Demonios del océano (Vampiratas 1)

Justin Somper

Fragmento

Prólogo La tormenta, la canción marinera y el barco

Prólogo

La tormenta, la canción marinera

y el barco

Grace Tempest abrió los ojos al oír cómo el primer trueno caía sobre Crescent Moon Bay. Tras las cortinas vio el destello de un relámpago. Temblando, retiró la colcha y se acercó a la ventana del dormitorio. Estaba abierta de par en par y se agitaba al viento como un ala de cristal.

Grace intentó volver a cerrarla. Le costó cierto esfuerzo y se empapó de agua mientras lo intentaba, hasta que al final lo consiguió. La dejó ligeramente entreabierta, como para no dejar del todo fuera a la tormenta, la cual parecía transmitir una música extraña y salvaje, similar a un montón de tambores y címbalos entrechocando. La tormenta hacía que el corazón le palpitara de emoción, pero también la atemorizaba. La gélida agua le salpicaba en la cara, el cuello y las manos, y le puso la piel de gallina.

Al otro lado del cuarto, Connor seguía dormido, con la boca abierta y un brazo colgando a un lado de la litera. ¿Cómo podía dormir con semejante alboroto? Quizá su hermano gemelo estaba demasiado agotado tras pasar toda la tarde jugando al fútbol.

Más allá de la ventana del faro, en la bahía, no se veía ningún barco. No era noche para salir a navegar. El haz del faro recorría la superficie del mar, e iluminaba las agitadas olas. Grace sonrió al pensar en su padre, que estaba arriba, en la sala de la linterna, vigilando el puerto y velando por la seguridad de todos.

Otro trueno estalló en el exterior. Al retroceder, Grace tropezó con la cama de Connor. De pronto, su hermano frunció la cara y abrió los ojos. La miró con una mezcla de confusión e irritación. Ella también observó sus brillantes ojos verdes. Eran del mismo color que los de ella, como si alguien hubiera partido en dos una esmeralda. Su padre, en cambio, tenía los ojos castaños, así que Grace siempre había supuesto que debía de haber heredado el color de su madre. A veces, en sueños, veía a una mujer en la puerta del faro que le sonreía y la miraba con los mismos ojos verdes y penetrantes.

—¡Eh, estás mojada!

Grace se dio cuenta de que el agua que la había empapado le estaba cayendo encima a Connor.

—Hay tormenta. ¡Ven a verla!

Lo cogió del brazo, lo sacó de debajo de la colcha y lo arrastró hacia la ventana. Él se quedó donde lo dejó su hermana, frotándose los ojos para desperezarse, mientras otro relámpago danzaba frente a ellos.

—¿No te parece increíble? —dijo Grace.

Connor asintió en silencio. Aunque llevaba toda la vida en el faro, no se había acostumbrado al temible poder del océano, a su capacidad para dejar de ser un plácido estanque y transformarse en un horno en solo un instante.

—Vamos a ver qué hace papá —propuso.

—Buena idea. —Grace cogió la bata que había colgado en la puerta del dormitorio y se la echó encima. Connor se puso un jersey con capucha sobre la camiseta. Juntos salieron corriendo del cuarto y subieron la escalera de caracol hacia la sala de la linterna.

A medida que subían, el ruido de la tormenta se intensificaba. A Connor no le gustaba nada, pero no pensaba decírselo a Grace. Su hermana no tenía miedo a casi nada. Era muy extraño. Grace era delgada y huesuda, pero también dura como una bota vieja. Connor era fuerte, pero Grace tenía un férreo vigor mental que él todavía no había adquirido. Tal vez no lo hiciera nunca.

—¡Vaya, quién está aquí! —exclamó su padre cuando entraron en la sala de la linterna—. La tormenta os ha despertado, ¿eh?

—A mí me ha despertado Grace —dijo Connor—. ¡Y tenía un sueño increíble! Estaba a punto de marcar mi tercer gol en un partido.

—No entiendo cómo alguien puede dormir con una tormenta así —dijo Grace—. Con el ruido que hace y lo hermosa que es.

—Eres muy rara —comentó Connor.

Grace frunció el ceño. Aunque eran gemelos, a veces parecía que tenían personalidades opuestas.

Su padre tomó un sorbo de té caliente y les hizo un gesto.

