La historia de España que no pudo ser

Fragmento

Creditos

1.ª edición: octubre, 2013

«¿Qué habría sucedido si el alzamiento del 18 de Julio hubiera fracasado?» © Stanley G. Payne. Traducción del inglés por Daniel Laks.

«¿Qué habría sido de la República sin las armas de la Unión Soviética?» © Daniel Kowalsky, 2007. Traducción del inglés por Daniel Laks.

«¿Y si la República hubiera desechado el cruce del Ebro para poner en marcha el "Plan P" del general Vicente Rojo?» © Jorge Martínez Reverte, 2007

«¿Qué habría sucedido si José Antonio Primo de Rivera no hubiera sido fusilado en Alicante y hubiera conseguido llegar a Salamanca en 1937?» © Joan Maria Thomàs, 2007

«La victoria de la República en la Guerra Civil y la Europa de 1939» © Ismael Saz, 2007

«Una hipótesis: la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial junto a Hitler y Mussolini en 1940» © Norman J. W. Goda, 2007. Traducción del inglés por Daniel Laks.

«El triunfo de la División Azul» © Xavier Moreno Juliá, 2007

«De españoles a alemanes: Himmler, la Falange y el ideal visigótico» © Wayne H. Bowen, 2007. Traducción del inglés por Daniel Laks.

«¿Qué habría sido del Régimen si Franco hubiera muerto como consecuencia del accidente de caza que sufrió realmente en 1961?» © Pere Ysàs, 2007

«Mucho más probable de lo que se ha creído: Alfonso de Borbón Dampierre y María del Carmen Martínez-Bordiú Franco, Reyes de España» © Xavier Casals Meseguer, 2007

«¿Cuánto hubiera durado el franquismo tras la muerte de Franco si el almirante Carrero Blanco no hubiera sido asesinado por ETA en 1973?» © Martí Marín Corbera, 2007

«España después del triunfo de Tejero y los golpistas el 23-F» © Ferran Gallego, 2007

© Ediciones B, S. A., 2013

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal: B. 18.627-2013

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-635-9

Maquetación ebook: Caurina.com

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Contenido

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Portadilla

Créditos

 

Nota introductoria

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Sobre los autores

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Nota introductoria

A pesar de su título, éste es un libro de historia. Como es bien sabido, el quehacer del historiador se basa fundamentalmente en reconstruir y explicar los hechos del pasado. Del pasado que realmente existió. De un pasado que fue el producto de circunstancias y decisiones cruzadas de individuos, organizaciones, instituciones, partidos y Estados. A la hora de tomar esas decisiones se produjeron procesos de selección —o de reacción, o de previsión— condicionados por la ideología, circunstancias y opciones de aquellos que debían tomarlas. Al final, se optó y se reaccionó de determinada manera, o se dio una actitud pasiva. Y el cruce de las decisiones y no-decisiones de los diversos agentes dio como resultado un determinado hecho histórico.

Existe pues todo un mundo de opciones que fueron posibles pero no se convirtieron en históricas, así como un conjunto de consecuencias posibles derivadas de ellas, que los historiadores estamos obligados a tener en cuenta al realizar nuestro trabajo de explicación de lo que realmente sucedió. El estudio de lo que pasó incluye con frecuencia también la consideración de las otras opciones, de lo que pudo haber sucedido. Unas opciones, estas últimas, que fueron el resultado de opiniones diversas, de las discusiones que se produjeron o de los análisis que estuvieron sobre la mesa o en las mentes de aquellos protagonistas que debían decidir. No siempre, sin embargo, el trabajo histórico incluye el resultado histórico posible y probable que hubieran podido tener esas otras opciones. Un resultado que queda oculto porque, simplemente, no se dio y que los historiadores, tras considerarlo, no reflejan habitualmente en sus trabajos, aunque ha formado parte de su reflexión.

