Amigos y nada más (Serie Amigos 5)

Ana Álvarez

Fragmento

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PRÓLOGO

El verano en que Marta empezó a salir con Sergio había sido decisivo en la vida de Javier Figueroa. Por un momento, al finalizar el semestre y volver a España de vacaciones, se había planteado quedarse y continuar allí sus estudios, pero la elección de Marta lo había disuadido. Por mucho que echara de menos su país y a su familia no se encontraba capaz de enfrentarse cada día a la relación de su hermano con la mujer a la que había querido desde que tenía uso de razón. También quería evitarles la incomodidad de su presencia, y dejarles vivir su amor sin trabas y sin disimulos. Era consciente de que cuando él estaba cerca la pareja se comportaba como simples amigos sin permitirse un gesto o una mirada que indicara la relación amorosa que estaban manteniendo, y se sentía mal por ello, aunque se lo agradecía.

Al finalizar el verano había regresado a Estados Unidos con la decisión de permanecer allí hasta terminar la carrera, y el firme propósito de olvidar a Marta, convencido ya de que nunca sería suya, y regresar a continuación.

Para aliviar la decepción se había refugiado en los estudios; aparte de las clases de la facultad se había apuntado a cuanto curso de especialización encontró para ocupar el tiempo y los pensamientos.

También comenzó a relacionarse con compañeras de estudios empezando alguna que otra aventura con la intención de olvidar a Marta en los brazos de otras mujeres, pero con escaso éxito. Estas aventuras no habían ido más allá del sexo, ni siquiera habían alcanzado el grado de amistad y habían acabado en poco tiempo. Cuando observaba que la chica en cuestión empezaba a esperar de él más de lo que podía ofrecerle, se alejaba y se volvía a concentrar en los estudios. Su aire serio y el viso melancólico de sus ojos pardos atraía a las mujeres, aparte de su innegable atractivo físico. Pero después de cada fracaso se metía de nuevo en sí mismo y se centraba en sus ocupaciones.

Debido a esto no había tardado en ser «descubierto» por sus profesores, que habían sabido ver el inmenso potencial de aquel chico estudioso y metódico y habían empezado a introducirlo en el mundillo de la investigación antes incluso de terminar la carrera.

Era frecuente verlo por los laboratorios ofreciendo su tiempo y su ayuda después de clase, ávido de conocimientos. En esos momentos era completamente feliz, no echaba de menos familia, amigos o amor. Con un microscopio en las manos, con una prueba a punto de dar resultado sentía vibrar todo su ser como no lo había conseguido el sexo. Quizás porque solo se había tratado de sexo.

Se graduó con honores y toda su familia, incluida Marta, se desplazó para la ocasión. Se había sentido feliz al ver la expresión orgullosa de los suyos, las lágrimas veladas de sus padres que, cogidos de la mano, rememoraban el episodio agridulce de su propia graduación.

Todos se habían reído mucho cuando después de la ceremonia les explicó el cambio de dirección de la borla del birrete, situada a la izquierda antes de la graduación y que el alumno debía mover a la derecha justo después. Las celebraciones estadounidenses estaban cargadas de simbolismo.

Después todos le habían abrazado emocionados y cuando le tocó el turno a Marta esta había ahondado en sus ojos, tratando de leer en ellos un olvido que no encontró, por mucho que él había intentado fingir lo contrario. Seguía enamorado de ella, empezaba a pensar que siempre lo estaría, aunque sus sentimientos estaban bañados de una pátina de amor imposible que lo hacía más llevadero. Era consciente de que ella nunca sería suya, y esa idea había ido calando en su corazón y en su mente, y Marta había pasado a ser esa persona que se ama en la distancia, que se adora en silencio, pero no se toca. Ya no era su Marta, era la Marta de Sergio.

Después de la graduación se había trasladado a Maryland para trabajar en el NCI, centro de investigación del cáncer, por un salario bastante moderado; pero él no necesitaba mucho, estaba a gusto en aquel apartamento pequeño y de precio asequible en Bethesda, Maryland, y el sueldo cubría de sobra sus sencillas necesidades.