—Grace, ¿por qué no te acercas para ver el espectáculo en primera fila? Connor, ven y siéntate a mi lado.

Los gemelos obedecieron y se sentaron en el suelo junto a él. Grace estaba fascinada, saboreando la oportunidad de contemplar la rugiente bahía desde el punto más elevado posible. Connor sintió vértigo, pero entonces notó la reconfortante mano de su padre en el hombro y sintió que la calma lo iba invadiendo.

Su padre bebió un poco más de té.

—¿Quién quiere oír una canción marinera? —preguntó.

—¡Yo! —respondieron al unísono Connor y Grace. Ambos sabían qué canción iba a cantar. Llevaba cantándosela más tiempo del que alcanzaban recordar, desde que eran bebés y dormían en dos cunas iguales, la una junto a la otra, y ni siquiera comprendían lo que decía.

—Esta —anunció grandilocuente, como si no lo hubiera hecho ya mil veces antes—, esta es una canción marinera que la gente cantaba mucho antes de que llegara el nuevo diluvio y el mundo se volviera un lugar con tanta agua. Es una canción sobre un barco que navega en plena noche durante toda la eternidad. Un barco tripulado por almas condenadas… Por los demonios del océano. Un barco que lleva navegando desde el principio de los tiempos y que seguirá navegando hasta el fin del mundo…

Connor tembló de emoción anticipando lo que iba a ocurrir. Grace sonrió de oreja a oreja. Su padre, el farero, comenzó a cantar.

Esta es la historia de los vampiratas,

así que estate atento.

Esta es la canción de un barco muy viejo

y sus temibles marineros.

Esta es la canción de un barco muy viejo,

que surca el mar entero,

que ronda el mar entero.

Mientras su padre cantaba, Grace contempló la bahía por la ventana. La tormenta seguía rugiendo, pero ella se sentía segura en un lugar tan elevado.

El barco es muy viejo y tiene velas rotas,

que se agitan como alas.

Sé que el capitán lleva siempre velo

para no dar mucho miedo

cuando ves su piel de muerto

y sus ojos, ya que es tuerto,

y sus dientes, ¡qué mugrientos!

Oh, sé que el capitán lleva siempre velo

y sus ojos nunca ven el cielo.

Connor vio a su padre utilizando la mano para imitar un velo y se estremeció al imaginar la horrible cara del capitán.

Así que pórtate bien y sé muy bueno,

como no lo has sido jamás.

Si no, a por ti vendrán los vampiratas

y con ellos se te llevarán.

Así que pórtate bien y sé muy bueno,

Porque...¡mira! ¿No lo ves?

Esta noche hay un barco en el puerto

y aún podrías zarpar en él.

(¡Sí, irte lejos con él!)

Los dos gemelos miraron hacia el puerto, esperando a medias ver un tenebroso barco aguardándoles allí, aguardando para llevarles lejos de su padre y de su hogar. Pero la bahía estaba totalmente desierta.

Si los piratas son malos

y los vampiros, peores,

rezo para que nunca,

aunque cante su canción,

llegue a ver a un vampirata.

Si los piratas dan miedo

y los vampiros matan,

rezaré por ti...

Para que no veas a un vampirata…

El farero extendió los brazos para tocar suavemente a sus hijos en el hombro.

… y nunca decidan ir a por ti.

Aun sabiendo que la canción acabaría así, Connor y Grace dieron un respingo antes de echarse a reír. Su padre los envolvió en un abrazo.

—Bien, ¿quién está listo para irse a la cama? —preguntó.

—Yo —contestó Connor.

Grace podría haberse pasado toda la noche contemplando la tormenta, pero no pudo contener un largo bostezo.

—Bajaré a arroparos —dijo su padre.

—¿No deberías quedarte aquí y vigilar la bahía? —preguntó Grace.

Su padre sonrió.

—No tardaré mucho. El faro está encendido. Además, Grace, esta noche la bahía está más vacía que un cementerio. No hay ni un solo barco ahí fuera. Ni siquiera el barco de los vampiratas.

Guiñó un ojo a los gemelos; luego dejó su taza de té y les siguió escaleras abajo. Arropó a cada uno cuando se metieron en la cama y les dio un beso de buenas noches, primero a Grace y luego a Connor.

