1.ª edición: mayo, 2017
© 2017 by María C. García
© Ediciones B, S. A., 2017
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
ISBN DIGITAL: 978-84-9069-744-3
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Maquetación ebook: emicaurina@gmail.com
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Para Óscar,
porque ya sabes que todo lo que hago lo hago por y para ti.
Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Epílogo
Promoción
Prólogo
Todo estaba borroso. El mundo entero había terminado para él, se había destruido sin remedio hacía una semana, cuando todo había dejado de tener sentido desde que ella ya no estaba a su lado. Cogió la botella de vodka y se esforzó por conseguir que volviera a tocar sus labios, y aunque tardó unos minutos en conseguirlo, al final fue capaz de dar un par de tragos más de aquel licor amargo que le quemaba la garganta. La idea de que todo había sido culpa suya volvió a su mente por un momento. Si él hubiera hecho bien su trabajo, ella aún estaría viva. Si ella nunca lo hubiera conocido, aún seguiría riendo como había hecho cada mañana cuando caminaba hacia el trabajo sumida en sus pensamientos mientras él la observaba desde lejos, suponiendo que jamás iba a conseguirla. Aún podía sentir el tacto de su piel cuando le apartaba un mechón de pelo de su precioso rostro cada tarde, el sabor de sus labios en la boca, y ese dulce recuerdo provocó que un sollozo ahogado surgiera a traición de su garganta. Nunca podría superarlo, estaba seguro. Era totalmente consciente de que deseaba la muerte… la buscaba… No podía evitar pensar que sería un tremendo alivio a su inacabable sufrimiento. Una nueva imagen de su perfecto rostro observándole alegre apareció en su mente justo antes de que cayera desfallecido. La botella se escurrió de sus manos y el resto del licor que aún quedaba en ella se derramó por el suelo. Aquello le molestó bastante, sobre todo porque tenía intención de seguir bebiendo mientras aún estuviera consciente, pero no era capaz de moverse, así que decidió resignarse a su destino. Empezó a cerrar los ojos y esperó a que llegara el momento. Seguramente solo serían unos minutos y todo su dolor se desvanecería al fin. Una pequeña sonrisa se formó en sus labios a causa de aquella idea. Solo faltaban unos minutos para que todo terminara… La oscuridad empezó a invadir su mente y la paz se apoderó de todo su cuerpo.
Un grito interrumpió de repente su plácido sueño. Intentó abrir los ojos para ver quién armaba aquel escándalo, pero su cuerpo no le obedecía. Tardó unos segundos más en darse cuenta de que había alguien más allí con él. Cuando notó cómo lo sacudían, por fin pareció recuperar la consciencia por completo, cosa que no le gustó demasiado.
—¡Raúl! ¡Raúl, joder, despierta! —gritó un hombre desesperado—. Maldita sea… ¿Qué coño has hecho…? ¿Te has tomado la caja de pastillas y luego te has bebido toda esa puta botella de alcohol? Joder, ¿te has vuelto loco? ¡Contéstame, maldita sea!
Aunque no podía verlo, pronto consiguió identificar aquella voz. Era Enrique, su mejor amigo. Raúl intentó contestar para tranquilizarlo, pero no fue capaz, así que trató de negar con la cabeza, aunque no creyó que lo hubiera conseguido. Lo único que deseaba era que Enrique se fuera, que lo dejara acabar con su vida en paz. No quería arriesgarse a que llamara a una ambulancia y que trataran de salvarlo, no merecía la pena intentar ayudarlo. Cada día que pasaba era más duro que el anterior y ya no podía soportarlo más. Quería morir. Simplemente, no aguantaba el dolor de su pérdida. Cuando sintió como su amigo se apartaba de él, se relajó, pensando que le había creído y que iba a marcharse para permitir que se cumpliera su destino, pero poco después lo escuchó murmurar y no tuvo que pensar demasiado para saber lo que estaba haciendo. No tardó más que unos minutos en volver a su lado y abrazarlo.