Desde entonces su vida se reducía a trabajo, trabajo y trabajo. Este le resultaba tan apasionante que no había tenido tiempo para relaciones y tampoco ganas. Se sentía cansado de estar con mujeres por las que no sentía más que un deseo físico momentáneo y que apenas le dejaban satisfecho, y con las que se veía obligado a cortar después.

Lo único que realmente echaba de menos era a su familia, alegre y bulliciosa. Y a Marta, por supuesto, y no solo a la mujer sino a la amiga. Nunca había conseguido mantener con nadie una relación de amistad como la que había tenido con ella, ni hombre ni mujer.

Normalmente intentaba llegar a casa tan cansado que no tuviera tiempo de pensar, ni de añorar. Se daba una ducha, se preparaba algo ligero de cena y se sentaba a comerla, casi siempre ojeando algún informe o revista médica que distrajera los recuerdos de cenas alegres y divertidas en la cocina de su casa en Sevilla.

Pero el trabajo lo compensaba todo. Algún día volvería, cuando hubiera conseguido hacer algo importante en su campo. Entonces intentaría obtener un trabajo de investigación en España, y volvería a casa.

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CAPÍTULO 1

8 años después

Javier llegó a casa más tarde de lo habitual. Habían estado preparando unas pruebas que tardarían varias horas en dar algún resultado, por lo que se había ofrecido a quedarse hasta dejarlas terminadas, en vez de permitir que el encargado de realizarlas, su compañero Sam, fuese otra vez al laboratorio aquella noche. Este tenía mujer y dos hijos mientras que a él nadie le esperaba en casa, por lo que pidió algo de comida a una cafetería cercana y la tomó en el despacho adjunto entretanto aguardaba para anotar la evolución de la prueba.

Ya desde el pasillo y mientras abría la puerta escuchó las voces alteradas de sus vecinos. Sacudió la cabeza, pensando en que iba a ser otra noche ruidosa. La pareja discutía con frecuencia, cada vez con más frecuencia; si no recordaba mal era la tercera pelea esa semana.

No los conocía, nunca se había cruzado con ellos, pero se sabía de memoria sus voces, sobre todo la de él, y la evolución de sus desavenencias. Las delgadas paredes del apartamento no permitían ningún tipo de intimidad, todo se escuchaba, todo se sabía.

Por regla general la chica empezaba preguntando donde había estado, cosa que él nunca respondía. Luego venían reproches por ambas partes, lágrimas, algún que otro grito y a veces acababan haciendo las paces con un polvo. La cama rebotaba con fuerza y la respiración agitada del hombre traspasaba la delgada pared. Otras, en cambio, escuchaba el llanto apagado de la mujer durante un buen rato, hasta que el sueño la rendía o Javier se dormía, también agotado después de una larga jornada de trabajo.

Entró en la ducha intentando evadirse de la discusión, pero solo pudo hacerlo el tiempo que permaneció bajo el agua. Al salir, y sobre todo cuando se tendió en la cama, la pelea estaba en su punto más álgido, y puesto que ambos dormitorios compartían una pared, le fue imposible ignorarla.

«—¿Qué has estado haciendo durante todo el día?» —preguntaba él con una voz ronca y fuerte.

«—He estado aquí, en casa» —respondió ella. Por su voz debía ser bastante joven.

«—¿Y por qué todo está sucio?»

«—No está sucio Josh, he limpiado durante toda la mañana.»

«—Deberías haber limpiado también por la tarde» —dijo con ánimo de buscar pelea.

«—¿Y tú que has hecho durante todo el día?» —preguntó la chica alzando la voz en tono desafiante.

«—Eso no es asunto tuyo.»

«—Claro que lo es… soy tu novia. Y me paso todo el día aquí sola.»

«—Yo trabajo.»

«—Pero no todo el día… a veces vienes temprano.»

«—Pues hoy no… y no se hable más del asunto. Ya sabes cómo son las cosas…».

«—No, Josh, no lo sé.»

«—Claro que lo sabes. Yo hago lo que me viene en gana, y tú no preguntas ni cuestionas. ¿Queda claro?».

Llegado a este punto, ella rompió a llorar. Javier se removió inquieto en la cama, y trató de dormir. Al parecer la discusión había terminado, pero el llanto desgarrador de aquella chica le oprimía el alma. En su familia no se trataba así a las mujeres, se las respetaba y se las mimaba, no se las consideraba como a objetos sin voz ni opinión. Se sintió disgustado con el hombre al que no conocía, pero al que estaba empezando a aborrecer.