Después de que su padre apagara la luz del dormitorio, Grace permaneció inmóvil, cansada pero demasiado entusiasmada para dormirse. Miró a Connor, que volvía a estar repantigado sobre la cama, tal vez sumido de nuevo en la emoción de su sueño anterior.

Grace no pudo resistirse a echar un último vistazo a la bahía. Retiró la manta y se acercó silenciosamente a la ventana. La tormenta había amainado un poco y, cuando la luz del faro iluminó las aguas, vio que las olas habían perdido parte de su turbulencia.

Entonces vio el barco.

No había estado allí minutos antes, pero en ese momento su presencia era incuestionable. Un barco solitario, en medio de la bahía. Flotaba plácido, como si no le afectase la tormenta. Como si navegara sobre aguas mansas. Grace recorrió su silueta con la mirada. Le recordó el antiguo barco de la canción de su padre. El barco de los demonios. Tembló al pensar en ello y se imaginó al capitán con la cara cubierta devolviéndole la mirada en la noche oscura. Pero, ciertamente, por la forma en que flotaba el barco, como si estuviera colgado de la luna por alguna cuerda invisible, casi parecía que estuviera expectante, aguardando algo… o a alguien.

Arriba, en la sala de la linterna, el farero vio el mismo barco sobre las aguas revueltas Y al reconocer su silueta familiar esbozó una sonrisa. Tomó otro sorbo de té. Luego levantó la mano y saludó.

SIETE AÑOS DESPUÉS La tormenta, la canción marinera

SIETE AÑOS DESPUÉS

1 El funeral

1

El funeral

Todos en Crescent Moon Bay asistieron al funeral del farero. Ese día no quedó ni una sola prenda negra de ropa por vender en el Emporio Textil del pueblo. Ni una sola flor en la floristería Tallo Feliz. Todas y cada una de las flores habían sido empleadas para hacer coronas y ofrendas florales. La más grande de todas ellas era una torre de gardenias blancas y rojas con forma de faro, rodeada por un mar embravecido de eucalipto.

Dexter Tempest había sido un buen hombre. Como farero había desempeñado una función importante en salvaguardar la bahía. Muchos de quienes se reunieron junto a su tumba con la cabeza baja, el sol de la tarde quemándoles la nuca, debían su vida a la aguda vista de Dexter y a su sentido del deber, más agudo aún. Otros tenían que agradecer a Dexter que uno o más miembros de su familia hubieran llegado sanos y salvos, librándolos de las peligrosas aguas que se extendían más allá del puerto. Aguas infestadas de tiburones, piratas y… algo peor.

Crescent Moon Bay era un pueblo muy pequeño, y todos sus habitantes parecían estar muy unidos. Pero una relación tan estrecha no significaba forzosamente que la vida fuera cómoda. Las habladurías cruzaban la bahía a más velocidad que los rápidos del arroyo de Crescent Moon. En aquel momento, por ejemplo, solo había un tema de conversación: ¿qué pasaría con los gemelos Tempest? Allí estaban, con la cabeza baja ante la tumba de su padre. Tenían catorce años. No eran niños, pero tampoco adultos: la chica era alta y delgada, con una inteligencia inusual, mientras que el chico ya tenía el cuerpo de un atleta. Pero la realidad era que se habían quedado huérfanos y solo se tenían el uno al otro en el mundo.

Nadie en la bahía había llegado a ver nunca a la madre de los gemelos, la esposa de Dexter. Algunos dudaban de que se hubieran llegado siquiera a casar. Solo sabían que un día Dexter Tempest se había marchado de Crescent Moon Bay invadido por una súbita sed de ver mundo. Y que otro día, aproximadamente un año después, había regresado con el corazón roto y dos bultos de ropa que contenían a sus gemelos, Grace y Connor.

Polly Pagett, la supervisora del orfanato de Crescent Moon Bay, parpadeó bajo la brillante luz para observar mejor a los hermanos. Parecía que los estuviera midiendo, como un artista cuando hace un boceto. A Polly le preocupaba qué literas iba a asignar a los recién llegados. Claro que todavía no se habían discutido los detalles, pero sin duda a los dos chicos no les quedaría otra opción más que ir al orfanato. El chico parecía bastante fuerte. Podría ponerle a trabajar en el puerto. Y la chica, aunque de constitución menos robusta, era más lista que el hambre. Sin duda sabría ayudarle a estirar el presupuesto cada vez más exiguo del orfanato. Y a pesar de que intentó reprimirla, una sonrisa asomó a los apretados y finos labios de Polly Pagett.