—No te preocupes, ya viene la ambulancia. Te vas a poner bien… Ya lo verás… —Su voz temblaba, pero por extraño que pudiera parecer le transmitía la misma tranquilidad de siempre. Por un momento, no pudo evitar pensar que iba a echar de menos a su amigo allá donde su alma fuera después de que la poca vida que le quedaba escapara de ella—. Estoy aquí, a tu lado, tranquilo. —Su voz sonaba en la lejanía, pues volvía a sumirse en la oscuridad. Era tan placentero dejar de sentir… Lo había deseado tanto durante aquellos días… Justo antes de que todo terminara, no pudo evitar pensar que iría de nuevo con ella y que pasarían juntos toda la eternidad, como debió de haber sido siempre si él no lo hubiera fastidiado todo. Pero así era él, así había sido siempre. Nunca hacía nada bien, excepto en aquella ocasión en la que había conseguido escapar de su propia existencia al fin haciendo frente a la muerte.
CAPÍTULO 1
Aquella mañana iba a ser una de las más difíciles de toda su carrera, estaba seguro. Ni siquiera le apetecía caminar hacia el trabajo como hacía cada día, pero sus pasos se sucedían de forma automática igualmente, como si no tuviera control alguno sobre su cuerpo. Ya ni siquiera le extrañaba sentirse así. En realidad, llevaba mucho tiempo sintiéndose vacío y desesperado, como si viviera por inercia, sin tener ganas de ello, y, aunque en un principio le había costado, cada vez le parecía más sencillo hacerlo, así que supuso que llegaría un día en que se acostumbraría a ello. Solo tenía que aguantar un poco más.
En realidad, hacía mucho tiempo que no le importaba nada. Le daba igual si vivía o moría, si trabajaba o no, si estaba despierto o dormido… Pero aquello sí que le importaba. Aquella mañana era consciente de que la misión que le habían asignado le había provocado sentimientos, y no demasiado positivos, lo que era extraño después de tanto tiempo sintiéndose ajeno a todo.
Cuando se encontró frente a la puerta de la comisaría al fin, se sorprendió a sí mismo al darse cuenta de que no era capaz de entrar. Nunca había estado allí sin su uniforme, y presentarse en vaqueros era de lo más extraño. Sin embargo, sabía que no tenía otro remedio. Debía cumplir con sus obligaciones, no podía hacer nada al respecto, así que decidió resignarse. Posó su mano sobre la puerta de entrada y apoyó su frente sobre esta un momento mientras cerraba los ojos, tratando de calmarse. Luego suspiró y decidió armarse de valor antes de abrir la puerta al fin y encontrarse con sus compañeros. Todos lo saludaron con alegría, como hacían habitualmente, mientras él se esforzaba por corresponderles con un leve movimiento de cabeza y una falsa sonrisa dirigiéndose con rapidez hacia la oficina del comisario, donde recibiría las últimas indicaciones antes de marcharse al lugar donde había sido destinado.
Al fin llegó al despacho, dio un par de golpes en la puerta y escuchó como su jefe gritaba «¡Adelante!» con la misma voz ronca y desganada de siempre. Entró con seguridad y se sentó frente a su mesa antes de quedarse mirándolo en silencio.
—Buenos días, Raúl —lo saludó el comisario endulzando la voz.
Hacía unos meses que se había reincorporado al trabajo y aún no había conseguido acostumbrarse a esa forma condescendiente en que todo el mundo lo trataba. Cada vez que escuchaba aquel irritante tono de voz pensaba que no sería capaz de volver a soportarlo de nuevo, pero de algún modo al final lo conseguía, aunque no sin esfuerzo.
—Buenos días, Abelardo —dijo con toda la calma que fue capaz de reunir—. Como ves, he llegado a mi hora siguiendo tus órdenes, pero…
—Ya lo veo. Y me alegro de que hayas cambiado de opinión…
—No, eso es lo que quería decirte. Que no he cambiado de opinión… Sigo pensando que esta misión es una pérdida de tiempo, joder… Sabes igual que yo que no hay ninguna prueba de que el asesino viva en ese vecindario, ni siquiera de que los crímenes fueran cometidos en algún lugar cercano… No entiendo qué cojones voy a hacer allí…
—Cuida tu lenguaje, chico —le advirtió perdiendo por un momento su tono pausado mientras lo estudiaba con la mirada durante unos segundos—. Mira, entiendo que lo has pasado mal, Raúl. Sé que lo que ocurrió ha sido muy duro para ti…
—No estamos hablando de eso… —le recordó, cada vez más enfadado. No tenía ninguna intención de hablar de sus problemas personales. Ya tenía bastante con el psicólogo al que lo obligaban a visitar casi a diario, aunque no sirviera para nada, y, por supuesto, con sus compañeros de Alcohólicos Anónimos.
—Lo sé. Pero también sé que está relacionado. Desde lo que pasó has cambiado, no eres tú mismo, y lo sabes. No quiero presionarte, pero esto no es negociable. Necesitamos a alguien infiltrado allí, y ahora mismo tú eres nuestro mejor candidato. No te adaptas bien al trabajo y quizá te venga bien un cambio…
—No lo entiendo… —dijo acercándose hacia él ligeramente en su asiento—. ¿Quieres decir que como te he fallado una vez me estás castigando? ¿Es eso?
—No, claro que no, joder… No lo tomes así… —No le pasó desapercibida la pequeña sonrisa que apareció en los labios de Abelardo mientras le respondía, lo que parecía contradecir las palabras que acababa de escuchar, aunque decidió no puntualizarlo—. Lo que quiero decir es que estamos preocupados por ti… Y creo que esta misión podría ayudarte a distraerte un poco, a pensar en otras cosas aparte de… en lo que ocurrió… Creo que podría ser algo positivo, y estás más que preparado para ello. Por eso te he elegido a ti.
—¿Y si me niego a hacerlo? —Lo retó Raúl con los ojos encendidos por la ira.
—Mira, no quiero ser duro contigo dadas las circunstancias, chaval… Pero si te empeñas… Tengo que decirte que esto no es negociable. Es una orden, y sabes cuáles son las consecuencias de desobedecer, no eres nuevo en esto…
Raúl apretó los puños sobre su regazo intentando reprimir su deseo de levantarse y golpearlo antes de dimitir y marcharse de allí. No podía hacerlo. Aquello lo apartaría de su cargo durante el resto de su vida, y siempre había deseado ser policía, no iba a renunciar a ello por nadie, ni siquiera por un comisario con aires de grandeza que parecía tenerla tomada con él. Desde que Abelardo había sido trasladado a la comisaría un par de años antes, no habían congeniado en absoluto, y por más que este intentase actuar como si se preocupara por él, Raúl sabía que lo único que deseaba al asignarle aquella misión era quitarlo de en medio. Sin embargo, no podía hacer nada salvo obedecer, así que asintió con la cabeza y se levantó para marcharse antes de que la furia que sentía en su interior ganara la partida y acabara estallando. No podía permitirse el lujo de agredirlo, sería un error demasiado grave, y él ya había cometido demasiados errores en su vida. Después de todo lo que había ocurrido debía tener cuidado o terminarían expulsándolo.
—Bien, de acuerdo —respondió resignado—. ¿Cuándo necesitas el primer informe?
—El viernes. Y ya sabes, lo quiero detallado.
—Sí, lo sé. Lo tendrás, no te preocupes —admitió antes de tomar el pomo de la puerta y marcharse sin molestarse en despedirse. En realidad, sabía que no iba a servir de nada, pero tenía que obedecer de todos modos. Nunca se había infiltrado antes, no tenía ningún sentido que el comisario estuviera tan interesado en que lo hiciera en aquella ocasión ni su insistencia en que fuera él quien debiera llevarlo a cabo. Sabía que no se llevaban demasiado bien, pero aquello no era justo. Él no quería hacerlo, no tenía ninguna experiencia en el caso, y había dos compañeros suyos, con mucha más experiencia en casos parecidos, que se habían presentado voluntarios para el puesto. Sin embargo, Abelardo había decidido que fuera él quien debía llevar a cabo la misión y no dio opción a ninguna queja. Mientras continuaba andando, se pasó los dedos por el pelo castaño para evitar que se le metiera en los ojos, se abrochó la cazadora de cuero negra y levantó el cuello para proteger su rostro del frío, metiendo las manos en los bolsillos. Aquel día el cielo había amanecido nublado, muy apropiado para su estado de ánimo, y el gélido viento que sentía contra su piel le estaba empezando a entumecer los músculos. Después de unos minutos caminando, divisó al fin, a lo lejos, la gasolinera a la que se dirigía, y sus pies se pararon de repente. Desde su posición, parecía un lugar triste, pero en realidad todos los lugares le resultaban lúgubres desde hacía tiempo. No podía creer que aquel fuera a ser su supuesto trabajo durante los meses siguientes. Cuando al fin consiguió que sus piernas lo obedecieran y comenzaran a andar de nuevo, no pudo evitar desear que aquella investigación se resolviera pronto para poder librarse de aquel suplicio cuanto antes. Iba a pasar frío, iba a encontrarse en un lugar nuevo, rodeado de gente a la que no conocía ni tampoco quería conocer, y, lo que era peor, no iba a averiguar nada sobre el asesinato que les ocupaba. Aquel barrio era humilde, eso era cierto, pero no comprendía en absoluto qué había hecho pensar a su jefe que el asesino de las cuatro mujeres que habían encontrado aquella última semana podía habitar en los alrededores. Era verdad que dos de ellas habían sido encontradas en una calle cercana a esa gasolinera, pero según las pruebas no las habían matado allí, así que, a no ser que Abelardo tuviera alguna otra prueba y se la estuviera ocultando, no había ninguna lógica en la decisión que había tomado. Sin embargo, no tenía otro remedio más que acatar sus órdenes, así que se dirigió hacia su destino, suspiró y llamó a la puerta del que iba a ser su nuevo jefe durante las próximas semanas. Podía hacerlo. Podía fingir que trabajaba en una gasolinera mientras investigaba un crimen. Al fin y al cabo, era su trabajo… Solo esperaba que su esfuerzo sirviera de algo, aunque a cada segundo que pasaba tratando de convencerse estaba más seguro de que no iba a ser así.