La chica lloró largo rato ante el silencio de su novio y Javier pensó cómo podía alguien ser tan insensible para escuchar llorar a su pareja con tanto sentimiento y no tratar siquiera de consolarla.

Al fin, el llanto cesó y él pudo conciliar el sueño, pero un sueño inquieto que no le permitió descansar.

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CAPÍTULO 2

Javier salió del ascensor y enfiló el largo pasillo que llevaba hasta su apartamento. Se paró en seco al ver una figura acurrucada en el suelo justo delante de su puerta. Era una chica morena y delgada vestida con un pantalón vaquero y una camiseta blanca. El largo pelo oscuro le cubría parte de la cara y le caía sobre los hombros.

Se acercó presuroso hasta ella y se agachó a su lado.

—¿Te encuentras bien?

Ella pareció darse cuenta de su presencia y asintió sin levantar la cabeza.

—¿Te has caído?

Volvió a asentir y un sollozo ahogado escapó de su boca. Javier la agarró por los brazos y tiró con cuidado de ella para levantarla.

—¿Te has hecho daño? ¿Dónde te duele? No quisiera lastimarte más.

—Estoy bien, no es nada… —susurró.

Una vez estuvo de pie a su lado pudo comprobar que era delgada y bajita, apenas le llegaba al hombro. La chica insistía en ocultarle la cara, mientras los sollozos le sacudían el cuerpo.

—Deja que te vea, soy médico.

—Estoy bien… —insistió.

—Lo dudo.

Javier estaba casi seguro de que se trataba de su vecina de al lado, aquella a la que oía llorar por las noches durante horas. Cogiéndole la barbilla con una mano le alzó la cara. Era muy joven, no tendría más de veinte años y un feo moretón se estaba formando en su mejilla izquierda a la altura del pómulo. Sintió la rabia crecerle dentro.

—¿Te lo ha hecho él? ¡Será malnacido!

—Me caí… se marchaba y quise detenerle… y me caí.

Javier abrió la puerta de su apartamento.

—Entra, te pondré un poco de hielo.

—No hace falta, de verdad…

Sin hacerle caso la agarró del brazo y la guio hasta el interior de la vivienda. Ella no se resistió, parecía acostumbrada a obedecer. La sentó en el sofá y se dirigió a la cocina, separada del salón por una barra americana, abrió el congelador, sacó una bolsa de guisantes y se la colocó sobre la mejilla.

—Sé que duele, pero debes aguantarla ahí un poco. Evitará que se inflame, aunque no el moretón.

—Gracias.

Fue hasta el dormitorio situado al fondo de un largo corredor para quitarse la chaqueta y así darle a la chica unos minutos de privacidad. Luego regresó y se sentó junto a ella, que continuaba apretando con fuerza la bolsa contra su cara y miraba al suelo, avergonzada. Continuaba llorando en silencio, con un llanto que él conocía demasiado bien.

—¿Tienes más golpes?

—No.

—¿Seguro?

—Sí… solo…

—No te has caído, eso es una bofetada en toda regla y dada con mucha fuerza, además. Tienes marcados hasta los dedos.

El llanto de la chica se intensificó, y Javier decidió dejarlo de momento. Se levantó y le ofreció un vaso de agua, que bebió agradecida.

—¿Cómo te llamas?

—Alice. Alice Sanders.

—Yo soy Javier Figueroa.

—¿De verdad eres médico?

—Sí, aunque no trabajo con pacientes; investigo sobre el cáncer. ¿Y tú, a qué te dedicas? ¿Estudias?

—No… trabajo en lo que sale… repartidora, camarera por horas… Josh mantiene la casa, no sabe que lo hago, no le gusta que salga del apartamento si no es con él. Pero de todas formas yo intento sacar algo de dinero propio mientras está fuera.

—¿Por eso te ha pegado? ¿Lo ha descubierto?

—No.

—¿Te golpea a menudo?

Alice negó con la cabeza.

—No; solo cuando lo enfurezco mucho.