Lachlan Busby, el director del banco, apartó la mirada de la hermosa ofrenda floral que había encargado su mujer (y que seguro que no tenía igual en todo el cementerio) para observar mejor a Grace y Connor. Qué poco se había preocupado su padre por su futuro. Habría bastado con que consultara su cuenta corriente de vez en cuando en lugar de dedicar tanta atención a los barcos del puerto. Estaba claro que había sido demasiado abnegado. Y ese era un error que Lachlan Busby no cometería nunca.

Busby tenía sus propios planes para los gemelos. Al día siguiente comunicaría la noticia a Grace y Connor, con calma y delicadeza, por supuesto, de que no tenían nada en este mundo. Las posesiones de Dexter (su barco, incluso el propio faro) ya no les pertenecían. Su padre no les había dejado nada.

Por un momento miró a su mujer, que estaba a su lado. ¡La dulce Loretta! No podía apartar los ojos de los gemelos. Aunque el destino les había castigado impidiéndoles tener hijos, quizá podrían solucionar ese problema. La cogió de la mano con fuerza.

Grace y Connor sabían que todos los estaban mirando. No era nada nuevo. Durante toda su vida, habían sido objeto de habladurías. Jamás se habían librado de la sorpresa que había supuesto su llegada a Crescent Moon Bay. A medida que crecían, los gemelos de ojos verde esmeralda habían continuado siendo objeto de rumores y especulaciones. Siempre surgen envidias en un pueblo pequeño como Crescent Moon Bay, y la gente envidiaba a aquellos curiosos gemelos que parecían tener dones de los que otros niños carecían.

No acababan de comprender por qué el hijo del farero era mucho mejor deportista que los demás. Jugara al fútbol, al baloncesto o al críquet, siempre parecía que corría más rápido y golpeaba más fuerte la pelota, aun cuando dejara de presentarse a los entrenamientos durante varias semanas seguidas. La chica despertaba sentimientos semejantes tanto entre sus profesores como entre sus compañeros, con sus inusuales conocimientos de todo tipo y sus extrañas ideas sobre temas poco corrientes en alguien de su edad.

Dexter Tempest, decían los rumores, había sido un padre extraño para los niños. Les había llenado la cabeza de historias raras. Otros eran más osados y llegaban a sugerir que había regresado a Crescent Moon Bay no solo con el corazón roto, sino con la mente alterada.

Grace y Connor estaban un poco apartados de las buenas gentes de Crescent Moon Bay. Así que, cuando la congregación se puso a cantar un emotivo himno dedicado al último viaje del farero «hacia un nuevo puerto», nadie percibió la menor nota discordante en aquel caluroso día sin viento. Aunque Grace y Connor parecían cantar al unísono con los demás, la melodía que entonaban era diferente y se parecía más a una canción marinera que a un himno…

Esta es la historia de los vampiratas,

así que estate atento.

Esta es la canción de un barco muy viejo

y sus temibles marineros.

2 Un visitante inesperado

2

Un visitante inesperado

Al día siguiente del funeral, los gemelos subieron a la sala de la linterna, situada en lo alto del faro. A sus pies, la bahía resplandecía bajo el sol de mediodía. Pequeñas embarcaciones entraban y salían del puerto. Desde aquella altura, parecían plumas blancas flotando sobre las verdes aguas.

A Connor y Grace siempre les había gustado aquella sala, igual que a su padre. Era el lugar al que acudían para pensar, ver todo Crescent Moon Bay en perspectiva y reconocerlo como lo que era: una pequeña parcela de tierra atestada de casas encaramadas en un acantilado. En los días transcurridos desde la muerte de su padre, la sala de la linterna había adquirido un significado especial para los gemelos. Dexter Tempest había pasado tanto tiempo allí que ninguno de sus dos hijos podía ir a aquel lugar sin sentirse algo más cerca de él.

