos como el de aquella iguana todo el tiempo.

—Sí, eso fue lo que te dije por teléfono. Pero justo después de la iguana llegó esta perra, y debo salvarla. —Alzó la vista para mira

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