Mil días con Nebraska

Fragmento

Creditos

1.ª edición: enero, 2017

© 2017 by V. M. Cameron

© Ediciones B, S. A., 2017

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-617-0

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Maquetación ebook: emicaurina@gmail.com

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Dedicatoria

 

 

 

 

 

Para mi tío Luis,

la luz que me ilumina,

mi ángel de la guarda.

Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

 

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Agradecimientos

Promoción

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Capítulo 1

—No me jodas… ¡Es Nebraska Jones!

Esas palabras provenían de la parte de atrás de esa clase, pero aun así, llamaron la atención de David, especialmente cuando todos a su alrededor comenzaron a repetirlas, dirigiéndose unos a otros de forma extrañada.

Era el primer día de clases en el instituto Harrison de Nueva York, el último primer día de clases que tendrían allí, al ser alumnos del último curso.

—¿Nebraska Jones? Eso no es posible —decía la gente entre susurros.

—Dicen que ha estado en un reformatorio.

—No, no. Sus padres la enviaron a vivir con sus abuelos a Europa cuando intentó atracar un banco.

Finalmente, entre tanta información diferente, David terminó levantando la cabeza, perdiendo el interés en el libro que estaba leyendo y mirando hacia la puerta. Allí, con evidente aire de indiferencia, se hallaba una muchacha rubia con el cabello largo recogido en una trenza que caía sobre su hombro. Todo en ella reflejaba que, en realidad, no quería estar allí: la manera en la que se colgaba su mochila negra, sus pantalones rotos, el aro plateado de su nariz, la mirada de disgusto (y un destacable resquicio de asco) con la que los escrutaba a todos…

Nebraska se encontraba parada en la entrada de la clase, sin tener la más remota idea de qué haría después. La joven oía perfectamente cómo todos cuchicheaban a su alrededor sin dejar de mirarla. ¿Acaso esos imbéciles se creían que estaba ciega y sorda?

—No la mires, David —le susurró Cloe a su mejor amigo, sacándolo de su ensoñación mientras miraba a la alumna nueva—. Dicen que odia que la miren.

David entrecerró sus ojos castaños y desvió la mirada hacia Cloe, centrándose en su oscuro cabello rizado y las gafas azules y gruesas de la chica.

—¿Quién es? —preguntó el chico, interesado.

Sentada a su lado, Cloe pareció recordar algo, de pronto.

—¡Es verdad! Tú llegaste el curso pasado, cuando ella ya se había ido —dijo, todavía con voz muy baja—. Es Nebraska Jones. La echaron del instituto hace un par de años porque se dedicaba a incendiar las papeleras de los pasillos y a causar problemas.

David alzó una ceja.

—¿Cómo? —preguntó, atónito.

—¡Entre otras mil cosas! —Cloe soltó una pequeña carcajada nasal—. Maltrataba a los alumnos más pequeños y, en general, a cualquier persona que le cayera mal. Robaba, rompía y se saltaba todas las clases posibles.

David casi no podía creerse que esa pequeña adolescente hubiera hecho todo eso. Con disimulo echó un vistazo por la clase y apreció que la gente seguía hablando sobre Nebraska como si ella no estuviera allí parada en la puerta, escuchándolo todo.

—Pues a Bolton no parece disgustarle en absoluto —opinó el joven, señalando a Henry Bolton, el capitán del equipo de baloncesto que estaba sentado en la última fila de pupitres.

Detrás de él, Max le tocó el hombro; había estado escuchando su conversación.

—Eso es porque Bolton estaba colado por ella antes —le susurró—. Pero como se pase un poco este año, seguro que ella le arranca la cabeza. Dicen que una vez tiró a un tío por una ventana porque bebió de su cerveza.

David se rio con tranquilidad, volviendo a observar de reojo a la chica, que cada vez parecía más incómoda y miraba a todas partes con aire desesperado, tratando de encontrar un lugar en el que sentarse para dejar de ser el centro de atención.

—Seguro que esos rumores son mentira. No creo que sea tan mala, nadie puede serlo —dijo David.

Nebraska chasqueó la lengua; eso estaba siendo terriblemente vergonzoso. Recorrió toda la clase con la mirada y maldijo cuando vio que toda la última fila estaba llena de unos niños con aires de superioridad que ella conocía muy bien. Ya no podría sentarse ahí, como siempre había acostumbrado a hacer. Controló una mueca de asco al reconocer al estúpido de Bolton que, para su sorpresa, le guiñó un ojo. ¿Eso era en serio? Con lentitud ella hizo un amago de meterse los dedos en la boca, fingiendo querer vomitar y asegurándose de que ese estúpido la veía perfectamente. Después se giró y siguió buscando, hasta que al final logró divisar un lugar vacío junto a la pared, en la segunda fila.