Aun en aquel momento, Grace casi podía ver a su padre sentado ante la ventana, con los ojos fijos en el puerto, tarareando alguna vieja canción marinera. Entonces se dio cuenta de que ella también la estaba cantando.

Siempre había un termo con té caliente junto a él y, casi con toda seguridad, alguno de sus viejos y polvorientos libros de poesía. Cuando ella entraba, él se volvía y le sonreía.

—Hola, hola… ¿hay alguien en casa?

El característico acento de Lachlan Busby señaló la llegada de un intruso no deseado. Connor y Grace apartaron la vista de la ventana justo cuando el sonrojado director del banco aparecía al final de la escalera.

—Bueno, ¡reconozco que no estoy en tan buena forma como me gustaría! ¿De verdad que vuestro padre subía y bajaba esta escalera todos los días?

Connor se quedó callado. No le apetecía hablar con Lachlan Busby. Grace se limitó a asentir educadamente, a la espera de que el director recuperara el aliento.

—¿Quiere usted un poco de agua, señor Busby? —le preguntó al fin. Llenó un vaso y lo puso entre las sudorosas manos del banquero.

—Gracias, muchas gracias, eres muy amable —dijo—. Me ha parecido oír que cantabais una canción… Parecía una melodía muy extraña, no he entendido muy bien lo que decía. Me encantaría oírla de nuevo.

Connor sacudió la cabeza y Grace decidió que lo mejor sería actuar con cautela. Lachlan Busby no era la clase de hombre que subía trescientos doce escalones solo para hacer una visita de cortesía.

—Es una vieja canción marinera que nuestro padre nos solía cantar —le explicó educadamente.

—Una canción marinera, ¿eh?

—Nos la cantaba al acostarnos, cuando éramos pequeños.

—Una nana entonces, algo que os tranquilizaba…

Grace sonrió levemente.

—No. De hecho, habla de dolor, muerte y cosas terribles.

El banquero pareció alarmarse.

—Lo que pretende, señor Busby, es demostrar que, por muy mala que parezca tu vida, la cosa podría ser mucho, mucho peor.

—Ah, creo que ya lo entiendo, señorita Tempest. Y debo reconocer que me impresiona tu… estoicismo ante la situación actual.

Grace intentó sonreír, aunque más bien hizo una mueca. Connor miró a Lachlan Busby con un odio nada disimulado. Además, intentaba recordar qué significaba «estoicismo».

—Ambos habéis sufrido una pérdida que ningún niño… ninguna persona de vuestra edad, debería experimentar —continuó Lachlan Busby—. ¡Y ahora estáis sin padre, sin ingresos y sin hogar!

—Tenemos un hogar —dijo Connor, rompiendo su silencio—. Se encuentra usted en él.

—Mi querido muchacho —dijo Lachlan Busby, haciendo ademán de apretarle paternalmente el hombro pero sin llegar a hacerlo—, no sabes cuánto me gustaría que así fuera. Pero, aunque no sea mi intención aumentar aún más vuestra desgana, es mi triste deber comunicaros que vuestro padre murió con muchas deudas. Este faro es ahora propiedad del Banco-Cooperativa de Crescent Moon Bay.

Grace frunció el ceño. Se esperaba algo parecido, pero el simple hecho de oírlo acrecentó sus temores.

—Entonces viviremos en nuestra barca —dijo Connor.

—Me temo que ahora también ha pasado a ser propiedad del banco —dijo Lachlan Busby, bajando tristemente la mirada.

—Su banco —puntualizó Grace.

—Así es —reconoció Lachlan Busby.

—¿Tiene algo más que decirnos, señor Busby? —Grace decidió que lo mejor sería oír todas las malas noticias de una vez y pasar a otra cosa.

Lachlan Busby sonrió y sus perfectos dientes blancos brillaron a la luz del sol.

—No estoy aquí para deciros nada, queridos míos, sino para haceros una oferta. Es cierto que, ahora mismo, no tenéis nada ni a nadie. Pero yo sí tengo muchas cosas. Tengo un hermoso hogar, un próspero negocio y la mejor esposa que un hombre pueda desear. Sin embargo, la tragedia de nuestra vidas es que no hemos recibido la bendición de un…

—Hijo —le interrumpió Grace. De repente, todo quedó terriblemente claro—. No tienen ustedes hijos, y nosotros no tenemos padres.

