Tokio Ever After. Princesa por sorpresa

Emiko Jean

Fragmento

tokio_ever_after_princesa_por_sorpresa-3

EL COTILLA DE TOKIO

A la Mariposa Perdida le cortan las alas

4 de abril de 2021

La boda del primer ministro Adachi con la heredera del imperio naval Haya Tajima, que se celebró en el lujoso Hotel New Otani, estuvo rodeada de un aura de elegancia atemporal. Aunque este fuera el segundo matrimonio para el primer ministro (su primera esposa falleció hace algunos años), no se reparó en gastos. Los hombres vestían de frac y las mujeres lucían sedas. Corrían copas rebosantes de Dom Pérignon y en los estanques de los jardines nadaban cisnes negros importados de Australia. Los invitados eran la auténtica flor y nata de Japón, lo más selecto de la alta sociedad, y entre ellos se encontraba, como no podía ser de otro modo, la familia imperial. Incluso su alteza imperial el príncipe heredero Toshihito estuvo presente, pese a sus actuales desacuerdos con el primer ministro.

Sin embargo, el centro de atención no fue su disputa, ni, a decir verdad, tampoco los novios. El foco de todas las miradas fue la recién nombrada princesa, su alteza imperial la princesa Izumi, también conocida como la Mariposa Perdida. La ceremonia representaba su debut oficial en la sociedad japonesa. ¿Echaría a volar... o caería en picado?

Sin duda, S.A.I. la princesa Izumi iba vestida para la ocasión: lucía un vestido de seda de color verde jade y perlas de Mikimoto sacadas de las cámaras de seguridad imperiales, un regalo de la mismísima emperatriz. A la prensa no se le permitió la entrada a la celebración, pero, según todos los testigos, fue una velada perfecta.

Así pues, ¿por qué la Mariposa Perdida ha sido vista esta mañana subiendo a un tren rumbo a Kioto? La Agencia de la Casa Imperial insiste en que se trata de un viaje organizado al campo que ya estaba previsto, pero todos sabemos que la villa imperial de Kioto es el lugar donde se refugia la realeza para expiar sus culpas. Fue allí donde, el año pasado, su alteza imperial el príncipe Yoshihito se instaló para recuperarse de un viaje no autorizado a Suecia.

Parece que a esta mariposa le han cortado las alas. ¿Qué puede haber hecho S.A.I. la princesa Izumi para merecer la expulsión del palacio de Tokio? Nadie lo sabe. Lo que sí sabemos es que está metida en un buen lío...

tokio_ever_after_princesa_por_sorpresa-4

1

Una mejor amiga tiene la sagrada obligación de convencerte de hacer lo que no debes.

—No lo vas a terminar en tu vida. Lo has intentado. Lo has intentado con todas tus fuerzas —dice Noora, la mejor amiga en cuestión—. Le has puesto ganas.

Las «ganas» que le he puesto al ensayo sobre el crecimiento personal en Las aventuras de Huckleberry Finn han consistido en intentar escribirlo durante cinco minutos. Se suponía que Noora tenía que ayudarme; la he llamado para que me prestara apoyo moral.

—Lo mejor será que nos rindamos y pasemos página —insiste.

Se deja caer en mi cama y se tapa los ojos con los brazos como si se desmayara, la muy dramática.

Su razonamiento es convincente. He tenido cuatro semanas para trabajar en ese proyecto. Hoy es lunes. He de entregarlo el martes. No sé suficientes matemáticas para aproximarme estadísticamente a las probabilidades que tengo de acabarlo a tiempo, pero me juego el cuello a que no son altas. Hola, consecuencias de mis actos. Volvemos a encontrarnos, amigas mías.

Noora levanta la cabeza de uno de mis almohadones.

—Por Dios, tu perro apesta.

Estrecho a Tamagotchi contra mi pecho.

—No es culpa suya.

Mi perro, una mezcla de terrier, tiene una enfermedad glandular rara para la que no hay ni cura ni medicación. También tiene una de esas caras tan feas que son adorables y una obsesión asquerosa por sus propias patas. Siempre se las está chupando.

Estoy convencida de que amar a este cánido es la misión por la que se me puso en la Tierra.

—No puedo pasar del trabajo. Si no lo entrego, suspenderé la asignatura —contesto, sorprendiéndome a mí misma.

Casi nunca soy la voz de la razón. Está bien, lo confieso: en nuestra amistad no hay ninguna voz de la razón. Las conversaciones suelen ser más o menos así:

Noora: propone una mala idea.