Éste es el objetivo de La historia de España que no pudo ser: presentar a todos aquellos amantes de la ficción de base histórica, al lector interesado en Historia, al estudiante y al estudioso de la Historia, el resultado de la reflexión de doce historiadores profesionales sobre lo que hubiera sucedido o hubiera podido suceder si determinados hechos históricos no se hubieran producido en razón de haber triunfado otras opciones que también fueron posibles.

Los temas estudiados corresponden a dos períodos fundamentales de nuestro siglo xx: la Guerra Civil y el franquismo. E incluyen la interrogación sobre qué hubiera pasado acerca de hechos que fueron cruciales y determinantes de la historia de estos dos períodos, tales como, para la Guerra Civil,

—¿Qué habría sucedido si el alzamiento del 18 de julio de 1936 hubiera fracasado?

—¿Qué habría sucedido si la República hubiera ganado la Guerra Civil?

—¿Qué habría sido de la República sin las armas de la Unión Soviética?

Y, para el franquismo,

—¿Qué habría sucedido si España hubiera entrado en la Segunda Guerra Mundial junto al Eje en 1940?

—¿Qué habría sido del Régimen si Franco hubiera muerto como consecuencia del accidente de caza que sufrió realmente en 1961?

—¿Cuánto habría durado el franquismo tras la muerte de Franco si el almirante Carrero Blanco no hubiera sido asesinado por ETA en 1973?

—¿Qué hubiera sucedido si el 23-F hubiera triunfado?

Junto a estos temas, se analizan otros, no tan decisivos, pero que creemos de indudable interés para el lector. Alguno responde a una interrogación que se han hecho miles de españoles alguna vez, fueran o no falangistas:

—¿Qué habría sucedido si José Antonio Primo de Rivera no hubiera sido fusilado en Alicante y hubiera conseguido llegar a Salamanca en 1937?

Otros estudian cuestiones que hubieran podido influir decisivamente, como que la Batalla del Ebro no se hubiera producido y sí en cambio un conjunto de operaciones militares republicanas que hubieran podido cambiar el curso de la Guerra Civil.

O que finalmente los Reyes de España no hubieran sido Juan Carlos I y Sofía sino Alfonso XIV (Alfonso de Borbón Dampierre) y Carmen Martínez-Bordiú Franco.

O las condiciones en las que la División Azul pudiera haber triunfado y participado en la derrota de la Unión Soviética formando parte de la Wehrmacht.

O, y aquí no existe ficción alguna, cómo algunos líderes e intelectuales falangistas adoptaron los planteamientos racistas de los nazis y promocionaron la (supuesta) adscripción aria de los españoles y su derecho —también racial— a formar parte del Nuevo Orden.

Estamos pues ante un conjunto de temas importantes y sugerentes, que sin duda no dejarán indiferente al lector y suscitarán la reflexión histórica y el debate. Y que contribuirán a difundir la Historia y hacer de ella una disciplina aún más atrayente y, por qué no, más divertida.

Se propone así un viejo juego, ahora utilizando la historia como protagonista (la que efectivamente se dio y la que hubiera podido ser); un juego bien conocido y que con frecuencia aplicamos a nuestras propias historias personales. A la historia de nuestras vidas, marcadas no ya por el quehacer cotidiano, sino por determinados momentos, cruciales, en los que hemos tomado decisiones, un puñado de ellas, o hemos permanecido pasivos. Momentos en los que hemos optado y que explican nuestra trayectoria vital.

Que pasen un buen rato.

Joan Maria Thomàs, coordinador

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¿Qué habría sucedido si el alzamiento del 18 de julio hubiera fracasado?