—¿Cuando lo enfureces? Parece como si lo estuvieras justificando. Nada justifica el maltrato, Alice.

—Esta vez lo enfurecí… Yo sabía que iba a enfadarse mucho… y que probablemente me iba a golpear.

—No soy quién para meterme en esto, pero deberías dejarle.

—¿Y dónde voy a ir? Llevo con él toda la vida.

Javier sonrió y sus ojos pardos se entrecerraron un poco.

—¿Toda la vida? No puedes tener más de veinte años.

—Veintidós, pero Josh cuida de mí desde los catorce cuando murió mi madre. No tengo a nadie más ni sitio alguno donde ir. Solo debo tener cuidado de no enfurecerle demasiado.

—¿Desde los catorce? ¿Qué edad tiene Josh?

—Es siete años mayor que yo.

—¿Y cómo los Servicios Sociales lo permitieron? Eras menor de edad.

—No sé cómo lo logró, cuando la asistente social quiso internarme en un centro de acogida él adujo ser un pariente y después de presentar una serie de documentos que no sé de dónde sacó, el expediente se cerró. Me llevó a vivir con él, yo me enamoré… y desde entonces estamos juntos.

Él sacudió la cabeza.

—¿Y puedo preguntar qué cosa tan terrible has hecho hoy para que te golpee?

—Prefiero… prefiero no hablar de eso.

—Como quieras. Pero sea lo que sea, no tienes por qué aguantarlo… hay sitios donde te pueden ayudar. Policía, asociaciones…

—Yo le quiero.

Javier se encogió de hombros. Ante eso no podía hacer nada, pero por su mente pasó la imagen de su hermana Miriam y lo que él le haría, lo que todos los hermanos le harían a un tipo que le pusiera la mano encima de mala forma. O a Marta.

—Debo irme… se hace tarde. Si vuelve no sería buena cosa que no me encontrara en casa —dijo Alice levantándose y alargándole la bolsa de guisantes a medio descongelar—. Gracias.

—Quédatela, sería conveniente que siguieras poniéndola sobre la mejilla durante un rato aún.

—De acuerdo.

Se dirigió a la puerta y Javier la acompañó. Cuando ella salía le susurró:

—Si alguna vez necesitas ayuda, solo golpea la pared y acudiré.

—Eso no sería buena idea, Javier.

—Probablemente, pero acudiré.

—Gracias otra vez.

La vio entrar en la puerta contigua y regresó a su apartamento, dispuesto a ducharse y relajarse un rato después de la tensión del trabajo, pero no pudo. No podía quitarse de la cabeza el llanto de Alice y se preguntaba cuántas de las veces que la había escuchado llorar era a causa de los golpes.

Era un hombre pacífico, de los que creían que las cosas se arreglaban hablando o, a las malas, en los tribunales, pero de pronto sentía que los puños le quemaban de deseos de hacer probar a aquel tipo un poco de su propia medicina. No sabía qué habría podido hacer la chica para provocar su ira, pero fuera lo que fuese, nada justificaría los golpes.

Se duchó, cenó y se puso a leer un rato, con los oídos alerta por si sentía al tal Josh llegar a su casa, pero ya de madrugada lo venció el sueño sin que lo oyera regresar.

Alice debía haberse dormido, porque tampoco se escuchaba sonido alguno proveniente del piso de al lado. No obstante, cuando despertó por la mañana para acudir al trabajo tenía la sensación de no haber descansado. Y también de que su apacible vida iba a verse complicada sin remedio.

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CAPÍTULO 3

Javier salió de la ducha y empezó a secarse con la toalla. Le dolían los músculos de la espalda por la tensión de las largas horas sentado ante los bancos de pruebas. Además, los últimos días no había descansado demasiado bien, sin pretenderlo estaba pendiente de los ruidos que provenían de la casa de al lado; pero los vecinos debían haber arreglado sus diferencias porque no había vuelto a escuchar ni gritos ni llantos. Se dijo una vez más que no era asunto suyo, pero no conseguía sacarse de la cabeza la imagen de aquella chica tirada en el suelo ni el llanto desgarrador que había escuchado en ocasiones a través de la pared.