Yo: dudo.

Noora: me mira decepcionada.

Yo: propongo algo todavía peor.

Noora: me mira emocionada.

Básicamente, ella es la instigadora y yo quien dobla la apuesta. Es el Justin Timberlake de mi Jessica Biel, el Edward de mi Bella, la Kim Kardashian de mi Kanye West. Mi hermana de otra madre. Estaremos juntas hasta la muerte. Ha sido así desde que nos conocimos en segundo de primaria y nos hicimos amigas gracias al color de nuestra piel (un poco más oscuro que el de los demás niños blancos de Mount Shasta) y a nuestra incapacidad de obedecer instrucciones simples. «Dibuja una flor.» ¡Bah! ¿Por qué no pintamos un paisaje oceánico con estrellas de mar criminales y delfines detectives que no respetan las normas?

Juntas, somos la mitad de una Banda de Chicas Asiáticas (a la que llamamos la BCA, para tener un nombre más corto), aunque nos parecemos más a Las chicas de oro que a una banda de crimen organizado. La otra mitad la forman Hansani y Glory. Las condiciones para ser miembro de la BCA son muy estrictas, y consisten en tener ancestros asiáticos de alguna clase. En otras palabras, somos una banda panasiática. En una ciudad repleta de banderas confederadas y estampados tie-dye, una no puede permitirse discriminar.

Noora me evalúa con la mirada.

—Ha llegado el momento de rendirse. Renuncia. Supéralo. Acepta tu fracaso con resignación. Vamos al Emporium, a ver si ese chico tan mono sigue trabajando allí. ¿Te acuerdas de aquel día que Glory se puso roja y pidió un helado de nata con penes? Venga, Zum Zum, di que sí... —insiste con tono persuasivo.

—Ojalá no hubieras oído nunca a mi madre llamarme así.

Me muevo y Tamagotchi salta de mi regazo. No es ningún secreto: yo lo quiero más a él que él a mí. Da una vuelta sobre sí mismo y se tumba encajando la barbilla en el culo. No puede ser más mono.

Noora se encoge de hombros.

—Pero la oí, y me encanta. Ahora no puedo no usarlo.

—Prefiero Izzy.

—Prefieres Izumi —replica.

Correcto. Pero cuando estábamos en tercero ya había oído como masacraban esas tres sílabas las veces suficientes como para querer simplificar mi nombre. Así es más fácil.

—Si los blancos son capaces de aprender klingon, también deberían ser capaces de pronunciar bien tu nombre.

Cuando tiene razón, tiene razón.

—Cierto —admito.

Mi mejor amiga tamborilea con los dedos sobre su barriga, una señal inequívoca de aburrimiento. Se sienta con una sonrisa gatuna, conspiradora y petulante. Esa es otra de las razones por las que me gustan más los perros. En los gatos no se puede confiar, son capaces de comerse tu cara si te mueres (no tengo pruebas, solo un pálpito muy fuerte).

—Bueno, nada de Emporium. Me siento pálida y poco atractiva —se lamenta.

Ahora soy yo la que sonríe. Ya sé cómo va a terminar esto... y no me opongo.

—¿Y si nos arreglamos un poco y nos lo volvemos a plantear? —sugiero, siempre dispuesta a ayudar.

Tamagotchi levanta las orejas y Noora asiente con gesto sabio.

—Las grandes mentes piensan igual.

Me sonríe otra vez y sale corriendo de la habitación en dirección al cuarto de baño de mamá, también conocido como la milla de oro de la cosmética. Cuesta pensar en todo lo que hay encima de la encimera de vinilo desgastado sin salivar: brillantes cajas lacadas de paletas de sombras de ojos de Chanel, una mascarilla de noche de caviar de La Prairie, un lápiz de ojos de Yves Saint Laurent Couture... Ah, y ¿alguien estaba buscando productos coreanos para el cuidado de la piel? Sí, por favor. Cada pequeña y decadente indulgencia alberga una promesa para un mañana mejor. En plan: las cosas ahora van fatal, pero estoy convencida de que este bronceador tono diosa dorada le va a dar un vuelco a mi vida.

