Título original: Ender’s Game
Traducción: José María Rodelgo y Antonio Sánchez
1.ª edición: junio, 2013
© 2013 by Orson Scott Card
© Ediciones B, S. A., 2013
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
Depósito Legal: B. 15.095-2013
ISBN DIGITAL: 978-84-9019-492-8
Maquetación ebook: Caurina.com
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A Geoffrey,
que me recuerda
cuán jóvenes y cuán viejos
pueden ser los niños
Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Agradecimientos
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Agradecimientos
Partes de este libro estaban incluidas en el primer cuento de ciencia ficción que publiqué, Ender’s Game, en el Analog de agosto de 1977, editado por Ben Bova; su confianza en mí y en este cuento son los cimientos de mi carrera.
Harriet McDougal, de la editorial Tor, es una de esas rarísimas editoras que entienden una historia y ayudan al autor a hacerla exactamente como quería que fuera. No le pagan lo que se merece. La tarea de Harriet fue facilitada un poco por el excelente trabajo de mi editora particular, Kristine Card. Tampoco le pago lo que se merece.
También estoy agradecido a Bárbara Bova, que ha sido mi amiga y mi agente a lo largo de las épocas de escasez, y algunas veces, de abundancia; y a Tom Doherty, mi editor, que me dejó convencerle para que presentáramos este libro en la ABA de Dallas, lo que pone de manifiesto o bien su exquisito gusto, o lo aburridas que pueden llegar a ser las convenciones.
1
Tercero
—He mirado con sus ojos, he escuchado con sus oídos, y te digo que es el indicado: o por lo menos, lo más adecuado que vamos a encontrar.
—Eso es lo que se dijo del hermano.
—El hermano resultó imposible. Por otras razones. Independientemente de su capacidad.
—Lo mismo pasó con la hermana. Y hay dudas sobre él. Es demasiado maleable. Demasiado dispuesto a sumergirse en la voluntad de otro.
—No si el otro es su enemigo.
—¿Qué hacemos entonces? ¿Rodearle continuamente de enemigos?
—Si es preciso, sí.
—Creía que habías dicho que te gustaba ese chico.
—Si los insectores le cogen, harán que parezca que soy su tío favorito.
—De acuerdo. Al fin y al cabo, se trata de salvar al mundo. Siga con él.
La señorita monitor sonrió afablemente, le pasó la mano por el cabello y dijo:
—Andrew, supongo que a estas alturas estarás más que harto de llevar ese horrible monitor. Bien, voy a darte una buena noticia. Te lo vamos a quitar hoy. Vamos a extraerlo ahora mismo, y no te dolerá nada.
Ender asintió con la cabeza. Naturalmente, era mentira que no dolería nada. Pero como los adultos siempre decían lo mismo cuando algo iba a doler, podía considerar esa afirmación como una predicción exacta del futuro. Algunas veces las mentiras eran más de fiar que las verdades.
—Ven por aquí, Andrew. Siéntate en la mesa de reconocimiento. El doctor vendrá a verte en seguida.
Sin monitor. Ender trató de imaginarse la ausencia del pequeño dispositivo de su nuca. «Me daré vueltas en la cama y no estará ahí presionando. No le sentiré hormiguear y absorber calor cuando me ducho.
»Y Peter ya no me odiará. Iré a casa y le mostraré que el monitor ya no está, y verá que tampoco yo lo he conseguido. Que ahora soy un chico normal, como él. Después de todo, las cosas no irán tan mal. Me perdonará que haya conservado mi monitor un año más que él el suyo. Seremos...
»No, amigos, probablemente no. No, Peter era demasiado peligroso. Se ponía tan furioso... Hermanos, sí. Ni enemigos, ni amigos, sino hermanos; que puedan vivir en la misma casa. No me odiará, simplemente me dejará en paz. Y cuando quiera jugar a insectores y astronautas, a lo mejor no tengo que jugar, a lo mejor puedo ponerme a leer un libro.»