Stanley G. Payne

(University of Wisconsin)

La larga duración y el carácter destructivo de la Guerra Civil española, sumados a sus importantes implicaciones internacionales y a la larguísima dictadura franquista que la siguió, han contribuido a oscurecer el hecho de que la rebelión militar del 18 de julio de 1936 estuvo a punto de fracasar nada más producirse. El general Emilio Mola, que la organizó, topó con grandes dificultades a la hora de conseguir un compromiso generalizado con la insurrección, que en un primer momento sólo obtuvo el apoyo de aproximadamente el cincuenta y cinco por ciento de los militares. Casi la mitad de las fuerzas de seguridad permanecieron fieles a la República, al igual que lo hicieron las dos terceras partes de la fuerza aérea y de la Armada.

La única ventaja significativa de que disfrutaron los rebeldes fueron las unidades militares de élite del protectorado marroquí. En un primer momento, su traslado a la Península se vio bloqueado por las fuerzas navales de la República. Podría, por tanto, plantearse la hipótesis de que, si el gobierno y los partidos de izquierda hubieran gozado de un liderazgo más coherente, habrían mantenido un bloqueo efectivo del Estrecho, reorganizado a las facciones leales del ejército y las fuerzas de seguridad y, con la ayuda de las milicias sindicales, arrollado a las comparativamente débiles fuerzas rebeldes en la Península, las cuales —sin ayuda extranjera— corrían el riesgo de quedarse sin municiones. En esta situación hipotética, la rebelión no se habría alargado más de unos treinta días sin que sus últimos partidarios se hubieran visto obligados a rendirse, triunfando la izquierda.

Un análisis de lo que hubiera podido suceder a partir de ahí depende, en primer lugar, de si la especulación se basa en el resultado hipotético que acabamos de describir o, por el contrario, si partimos de la suposición de que el gobierno republicano de izquierdas hubiera conseguido evitar que se diera cualquier conato de rebelión militar, cosa que no estaba fuera del ámbito de lo posible. Es preciso entender que, a mediados de julio de 1936, todas las fuerzas de izquierda, tanto moderadas como revolucionarias, habían empezado a dar por sentado que era inevitable algún tipo de rebelión militar. El gobierno apostaba por que sería una rebelión débil, fácil de sofocar, y cuya derrota fortalecería a renglón seguido a un gobierno de izquierdas relativamente moderado, no revolucionario. En cambio, la facción caballerista (de los seguidores de Francisco Largo Caballero) del PSOE preveía una situación algo distinta, en la que una revuelta militar debilitaría de tal modo al gobierno republicano que la rebelión sólo podría ser aplastada mediante una huelga general y la entrega de armas a los sindicatos de izquierda. Sindicatos que pondrían el poder político en manos de los revolucionarios —lo que, mutatis mutandis, se acercaba más a lo que finalmente sucedió.

Si no hubiera existido rebelión en absoluto, o si ésta hubiera sido derrotada rápidamente, la fuerza de las izquierdas se habría visto muy incrementada. Sin embargo, y puesto que éstas estaban muy divididas, debemos sopesar cuidadosamente varios desenlaces alternativos. Al menos tres posibilidades diferentes merecen ser consideradas: 1) el predominio continuado de un Frente Popular republicano de izquierdas; 2) una ruptura rápida del Frente Popular que diera paso a una coalición más moderada, con el apoyo de demócratas y militares leales de centro (la «opción Martínez Barrio», la que se intentó sin éxito entre el 18 y el 19 de julio); 3) la reestructuración o incluso la sustitución del Frente Popular original por alguna combinación de la izquierda revolucionaria (el plan caballerista).

1) La primera posibilidad habría materializado la utopía republicana de Manuel Azaña. Ello hubiera exigido que el presidente del Gobierno Casares Quiroga hubiera sido capaz de manejar con habilidad extrema la revuelta militar, o cualquier otra revuelta menor, de manera que no hubiera sido necesario realizar concesión alguna a los rebeldes. Un gobierno victorioso que hubiera conjurado la amenaza de la derecha sin necesidad de imitar a Kerenski y confiar en los revolucionarios (cuyo apoyo, de hecho, fue menos determinante en las zonas en que se sofocó la rebelión de lo que a menudo se ha afirmado) habría disfrutado de una autoridad renovada. Ello habría permitido a los republicanos de izquierda promover sobre bases más coherentes las políticas que ya estaban —no siempre con éxito— intentando llevar a la práctica. Se habrían producido reformas sociales y económicas, y el proceso de descentralización y de autonomías regionales probablemente se habría generalizado.