La ironía está en que todo ese maquillaje caro es diametralmente opuesto al pragmatismo incuestionable de mamá. Conduce un Toyota Prius, recicla todo lo reciclable (a veces pienso que solo me tuvo para que la ayudase a darle la vuelta a la pila de compost) y reutiliza las medias. ¿Que quedan restos de jabón de pastilla? Pues los metemos en un calcetín viejo para aprovechar hasta la última gotita de espuma. Cuando le señalo su hipocresía, no me hace ni caso. «¿Y qué? —dice—. Todo ello forma parte de mi mística femenina.» No es que no esté de acuerdo. Nosotras, las mujeres, albergamos infinitos. En resumen: los brillos de labios y los iluminadores son el placer culpable de mamá y, para Noora y para mí, pintarnos la cara mientras ella da clase en la universidad local es, simplemente, un placer.

Encuentro a Noora aplicándose un brillo de labios Dior al mismo tiempo que mira por las rendijas de la persiana.

—Jones está otra vez en tu patio.

Cruzo la habitación y me acerco a ella para mirar por la ventana. Sí, es él. Nuestro vecino de al lado lleva un sombrero de color rosa, una camiseta blanca, unos Crocs amarillos y un sarong tan colorido que me resulta ofensivo. A ver, ¿a quién se le habrá ocurrido fabricar algo tan espantoso?

Deja dos frascos de un líquido oscuro en el porche trasero. Debe de ser kombucha. Este prodigio barbudo le hace ojitos a mi madre, elabora su propio té y cuida abejas, y en su camiseta preferida se lee: «El amor no entiende de colores». Eso es mentira, por supuesto. El amor sí entiende de colores, estoy segurísima. Pondré un ejemplo: en el primer año de instituto, cuando auné el coraje necesario para confesarle mis sentimientos al chico que me gustaba, él contestó: «Lo siento, es que las asiáticas no me gustan».

Desde entonces, mi vida sentimental ha seguido el mismo rumbo maldito. Mi última relación acabó fatal. Se llamaba Forest y me puso los cuernos en el baile de bienvenida, así que decidimos desemparejamos conscientemente. Me froto un costado porque me ha dado un pinchazo de dolor. Deben de ser gases; seguro que no ha sido por el recuerdo.

—Es bastante raro que le traiga cosas a tu madre todo el rato. Es como un gato montés que te deja ratones muertos en el porche.

Noora tapa el brillo de labios y junta los labios para acabar de extenderlo. El rojo oscuro encaja con su personalidad. La sutileza no está en su vocabulario.

Me cruzo de brazos y contesto:

—Hace dos semanas le trajo un libro de flores secas prensadas.

Mi madre es profesora de biología, pero lo que la vuelve loca es la botánica. Jones no tendrá mucha idea de moda, pero lo compensa con sus detalles, he de reconocerlo.

Noora se aparta de la ventana y lanza el brillo sobre la colcha de mamá. La compró en un mercadillo; le gustan las antigüedades.

—¿Es este? ¿Orquídeas raras de América del Norte?

Está junto a la mesilla de noche de mi madre, toqueteando sus cosas. Qué cotilla.

—No, ese es otro.

Nunca le había prestado atención a ese libro. Como trata de orquídeas...

Noora lo abre y dice:

—Vaya, vaya... ¿Qué tenemos aquí? —Pone el dedo en la primera página y empieza a leer—. «Mi queridísima Hanako...»

Tardo un instante en comprender. ¿«Mi queridísima Hanako»? Me abalanzo sobre Noora y le arranco el libro de las manos.

—Qué bruta —masculla, y de inmediato me apoya la barbilla en el hombro.

La caligrafía es pulida e inclinada; la tinta casi se ha desvanecido del todo.

Mi queridísima Hanako:

Por favor, permite que estas palabras digan lo que yo no soy capaz de decir:

Desearía estar tan cerca de ti

como una falda mojada

lo está de las piernas de una niña.

No dejo de pensar en ti.

—Yamabe no Akahito

Tuyo,

MAKOTO «MAK»

2003

Noora deja escapar un silbido.

—Me parece que Jones no es el único admirador no tan secreto de tu madre...

Me siento en la cama.

—Mamá nunca me ha hablado de ningún Makoto.

No sé cómo sentirme al respecto. Es extraño pensar en la vida de tu madre antes de que uno nazca. Tal vez sea narcisista, pero una adolescente tiene derecho a pensar que todo empezó con su nacimiento. En plan: «Izzy ya está aquí; la Tierra puede empezar a girar». No sé, quizá sea cosa de los hijos únicos. O quizá mi madre me quiere tanto que me ha hecho sentir que era así.