Pero Ender sabía, incluso mientras pensaba eso, que Peter no le dejaría en paz. Había algo en sus ojos cuando estaba exaltado, y cada vez que Ender veía esa mirada, ese destello, sabía que lo único que Peter no iba a hacer era dejarle en paz. «Estoy haciendo ejercicios de piano, Ender. Ven a pasarme las páginas. ¡Oh!, el chico del monitor está demasiado ocupado para ayudar a su hermano. ¿Es demasiado listo para eso? ¿Tienes que ir a matar unos cuantos insectores, astronauta? No, no, no quiero tu ayuda. Puedo hacerlo yo mismo, pequeño imbécil, pequeño Tercero.»
—No tardaré mucho, Andrew —dijo el doctor.
Ender asintió con la cabeza.
—Está especialmente diseñado para ser extraído. Sin infecciones, sin secuelas. Pero sentirás una especie de hormigueo, y algunos dicen que tienen la sensación de que les falta algo. Te sentirás buscando algo, algo que echas en falta, pero que no encuentras, y ni siquiera recuerdas lo que era. Por eso te lo digo ahora. Es el monitor lo que estarás buscando, pero ya no estará ahí. Esa sensación pasará al cabo de unos días.
El doctor estaba retorciendo algo en la nuca de Ender. De repente, un dolor le atravesó como una aguja desde el cuello hasta la ingle. Ender sintió un espasmo en la espalda y su cuerpo se arqueó violentamente hacia atrás; su cabeza golpeó contra la cama. Podía sentir sus piernas dando sacudidas, y sus manos estaban agarrotadas una contra otra con tanta fuerza que le dolían.
—¡Dedee! —gritó el doctor—. ¡La necesito! —La enfermera entró corriendo, estupefacta—. Hay que relajar esos músculos. ¡Démelo! ¡A qué espera!
Algo cambió de manos; Ender no podía ver nada. Dio un bandazo hacia un lado y se cayó de la mesa de reconocimiento.
—¡Agárrele! —gritó la enfermera.
—Sujétele bien.
—Sujétele usted, doctor, es demasiado fuerte para mí.
—¡No se lo ponga todo! Hará que se le pare el corazón.
Ender sintió que una aguja le entraba en la espalda, justo por encima del cuello de la camisa. Quemaba, pero dondequiera que el fuego llegaba, los músculos se desagarrotaban lentamente. Ahora podía llorar de miedo y de dolor.
—¿Estás bien, Andrew? —le preguntó la enfermera.
Andrew no conseguía recordar qué tenía que hacer para hablar. Le subieron a la mesa. Le tomaron el pulso e hicieron otras cosas; no entendía nada.
El doctor estaba temblando; su voz vacilaba cuando dijo:
—Dejan estas cosas en los chicos durante tres años. ¿Qué esperan? Podíamos haberle anulado para siempre. ¿Se da cuenta? Podíamos haber desconectado su cerebro para toda la vida.
—¿Cuándo desaparecen los efectos de la droga? —preguntó la enfermera.
—Téngale aquí por lo menos una hora. Vigílele. Si dentro de quince minutos no ha empezado a hablar, llámeme. Podíamos haberle desconectado para siempre. Se creen que tengo el cerebro de un insector.
Volvió a la clase de la señorita Pumphrey sólo quince minutos antes de que sonara el timbre de salida. Todavía titubeaba un poco al andar.
—¿Estás bien, Andrew? —preguntó la señorita Pumphrey.
Ender asintió con la cabeza.
—¿Has estado enfermo?
Ender negó con la cabeza.
—No tienes buen aspecto.
—Estoy bien.
—Es mejor que te sientes, Andrew.
Se dirigió hacia su asiento, pero se paró. ¿Qué estaba buscando? No recordaba qué estaba buscando.
—Tu asiento está allí —dijo la señorita Pumphrey.
Se sentó, pero era otra cosa lo que necesitaba, algo que había perdido. Lo encontraría más tarde.
—Tu monitor —susurró la chica que estaba detrás de él.
Andrew se encogió de hombros.
—Su monitor —susurró la chica a los demás.
Andrew levantó la mano y se tanteó la nuca. Había un vendaje. Ya no estaba. Ahora era como los demás.
—¿Cancelado, Andy? —preguntó un chico que estaba sentado más atrás, al otro lado del pasillo. No podía acordarse de su nombre. Peter. No, ése era otro.
—Silencio, señor Stilson —dijo la señorita Pumphrey.
Stilson sonrió desdeñosamente.
La señorita Pumphrey hablaba de la multiplicación. Ender garabateaba en la consola mapas de islas montañosas y pedía luego a la consola que las presentara en tres dimensiones desde todos los ángulos. Indudablemente, la profesora sabría que no estaba prestando atención, pero no le molestaría. Él siempre se sabía la respuesta, incluso cuando ella creía que no estaba prestando atención.
En la esquina de su consola salió una palabra que empezó a desfilar a lo largo del perímetro de la consola. Estaba boca abajo y al revés al principio, pero Ender sabía lo que decía mucho antes de que llegara al borde inferior de la consola y se pusiera al derecho.
TERCERO
Ender sonrió. Era él quien había inventado la forma de enviar mensajes y hacerlos desfilar; aunque su enemigo secreto le llamara de todo, el método de envío se debía a él. No era culpa suya ser un Tercero. Había sido idea del gobierno. Ellos eran los que habían dado permiso. ¿Cómo si no podía haber ido a la escuela un Tercero como Ender? Y ahora el monitor no estaba. El experimento titulado Andrew Wiggin había fracasado después de todo. Estaba seguro de que, si pudieran, rescindirían la excepción que le había permitido nacer. «Como ha sido un fracaso, borremos todo el experimento.»
El timbre sonó. Todos desconectaron sus consolas o teclearon a toda prisa notas para sí mismos. Algunos volcaban lecciones o datos en los ordenadores de su casa. Unos pocos se reunían en las impresoras mientras salía impreso algo que querían mostrar. Ender extendió las manos sobre el teclado de tamaño infantil situado cerca del borde de la consola y se preguntó qué sensación produciría tener manos tan grandes como las de un mayor. Se deberían sentir grandes y torpes, con esos dedos gordos como muñones y esas palmas tan carnosas. Por supuesto, tenían teclados más grandes, pero ¿cómo iban a dibujar esos dedos gordos líneas tan finas como las que hacían los de Ender, unas líneas delgadas tan exactas que podía hacerles describir una espiral que daba sesenta y nueve vueltas desde el centro hasta el borde de la consola sin que las líneas se tocaran o se acercaran demasiado en ningún punto? Todo esto le distrajo mientras la profesora desgranaba una explicación aritmética. ¡Aritmética! Valentine le había enseñado aritmética cuando tenía tres años.
—¿Estás bien, Andrew?
—Sí, señorita.
—Perderás el autobús.
Ender asintió con la cabeza y se levantó. Los demás chicos se habían ido. Algunos estarían esperando, pero serían los malos. Su monitor no estaba encaramado en su nuca oyendo lo que él oía y viendo lo que él veía. Podrían decirle lo que quisieran. Ahora incluso podrían pegarle; nadie podría ya verlos y por lo tanto nadie acudiría en ayuda de Ender. El monitor tenía sus ventajas, y las echaría de menos.
Era Stilson, claro. No era más grande que la mayoría de los chicos, pero era más grande que Ender. Y tenía a otros a su lado. Siempre los tenía.
—Eh, Tercero.
«No respondas. No hay nada que decir.»
—Eh, Tercero, te hablamos a ti. Tercero, eh, medio insector, te hablamos a ti.
«No sé qué responder. Diga lo que diga, empeorará las cosas. También las empeorará no decir nada.»
—Eh, Tercero; eh, cagarro, te han cateado, ¿eh? Creías que eras mejor que nosotros, pero has perdido tu pequeño pajarito, Tercero, tienes un vendaje en la nuca.
—¿Me vais a dejar pasar? —preguntó Ender.
—¿Le vamos a dejar pasar? ¿Le dejaremos pasar? —Se echaron a reír—. Claro que te dejaremos pasar. Primero dejaremos pasar tu brazo, después pasará tu trasero, luego a lo mejor un trozo de la rodilla.
