Érase una vez...
Imagínate: una chica de, apenas, diecisiete años sentada en la parte de atrás de un autobús. Diez minutos antes acaba de terminar la última discusión con su novio con una frase pronunciada con tranquilidad, esta vez sin lágrimas ni dramas: «oye, mira, ya está, me voy y la vida dirá, puede que no estemos hechos para ser novios». Se marcha de casa de su chico decidida a no volver, no hará el camino de vuelta ¿nunca más? Quiere empezar de cero, pues aquellos casi dos años le han sido suficientes. Lo quiere y, aunque siempre le ha dicho que esperaba un «ya no te quiero» para irse y no volver, esta vez va a ser diferente, esta vez no espera nada.
Sentada en la parada del autobús tiene claro que ese día no dejará pasar ni uno, ni dos ni tres como tantas otras veces: se subirá en el primero que pase.
Y ahí viene, lo ve llegar de lejos y sentada en el banco cree que no tendrá las fuerzas suficientes para levantarse y subir al bus. No puede ser que esto se acabe…, pero sí… «No va a venir, nunca lo ha hecho, siempre soy yo la que vuelve.»
Así que, casi sin aliento, se levanta y alza la mano para que aquel autobús amarillo marque uno de los días que cambiarán la historia de amor de aquellos dos jóvenes.
El «beep» de la tarjeta con la que paga le retumba en el alma. Es la primera vez que se sube creyendo que nunca más pisará esas calles. Como siempre, avanza hacia los asientos traseros y desde allí lo ve llegar de lejos… Allí está él..., en zapatillas y pantalón corto corriendo para alcanzar ese autobús que se lleva a la chica de su vida, una chica diferente a las demás, una chica por la que todo vale la pena...
Ese fue el segundo «érase una vez...» de nuestra historia de amor, porque, como habrás imaginado, en la siguiente parada bajé del autobús para abrazar y besar a mi chico, y esa fue la última vez que Gaby y yo nos peleamos. Como dice Gaby, la felicidad costó, pero llegó.
Durante nuestros primeros años juntos, hubo muchas discusiones, muchas idas y venidas en autobús, muchos telefonazos o sms sin contestar. Incluso mensajes al bendito Messenger que tantas y tantas horas nos había regalado en forma de conversaciones eternas. Muchas amistades se quedaron en el camino, personas que tanto nos enseñaron a pesar de hacernos pasar por momentos difíciles. Hubo decisiones, equivocaciones, gritos, momentos duros... La edad. Tener quince y dieciséis años, la inmadurez, nos estaba pasando factura. No todo era tan fácil en nuestra vida. No solo teníamos que pensar en qué haríamos ese fin de semana, con quién saldríamos o qué asignaturas queríamos escoger para el siguiente trimestre de bachillerato. Situaciones ajenas a nosotros se complicaban y fue una de las épocas que más inestabilidad sentimos. Teníamos que crecer muy rápido, pero ¿cómo?
LA VIDA NOS HABÍA REGALADO UN TROZO DEL CORAZÓN DE OTRA PERSONA Y FUE EN AQUELLA PARADA DE AUTOBÚS CUANDO TODO MARCÓ UN ANTES Y UN DESPUÉS.
Pasara lo que pasase, el fin siempre era el mismo: para él su calma era yo, para mí, él era mi apoyo. Aprendimos a crecer y madurar juntos.
La vida nos había regalado un trozo del corazón de otra persona y fue en aquella parada de autobús cuando todo marcó un antes y un después. No podíamos perder el tren, o, en nuestro caso, el bus.
Ahí es donde empezaría el «ahora y siempre» que nos acompañaría el resto de nuestras vidas, sin aún saberlo.
Muchos de vosotros nos habéis preguntado cómo nos conocimos, si de verdad somos tan felices como transmitimos en nuestros vídeos, cómo lo hacemos para mantener el buen humor y el buen rollo en nuestra relación de pareja, antes y después de la llegada de nuestro hijo Gael. Por eso nos parecía importante empezar este libro contándoos nuestro segundo (y definitivo) «érase una vez…», que suena muy peliculero, es verdad, pero así fue como sucedió.
Lo cierto es que, antes de ese día, nuestra relación no fue tan fácil, sencilla y alegre como puede parecer ahora. Gaby y yo nos conocimos a través de una red social que era muy popular cuando teníamos doce o trece años, empezamos a escribirnos y enseguida nos hicimos amigos, muy amigos..., pero nada más. Nos contábamos nuestros problemas con la familia, los amigos, los estudios... Compartíamos confidencias y secretos y nos sentíamos a gusto el uno con el otro.
Y así, después de varios meses, decidimos conocernos en persona. Junto con otros amigos, fuimos a un centro comercial muy conocido de la ciudad donde vivo. Me decidí a acudir a esa «cita» por la insistencia de Gaby, y como era la primera vez que lo vería el orzuelo de mi ojo me hacía sentir una vergüenza horrible porque, aunque solo éramos amigos, su forma de hablarme por Messenger, por teléfono, o su mirada desde la webcam, me hacían derretirme. Pero nadie debía saber nada de todo eso que yo sentía; él solo tenía ojos para otra... O eso pensaba yo, mi orzuelo debió de enamorarlo. Su noviazgo con esa otra chica duró poco, ya estaba roto antes de conocerme, pero eso yo no lo sabía, ni él tampoco. El destino quiso que nos conociéramos.
Y un buen día dimos un paso más y nos hicimos novios. Era el 14 de mayo y en casa de Gaby no había nadie. Mi padre me llevaba en coche a pasar la tarde con el que era mi mejor amigo. No vivíamos en el mismo pueblo, así que a nuestra corta edad siempre dependíamos de alguien para vernos.
Estábamos en su comedor viendo la televisión cuando empezamos a darnos cojinazos entre risas. No era la primera vez que jugábamos a eso, aunque sí la vez que cambiaría aquella amistad que teníamos.
Gaby, casi sin pensarlo, se acercó a mí y me dio el piquito más corto de la historia. Su mente se estaba arrepintiendo de hacerlo antes de llegar a mis labios, pero no pudo evitarlo. Al instante se lanzó contra el sofá y se tapó con un cojín. Sí, sí… ¡El chico que te tiene loquita te acaba de dar un beso! ¿Qué se supone que tienes que hacer? ¡Vaya nervios!
Me acerqué a él para decirle que no pasaba nada, aunque sí, pasaba de todo por mi mente y por mi cuerpo; las mariposas revoloteaban por cada esquina de aquel comedor. Y sin pensarlo dos veces, le quité el cojín y me lancé… Fue la primera (o segunda) vez que nos besamos. Por eso nunca supimos quién se lanzó primero. Para mí se lanzó él con aquel fugaz beso, para él fui yo.
Pero aquellos días mágicos duraron poco. Pronto todo se estropeó... Gaby y yo solemos decir que ahora ya no nos peleamos porque gastamos todas las peleas en nuestros dos primeros años de relación. ¿Cómo podía ser posible discutir tanto como pareja si cuando éramos amigos éramos realmente los mejores amigos que se pueden ser?
No tenemos una respuesta para esa pregunta y tampoco nos importa mucho. El caso es que éramos muy jóvenes, apenas unos críos, y cada uno traía una historia vital diferente y una forma muy distinta de ver, y sobre todo de actuar, frente al mundo, las relaciones, la pareja, los problemas... Fueron dos años de peleas, de discusiones, de cortar casi cada semana, pero eso sí, teníamos una «norma»: nunca jamás nos fuimos a dormir peleados. A veces nos llamábamos a las dos de la madrugada para hablar y hacer las paces porque alguno de los dos no podía dormir después de esas peleas y discusiones por cosas que, en el fondo, los dos sabíamos que eran tonterías.
Resumiendo, que nuestro primer «Érase una vez…» no tuvo nada de peliculero ni de superromántico, ni de atardeceres y esas cosas que se explican en los cuentos. Sin embargo, después de nuestro momento «película» en el autobús, jamás volvimos a discutir y nuestra relación de pareja cambió radicalmente y hoy en día seguimos siendo tan felices, cómplices y buenos amigos como entonces. Gaby y yo somos un equipo y los dos somos conscientes de que tenemos mucha suerte por habernos encontrado y haber sabido superar esa época de peleas y discusiones sin tirar la toalla, sin miedo al futuro y creyendo profundamente en que los dos juntos somos, sin duda, más fuertes y más felices que por separado. La semilla Happy Ohana había empezado a crecer.
¿Quién dijo miedo?
Si sientes que las cosas cambian, es porque algo estás haciendo distinto... Y eso sucedió con nosotros. De una manera natural y espontánea, Gaby y yo empezamos una nueva vida como pareja.
Estudiar, quedar con los amigos, jugar al fútbol, patinar, montar en bmx, hacer fiestas en la casa de Gaby… Ese era nuestro día a día.
Y en cuanto cumplimos los dieciocho, empezamos a viajar tanto como pudimos (viajar es una de las cosas que más nos gustan en el mundo, ¡ojalá pudiéramos hacerlo más a menudo!). Eso sí, siempre en plan mochilero, era difícil pagarse un viaje costoso con los minisueldos que teníamos entonces, teniendo en cuenta, además, que teníamos que ahorrar para el futuro. Aunque cada uno seguía viviendo en casa de sus respectivas familias, se podría decir que pasábamos juntos casi todo el día.
Así que, como podrás imaginar, la idea de irnos a vivir juntos, de alquilar un piso que se convirtiera en nuestro hogar, era el siguiente e inevitable paso para nosotros. Nos habíamos encontrado y reencontrado, así que decidimos llevar nuestra relación al siguiente nivel.
Éramos muy jóvenes (bueno, lo seguimos siendo, ¿verdad?) y en aquel momento una decisión así podía parecer un poco arriesgada o precipitada. Sin embargo, para nosotros era un paso natural. Recuerdo que, cuando volvimos de nuestro viaje a Malta, Gaby me dijo: «Lo hemos superado todo, pero creo que quiero un siguiente paso y es vivir juntos. La vida de pareja es muy bonita cada uno en su casa, pero hay que dar el siguiente paso, irnos a vivir juntos y si no funciona..., pues somos jóvenes, no vamos a perder el tiempo». Y aunque él siempre fue (y es) de tomar la iniciativa, los dos estábamos de acuerdo, estábamos listos para vivir juntos.
Empezó entonces un período de búsqueda de piso, de mudanzas, de cambios de trabajo, algún despido, de apoyarnos el uno al otro, de construir una base sólida y firme como pareja. Nunca tiramos la toalla, nunca nos rendimos ante un problema, preferíamos siempre pensar en la solución. Si uno de los dos flaqueaba, el otro se convertía en el fuerte y positivo. Pasara lo que pasase fuera de nuestra casa, de puertas adentro siempre nos hemos tenido el uno al otro. Supongo que eso puede llamarse amor. ¿Quién dijo miedo? Si no sabes lo que traerá el futuro, ¿por qué tenerle miedo? Gaby y yo somos optimistas, yo por naturaleza y Gaby ha aprendido a serlo, juntos nos compenetramos, nos comprendemos y nos sentimos fuertes para hacer frente a lo que sea que traiga el día de mañana. El miedo no sirve de nada, el amor, sí.
Los primeros vídeos
A decir verdad, nunca planeamos crear un canal de YouTube donde colgar nuestros vídeos y hacerlos públicos y mucho menos pensamos que llegaría el día en que tuviéramos tantos amigos y seguidores en la red, ¡ha sido una sorpresa fabulosa!
En el año 2014 empezamos a subir nuestros primeros vídeos a YouTube. Teníamos un canal llamado No3lia Gaby y en esos vídeos explicábamos cómo hacer manualidades, DIY y algunos retos que nos resultaban divertidos. Como te digo, no teníamos ninguna intención de «profesionalizar» nuestro canal, ni siquiera de subir contenido con regularidad y mucho menos de compartir nuestro día a día con la gente. Al contrario, siempre hemos sido muy discretos y poco dados a compartir nuestras intimidades con la familia o los amigos (¡quién lo diría, ¿verdad?!), simplemente éramos una pareja joven que se divertía usando las redes sociales. Como nos gustaban mucho los programas de viajes tipo Pekín Express y Callejeros Viajeros, decidimos contar, siguiendo ese estilo, nuestro viaje a Creta, uno de los primeros viajes que hicimos juntos como pareja. Los dos pensamos que sería una manera bonita y práctica de tener guardados nuestros recuerdos. Un ordenador o un disco duro se pueden estropear, pero teniendo los vídeos subidos en «la nube» siempre estarían a salvo. ¡Y, además, podía resultar muy divertido!
Apenas un año y algo después de esos primeros vídeos de YouTube, llegó el vídeo que lo cambió todo, que de alguna manera dio un giro a nuestra vida... Comenzaba para nosotros una nueva aventura a todos los niveles: la maravillosa aventura Happy Ohana.
Ohana significa familia
Ohana es una palabra hawaiana que significa familia, y familia significa que siempre estaremos juntos y que ninguno abandonará al otro, jamás. Eso somos nosotros, somos Ohana, y con la llegada de Gael, nuestro primer hijo, ese vínculo se ha hecho más fuerte, más potente y más lleno de significado.
Cuando Gaby y yo nos fuimos a vivir juntos, no solo nos considerábamos una pareja, nos llamábamos a nosotros mismos Ohana. Nosotros, él, yo y nuestra perrita Kiara éramos una familia. Desde el primer momento tuvimos claro que compartiríamos ilusiones, sueños, esperanzas... y también despidos, problemas económicos, de trabajo..., cualquier cosa, buena o mala, que la vida quisiera colocar en nuestro camino. Ser «Ohana» es poner a tu familia por delante del resto del mundo, es saber que siempre vas a tener el apoyo de alguien que te quiere espontánea y libremente, que te acepta y te valora con todo lo bueno y no tan bueno que todos traemos y que siempre, siempre, luchará por ti.
Si lo piensas un poco y te paras a mirar a tu alrededor, verás que hay muchas familias que no tienen el «espíritu Ohana», y eso no significa que no se quieran o que no se cuiden o que no actúen como una familia, en absoluto. Además, cada uno decide cómo quiere vivir su vida y sus relaciones, ¡faltaría más!; sin embargo, cuando comprendes el auténtico y sincero significado de «Ohana», te das cuenta del maravilloso regalo que trae consigo esa forma de caminar, de moverse por el mundo.
Y si ya éramos «Ohana» siendo solo Gaby, Kiara y yo, cuando llegó Gael... ¡Madre mía! El vínculo creció como jamás habíamos imaginado. Y con eso no me refiero a que somos unos optimistas empedernidos y que creemos que la vida será siempre de color de rosa, no es eso, para nada. Gaby y yo somos muy felices como pareja, nos queremos, nos entendemos y, afortunadamente, tenemos una vida feliz que nos llena y completa como personas... Y también somos muy conscientes de que las cosas pueden cambiar, el futuro no está escrito y no sabemos lo que nos traerá la vida, todas las posibilidades existen y pudiera ser que algún día decidamos separarnos y dejar de estar juntos... Entonces dejaríamos de ser pareja, pero jamás dejaremos de ser «Ohana», porque tenemos un lazo maravilloso que nos mantendrá unidos siempre: nuestros hijos. Yo siempre seré su madre y Gaby siempre será su padre. Jamás los dejaremos atrás.
SI SIENTES QUE LAS COSAS CAMBIAN, ES PORQUE ALGO ESTÁS HACIENDO DISTINTO... Y ESO SUCEDIÓ CON NOSOTROS.
Familia «del rollito»
Una de las cosas más bonitas que nos ha pasado desde que empezamos nuestra aventura en YouTube es que la pequeña familia Happy Ohana que somos Gaby y yo se ha ido haciendo más y más grande. Cada día recibimos montones de mensajes de muchísima gente que sigue nuestro canal y no solo nos da «likes», sino que también nos pregunta cosas, comparte con nosotros sus dudas, sus experiencias, sus miedos y sus alegrías... Es una sorpresa abrir el correo cada mañana y comprobar cómo el último vídeo que subimos ha llegado a tantas personas, tal vez porque comparten esa misma experiencia con nosotros o, simplemente, porque les gusta el espíritu Happy Ohana y han sentido ese «buen rollito» que Gaby y yo transmitimos a través de la pantalla. Para nosotros es importante ser sinceros y naturales en todos y cada uno de los vídeos que subimos a las redes sociales, y por eso comprobar que con esa buena energía se puede llegar tan lejos y a tanta gente, pues, que os voy a decir, es una de las cosas más impresionantes y emotivas que nos ha pasado nunca, os lo aseguro.
Por todo eso, a nuestra comunidad en YouTube nos salió llamarla «Familia del rollito». Y digo nos salió porque no lo decidimos, no nos sentamos un día a pensar cómo podríamos hacer para... o buscamos un eslogan que atrajera a la gente para conseguir que... ¡En absoluto! A Gaby y a mí nos gustan las cosas espontáneas y sinceras, ¡nosotros somos así! Y no nos sale fingir cosas que no somos. ¡Imagínate si tuviéramos que estar actuando cada día! Creo que no duraríamos ni dos días en las redes sociales. Y creo sinceramente que no hubiéramos tenido el cariño de tantas personas.
La «Familia del rollito» somos nosotros y sobre todo tú, sois todos vosotros, los que leéis este libr