Al mismo tiempo, las divisiones entre los principales movimientos revolucionarios podrían haber hecho imposible que cualquier opción revolucionaria adquiriera suficiente fuerza por sí misma para imponerse en el régimen republicano. La estrategia de los partidarios de Largo Caballero se basaba en capitalizar la reacción a una insurrección de derechas, que adoptaría la forma de una insurrección de la izquierda revolucionaria. Si el éxito del gobierno no daba opción a tal cosa, los caballeristas se habrían quedado momentáneamente desprovistos de estrategia. El cisma en el seno del movimiento socialista se habría prolongado. El PCE habría continuado creciendo, pero de momento habría continuado su política de apoyo al gobierno republicano, sin dejar de presionarle en pro de una legislación más drástica de represión de la derecha. Los anarquistas no habrían renunciado a la «vía insurreccional» para tomar el poder (vía que habían respaldado en el mes de mayo anterior en su congreso de Zaragoza), pero no habrían encontrado de inmediato las condiciones propicias para dar ese paso. El gobierno habría confiado en un ejército purgado y políticamente leal para mantener a raya a la extrema izquierda revolucionaria.

Este desenlace habría desembocado en un régimen exclusivista, de tipo latinoamericano o mejicano. Se habrían promulgado más leyes para excluir a la derecha, y todos los partidos y facciones monárquicas y de extrema derecha, así como sus diversos afiliados, habrían sido abolidos. No se habría ilegalizado a la CEDA ya que era demasiado importante y relativamente demasiado moderada para merecer semejante trato. Se le habría permitido continuar como un partido de oposición domesticado y estrictamente marginal, un poco como lo fue el PAN (Partido de Acción Nacional) en Méjico durante muchos años. Habrían continuado celebrándose elecciones, con libertad para los partidos de izquierdas pero restricciones de diversos grados para los partidos de centro y derecha.

Habida cuenta de que un gobierno renovado de los republicanos de izquierda probablemente se habría sentido obligado a profundizar en el proceso de descentralización autonómica regional, es muy posible que esto hubiese abierto un segundo frente de conflicto, a añadir a las ya existentes confrontaciones de clase e ideología. No obstante, no hay que dar por hecho que un gobierno de los republicanos de izquierda hubiese estado dispuesto en aquellas condiciones a conceder autonomía a un País Vasco donde el partido dominante podría haber sido el PNV, cuya ideología en algunos aspectos era más cercana al autoritarismo de derechas que a la izquierda. Además, si el proceso de concesión de autonomías regionales se hubiera extendido, algunas regiones podrían haber caído bajo el control de la CEDA añadiendo el nuevo frente de conflicto citado. Esto bien habría podido acarrear mayor represión por parte del gobierno. Conforme a este desarrollo de los acontecimientos, la superación parcial de la polarización entre izquierda y derecha habría dado paso a una nueva fragmentación horizontal, un problema endémico de la España de los siglos xx y xxi. Como el desafío de los movimientos revolucionarios seguiría sin haberse resuelto, el gobierno republicano de izquierda se hubiera visto enfrentado a conflictos en dos frentes, y puede que finalmente el país le hubiera resultado ingobernable. Si uno de los efectos de tales conflictos hubiera sido resucitar al centro, el sistema político se habría beneficiado, pero si por el contrario se hubiera puesto el énfasis en el «mal menor» y el «voto útil», el resultado habría sido una nueva polarización.