Los demás corearon «Has perdido el pajarito, Tercerito. Has perdido el pajarito, Tercerito.»
Stilson empezó a empujarle con una mano; alguien le empujó por detrás, hacia Stilson.
—¿A qué jugamos? —dijo uno de ellos.
—¡Tenis!
—¡Ping-pong!
Esto no iba a acabar bien. Y Ender decidió que prefería no ser él quien acabara mal. Cuando el brazo de Stilson volvió a extenderse para empujarle, Ender intentó agarrarle. Falló.
—Oh, me vas a pegar, ¿eh? Me vas a pegar, Tercerito.
Los que estaban detrás de Ender le sujetaron.
Ender no tenía ganas de reírse, pero se rió.
—¿Quieres decir que hacen falta otros como tú para pegar a un Tercero?
—Nosotros somos personas, no Terceros, cara de cagarro. Tienes menos fuerza que un pedo.
Pero le soltaron. En cuanto lo hicieron, Ender soltó una patada alta y fuerte que dio a Stilson justo en el esternón. El chico cayó. Ender se quedó sorprendido; no había pensado tirar al suelo a Stilson de una patada. No se le ocurrió pensar que Stilson no había tomado en serio una pelea como ésa, que no estaba preparado para un golpe tan desesperado.
Por un momento, los otros retrocedieron y Stilson siguió en el suelo, inmóvil. Todos se preguntaban si estaba muerto. Ender, sin embargo, trataba de descubrir la forma de anticiparse a la venganza, de evitar que mañana le atacaran todos juntos. «Tengo que vencer ahora, y para siempre, o tendré que pelearme todos los días y cada vez será peor.»
Ender conocía las reglas nunca dichas de la guerra entre hombres, aunque sólo tuviera seis años. Estaba prohibido golpear al oponente caído indefenso en el suelo; sólo un animal lo haría.
Precisamente por eso se acercó al cuerpo inerme de Stilson y le dio otra patada en las costillas, con saña. Stilson soltó un gemido y rodó hacia el otro lado. Ender caminó en torno a él y le dio otra patada, en los genitales. Stilson no pudo emitir ningún sonido; se limitó a doblarse, y de sus ojos surgieron lágrimas.
Entonces Ender miró a los otros fríamente.
—Es posible que se os pase por la cabeza la idea de atacarme en grupo. Es probable que me dierais una buena paliza. Pero no olvidéis lo que hago con los que intentan hacerme daño. En adelante, os pasaríais el tiempo preguntándoos cuándo os agarraré y qué haré con vosotros. —Dio una patada a Stilson en la cara. La sangre de la nariz salpicó el suelo—. No será así —dijo Ender—. Será peor.
Se dio la vuelta y se marchó. Nadie le siguió. Dobló una esquina y entró en el corredor que conducía a la parada del autobús. Podía oír a los chicos detrás de él, diciendo: «Miradle. Está deshecho.» Ender apoyó la cabeza contra la pared del corredor y lloró hasta que llegó el autobús. «Soy como Peter. Quitadme el monitor y seré exactamente igual que Peter.»
2
Peter
—Ya se lo hemos quitado. ¿Que tal está?
—Vives dentro del cuerpo de alguien unos años y llegas a acostumbrarte. Ahora, miro su cara y no sé descifrarla. No estoy acostumbrado a ver sus expresiones faciales. Estoy acostumbrado a sentirlas.
—Deje de hablar como un psicoanalista. Somos soldados, no brujos. Acaba de verle despanzurrar al líder de una pandilla.
—Estuvo perfecto. No se limitó a pegarle, le dio una gran paliza. Igual que Mazer Rackham en...
—Ahórrese las explicaciones. O sea que, según el criterio del comité, pasa.
—Casi seguro. Veamos qué hace con su hermano, ahora que no tiene el monitor.
—Su hermano. ¿No le da miedo lo que su hermano va a hacer con él?
—Fue usted quien dijo que éste no era un asunto exento de riesgos.
—He repasado algunas cintas. No puedo evitarlo. Me gusta el chico. Creo que se lo vamos a poner muy difícil.
—Claro que sí. Es nuestro trabajo. Somos los brujos malvados. Prometemos golosinas pero nos comemos vivos a esos pequeños desgraciados.
—Lo siento, Ender —susurró Valentine. Estaba mirando el vendaje de su cuello.
Ender tocó la pared y la puerta se cerró detrás de él.
—No me importa. Me alegro de que no esté.
—¿Qué es lo que no está? —Peter entró en el recibidor con la boca llena de pan y crema de cacahuete.
Ender no veía en Peter al hermoso muchacho de diez años que veían los mayores, con el pelo revuelto, negro y espeso, y un rostro que podía haber sido el de Alejandro Magno. Ender miraba a Peter únicamente para detectar ira o aburrimiento, los peligrosos estados de ánimo que casi siempre acarreaban dolor. En cuanto los ojos de Peter descubrieron el vendaje del cuello, apareció el centelleo que delataba su ira.
Valentine también lo vio.
—Ahora es como nosotros —dijo, intentando apaciguarle antes de que tuviera tiempo de golpear.
Pero Peter no estaba dispuesto a dejarse apaciguar.
—¿Como nosotros? Ha llevado ese cacharro hasta los seis años. ¿Cuándo perdiste tú el tuyo? Tenías tres años. Yo perdí el mío antes de cumplir los cinco. Éste casi lo consigue, este pequeño desgraciado, pequeño insector.
«Eso está bien —pensó Ender—. Habla, habla, Peter. Hablar es bueno.»
—Bien, ahora tus ángeles de la guarda ya no están protegiéndote —dijo Peter—. Ahora no están velando para ver si sientes algún dolor, escuchando para oír lo que estoy diciendo, viendo lo que te estoy haciendo. ¿Qué te parece esto? ¿Qué te parece?
Ender se encogió de hombros.
De pronto, Peter sonrió y se puso a dar palmadas en una parodia de regocijo.
—Juguemos a insectores y astronautas —dijo.
—¿Donde está mamá? —preguntó Valentine.
—Está fuera —dijo Peter—. Yo estoy al mando.
—Creo que llamaré a papá.
—No te responderá —dijo Peter—. Ya sabes que papá nunca está en casa.
—Jugaré —dijo Ender.
—Tú serás el insector —dijo Peter.
—Déjale que por una vez sea el astronauta —dijo Valentine.
—No metas las narices donde no te importa, cara culo —dijo Peter—. Ven arriba y elige tus armas.
No iba a ser un juego divertido, Ender lo sabía. La cuestión no era vencer. Cuando los chicos jugaban en los corredores, formando verdaderos batallones, los insectores nunca ganaban, y algunas veces el juego terminaba mal. Pero aquí, en su piso, el juego iba a comenzar mal, y el insector no podría abandonar como hacían los insectores en las guerras de verdad. Tendría que seguir hasta que el astronauta decidiera que se había terminado el juego.
Peter abrió su cajón inferior y sacó la máscara de insector. Su madre se había enfadado cuando la compró, pero su padre dijo que esconder las máscaras de insectores y no dejar a los chicos jugar con pistolas láser de imitación no alejaría la guerra. Es mejor jugar a la guerra y tener más posibilidades de sobrevivir cuando los insectores vuelvan.
«Si sobrevivo al juego —pensó Ender. Se puso la máscara. Le oprimía como una mano que le estrujara la cara—. Pero un insector no siente lo mismo. No llevan esta cara como máscara, es su cara. ¿Se pondrán en sus mundos máscaras humanas y jugarán como nosotros? ¿Cómo nos llamarán? ¿Babosas, porque somos blandos y grasos en comparación con ellos?»
—Cuidado, babosa —dijo Ender.
Apenas podía ver a Peter a través de los agujeros de la máscara. Peter sonrió.
—Conque babosa, ¿eh? Vale, insector, veamos cómo te rompes la cara.
Ender no pudo verlo venir; sólo advirtió un ligero movimiento de la figura de Peter. La máscara recortaba su campo de visión. De pronto, sintió el impacto de un golpe en un lado de la cabeza; perdió el equilibrio y cayó hacia ese lado.
—No ves bien, ¿eh, insector? —dijo Peter.
Ender comenzó a quitarse la máscara. Peter le puso un pie en la ingle.
—No te quites la máscara —dijo.
Ender bajó la máscara a su sitio y retiró las manos.
Peter hizo presión con el pie. Ender sintió que el dolor le atravesaba y se dobló.
—Sigue tendido, insector. Te vamos a viviseccionar, insector. Por fin hemos cogido a uno vivo y podemos ver qué tenéis dentro.
—Peter, para —dijo Ender.
—Peter, para. Muy bien. O sea, que los insectores podéis adivinar nuestros nombres. Podéis haceros pasar por niños buenos para que os queramos y seamos buenos con vosotros. Pero no te servirá de nada. Puedo ver lo que eres en realidad. Querían hacernos creer que eras humano, Tercerito, pero en realidad eres un insector, y ahora se ve.
Levantó el pie, dio un paso adelante y se arrodilló sobre Ender, apretando la rodilla contra su vientre justo debajo del esternón. Aplicó cada vez más peso. Se hacía difícil respirar.
—Te podría matar así —susurró Peter—. Basta apretar y apretar hasta que estuvieses muerto. Y podría decir que no sabía que te iba a hacer daño, que estábamos jugando, y me creerían, y todo saldría bien. Y estarías muerto. Todo habría salido bien.
Ender no podía hablar; no le quedaba aire en los pulmones. Peter podría estar hablando en serio. Probablemente no hablaba en serio, pero podría.
—Hablo en serio —dijo Peter—. Pienses lo que pienses, hablo en serio. Sólo te autorizaron porque yo era tan prometedor. Pero no salí tan bien como pensaban. Tú saliste mejor. Creen que tú eres mejor. Pero no quiero tener un hermanito mejor, Ender. No quiero tener un Tercero.
—Lo contaré todo —dijo Valentine.
—Nadie te creería.
—Me creerán.
—Entonces, tú también morirás, dulce hermanita.
—Claro —dijo Valentine—, se creerán toda esta historia: «No sabía que mataría a Andrew. Y cuando ya estaba muerto, no sabía que mataría a Valentine también.»
La presión cedió un poco.
—Hoy, no. Pero algún día no estaréis juntos. Y habrá un accidente.
—Hablas por hablar —dijo Valentine—. No lo dices en serio.
—¿Tú crees?
—¿Sabes por qué no lo dices en serio? —preguntó Valentine—. Porque quieres estar en el gobierno algún día. Quieres que te elijan. Y no te elegirán si tus adversarios descubren que tu hermano y tu hermana murieron en accidentes sospechosos cuando eran pequeños. Especialmente gracias a una carta que he introducido en mi fichero secreto, y que será abierta en caso de que muera.
—No me harás creer esas tonterías —dijo Peter.
—La carta dice: «No he muerto de muerte natural. Peter me ha matado y si todavía no ha matado a Andrew, lo hará pronto.» No es suficiente para condenarte, pero sí es suficiente para que nunca te elijan.
—Tú eres ahora su monitor —dijo Peter—. Más vale que le vigiles noche y día. Más vale que estés ahí.
—Ender y yo no somos estúpidos. Obtuvimos tan buenas puntuaciones como tú en todo. Mejores en algunas cosas. Los tres somos niños asombrosamente brillantes. No eres el más listo, Peter, sólo el más grande.
—Lo sé. Pero llegará el día en que no estés con él, en que se te olvide. De pronto te acordarás y correrás en su busca, y él estará ahí, perfectamente. Y la siguiente vez no te preocuparás tanto, y no te darás tanta prisa. Y una y otra vez, él estará perfectamente. Y pensarás que lo he olvidado. Aunque te acuerdes que dije esto, pensarás que lo he olvidado. Y pasarán los años. Y entonces sucederá un accidente terrible, y encontraré su cuerpo, y lloraré desconsoladamente sobre él, y te acordarás de esta conversación, Vally, pero te avergonzarás de ti misma por haberlo recordado, porque sabrás que he cambiado, que en realidad fue un accidente, que sería cruel incluso acordarse de lo que dije en una discusión infantil. Sólo que será verdad. Voy a grabarme esto en la cabeza, y él morirá, y tú no harás nada, nada. Pero sigue creyendo que tan sólo soy el más grande.
