Trampas del corazón

Rita Black

Fragmento

Creditos

1.ª edición: agosto, 2017

© 2017 by Rita Black

© 2017, Sipan Barcelona Network S.L.

Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona

Sipan Barcelona Network S.L. es una empresa
del grupo Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-812-9

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Maquetación ebook: emicaurina@gmail.com

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Dedicatoria

 

 

 

 

 

Dedicada a mis hermanas, mi padre, mi hermano y mi esposo, por su amor y fe

incondicionales., así como a mi «Tiyina», mi segunda madre.

Mi agradecimiento a Adriana Medina y Fabricio Cruz, mis amigos, mis hermanos.

Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

 

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 3

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Promoción

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CAPÍTULO 1

La campiña extendía su alfombra verde hasta donde alcanzaba la vista, mientras el viento mecía con suavidad las hojas de los árboles, produciendo un susurro adormecedor.

Emily contemplaba extasiada el paisaje, y por un instante se sintió del todo satisfecha, como si nada le hiciera falta en la vida.

La voz de su tía la sacó de su ensoñación.

—Querida, deberíamos regresar, creo que va a llover.

La joven se volvió sonriente, a pesar de que hubiera querido permanecer en ese lugar por mucho más tiempo, y asintió con la cabeza.

Emprendieron con tranquilidad el camino hacia su hogar, tomadas del brazo.

—¿Ya sabes qué usarás para la cena de la señora Fansworth? —le preguntó su tía Joyce de pronto, sacándola de sus pensamientos—. Es dentro de tres días.

Emily sonrió, tratando de que su tía no la viera. Nunca le había importado mucho su apariencia, aunque siempre se preocupaba por su aseo personal, pero su vestuario era algo secundario que, para ser sincera consigo misma, la tenía sin cuidado; lo consideraba algo necesario, aunque engorroso.

—Sí, tía, elegí mi vestido verde de seda.

—Muy buena elección, querida, debo decirlo. Ese vestido hace resaltar mucho tus ojos.

Emily sabía que su tía estaba bien dispuesta a emplear sus mejores artes de casamentera para conseguirle un buen matrimonio, y aunque ya había comprobado que las oportunidades de lograr semejante cosa en Canterbury eran sumamente escasas, no pudo evitar preguntar:

—¿A qué se debe tanto interés por mi apariencia, tía? Todos sabemos que en esa dichosa cena estaremos las mismas personas de siempre.

Su tía la miró, intentando disculpar lo que ella consideraba cierta ingenuidad por parte de su sobrina.

—Bueno, querida, nunca se sabe —dijo con despreocupación.

Llegaron a su hogar cuando empezaban a caer grandes gotas de lluvia. Era la hora del té y Emily acompañó a su tía Joyce y a su tío Miles a tomarlo en el saloncito rosado, mientras veía la lluvia caer a cántaros a través del ventanal.

Su mente voló al hogar de sus padres, aquel que había disfrutado hasta hacía unos cuantos meses: cuando era pequeña, e incluso cuando se convirtió en una jovencita, le gustaba salir y mojarse con la lluvia, dando vueltas con la cara al cielo mientras las frescas gotas le bañaban el rostro y el cuerpo.

Más tarde, cuando fue evidente que no era nada apropiado que una señorita hiciera ese tipo de cosas, solía sentarse en la cocina y observar cómo la lluvia formaba grandes charcos en el patio. El sonido de las gotas golpeteando sobre los tejados y las hojas de los árboles le parecía hipnótico.

Su tía, adivinando los nostálgicos pensamientos de la joven, trató de distraerla.

—Emily, ¿te dije que la señora Wilkes llegará la próxima semana con una nueva colección de telas y vestidos? Dice su sobrina, la señorita Marian, que la señora Wilkes portará lo último de la moda en París. Estoy ansiosa por ver todas las cosas hermosas que traerá. Es un gusto tener aquí una tienda tan completa como la de la señora Wilkes; de ese modo ni siquiera tenemos que ir a Londres para estar a la moda.

Emily se limitó a sonreír, pues el tema le interesaba más bien poco.

—Lo mejor de todo es que llegará justo a tiempo para que podamos adquirir algún nuevo vestido y lucir muy hermosas y elegantes en la cena de los Backward.

—No creo necesitar un nuevo vestido, tía, pero si quieres te acompañaré con mucho gusto a ver las nuevas adquisiciones de la señora Wilkes.

Emily no quiso agregar que además de no necesitar nuevos vestidos, tampoco podía darse el lujo de gastar en uno. A pesar de que su padre siempre fue un buen administrador, a su muerte solo logró acumular una módica cantidad para legar a sus dos hijos.