Se estaba secando la cabeza cuando escuchó el timbre de la puerta. No esperaba a nadie y la idea de Alice se coló en su mente haciéndole temer. Se puso un pantalón y, con la toalla todavía colgada al cuello y el torso desnudo salpicado de gotas, salió a abrir.

En efecto, tal y como había imaginado, Alice estaba en el umbral. Vestía un pantalón corto y una camiseta que acentuaba todavía más su juventud y su aire desvalido y frágil.

—Perdona si te pillo en un mal momento —dijo mirando el pelo húmedo de Javier y las gotas de agua que aún brillaban en su pecho—. Solo quería devolverte esto. —Le dio la bolsa de guisantes—. No he encontrado la misma marca.

—No tenías que devolver nada.

—Por supuesto que sí.

La mirada de Javier se detuvo en la mejilla amoratada que el maquillaje apenas podía cubrir.

—¿Cómo tienes la cara?

—Va mejor. Ha dolido un poco al masticar estos días, pero ya apenas me molesta.

—Déjame ver… puede que te haya hecho daño en la mandíbula. No se me ocurrió el otro día.

—No, no… es superficial.

Javier sintió de nuevo crecer la rabia en su interior.

—Espero que al menos se haya disculpado al regresar.

Alice apretó los labios y bajó la cabeza.

—¿No lo ha hecho? ¡Espero que no haya vuelto a golpearte!

—No ha vuelto —dijo en un susurro angustiado.

Alargó la mano y tiró de la chica haciéndola entrar y cerrando la puerta a continuación. Fue lo que ella necesitaba para derrumbarse y empezar a llorar. La acompañó hasta el sofá y la hizo sentarse.

—Espérame un segundo, en seguida vuelvo.

Regresó al cuarto de baño, terminó de secarse y se puso una camiseta. Luego salió a reunirse con Alice. Ella seguía llorando en silencio tratando de secarse las lágrimas con el dorso de la mano. Le dio un pañuelo de papel y se sentó a su lado.

—¿Lo hace a menudo? Me refiero a marcharse y no regresar en varios días.

—No… pero esta vez es diferente… No va a regresar hasta que yo… solucione algo. Me lo ha dejado muy claro.

Los ojos pardos de Javier se clavaron en ella invitándola a hablar, y Alice no pudo resistirse. Sentía que no tenía ningún derecho a involucrar a aquel chico tan amable en sus problemas, pero no tenía a nadie con quien desahogarse. Ni familia, ni amigos, Josh se había encargado durante años de alejarla de cualquier persona que pudiera brindarle apoyo o amistad. Quería tenerla solo para él, nadie la quería como él ni la cuidaba como él. Era lo que le repetía a menudo y ella había acabado por creérselo.

Alzó hasta Javier unos ojos cargados de pesar y se decidió a confiarle su problema.

—Estoy embarazada, por eso me pegó el otro día. Dice que he sido descuidada y me culpa por ello. Quiere que me libre del niño. Añadió que no volvería hasta que hubiera «resuelto el problema». Yo le dije que quería tenerlo y se enfadó mucho, fue entonces cuando me golpeó.

—Menudo bastardo. ¿Y qué vas a hacer?

—No quiero abortar… es mi bebé… —dijo colocándose una mano protectora sobre el vientre a la altura del ombligo.

—Más abajo —dijo Javier sonriendo—. Aún está más abajo.

Agarró la mano de Alice y la desplazó unos centímetros.

—Más o menos ahí.

—¿Crees que siente mi mano?

—Seguro que sí.

Levantó los ojos aún llenos de lágrimas y los clavó en los de él.

—No puedo hacerlo… no puedo matarle. Pero tampoco puedo perder a Josh… es lo único que tengo.

—Un hombre que te golpea no es gran cosa, Alice.

—¿Tienes familia?

—Sí, una familia grande y maravillosa: padres, hermanos, abuelos… cuñada —añadió.

—Entonces no puedes comprender cómo me siento. Yo estoy sola… desde hace ocho años Josh ha sido mi única familia, él ha cuidado de mí.

—Bonita forma de cuidar, golpeándote cuando no haces lo que quiere.

—Sigues sin entenderlo.

—No, pequeña, eres tú la que no lo entiende. Llevas años dependiendo emocionalmente de ese mal nacido, pero hay un mundo aparte de él, un mundo maravilloso en el que no tienes que vivir con el temor continuo de no enfurecerle. Ten valor y rompe la cadena que te ata a ese hombre, y entonces lo entenderás. Y respecto al embarazo, solo puedo darte un consejo. Haz lo que quieras tú. Si no deseas ese niño, no lo tengas, hoy día hay buenas clínicas donde puedes abortar sin riesgo para tu salud. Pero si lo quieres, como me ha parecido entender, sigue adelante con el embarazo. Si te libras de él por complacer a Josh nunca te lo perdonarás. Y si hay alguien con quien tienes que convivir el resto de tu vida es contigo misma.

—Nunca he estado sola, he sido incapaz de cuidar de mí… ¿Cómo voy a cuidar además de un bebé?

—Cuando empezaste con él eras solo una niña. Ahora, aunque muy joven, eres una mujer y muy capaz de cuidar de ti misma y de tu hijo. Yo nunca he vivido solo, como ya te dije tengo una familia grande y cariñosa. No fue fácil para mí venirme al otro lado del mundo y vivir alejado de todos ellos, pero se consigue. Y tú, si decides tener ese hijo, no estarás sola, le tendrás a él. Además, tu chico es muy probable que cuando vea que no consigue lo que quiere, regrese. Aunque, la verdad, pienso que estarás mucho mejor sin él.

—Estaba muy enfadado… nunca le había visto así antes. Dijo que yo me había quedado embarazada a propósito para pescarle. Y no es verdad, aunque una vez… me golpeó en el estómago y vomité toda la cena. Es posible que vomitara también la píldora anticonceptiva. No se lo dije por temor a que se enfadara aún más…

Alice se había calmado. Hablar le estaba sentando bien, la angustia que había en sus ojos cuando entró en el apartamento había ido dejando paso poco a poco a una determinación nueva y poderosa. Habló y habló… de inseguridades, de miedo y de dependencia emocional. De cosas que nunca se había dicho ni siquiera a sí misma; de cosas que ni siquiera sabía que sentía.

Javier la dejó hablar, sintiendo crecer su fuerza y su determinación. Observando cómo acariciaba una y otra vez el bajo vientre donde se encontraba su hijo. Y pensó que, si ese bebé no le daba la fuerza necesaria para romper con el pasado y con aquel hombre despreciable, nada lo haría.

Cuando acabó, miró fijamente al chico sentado a su lado y dijo con firmeza.

—Voy a tener a mi hijo. Si Josh quiere aceptarlo, bien y si no, que se marche. Ya me las apañaré.

—Si se va, puedes contar conmigo para cualquier cosa que necesites.

—No quiero involucrarte en mis problemas, Javier.

Este, le agarró la mano con firmeza y susurró:

—Ya estoy involucrado.

—No quisiera causarte molestias, ni problemas.

—No me los causas, lo hago porque quiero.

—Gracias.

—De nada.

—Ahora será mejor que me marche, es tarde.

Se levantó del sofá y Javier la acompañó hasta la puerta.

—¿En qué rama de la medicina te especializaste?

—En ninguna, me dedico a la investigación.

—Pues deberías haber sido psicólogo. Se te da genial.

—Gracias, pero no. Me conozco y sé que me implicaría demasiado en las historias de todos mis pacientes. Prefiero lidiar con microscopios y probetas, es menos complicado.

—Sí, es cierto. Gracias por todo, Javier…

—De nada. Descansa y cuídate. Ese pequeño, aunque de momento solo sea un grupo de células, se altera si tú te alteras.

—Vale.

La vio entrar en su casa y cerrar a sus espaldas. Regresó a su salón y recogió la bolsa de guisantes de encima de la mesa. Estaba empezando a descongelarse, de modo que al día siguiente tendría que comerlos.

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CAPÍTULO 4

Durante varios días, Javier no pudo quitarse de la cabeza a Alice. Aguzaba el oído a través de la liviana pared que los separaba, pero no conseguía escuchar nada. No se atrevía a llamar a su puerta por si su novio hubiera vuelto y su visita pudiera ocasionarle más problemas que ayuda, pero el continuo silencio de la casa de al lado le tenía muy intranquilo y al fin se decidió a llamar a la puerta. Le abrió una Alice pálida y ojerosa.