—Si venís a vivir con nosotros, podréis disfrutar de todos los privilegios que ser un Busby supone en este pueblo.

—Antes prefiero morirme —dijo Connor con la mirada encendida.

Lachlan Busby se volvió hacia Grace.

—Tú pareces más razonable que tu hermano, querida —continuó—. Dime qué te parece mi propuesta.

Grace se obligó a sonreír, aunque se sentía asqueada.

—Es muy, muy amable por su parte, señor Busby. —La bilis se le subió a la garganta mientras intentaba tragar saliva—. Pero mi hermano y yo no necesitamos unos nuevos padres. Su oferta de un hogar es muy generosa, de verdad, pero creo que por ahora nos las arreglaremos bien solos.

Lachlan Busby dejó de sonreír.

—No os las arreglaréis bien. Solo sois unos niños. No podéis vivir aquí solos. De hecho, no podéis vivir aquí. A finales de semana llegará un nuevo farero, y vosotros tendréis que hacer las maletas y largaros.

Lachlan Busby se levantó para marcharse. Se volvió por última vez hacia Grace antes de salir.

—Eres una chica lista —dijo—. No rechaces mi oferta tan pronto. Otros darían un ojo de la cara por algo así.

Mientras su visitante inesperado bajaba las escaleras, Grace rodeó a su hermano con un brazo y apoyó la cabeza en su hombro.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó.

—Ya se te ocurrirá algo. Como siempre.

—Se me están acabando las ideas.

—No importa qué hagamos —repuso Connor— mientras permanezcamos juntos.

Grace asintió y empezó a cantar en voz baja…

Así que pórtate bien y sé muy bueno,

como no lo has sido jamás.

Si no, a por ti vendrán los vampiratas

y con ellos se te llevarán.

Connor recordó cómo los abrazaba su padre mientras miraba hacia el mar. Aunque aquellas palabras parecían siniestras y le habían provocado escalofríos, la idea de navegar en plena noche tenía algo atractivo. Entonces más que nunca.

Se acurrucó junto a Grace y los dos contemplaron las aguas centelleantes de Crescent Moon Bay. Por muy mal que fuera todo, les iría bien. Las cosas no podían empeorar.

3 Las cosas empeoran

3

Las cosas empeoran

Crescent Moon Bay era un pueblo pobre, pero, si los rumores tuvieran precio, habría sido el centro económico del mundo. Y aquel día, en el mercado del puerto, solo se hablaba de una cosa: de la oferta de Lachlan Busby a los gemelos, y de cómo Connor y Grace lo habían enviado de regreso a casa con las manos vacías.

Aquel último acontecimiento no hizo sino confirmar la creencia popular de que los gemelos eran tremendamente orgullosos y engreídos. Nadie en la bahía podía ofrecerles una mejor segunda oportunidad que los Busby.

Por extraño que pareciera, nadie sentía ni siquiera un ápice de compasión por los extraños gemelos. A los ojos de todos los habitantes del pueblo, siempre habían sido unos inadaptados, y el hecho de refugiarse en el faro no hacía más que confirmarlo.

Solo había una persona, además de los Busby, que aún contemplaba la posibilidad de dar cobijo a los gemelos Tempest. Incluso entonces, estaba dando la vuelta a unas sábanas sucias para prepararles dos literas y vaciando un armarito de paredes combadas para que pudieran guardar en él sus pertenencias. Polly Pagett sonrió mientras aplicaba una gota de aceite en una bisagra que chirriaba. En veinticuatro horas, los gemelos cruzarían los portones verdes y entrarían en sus dominios. No les quedaba otra opción.

En la sala de la linterna, Grace y Connor contemplaron la multitud de personas que, desde allí, parecían tan pequeñas como hormiguitas.

—Se nos acaba el tiempo —dijo Grace.

Connor no dijo nada.

—¿Qué vamos a hacer? Mañana por la noche vence el préstamo que el banco concedió a papá, y vendrán a echarnos del faro.

Connor no estaba seguro del uso que le había dado su hermana a «vencer», aunque podía imaginarlo. En veinticuatro horas, él y Grace estarían en la calle o durmiendo en el orfanato de Crescent Moon Bay. Ninguna de ambas posibilidades resultaba muy atractiva.

—Ta

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos