Carmen Martínez Bordiú, a mi manera

Fragmento

Creditos

1.ª edición: enero, 2014

© 2014 by Paloma Barrientos

© Ediciones B, S. A., 2014

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal: B 4.611-2014

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-719-6

Maquetación ebook: Caurina.com

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Dedicatoria

 

 

 

 

 

A José María y Daniel, los hombres de mi vida.

A Julia, para que siempre encuentre

una estrella que la guíe

Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

 

AGRADECIMIENTOS

INTRODUCCIÓN

1. De cómo niña Carmencita llegó a ser alteza real

2. El caballero de la triste figura

3. De El Pardo al palacio de Napoleón

4. Carmen Rossi

5. Luis XX, un joven que no quiere corona. Sólo quiere que le dejen en paz

6. La boda caribeña

7. Carmencita y su familia de película

8. La familia de película

9. La evolución de la chica que no quiso ser princesa

Álbum fotográfico

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AGRADECIMIENTOS

A Cristina Rubio y Roseta Campos. A las dos por su amistad a través de tantos años de compartir muchas risas y alguna que otra lágrima. A Felicidad Marcos de León, Marile y Charo, por lo mismo. A Carmen Luisa Pérez, porque es capaz de poner calma donde hay ruido. A Liliana di Carlo y Enrique Yebes, que desde Nueva York son un puerto de referencia cuando llegan las tormentas. A mi familia, a mis hermanos —Mauro, Jaime, Alfonso—, a los Alegre, por la publicidad que dan a mis escritos. A María Moreno, por sus acertadísimos consejos, y a Óscar Cabero, por tantas y tantas cosas. Y en general a los amigos de la profesión que a lo largo de todo este tiempo me han demostrado que, por encima de todo, la lealtad y solidaridad son valores en alza. Y, por supuesto, a la gente de Ediciones B, Carmen, Olga, Elena, Sònia, Judith...

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INTRODUCCIÓN

Hace doce años, di por finalizada la historia vital de Carmen Martínez-Bordiú a través de esta biografía, hoy actualizada, y que en su día me pidió que escribiera el entrañable Héctor Chimirri, redactor jefe durante varios años de revistas del Grupo Zeta y después editor de Ediciones B. Durante meses indagué en su pasado, en su presente, pregunté a sus amigos y conocidos. A los que la envidiaban o admiraban, a sus detractores, que más que censurar su vida rechazaban a «la nieta» como heredera de un apellido materno que representaba la dictadura del General. Cuando realmente ejercer de nietísima sólo lo hizo en su juventud y mucho menos que otros miembros de su familia que sí creían que España era la finca del abuelito y, por lo tanto, estaban convencidos de que en ellos tropelías y abusos eran privilegios y no delitos. En varias ocasiones hablé con ella en Madrid y en París. Unas entrevistas que se publicaron en la revista Tiempo y por las que Carmen nunca pidió ningún tipo de remuneración económica ni trueque como hacía con los proveedores que la contrataban. Coincidimos bastantes veces en la época en que ejercía de comentarista televisiva y charlábamos de intrascendencias y de cosas importantes, como la poca gracia que le hacía que a su hijo Luis Alfonso la abuela paterna le calentara la cabeza con aspiraciones al trono de Francia. También de frivolidades y de cómo ciertos personajillos eran capaces de fabular sobre sus posibles romances. Porque, aunque Carmen se había convertido en un ama de casa burguesa con una vida amorosa aparentemente sosegada, de vez en cuando aparecían amantes portugueses y novios palmeros del barrio de Santa Cruz que la colocaban de nuevo en las primeras páginas de las revistas del colorín, señal inequívoca de que Carmen formaba y forma parte de ese mundo cuya vida, obra y milagros interesaba consumir. Ahora a estos personajes se los denomina mediáticos. Tampoco chocaba que cíclicamente surgieran estos supuestos admiradores dada la oscilante biografía de nuestra protagonista, que nunca se había adaptado a la hoja de ruta que le organizaron desde que nació, porque siempre ha vivido, como cantaba Frank Sinatra, «A mi manera». Fue la niña de El Pardo, después alteza real, «amante bandida», madame Rossi y ahora señora de Campos. El anticuario parisino le dio una pátina elegante y culta de la que carecía. En una ocasión Jean-Marie le dijo: «Y cuando tengas cincuenta años y no te sirva tu encanto físico para animar una reunión, ¿de qué vas a hablar con la gente?» Le vino bien aprender, pero, ciertamente, no creo que ahora, con su tercer marido, el muchachote Campos, se dedique a tratar temas de altura. Más bien pienso que en estos momentos está encantada con ser una alegre chica de provincias y prefier

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