—Hola, Javier.

—¿Cómo te encuentras?

—No muy bien, hace tres días que no paro de vomitar.

—¿Ha vuelto?

Alice asintió y unas lágrimas silenciosas le empezaron a rodar por las mejillas.

—Hace dos días… para marcharse definitivamente.

—Ven a casa y me lo cuentas.

—Puedes quedarte aquí un rato…no va a venir.

—Prefiero en mi casa, Alice. No me siento cómodo en un lugar donde sé que te ha golpeado.

—De acuerdo.

Alice cogió las llaves y lo siguió. Se sentó en el sofá y recostó la cabeza contra el respaldo, permitiéndole ver la vulnerabilidad que había en su cara. Parecía una niña, asustada e indefensa… una niña que iba a convertirse en madre en pocos meses.

—¿Cuánto hace que no comes?

—Como, pero no consigo retenerlo.

—Te voy a preparar una infusión de manzanilla, te aliviará los vómitos.

—¿Una infusión?

—Sí, consiste en hervir hierbas en agua y beber el líquido después de colarlo. Mi tía Inma es una experta en todo tipo de hierbas, y la verdad es que dan resultado. Para una mujer embarazada es menos dañino que una medicina tradicional y la manzanilla tiene un sabor agradable.

—Gracias.

Puso el agua a hervir y regresó junto a Alice.

—Y ahora cuéntame que pasó con Josh.

—Vino hace dos días muy convencido de que yo estaba asustada y dispuesta a hacer lo que él quisiera, pero le dije que no iba a abortar. Primero trató de convencerme por las buenas de que era lo mejor para mí, dijo que soy muy joven para ser madre, que no era el mejor momento… pero yo me mantuve firme. Este niño me está dando una fuerza que nunca he tenido antes, de modo que le respondí que no, que quería tenerlo por encima de todo. Entonces me dijo algo que yo ya sabía, que tendría que elegir entre el bebé y él, porque no se iba a hacer cargo de ningún mocoso. Volví a decirle que tendría el bebé por encima de todo, incluso si eso significaba perderlo a él. Eso lo enfureció muchísimo y se abalanzó sobre mí para golpearme, pero esta vez yo estaba preparada y tenía unas tijeras en la mano. Las había cogido de forma instintiva, solo por si acaso, pero las alcé y le amenacé con ellas. Sé que si hubiera querido me las habría podido quitar fácilmente, pero se detuvo en seco, incrédulo de que yo le hubiera plantado cara. Nunca lo había hecho antes, pero estaba dispuesta a defender a mi hijo por encima de todo. Se dio la vuelta refunfuñando sobre mi ingratitud, dijo que se había ocupado de mí siempre y que así se lo pagaba. Trató de hacerme sentir mal, y lo consiguió, pero mi niño está por encima de todo en este momento. Hizo la maleta, recogió sus cosas y arrojó su copia de las llaves sobre la mesa añadiendo que el alquiler estaba pagado por este mes, pero que a partir del próximo me las tendría que apañar sola. Y se fue.

Había hablado de un tirón, soltando todo lo que llevaba dentro, vaciando su alma, su miedo y su angustia y no fue hasta que terminó de decir la última palabra que no se derrumbó y empezó a llorar. Javier la abrazó con ternura dejando que empapara su camiseta con las lágrimas que con toda seguridad llevaba conteniendo durante días. Cuando le pareció que ya el llanto le hacía más mal que bien, la soltó, y le tendió un pañuelo.

—Cálmate… añadiré un poco de tila y melisa a la infusión y verás cómo te relajas.

—Gracias…

La dejó sola un momento mientras vertía las hojas en el recipiente y lo dejaba reposar. Por dentro hervía de indignación ante el comportamiento de Josh; en su familia tanto él como sus hermanos habían sido tan queridos por sus padres que no le entraba en la cabeza cómo un hombre podía largarse tan pancho sabiendo que dejaba atrás a un hijo y a una mujer embarazada y sin recursos. Se consideraba un hombre tranquilo y pacífico, pero si tuviera a aquel tipo delante en aquellos momentos sería capaz de estrangularle.

Regresó al salón con una taza humeante en la mano.

—Espera que se enfríe un poco y tómatelo. Luego te prepararé algo ligero de comer.

—No es necesario, Javier… no quiero causarte más molestias. Bastante haces con escuchar mis problemas y animarme.

—No es ninguna molestia. Iba a preparar algo para mí, podemos compartirlo. Me quiero asegurar de que lo retienes en el estómago antes de que te marches a casa. Además, me viene bien un poco de compañía, siempre ceno solo y me da nostalgia de mi familia.

Alice bebió sorbo a sorbo el líquido templado y sintió que tanto sus nervios como su estómago revuelto se iban calmando. Contempló a Javier, ese hombre alto y serio de profundos y melancólicos ojos pardos y se dijo que debía sentirse muy solo para ayudarla en la forma en que lo estaba haciendo sin pedirle nada a cambio. Ni siquiera la había mirado como mujer, y eso la tranquilizaba.

Compartieron una cena a base de sopa de verdura y yogur, y después se sentaron en el sofá a charlar un rato. Javier quería asegurarse de que no vomitaba la cena, pero en su fuero interno sabía que esa no era más que una excusa. Deseaba la compañía de la chica, un rato de charla amistosa para la sobremesa, algo que hacía mucho tiempo que no disfrutaba. La conversación recayó sobre el embarazo.

—¿Sabes de cuánto estás?

—El test decía que de seis semanas, y de eso hace ya casi tres.

—Nueve semanas… —dijo Javier pensativo—. Supongo que no te ha visto un médico ni te has hecho analíticas… ¿me equivoco?

—No, no te equivocas.

—Pues ya es hora.

—No tengo apenas dinero, ni seguro médico.

—De momento yo te puedo hacer una analítica en nuestro laboratorio. Y luego, si todo está bien, ya veremos.

Alice fue a abrir la boca para darle las gracias, pero él se le adelantó.

—No me lo agradezcas… voy a disfrutar viendo cómo mis compañeros de trabajo se asombran de ver a una amiga mía. Creo que piensan que soy gay o, por lo menos, un tío raro.

Alice pensó que nunca la había mirado como se mira a una mujer y se dijo si tendrían razón. Aun así, le preguntó. Las preguntas, las palabras que a menudo no se atrevía a decir delante de Josh, le salían con una asombrosa facilidad ante Javier.

—¿Y lo eres?

Él se echó a reír y los ojos pardos brillaron con chispitas doradas.

—¿Gay? No.

—¿Y raro?

—Eso, es muy posible que sí. Supongo que para el resto de mis compañeros puedo parecerlo. Pero no soy ningún loco peligroso ¿eh?

—Estoy segura de ello. Nunca he conocido a nadie más amable que tú. Pero ¿por qué te consideran raro? Si no te molesta la pregunta. Yo te veo de lo más normal.

—Pues porque tengo veintinueve años y en el tiempo que llevo trabajando con ellos no me han conocido ninguna novia, ni rollete, ni siquiera una amiga. Tampoco suelo salir con ellos cuando van de ligue.

Alice abrió mucho los ojos. Le costaba creerlo, era un hombre guapo, con un toque melancólico en la mirada que debía atraer a muchas mujeres.

—¿Nunca has tenido novia?

—No, nunca.

—¿Nunca, nunca?

—He salido con alguna compañera en la universidad, pero nada serio.

—Ah… eso es otra cosa. Me estaba preguntando qué les pasa a las mujeres para no fijarse en un hombre como tú.

Javier rio de nuevo. Y se sintió bien al hacerlo.

—A las mujeres no les pasa nada, soy yo el culpable —dijo recordando las navidades anteriores, que había estado en Sevilla para asistir a la boda de su hermana, y la inquisidora mirada de Marta hurgando en sus ojos—. Mi corazón se quedó en España cuando me vine.

—¿Y llevas aquí mucho tiempo?

—Unos nueve años.

—Vaya. Lo lamento.

—No hay nada que lamentar, Alice. Solo me enamoré, ella no me correspondía y yo aún no he conseguido olvidarla. Todo llegará. Y puesto que veo que la comida te ha sentado bien, es hora de irse a la cama, señorita. Ese bebé que llevas dentro necesita des

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