Peter, el hermano mayor de Emily, había dispuesto que ya que él no vivía en Inglaterra, y siendo él el heredero principal, la casa que había sido de sus padres se vendiera, y el dinero se pusiera en el banco, a nombre de Emily. Sin embargo, la venta aún no se concretaba porque el comprador todavía no disponía del dinero suficiente, y habría que esperar aún dos meses para ello.

Joyce no podía imaginarse el tenor de los pensamientos de Emily, pero eso no importaba porque ella pensaba gastar, de muy buena gana, una importante cantidad de libras en hermosos vestidos, sombreros, lazos y botines para su bella sobrina.

La dama era muy generosa con la joven no solo por tratar de paliar su dolor ante la reciente tragedia familiar. Aunque no lo admitiría abiertamente, por temor a herir la sensibilidad de la joven, se sentía contenta de tenerla en su casa y hacerse cargo de ella. Sus tres hijos ya eran mayores y tras sus respectivos matrimonios decidieron residir en Londres, donde ella los visitaba con frecuencia. Pero no le era suficiente, por lo que albergar a Emily le permitía hacerse cargo de nuevo de otra persona, además de su esposo, y sentirse útil.

Además, Emily era una joven dulce y de carácter dócil, por lo que era muy fácil ser buena y amable con ella. La señora Palmer deseaba hacer todo lo que estuviera en sus manos para hacerla feliz.

Emily no se quejaba nunca, pero su tía sabía que sufría en lo más profundo por la reciente muerte de su padre.

Jonathan, el padre de Emily y hermano de la señora Palmer, trató de soportar con estoicismo la muerte de su esposa, y lo consiguió durante dos años, pero al final su corazón sucumbió al dolor y una mañana Emily lo encontró en su cama, inmóvil y frío. Había muerto mientras dormía, tras quejarse la noche anterior de un dolor de estómago al que no dio mayor importancia.

***

Cuando dejó de llover ya era la hora de la cena. Emily hubiera querido excusarse con sus tíos, ya que en realidad no tenía apetito, pero no quería preocuparlos. Trató de aparecer lo más alegre posible y charló de manera animada con su tío sobre los últimos acontecimientos en Londres, de los cuales él se enteraba por el dominical, que le encantaba leer de pies a cabeza.

Al irse a dormir intentó alejar sus pensamientos tristes y concentrarse en sus sueños; deseaba conocer el mundo, pero sobre todo, anhelaba ir a Portugal a visitar a su hermano Peter.

Sin embargo, ella sabía que cumplir su deseo de viajar era casi tan difícil como lograr un matrimonio a su entera satisfacción. Su nula fortuna la ponía en una situación muy peliaguda al pensar en matrimonio, porque ningún joven en una situación similar a la suya se interesaría en ella, y al mismo tiempo, tampoco lo haría ninguno con alguna fortuna, porque no vería en ella la oportunidad, muy conveniente, por cierto, de incrementarla.

Pero ese no era el único obstáculo al que se enfrentaba. Admitía que era una romántica sin remedio: le fascinaban las historias de amor apasionado y profundo, y esperaba, de una forma más bien racional, que cuando se enamorara lo hiciera de un hombre íntegro, honesto, apasionado y, sobre todo, que la amara con locura.

A pesar de su naturaleza dulce y romántica, Emily nunca se había enamorado; hasta el momento los hombres no despertaban en ella ningún interés particular, excepto como seres pensantes con quienes, en algunos casos, se podía sostener una conversación interesante, que, por otro lado, no era muy probable que entablaran con ella por ser una mujer. Sabía que sus padres se habían amado, pero no creía tener tanta suerte como para encontrar a alguien con quien compartir un amor entrañable y duradero como el que ella anhelaba.

El amor le parecía más bien un extraño y muy poco frecuente fenómeno de la naturaleza humana, y la hipocresía de la sociedad en lo tocante al matrimonio no hacía sino cimentar la renuencia de Emily a casarse por dinero y no por amor.

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CAPÍTULO 2

La joven se encontraba en el saloncito rosado, después de haber desayunado con sus tíos, a punto de terminar una carta para su hermano Peter y dispuesta a iniciar una para su cuñada, Fran, cuando un toque en la puerta la interrumpió.

—Señorita Emily, ha venido a visitarla la señorita Sophie —anunció la doncella de su tía.

Emily sonrió, encantada con la perspectiva de charlar con la señorita Sophie Stewart, de quien se había hecho muy buena amiga en los escasos meses que llevaba viviendo ahí.

—Hágala pasar, por favor.

Sophie entró como una ráfaga de brisa. Se saludaron con un beso en la mejilla.

—Querida, hola. No había podido venir a visitarte porque mi madre está planeando un viaje a Londres, algo muy rápido, solo unos cuantos días para visitar a mi tía Margaret que, como sabes, ha estado un poco enferma; al parecer el clima de Londres no le sienta bien, pero no

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