Suspirando, Nebraska se dirigió hacia allí y se encontró con que una muchacha menuda y con gafas obstaculizaba su paso, sentada a un par asientos del que ella había visto.

—Aparta, pardilla —murmuró con una frialdad que llevaba años practicando.

La muchacha enrojeció furiosamente, poniéndose recta, y casi dejó espacio suficiente para que Nebraska pasara detrás de su silla hasta con los brazos abiertos.

Al cabo de unos segundos, tras tirarse en su asiento, dejando caer su mochila bruscamente sobre la mesa, se fijó en el chico de su lado. Era castaño, con los ojos oscuros y parecía bastante alto, aunque desgarbado y delgado; no era un tipo del que fuera a acordarse diez minutos después.

Nebraska arrugó la nariz y, frente a ella, David se tensó con violencia al sentir la mirada de la chica calándole hasta los huesos.

—¿Y tú qué miras, pringado? —fue lo único que ella le dijo.

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Capítulo 2

El día anterior había sido muy extraño para David. Por fin habían conocido a algunos de sus nuevos profesores y se les habían presentado las asignaturas que darían en ese año. El curso que se avecinaba parecía realmente duro, con toda seguridad los prepararían a conciencia para la universidad… Así que él estaba un poco asustado por todo eso y, quizás también, por la presencia de esa antipática adolescente que se había sentado junto a él el día anterior.

Habían sido seis horas incómodas para David, que intentaba no mirarla en ningún momento. Al principio había creído que todos esos rumores estúpidos sobre Nebraska Jones eran mentira, pero poco a poco, sus otros conocidos del instituto le habían asegurado que tenía un gran historial delictivo, que se drogaba desde los doce años y que durante el verano anterior había trabajado como actriz porno en Nueva Jersey. No estaba seguro de que todo fuera cierto, pero David había decidido no hacer nada que pudiera molestar a esa chica de ningún modo; sólo por si acaso.

—¿Tan mal me han quedado las tortitas? —preguntó su padre, viendo cómo David no estaba desayunando nada después de casi veinte minutos sentado en la mesa.

Él miró a su padre, Phil, y sonrió amablemente.

—Peor que nunca —dijo.

Su padre fingió estar escandalizado. Por una parte, sabía que su hijo estaba diciendo la verdad. Sus tortitas eran las peores del mundo, siempre quedaban quemadas por un lado, duras por el otro y crudas por dentro. Pero la madre de David las había preparado todos los días desde que sus padres se habían casado, y él había seguido haciéndolas también después de que ella muriera, seis años atrás.

—A mí me gustan —dijo Dan, el hermano pequeño de David.

—Ves, a Danny le gustan. No pueden estar tan malas —volvió a bromear su padre.

David agarró su tenedor y comió un bocado de tortita, seguido de un trago de café, intentando aparentar normalidad.

—¿Todo bien en el instituto? ¿Tuviste un buen día? —preguntó el hombre de forma casual.

—Sí, claro —asintió David—. Me gustan los profesores.

—A nadie le gustan los profesores —replicó Dan, frunciendo el ceño de su pequeña carita.

Phil intentó reprimir una carcajada.

—Tendrán que gustarte, pequeñajo —dijo—. En mi casa no entra un solo suspenso, ya lo sabes.

Dan abrió la boca, contrariado, dejando ver que le faltaban dos de sus dientes de leche.

—Tengo seis años, ¡ni siquiera tengo exámenes!

Con una sonrisa, David terminó de beberse su café y se levantó de la silla, acariciando cariñosamente el cabello dorado de su hermano; en unos años éste se oscurecería, como le había ocurrido a él.

—Mejor —le dijo.

David se dirigió al cuarto de baño para lavarse los dientes antes de ir al instituto, pero se sorprendió al encontrarse con que su padre también se había levantado de la mesa y lo había seguido hasta el pasillo.

—¿Seguro que todo bien? —le preguntó una vez más Phil.

Por un instante, David quiso contarle que quizás había conocido a un problema de cabello rubio y con un piercing en la nariz el día anterior, pero decidió que prefería confiar en que Nebraska se comportara de forma agradable en esa ocasión. Podía ser, ¿verdad?

—Todo perfecto —aseguró.

***

Su corazón se aceleró en cuanto cerró la puerta de su casa y se encontró con June, su agradable vecina. La chica sonrió al verlo; llevaba ropa de deporte ajustada, con su larguísima melena oscura cayéndole sobre la espalda y unos enormes ojos azules que lo miraban atentamente.

June era la chica por la que David se moría desde que él tenía seis años y ella quince. Siempre habían sido vecinos en su edificio, por lo que se encontraban de vez en cuando y a David se le olvidaba cómo hablar delante de ella. Esto había sido así durante años.

—Buenos días, David. ¿Cómo estás? —preguntó ella, mientras caminaban hacia el ascensor.

Él trató de conformar alguna frase coherente, pero mil avisos, luces y carteles en su cerebro le advertían que no dijera ninguna tontería.

—Ajá —murmuró.

June ensanchó aún más su sonrisa cuando ambos entraron en el ascensor.

—¿Vas a clase?

David apretó el botón número cero del ascensor, ellos se encontraban en el piso dieciséis.

—Cla-claro —le dijo él.

No hacía falta que le preguntara. ¿Acaso no veía cómo no era más que un adolescente escuálido con una mochila? Llevaba unos vaqueros algo desteñidos, con deportivas azules y una sudadera negra, el típico atuendo juvenil que sólo podía identificarlo con alguien joven. Demasiado joven. Pronto él comenzó a enrojecer, cosa que June encontró terriblemente adorable.

—¿Se te ha comido la lengua el gato? —preguntó la chica con una brillante sonrisa justo cuando las puertas del ascensor se abrieron.

David quiso decir algo, pero no fue capaz. Sin borrar su sonrisa, June se acercó un poco y le acarició la mejilla con un par de dedos. Acto seguido salió del ascensor con un movimiento veloz y elegante, dejando a David estático allí.

Al cabo de unos segundos, el chico se llevó la mano a la mejilla y sonrió, pero un instante después no pudo hacer otra cosa que maldecir al mundo por ser un niño mientras June ya era una mujer. Caminó con lentitud hasta el instituto, que se encontraba sólo a un par de calles de su casa. Se tranquilizó respecto a la presencia de Nebraska, diciéndose que, seguramente, la chica sólo habría hecho acto de presencia el primer día para aparentar y que ya no volvería a aparecer por allí.

Pero ni siquiera pudo engañar a su propia intuición, ya que, en el fondo, David sabía que encontraría a Nebraska en su clase, sentada en la silla de al lado otra vez. Y así fue.

***

—La verdad es que está buenísima —opinó Max, apoyado en la taquilla que estaba situada junto a la de David. Cloe le lanzó una mirada asesina y Max tragó saliva—. Quiero decir, si no fuera una loca psicópata.

David se limitó a escuchar la conversación de sus dos amigos mientras sacaba los libros de psicología de su taquilla. La verdad era que, últimamente, todas las conversaciones en el instituto parecían tratar en exclusiva sobre Nebraska.

Cloe tenía el ceño fruncido, mientras casi clavaba sus uñas en un archivador rojo.

—Pues a mí me no me parece guapa —opinó.

Max entrecerró sus profundos ojos azules, divertido por lo que acababa de decir la chica.

—Eso es porque tú la ves como una rival; ambas peleáis por la atención del género masculino —le respondió Max, sonriendo aún más cuando Cloe puso cara de incredulidad—. Y además ella no te cae bien, pero a la hora de la verdad es más guapa incluso que Madison. ¿Verdad, David?

David no respondió al instante, sino que se tomó unos cuantos segundos para revisar que lo había cogido todo y cerrar la taquilla. Después miró a Max, encogiéndose de hombros.

—Supongo.

Cloe enarcó una ceja.

—Venga ya, ¡es una delincuente! —dijo alzando la voz—. Vale, sí, es rubia. ¿Y qué? Tiene cara de drogadicta y un aro pegado a la nariz como si fuera…

De pronto los libros de Cloe se desparramaron por el suelo violentamente, casi seguidos por el cuerpo de la chica, si no hubiera sido porque David la agarró a tiempo para que no se cayera. Él levantó la cabeza para ver qué había ocurrido y no tardó en observar cómo Nebraska había empujado con fuerza a su amiga al pasar y ahora se alejaba por el pasillo rápidamente para entrar en la clase de psicología.

—¿Estás bien? —preguntó David, preocupado.

Cloe dejó escapar el poco aire que había en sus pulmones, llevándose una mano al hombro que Nebraska le había golpeado. Después se agachó para recoger todo lo que se le había caído segundos antes. Max también hizo lo mismo, pero la chica lo cortó de golpe.

—No, déjame —dijo con voz dura.

Terminó de recoger los últimos papeles y siguió caminando por el pasillo junto a ellos, pero sin volver a mostrar un gesto amable ni nada parecido.

—Ahí está tu reina de la belleza —resopló.

Max levantó las manos, molesto por el comentario.

—Estabas insultándola en mitad de un área común, ¿qué esperabas?

Cloe se indignó aún más.

—Eso, tú defiéndela.

Levantando la barbilla, la chica entró a la clase, sentándose en su lugar de siempre, tan sólo separado del de Nebraska por el pupitre de David, y con los labios fruncidos en una mueca de desagrado.

—¿Pero ahora qué le pasa? —preguntó Max desde la puerta—. No entiendo nada.

David sonrió a su amigo y le dio una palmada en la espalda, dándole ánimos. Cloe siempre era especialmente dura con él, David ya estaba acostumbrado a verlo a diario, por lo que prácticamente ni se inmutaba.

—Déjala —le aconsejó—, ayer Nebraska la insultó y ahora la tiene como enemiga acérrima.

—¡Hola, chicos!

La conocida voz del profesor Edwards, que acababa de llegar, los instó a entrar a la clase y tomar asiento.

David miró un segundo a Nebraska, que ese día llevaba un jersey de rayas blancas y negras y, por supuesto, la misma cara de aburrimiento que el anterior.

—Hola —saludó.

Ella no le respondió, sino que siguió mirando al profesor que acababa de entrar.

El señor Edwards era joven, tenía unos treinta y pocos años, y era bastante guapo, pero lo que más llamaba la atención era su enorme y permanente sonrisa. Siempre hablaba con todos los alumnos como si fueran sus amigos y trataba de ayudarlos en todo lo posible.

—¿Cómo estáis? Ha acabado el verano, ¿tenemos depresión post-playa?

Los alumnos de la clase rieron, mientras él comenzaba a explicar la materia que darían ese año en la asignatura de psicología y hacía bromas para captar la atención de la gente.

—Lo más importante durante estos próximos tres meses —explicó el señor Edwards al cabo de un rato—, es el estudio de las relaciones humanas.

Al fondo de la clase alguien emitió una sonora carcajada, así que el profesor compuso una mueca graciosa.

—No me refiero a relaciones sexuales, Phillips. —Se rio—. Pregúntales a tus padres sobre eso.

David miró de reojo a Nebraska, mientras toda la clase se divertía con las bromas, pero ella continuaba con su expresión perpetua de pasotismo. Se preguntó si esa chica se sonreiría alguna vez… o haría cualquier cosa que implicara entrenar los músculos faciales.

—Vamos a hablar de relaciones personales, tanto con el resto de gente como de la relación que mantenemos con nosotros mismos. ¿Os conocéis tan bien como creéis? —La voz del profesor fue misteriosa un segundo.

Durante un instante, David pareció percibir un mínimo interés en Nebraska, que cambió de postura y, cuando se giró para mirarla, se encontró con que también ella lo miraba a él.

Nebraska no apartó sus ojos azules de los de él, mientras lo estudiaba a conciencia, sin sentirse intimidada de ningún modo. ¿Qué diablos quería ese tío y por qué la miraba todo el tiempo? Al final fue él quien apartó la vista, sintiendo cómo las palmas de las manos comenzaban a sudarle. Max estaba en lo cierto: era guapa, era muy guapa. Pero también Cloe tenía parte de razón: parecía una delincuente.

David no tenía nada en contra de los delincuentes, en un principio… o sí, no lo sabía. Ser delincuente era malo, eso lo tenía claro… ¿pero estaba mal que alguien no te gustara por ser un delincuente? Eso podría ser algún tipo de discriminación.

Cuando David quiso quitarse esos pensamientos de la cabeza y volvió a prestar atención al profesor, éste se encontraba ya repartiendo unos papeles en blanco a cada uno de los alumnos. En la segunda fila, le tendió unas cuantas hojas a Madison, la jefa del equipo de las animadoras, y los propios chicos fueron pasándolas hasta que dos folios llegaron a David. Él se quedó uno y le tendió el otro a Nebraska, que lo miró de nuevo intensamente. David casi creyó que ella iba a decir algo, pero al final no lo hizo y se quedó mirando el papel blanco.

—Quiero que, en unas doscientas palabras, me habléis sobre vosotros detalladamente: vuestros gustos, aficiones, familia, amigos… Todo, quiero que me lo digáis todo —explicó el profesor—. Nada sexual, por favor. No me interesa.

Hubo una nueva carcajada grupal.

—No os preocupéis por lo que vayáis a contar, puesto que no vamos a leerlo en voz alta y además será muy útil para un trabajo muy importante que haremos durante estos tres meses; contará gran parte de la nota final. —Los chicos comenzaron a abuchear, pero el profesor Edwards logró calmarlos—. Y, por favor, es muy importante que seáis sinceros en lo que digáis aquí. Si no, el trabajo no tendría sentido.

En los minutos siguientes, todos comenzaron a escribir. David miró la hoja durante unos segundos, hasta que, a su espalda, Max se adelantó para hablarle.

—¿Y ahora qué le cuento yo?

David sonrió.

—No sé, tu día a día.

Max miró a su amigo, divertido.

—¿Pajas incluidas? —bromeó.

Al escuchar esto, Cloe volvió a asesinarlo con la mirada. Al parecer iba a estar enfadada durante bastante tiempo por lo que había sucedido antes.

—Si esa es toda tu vida… —dijo con indiferencia.

—Pues no, listilla —le respondió Max, molesto.

Mientras sus amigos discutían de nuevo, David cogió aire y se decidió a dirigirse a Nebraska por segunda vez en su vida, esperando recibir respuesta esta vez.

—Vaya, no sé qué poner. ¿A ti qué te parece? —le preguntó, con voz amable.

Nebraska tardó unos segundos en reaccionar a sus palabras y cuando lo hizo dio la impresión de encontrarse forzada a hacerlo.

—No sé; una gilipollez.

Algo en el estómago de David pegó un extraño salto. ¡Ella le estaba hablando, y no le había insultado aún!

—Pero aun así debemos hacerlo —afirmó.

Nebraska enarcó una ceja.

—¿Y?

De acuerdo, esa chica sí que sabía cómo poner fin a una conversación.

Durante toda la hora, David se peleó con las palabras para expresar que tenía diecisiete años, un hermano de seis y que vivía junto a su padre. Había contado que le gustaba la música, cocinar, leer y que sus mejores amigos eran Max y Cloe.

A su lado, Nebraska había permanecido centrada en su redacción durante todo el tiempo y David tenía que reconocer que se moría de ganas por saber qué estaba escribiendo con tanta decisión. En ese papel podía encontrarse todo lo que ella era en realidad y aquello sobre lo que todos los demás hablaban durante todo el tiempo.

El timbre sonó de repente, y David agradeció haber podido terminar su pequeña redacción.

—Entregádmelos, ¡venga, chicos! —pidió el profesor Edwards.

David llegó hasta la mesa del profesor casi el último y dejó su redacción sobre la mesa. Justo después, también Nebraska hizo lo mismo, y David se quedó realmente sorprendido al ver que cada pequeño rincón del papel blanco estaba cubierto… pero no con lo que el profesor había pedido.

Nebraska sólo había escrito una palabra durante todo el texto; la misma todo el tiempo:

«Basura».

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Capítulo 3

David miró a la joven que había vuelto hasta su mesa y en ese momento se encontraba sacando su teléfono móvil de la mochila. Todos los alumnos habían salido ya de la clase menos ellos dos, y él se resistía inconscientemente a irse.

—Vamos, David —le instó Max desde la puerta.

Frente a él, el profesor Edwards agarró el trabajo de Nebraska y lo miró durante unos segundos. Después dirigió la vista hacia la pequeña muchacha, que estaba distraída con su teléfono.

—¿Podemos hablar un momento, Nebraska?

Ella alzó la cabeza y lo miró. Después sus ojos volvieron a encontrarse con los de David, que se había quedado helado al ver el trabajo y todavía no reaccionaba correctamente.

—¿Nos puedes dejar a solas, David? —preguntó el señor Edwards con voz suave.

El chico asintió con la cabeza y se marchó de la clase en silencio, dejándolos solos en la clase y cerrando la puerta tras de sí.

Nebraska dejó su teléfono dentro de la mochila de nuevo y se acercó al profesor, que se apoyó en su enorme mesa y la miró en silencio mientras suspiraba audiblemente. El ambiente era tenso, estaba algo enrarecido, y Nebraska seguía manteniendo una postura altiva e indolente.

—¿Quieres hablar de esto, Nebraska? —Levantó el folio que ella había rellenado.

—¿De qué hay que hablar? Lo he dejado claro.

—¿Tu vida es una basura? —preguntó el profesor.

—No. Esta asignatura es una basura, estar aquí es una basura. Este instituto es una basura.

El profesor se sorprendió de la rabia que despedían sus palabras. Él había conocido a Nebraska hacía años, pero nunca antes había sido su profesor. Había oído mil quejas sobre ella entre el personal docente del instituto y siempre había deseado poder charlar un instante a solas con esa alumna problemática… la suerte le había sonreíd

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