Prepárense para perder

Fragmento

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ÍNDICE

Créditos

PREPÁRENSE PARA PERDER

Dramatis personae

1. Llanto

2. Eyjafjallajökull

3. Mercado

4. Pelea

5. Humillación

6. Miedo

7. Prepárense para perder

8. Rebelión

9. Triunfo

10. Tristeza

11. Irrealidad

Calendario del «Mourinhato»

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A los futbolistas valientes

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PREPÁRENSE PARA PERDER

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Dramatis personae

  • JOSÉ MOURINHO (Setúbal, 1963). Mánager del Real Madrid.
  • FLORENTINO PÉREZ (Madrid, 1947). Presidente de ACS y del Real Madrid.
  • JORGE MENDES (Lisboa, 1966). Representante de futbolistas y empresario.
  • JOSÉ ÁNGEL SÁNCHEZ (Segovia, 1968). Director General Ejecutivo del Real Madrid.
  • IKER CASILLAS (Madrid, 1981). Portero y capitán del Real Madrid y la selección de fútbol de España.
  • SERGIO RAMOS (Sevilla, 1986). Defensa y segundo capitán del Real Madrid.
  • CRISTIANO RONALDO (Madeira, 1985). Delantero del Real Madrid.
  • ZINEDINE ZIDANE (Marsella, 1972). Asesor de Florentino Pérez.
  • ANTONIO GARCÍA FERRERAS (León, 1970). Asesor de Florentino Pérez.
  • AITOR KARANKA (Vitoria, 1973). Ayudante de campo de Mourinho.
  • SILVINO LOURO (Setúbal, 1959). Entrenador de porteros del Real Madrid.
  • RUI FARIA (Balugaes, 1975). Preparador físico del Real Madrid.
  • XABI ALONSO (Tolosa, 1981). Centrocampista del Real Madrid.
  • LASS DIARRA (París, 1985). Centrocampista del Real Madrid.
  • PEDRO LEÓN (Muelas, 1986). Centrocampista del Real Madrid.
  • PEPE (Maceió, 1983). Defensa del Real Madrid.
  • GONZALO HIGUAÍN (Brest, 1987). Delantero del Real Madrid.
  • KARIM BENZEMA (Lyón, 1987). Delantero del Real Madrid.
  • MARCELO (Rio, 1988). Lateral del Real Madrid.
  • MESUT ÖZIL (Gelsenkirchen, 1988). Media punta del Real Madrid.
  • ÁLVARO ARBELOA (Salamanca, 1983). Lateral del Real Madrid.
  • ÁNGEL DI MARÍA (Rosario, 1988). Extremo del Real Madrid.
  • SAMI KHEDIRA (Stuttgart, 1987). Centrocampista del Real Madrid.
  • KAKÁ (Gama, 1982). Media punta del Real Madrid.
  • FABIO COENTRÁO (Viana do Conde, 1988). Lateral del Real Madrid.
  • JÜRGEN KLOPP (Stuttgart, 1966). Entrenador del Borussia Dortmund.
  • PEPE MEL (Madrid, 1963). Entrenador del Betis.
  • SERGIO BALLESTEROS (Burjasot, 1975). Defensa del Levante.
  • ASIER DEL HORNO (Baracaldo, 1981). Defensa del Levante.
  • LIONEL MESSI (Rosario, 1987). Jugador del Barcelona.
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Llanto

Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire.

JULIO CORTÁZAR, Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj

—¡Ha llorado! ¡Ha llorado...!

El 8 de mayo de 2013, la gente que trabajaba para la empresa Gestao de Carreiras de Profissionais Desportivos S. A., Gestifute, la compañía de representación más importante del mundo de la industria del fútbol, amaneció en un estado de excitación desconocido. José Mourinho no paraba de llamar a los empleados. Sus interlocutores le habían oído sollozar ruidosamente y corrían la voz. El hombre más temido de la empresa estaba demolido.

La noticia de que Sir Alex Ferguson había nombrado a David Moyes como su sucesor en el cargo de mánager del Manchester United provocó un terremoto. El United, el club más valorado del planeta por los inversores bursátiles, era el equivalente a la gran corona imperial del márketing futbolístico, y su puesto de mánager, ocupado durante 28 años por un magnífico patriarca, tenía connotaciones míticas.

Los términos de la abdicación de Ferguson eran el scoop más ansiado por los traficantes de secretos de la Premier. Hubo quienes se afanaron durante años preparando una trama de conexiones privilegiadas que les permitiera adivinar antes que nadie cuándo se produciría la vacante. Jorge Mendes, presidente y propietario de Gestifute, trenzó con Old Trafford más lazos que ningún agente. Ningún representante hizo negocios más voluminosos ni más raros con Ferguson. Nadie preparó con más cuidado a un delfín ni supo transmitir a los medios de comunicación la idea de que existía un sucesor predestinado. Si el efecto propagandístico profundizó en la conciencia de un hombre, ese fue el propio aspirante. Mourinho, alentado por su abnegado agente, creyó que Ferguson era, además de un aliado, su amigo y padrino. Se convenció de que les unía una relación de genuina confianza. Pensó que su fabulosa colección de títulos, sus dos Copas de Europa, sus siete Ligas y sus cuatro Copas en cuatro países distintos constituían un aval inaccesible para todos los demás pretendientes. Cuando supo que Ferguson había elegido a Moyes, el mánager del Everton, lo asaltó una espantosa incredulidad. ¡Moyes no había ganado absolutamente nada!

Fueron las horas más desgraciadas de Mourinho en su etapa como mánager del Real Madrid. Las sobrellevó entre el duermevela y la vigilia, pegado al móvil en busca de aclaraciones, entre la noche del 7 y la mañana del 8 de mayo, metido en el hotel Sheraton Mirasierra. Había llegado por la tarde en su Audi plateado, acompañado de su hijo de 12 años, José Mario, sin sospechar lo que se avecinaba. En la muñeca izquierda lucía el reloj «Mourinho CityEgo», modelo de la firma De la Cour valorado en unos 20.000 euros. La carcasa escondía una inscripción grabada en cristal de zafiro: «I am not afraid of the consequences of my decisions.».

A Mourinho le fascinaban los relojes de lujo. No solo usaba los de la marca que patrocinaba. Los coleccionaba compulsivamente. Sostenía que en su muñeca no podía llevar cualquier objeto. Teorizaba sobre la necesidad íntima de que aquello que rozaba su piel fuese un instrumento único. Distintivo.

Esa tarde se preparaba para concentrarse con el equipo antes de disputar la jornada 36 de Liga contra el Málaga en el Bernabéu. Lo emBarçaba la pesadumbre. Sabía que su reputación de líder carismático estaba dañada y lo atribuía a su estancia en Chamartín. El comportamiento de los españoles le parecía agobiante, la organización del club jamás colmó sus expectativas, y estaba harto de sus futbolistas. Les había acusado de traición ante el presidente, Florentino Pérez, y para demostrarles su desprecio resolvió no acompañarlos en el autobús del equipo y acudir al hotel por su cuenta. Separado de la plantilla en un gesto simbólico. Le recibieron un grupo de hinchas radicales del grupo Ultras Sur, desplegando una pancarta de 20 metros junto a la entrada del Sheraton. «Mou, te queremos», ponía. Cuando el autobús aparcó con la plantilla y los jugadores comenzaron a bajar, uno de los fanáticos, escondido tras la pancarta, expresó la sensación que arraigaba en el sector más violento de la afición.

—¡Casillas! ¡Deja de filtrar y vete a tomar por el culo!

La sospecha de que Casillas, el capitán y el futbolista más representativo de la masa social, era un topo y un saboteador, había sido cuidadosamente extendida por Mourinho durante sus reuniones con Florentino Pérez y algunos de sus asesores. Ciertos medios de comunicación multiplicaron los chismes sin que el club hiciera nada por contrarrestarlo, y el silencio del portero fue suficiente para que una porción de los seguidores le diera por culpable. Para culminar su obra de descrédito, el mánager pronunció una conferencia de prensa ese mismo mediodía insinuando que el portero intentaba manipular a los entrenadores para ganarse el puesto de forma ilegítima.

—Del mismo modo —dijo— que Casillas puede llegar y decir: «A mí me gusta un entrenador como Del Bosque, un entrenador como Pellegrini, un entrenador más manejable como no sé quién...» ¡Es legítimo que lo diga! Yo como entrenador tengo legitimidad para decir: ¡me gusta más Diego López! Y conmigo, mientras yo sea entrenador del Madrid, va a jugar Diego López. ¡No tiene historia!

El clima en el Sheraton era lóbrego esa noche cuando desde Inglaterra comenzaron a circular rumores contradictorios sobre la retirada de Ferguson. Las páginas del Mirror y el Sun ofrecían un panorama inquietante en Internet. El portugués estaba seguro de que Sir Alex, en caso de tomar una decisión así, le llamaría, al menos para comunicárselo. Pero nada. Según la gente que le prestaba apoyo logístico desde Gestifute, no recibió ni un mensaje de texto. Nada. Durante horas lo embargó una angustia incontenible. Estuvo haciendo llamadas hasta la madrugada para intentar confirmar los datos con periodistas y amigos británicos. Mendes lo supo inmediatamente pero no se atrevió a decirle toda la verdad. No le quiso comunicar que jamás había tenido la más mínima posibilidad. Fue otro empleado de Gestifute quien le anunció que, definitivamente, Moyes era el sucesor.

Lo atormentó el recuerdo de la entrevista que Sir Bobby Charlton había concedido al Guardian en diciembre. Los juicios del legendario ex futbolista y miembro del consejo directivo del United le causaron gran incertidumbre. «Un mánager del United no haría lo que él le hizo a Tito Vilanova», zanjó Charlton, evocando el dedo en el ojo, cuando le preguntaron si le veía como un sucesor para Ferguson. «Mourinho es realmente un buen entrenador, pero yo no iría más allá.» Respecto a la cuestión de la admiración que le profesaba el propio Ferguson, el veterano vino a decir que aquello era una fábula: «A él no le gusta demasiado.»

Mourinho prefirió creer en las cosas que Ferguson le contaba a él antes que dejarse agobiar por lo que un diario decía que Charlton decía. Pero aquella noche, la venerable figura de Sir Bobby asaltó su imaginación con fuerza reveladora. Había cumplido 50 años y tal vez se le cruzó por la mente su condición mortal. Ya no habría más Manchester United para él. No más sueños colosales. Solo la realidad. Solo el declive en España devorando su prestigio a cada minuto. Solo la mano tendida de Abramovich.

Por la mañana llamó a Mendes para que se pusiera en contacto con el United urgentemente. Hasta el final, quiso que su agente presionara al club inglés en un intento de bloquear cualquier operación. Fue un acto de desesperación. Ambos sabían que Mendes había puesto a Mourinho en el mercado desde hacía un año. David Gill, el director ejecutivo del United, mantenía conversaciones regulares con Gestifute y estaba al corriente de la disposición de Mourinho. Pero no le interesaba como mánager. A Mendes ya les habían dicho en el otoño de 2012 que la primera opción de Ferguson era Pep Guardiola. Le habían explicado las razones. En Gestifute, el mensaje de un ejecutivo del United retumbaba como un tambor:

—El problema es que cuando a «Mou» no le van bien las cosas, él no hace política de club. Hace política de José.

Lo que más espantó a Mourinho fue que la opinión pública concluyera que había hecho el ridículo. Se sentía engañado por Ferguson y temió que alguien pudiera dejar de tomarle en serio. Durante años, el aparato de propaganda que actuaba a su servicio había divulgado la idea de una amistad que ahora se revelaba como una imagen fantasiosa. Para darle coherencia a los hechos a la luz pública, los asesores de Gestifute le aconsejaron que dijera que él ya lo sabía todo porque Ferguson le había llamado para informarle. El 9 de mayo, alguien de Gestifute se puso en contacto con el diario Record para contar que Ferguson le ofreció su corona a Mourinho hacía cuatro meses, pero que la rechazó porque su mujer prefería vivir en Londres, y que por eso había acabado por inclinarse por el Chelsea. Al mismo tiempo, Mourinho ofreció una entrevista en Sky en donde declaró que Ferguson le mantuvo puntualmente al tanto de sus intenciones, pero que nunca le hizo esa oferta porque él sabía perfectamente que quería entrenar al Chelsea. Las contradicciones no estaban previstas.

Algo parecido a la depresión aplastó al mánager desde el fatídico 7 de mayo. Durante dos semanas desapareció de la escena pública y prácticamente no dirigió la palabra a los jugadores. Por primera vez en años, españoles y portugueses coincidieron observándole desde la distancia, como quien vigila a un lunático. El 17 de mayo debían disputar la final de la Copa del Rey ante el Atlético. La preparación del partido les hizo prever lo peor. El resentimiento era pegajoso. Si Mourinho se sentía traicionado, la plantilla le veía como a alguien cuya influencia podía destrozar la carrera a cualquiera. ¿Si había puesto en peligro a Casillas, el capitán más formidable de la historia del fútbol español, cómo debían sentirse los demás? Un testigo que asistió a los acontecimientos desde el interior de Valdebebas determinó una comunión diabólica: a los futbolistas no les importaba perder para que perdiera Mourinho, y a Mourinho tampoco pues así perdían los futbolistas.

El 16 de mayo, el mánager se presentó en el hotel de concentración con un «trivote» bajo el brazo. «Trivote», en la jerga de los futbolistas, era el término que definía el modelo táctico que Mourinho decía haber inventado. Sus ejecutantes variaban según diversas circunstancias. El plan, presentado en la pantalla mural del hotel, dispuso a los elegidos: Modric, Alonso y Khedira. Esto condicionó la ubicación de Ózil, el jugador más creativo, que fue desplazado a la derecha, a un puesto en donde se sentía aislado. Adelante situó a Benzema y Cristiano. Atrás, a Essien, Albiol, Ramos y Coentrao. En la portería, a Diego López.

Las charlas tácticas de Mourinho se habían ca

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