Con el progresivo incremento de la tensión internacional, la necesidad de arropar al gobierno para evitar la guerra en Europa o la invasión extranjera habría fortalecido al presidente en ejercicio y reducido la presión revolucionaria, siempre que se hubiera mantenido la estabilidad política. El estallido de la guerra en Europa habría potenciado en un principio este aspecto de la situación, ya que el gobierno republicano de izquierda seguía una política de estricta neutralidad (distinta de la no beligerancia favorable al Eje que seguiría Franco).

Sin embargo, si las presiones propias de tiempos de guerra hubieran debilitado seriamente al gobierno, los movimientos revolucionarios habrían sacado partido de la coyuntura. Además, el PNV y Esquerra Republicana de Catalunya habrían aprovechado probablemente la oportunidad de negociar con potencias extranjeras para recabar apoyos para un desmembramiento de España, como de hecho hizo el PNV durante la Segunda Guerra Mundial. En qué medida hubieran podido existir presiones internacionales sobre un gobierno republicano exclusivamente de izquierdas para que moderara su política interna e incorporara elementos centristas a un «frente nacional» más amplio es algo sobre lo que sólo cabe especular. Un cambio de esa índole habría fomentado una vuelta a la democracia progresivamente abandonada después de febrero de 1936. Más adelante, suponiendo que hubiera sobrevivido durante la Segunda Guerra Mundial, la situación de la izquierda en la República se habría visto fortalecida por el clima político europeo posterior a 1945.

El problema de la posibilidad hipotética 1 es que habría dejado a España con un gobierno minoritario, si bien momentáneamente reforzado en poder y prestigio. Así, el régimen republicano de izquierda se habría visto obligado a afrontar sus problemas y puntos débiles fundamentales y no existe ningún motivo para creer que hubiese generado el liderazgo, la firmeza y la política clara y coherente necesarios para lidiar con ellos. Azaña había optado por una vía que era demasiado estrecha, difícil y compleja para ser seguida sistemáticamente o ser implementada con éxito.

2) La segunda posibilidad se habría basado en la formación de una coalición de gobierno más amplia y moderada. A Azaña se le instó repetidamente a actuar en este sentido entre mayo y julio de 1936, y siempre se negó tajantemente, insistiendo en que era necesaria la unión de la izquierda para derrotar a la derecha, argumentando que el centro era, en el mejor de los casos, un obstáculo en ese camino. De modo que la única posibilidad inmediata de que se materializara la posibilidad 2 habría dependido de que Martínez Barrio hubiera tenido más éxito en la noche del 18 al 19 de julio, dado que Azaña sólo se mostró dispuesto a desviarse de su estrategia cuando se vio amenazado con una insurrección a gran escala.

¿Qué condiciones hubieran tenido que darse para que a Martínez Barrio le sonriera el éxito? Habría resultado necesaria la concurrencia de tres factores: a) que un mayor número de militares rebeldes cedieran y cooperaran; b) el respaldo continuado de Azaña y los republicanos de izquierda; y c) un mínimo de cooperación, o cuando menos la ausencia de resistencia, por parte de los socialistas. El factor c) puede descartarse de plano, puesto que los movimientos revolucionarios se mostraban inflexibles en que el único cambio sustancial aceptable para ellos era la formación de un gobierno revolucionario, o como mínimo la continuidad de la fórmula de un gobierno republicano exclusivamente de izquierdas, como el que podría haber encabezado Giral. El factor a) pudo no resultar totalmente imposible, puesto que Martínez Barrio consiguió, según parece, disuadir a los mandos del Ejército en Málaga y Valencia de participar en la insurrección. Si hubiera sido capaz, por ejemplo, de hacer valer la solidaridad masónica del general Miguel Cabanellas, al mando de la V División Orgánica, en Zaragoza, el resultado general podría haber sido distinto.1 En bastantes regiones, la situación era muy incierta al principio.

La posibilidad de éxito en el factor b) no era mayor que la del factor a). A lo largo de la Guerra Civil, Azaña demostró ser un líder débil y pasivo, y cuesta imaginárselo dando muestras tanto de la moral como del coraje político necesarios para perseverar en su respaldo personal decidido a una coalición moderada. Tardó aproximadamente una semana más de la cuenta en autorizar esta alternativa y, por lo que sabemos, no comprometió ningún esfuerzo por su parte para que saliera adelante. Tal y como fueron las cosas, la idea topó con la terca oposición de los jóvenes radicales de su propio partido, encabezados por el editor de Política, el periódico del partido. La solución moderada, en aspectos clave, chocaba frontalmente con los valores e instintos políticos de Azaña, que no era un hombre capaz de asumir la responsabilidad de desafiar a los radicales en aquella situación crítica.

¿Podría, no obstante, haber derivado la situación hipotética 1 hasta transformarse en la situación hipotética 2? Esto es presumiblemente lo que el sector más moderado de Izquierda Republicana, el partido del propio Azaña, hubiera preferido. Tal transformación plantea la cuestión de las perspectivas a largo plazo de la contradictoria alianza del Frente Popular. En Francia, el Frente Popular empezó a resquebrajarse ya en 1937, y a mediados de 1938 había desaparecido, desplazando bruscamente el equilibrio del poder hacia la derecha sin que ni siquiera se celebraran elecciones. ¿Podría haber ocurrido en España algo semejante? Es menos probable, porque la polarización entre izquierda y derecha era más aguda que en Francia, donde el desplazamiento del poder político fue llevado a cabo por los radicales franceses, mucho más moderados y democráticos que los seguidores de Azaña.

Un cambio de esa índole pudo haberse producido en Madrid si, a finales de 1936 o en 1937, Azaña y el resto de dirigentes republicanos de izquierda hubieran llegado a la conclusión de que no había alternativa en el seno del Frente Popular al plan de los revolucionarios, según el cual la única función de los republicanos de izquierda era servir, al modo de Kerenski, de allanadores o cómplices de la prerrevolución, tras la cual estarían condenados a desaparecer por completo. El argumento principal de Azaña para mantener la alianza prorrevolucionaria del Frente Popular fue que era un mal menor necesario, indispensable para la derrota total de la derecha, en comparación con la cual los revolucionarios resultaban unos socios aceptables, si bien incómodos. Si, no obstante, la derecha hubiera sido decisivamente debilitada por el éxito del gobierno en la superación de la crisis de mediados de 1936, esa necesidad habría resultado menos acuciante, y es posible que Azaña se hubiera sentido más cómodo inclinándose hacia el centro izquierda que hacia la izquierda.

Si el congreso anticipado del PSOE hubiera tenido lugar en octubre (y no podemos, evidentemente, estar seguros de que eso hubiera ocurrido), un resultado podría haber sido la escisión del partido en prietistas y caballeristas, al igual que se escindió finalmente el Partido Socialista Italiano diez años más tarde al separarse los socialdemócratas minoritarios de Giuseppe Saragat y la mayoría procomunista de la unidad de la izquierda de Pietro Nenni. En España, sin embargo, los prietistas habrían conservado probablemente más fuerza de la que conservaron sus homólogos italianos más adelante. Hacia finales de 1936, esto habría posibilitado la formación de un gobierno republicano más amplio, compuesto por republicanos de izquierda, prietistas y posiblemente incluso algunos elementos centristas. Dada la situación internacional, los comunistas podrían haber apoyado también un gobierno semejante en cierta medida, aunque no habrían tenido representación en él. En caso de que los caballeristas y/o la CNT, o ambos, hubiesen respondido con un estallido revolucionario, el nuevo gobierno no habría tenido ninguna dificultad a corto plazo para dominar la situación.

El problema de las autonomías habría subsistido básicamente igual en la situación 2 que en la situación 1, salvo que la situación 2 habría producido probablemente un gobierno más fuerte y en una posición más firme para abordarlo

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