—El más gilipollas —dijo Valentine.
Peter se puso de pie de un salto y se dirigió hacia ella. Valentine retrocedió espantada. Ender se arrancó la máscara. Peter se desplomó de espaldas en la cama y empezó a reírse.
—Sois estupendos, chicos, los mamones más grandes del planeta Tierra.
—Ahora nos va a decir que era sólo una broma —dijo Valentine.
—No una broma, un juego. Puedo hacer que os creáis cualquier cosa. Puedo haceros bailar como títeres. —E imitando la voz de un monstruo, dijo—: Os voy a matar; os cortaré en trocitos y os tiraré por el agujero de la basura. —Se rió de nuevo—. Los mamones más grandes del sistema solar.
Ender se quedó allí mirándole reír y pensó en Stilson, pensó en la sensación de haberle pateado. Éste era el que lo necesitaba. Éste era el que se lo merecía.
Como si pudiera leer en su mente, Valentine susurró:
—No, Ender.
Súbitamente, Peter rodó hacia un lado, saltó de la cama y se puso en posición de pelear.
—Vale, Ender —dijo—. Cuando quieras, Ender.
Ender levantó el pie derecho y se quitó el zapato. Lo esgrimió.
—¿Ves esto, en la punta? Es sangre, Peter.
—Oh, oh, voy a morir, voy a morir. Ender ha matado a una oruga y ahora me va a matar a mí.
No había nada que hacer. Peter era en el fondo un asesino y nadie lo sabía excepto Valentine y Ender.
Su madre llegó a casa y confortó a Ender por lo del monitor. Su padre llegó a casa y se puso a decir que era una sorpresa maravillosa, que tenían unos hijos tan fantásticos que el gobierno les había dicho que tuvieran tres, y ahora, después de todo, el gobierno no quería llevarse a ninguno de ellos, así que ahí estaban con tres, seguían teniendo un Tercero... hasta que a Ender le dieron ganas de gritarle: «Sé que soy un Tercero, lo sé, si quieres me marcharé y así no tendrás que avergonzarte delante de los demás; siento haber perdido el monitor y que ahora tengas tres hijos y ninguna explicación obvia, ya sé que es embarazoso, lo siento, lo siento, lo siento.»
Estaba tendido de espaldas en la cama mirando a la oscuridad. Podía oír a Peter agitarse y dar vueltas nerviosamente en la litera de arriba. Luego, Peter, se deslizó de la litera y se fue de la habitación. Ender oyó el sonido del agua que caía por el váter; luego vio la silueta de Peter en la entrada.
«Cree que estoy dormido. Va a matarme.»
Peter se dirigió a la cama y, efectivamente, no subió a su litera. En vez de hacerlo, se acercó y se detuvo a la cabecera de la de Ender.
Pero no intentó coger una almohada para asfixiar a Ender. No tenía ningún arma.
—Ender, lo siento, lo siento, sé lo que se sufre; lo siento, soy tu hermano, te quiero —susurró Peter.
Un largo rato después, la apacible respiración de Peter revelaba que estaba dormido. Ender se quitó el vendaje del cuello. Y por segunda vez en ese día, lloró.
3
Graff
—Su hermana es nuestro punto débil. La quiere mucho.
—Lo sé. Puede echarlo todo a perder, desde el principio. Ender no querrá separarse de ella.
—¿Qué va a hacer entonces?
—Persuadirle de que su deseo de venir con nosotros es más fuerte que el de quedarse con ella.
—¿Cómo se las va a arreglar para conseguirlo?
—Le mentiré.
—¿Y si la cosa no funciona?
—Entonces le diré la verdad. Estamos autorizados a hacerlo en caso de emergencia. Ya sabe que no podemos prever todo.
Ender no tenía mucha hambre a la hora del desayuno. Seguía preguntándose qué pasaría en la escuela. Encontrarse con Stilson tras la pelea de ayer. ¿Qué harían los amigos de Stilson? Probablemente nada, pero no estaba seguro. No quería ir.
—No has comido nada, Andrew —dijo su madre. Peter entró en la estancia.
—Buenos días, Ender. Gracias por dejar tirada tu apestosa toalla en mitad de la ducha.
—Un regalo para ti —murmuró Ender.
—Andrew, tienes que comer.
Ender levantó las muñecas en un gesto que quería decir: «Pues inyéctame los alimentos en la sangre.»
—Muy divertido —dijo su madre—. Hago todo lo que puedo, pero eso no significa nada para mis pequeños genios.
—Son tus genes los que nos han hecho genios, mamá —dijo Peter—. Está claro que no hemos heredado ninguno de papá.
—Lo he oído —dijo su padre sin levantar la vista de las noticias que iban apareciendo en la mesa mientras comía.
—Habría sido un despilfarro si no lo hubieras oído.
La mesa emitió un pitido. Había alguien en la puerta.
—¿Quién puede ser? —preguntó la madre.
El padre pulsó una tecla y en su vídeo salió un hombre. Vestía el único uniforme militar que seguía teniendo algún significado, el uniforme de la F.I., la Flota Internacional.
—Creía que ya había pasado todo —dijo el padre.
Peter no dijo nada; se limitó a añadir leche a sus cereales.
Y Ender pensó: «Después de todo, a lo mejor no tengo que ir a la escuela hoy.»
El padre marcó el código que abría la puerta y se levantó de la mesa.
—Ya voy yo —dijo—. Quedaos aquí y seguid comiendo.
Se quedaron ahí, pero no siguieron comiendo. Un momento después, el padre volvió a la estancia y llamó con señas a la madre.
—Estás perdido —dijo Peter—. Se han enterado de lo que le has hecho a Stilson y ahora te van a hacer pasar una buena temporada en el Cinturón.
—Sólo tengo seis años, subnormal, soy menor de edad.
—Eres un Tercero, cagarro. No tienes derechos.
En ese momento llegó Valentine, con el pelo todavía despeinado formando una corona de somnolencia alrededor de la cara.
—¿Dónde están mamá y papá? Estoy enferma y no puedo ir a la escuela.
—Otro examen oral, ¿eh? —dijo Peter.
—Cállate, Peter —dijo Valentine.
—Deberías relajarte y disfrutarlo —dijo Peter—. Podría ser peor.
—No sé cómo.
—Podría ser un examen anal.
—Cállate —dijo Valentine—. ¿Dónde están mamá y papá?
—Hablando con un tío de la F.I.
Instintivamente, miró a Ender. Al fin y al cabo, habían estado cuatro años esperando que alguien llamara a la puerta y les dijera que Ender había pasado, que le necesitaban.
—Mira a Ender si quieres —dijo Peter—. Pero sabes que podría ser por mí. Pueden haberse dado cuenta de que, al fin y al cabo, yo era el mejor de los tres.
Peter se sentía herido, y por eso reaccionaba de una forma tan ruin, como siempre.
La puerta se abrió.
—Ender —dijo el padre—, es mejor que vengas.
—Lo siento, Peter —dijo Valentine en tono burlón.
Su padre les dirigió una mirada conminatoria.
—Niños, no es un asunto de risa.
Ender siguió a su padre al recibidor. El oficial de la F.I. se puso de pie cuando entraron, pero no extendió la mano hacia Ender.
Su madre estaba dando vueltas a la alianza que llevaba en el dedo.
—Andrew —dijo—, nunca pensé que eras de los que se meten en peleas.
—El chico de los Stilson está en el hospital —dijo el padre—. Hiciste un buen número con él. Con los pies, Ender. No se puede decir que hayas jugado limpio.
Ender asintió con la cabeza. Había supuesto que vendría alguien de la esc