CAPÍTULO 2
El hombre que se suponía que iba a ser su jefe durante aquel tiempo era bajito, bastante gordo y tenía un extraño bigote, pero al menos parecía agradable. Lo recibió con una sonrisa, le mostró las instalaciones y le facilitó el horrible uniforme que debía ponerse. Acostumbrado como estaba a su atuendo policial, no podía negar que aquel extraño mono naranja fluorescente con pequeñas franjas grises le pareció horrendo. Sin embargo, cogió la ropa y suspiró resignándose a ponérsela, sabiendo que debía hacerlo por mucho que le molestara. Su nuevo jefe lo miró como si entendiera lo que estaba pensando, aunque él dudaba de que así fuera.
—Sé que al principio no parece muy atractivo, pero te acostumbrarás, ya lo verás. Y es importante porque esta ropa te dará visibilidad —le explicó.
—Eso, seguro… —respondió Raúl molesto—. Bueno, voy a cambiarme, ahora mismo salgo.
—Perfecto. Tu compañero está fuera, así que si tienes cualquier problema, no dudes en preguntarle. Yo estaré por aquí un rato más, aunque me iré en un par de horas, y no vengo todos los días, pero de todas formas me he asegurado de que al principio no estés solo. Ya me he encargado de todo, así que tranquilo, ¿de acuerdo? —Su jefe sonrió una vez más mientras Raúl asentía, le dio una palmada en la espalda y se marchó a su despacho de nuevo.
Vestido con aquel extraño traje que lo devoraba entero, salió algo inseguro del servicio y se dirigió hacia su compañero, al que le habían presentado brevemente como Josemi, un nombre que le había resultado algo infantil, pero a él no parecía molestarle. Cuando llegó, este estaba ocupado con un cliente, aunque por suerte no había nadie más por allí. Esperó pacientemente a su lado mientras observaba cómo hacía su trabajo. Por un momento empezó a pensar que estaba viviendo una de sus peores pesadillas, cuando escuchó como la voz de su compañero interrumpía sus pensamientos.
—Bueno, ¿qué te parece? No es difícil, ¿verdad?
—Desde luego, no parece que haya que hacer un máster… —contestó con amargura.
—No, eso seguro. Te adaptarás enseguida, ya lo verás. Es un trabajo bastante aburrido y no pagan demasiado bien, pero es lo que hay… Ojalá saliera otra cosa, pero por ahora es lo que tenemos…
Raúl abrió la boca un momento con la intención de contradecir su afirmación, pero por suerte se paró a tiempo. No podía cometer ningún error, era importante que nadie supiera su verdadera identidad, o podía poner en peligro la investigación que debía llevar a cabo y, con ella, su propio trabajo, el verdadero.
—Sí, supongo… —titubeó al fin—. ¿Llevas mucho trabajando por aquí? —preguntó sin mostrar demasiado interés.
—Unos años… Pero no me quejo. Una vez que te acostumbras no está tan mal, hazme caso.
—Te creo —mintió con la única intención de ser educado. Estaba seguro de que jamás en toda su vida podría acostumbrarse a un trabajo como aquel. Iba a ser un suplicio, no le cabía duda. Pero no tenía más remedio que continuar allí tal como le habían ordenado. De lo contrario lo echarían de su trabajo real y no tendría otra opción aparte de trabajar allí de verdad.
—No, no me crees… Pero da igual. Tú mismo lo verás dentro de un tiempo. Además, existen algunos alicientes cuando, como ahora, no hay demasiado trabajo…
—¿Cuáles? —preguntó de repente, curioso.
—La chica de la tienda, por ejemplo… —contestó señalándola con la cabeza—. Está buenísima, tío. La han contratado hace unas semanas, y no me hace ni puto caso… No sé, quizás está liada con el dueño, porque es al único que le habla más de dos palabras seguidas…
Raúl sonrió para sus adentros. Ni siquiera se había fijado en que hubiera una mujer en la tienda cuando había pasado por allí, así que supuso que no debía de ser tan atractiva como la había descrito su compañero. Además, si tenía algún tipo de relación con el dueño, estaba claro qué tipo de mujer era, por lo que dudó seriamente que pudiera interesarle a alguien. A él, al menos, no. Ya hacía tiempo que no le interesaba ninguna mujer. De hecho, no le interesaba nada… Solo vivía porque no tenía otro remedio, aunque el mundo hubiera perdido su sentido y toda la vida se hubiera escapado de su cuerpo.
—Pero yo, al menos lo sigo intentando. Merece la pena.
—Si tú lo dices… —comentó incrédulo en voz baja.
—Sí, ya lo verás, luego te la presento…
En ese momento llegaron un par de clientes, y Raúl vio su oportunidad para dejar la conversación al fin, así que asintió con la cabeza y se concentró en realizar su trabajo lo mejor que pudo durante el resto de la mañana. Por suerte, las horas pasaron antes de lo que esperaba y pronto llegó el momento de marcharse. No podía creer que hubiera superado su primer día. Habían sido diez largas horas, pero al fin podía marcharse a su casa y no podía expresar con palabras lo agradecido que estaba por ello. Estaba pensando en cuánto iba a disfrutar al quitarse aquel horrible mono de trabajo cuando escuchó a Josemi de nuevo a su lado, aunque ni siquiera había reparado en su presencia mientras se encaminaba al baño para cambiarse.
—¿Qué tal ha ido el primer día? Parece que lo tenías todo controlado…
—Sí, la verdad es que ha ido bien —respondió tratando de esbozar una ligera sonrisa. En realidad no mentía. Todo había ido mucho mejor de lo que esperaba. Además, aquel hombre le caía bien y no quería ser desagradable, aunque era complicado. Llevaba tanto tiempo sin sonreír que casi parecía como si se le hubiera olvidado cómo hacerlo.
—Bueno, pues ahora mejorará. Espera a que te presente a Cristina…
—Ah, sí, lo olvidaba… —comentó sarcástico—. La mujer perfecta que te tiene enamorado…
—No, enamorado no… Pero sí acepto que no me importaría pasar alguna noche con ella… —explicó mientras se acariciaba el mentón con dos dedos—. Bueno, tampoco rechazaría salir con ella, desde luego… Pero no parece que ella esté muy interesada… Así que intento aceptarlo…
Raúl se quedó mirando a su compañero un momento antes de entrar por la puerta. Llevaba el pelo rapado y estaba claro que aquel mono no le favorecía en exceso, pero quitando eso no estaba nada mal. Aquella mujer debía de ser una soberbia, una de esas que él solía frecuentar en el pasado, que solo deseaba coleccionar hombres para que las adorasen, de lo contrario no tenía sentido que lo rechazara cuando estaba claro que, por más que él lo negara, Josemi estaba loco por ella. Por un momento recordó cuando él disfrutaba con mujeres como aquella. Era interesante observar cómo empezaban resistiéndose para al final acabar rindiéndose a él y a la mañana siguiente, tras haberse acostado con ellas, él era quien las rechazaba, marchándose sin ni siquiera molestarse en despedirse. Aquello le había proporcionado muchas satisfacciones en el pasado, pero en el momento en el que se encontraba ni siquiera se planteaba intentarlo. Simplemente, no quería estar con ninguna otra mujer, solo con ella, y ya que no podía hacerlo, tenía claro que no estaría con nadie jamás. Era un hecho doloroso que ya tenía totalmente asumido.
—Pues ella se lo pierde, tío —comentó distraído mientras entraban al fin. Sin embargo, cuando levantó la mirada de nuevo, no pudo evitar que sus ojos se abrieran más de lo debido por el asombro de ver