Mientras sigo reflexionando sobre ello, Noora dice con cierta cautela:

—Pues... Tú naciste en 2003.

—Ya.

Trago saliva y me quedo mirando la página. Nuestros pensamientos han seguido la misma improbable pero intuitivamente correcta dirección. Mi madre me dijo que se quedó embarazada de mí en su último año de universidad. Mis padres iban juntos a clase: Universidad de Harvard, promoción de 2003. Él era un estudiante de intercambio japonés. Un rollo de una noche. «Pero no un error —insiste siempre—. Eso nunca.»

Me quedo mirando el nombre. Makoto. Mak. ¿Qué probabilidades hay de que mamá tuviera dos aventuras con dos hombres japoneses distintos en el año que yo nací? Miro a Noora.

—Podría ser mi padre.

Pronunciarlo en voz alta me resulta extraño, solemne. Un tabú.

El tema de mi padre siempre ha sido una nota biográfica a pie de página. «Izzy fue concebida en 2003 por Hanako Tanaka y un hombre japonés desconocido.» Lo que me hace sentir mal no es saber cuáles son mis orígenes. Soy hija del siglo xxi; por descontado, no me avergüenza que mi madre sea una mujer sexualmente liberada. Respeto sus decisiones, aunque si pienso en la palabra «madre» junto a «sexo» me entran ganas de prenderle fuego a algo.

Lo que me duele es lo que no sé; pasear por la calle observando a la gente y preguntarme: «¿Eres tú mi padre? ¿Conoces a mi padre? ¿Sabes algo sobre mí que yo no sepa?».

Noora me está mirando.

—Conozco esa expresión. Te estás haciendo ilusiones.

Abrazo el libro contra mi pecho. A veces me cuesta no sentir celos de mi mejor amiga. Ella tiene muchas cosas de las que yo carezco: un padre y una madre y una familia enorme. He ido a su casa por Acción de Gracias. Es como un cuadro de Norman Rockwell, pero con un tío que ha bebido dos copas de más, farsi flotando en el ambiente, salsa de granada y tartaletas de caqui, en lugar de tarta de manzana. Ella sabe muy bien quién es y de dónde viene.

—Lo digo en serio —insisto.

Noora se sienta y me da un suave codazo.

—¿En serio? Sí, podría ser tu padre. O podría no serlo. No te precipites.

«Demasiado tarde.»

De niña, pensaba mucho en mi padre. A veces fantaseaba con que era dentista o astronauta, y una vez, aunque jamás lo admitiré, deseé que fuera blanco. En realidad, deseé que tanto mi padre como mi madre fuesen blancos. Lo blanco era bonito. Era el color de mis muñecas, el de las modelos y el de las familias que veía en la televisión. Igual que acortar mi nombre, un color de piel más claro y unos ojos más redondeados habrían hecho mi vida mucho más fácil y el mundo mucho más accesible.

Vuelvo a mirar la página.

—En Harvard deben de tener registros de los exalumnos —digo con voz temblorosa.

Nunca me he atrevido a buscar a mi padre. La verdad es que nunca hablo de él. Quizá es porque mi madre nunca me ha animado a hacerlo. De hecho, dada su escasa disposición a hablar de él, decidí guardar silencio para no tambalear los cimientos de la unión madre-hija. Y así sigo. Pero tampoco debería enfrentarme a esto sola. Las mejores amigas están para esto, ¿no? Para compartir el peso.

¡Clic! Noora ha sacado una foto de la página con el teléfono.

—Llegaremos al fondo de este asunto —me promete. Madre mía, ojalá pudiera embotellar su confianza y su seguridad en sí misma. Ojalá tuviera tanta como ella—. ¿Estás bien?

Hago una mueca. Noto una sensación rara en el pecho. Esto podría ser gordo. Muy gordo.

—Sí, solo que es un poco difícil de asimilar.

Noora me rodea con los brazos y me abraza con fuerza. Yo le devuelvo el abrazo.

—No te preocupes —responde con decisión—. Lo encontraremos.

—¿De verdad lo crees?

Dejo que la esperanza refulja en mis ojos. Ella vuelve a esbozar su sonrisa de gato.

—¿Son los rollos de canela mi perdición?

—A juzgar por todos los que te has comido en tu vida, diría que sí.

Asiente con confianza y determinación.

—Lo encontraremos.

¿Lo ves? Amigas hasta la muerte.

tokio_ever_after_princesa_por_sorpresa-5

2

Clase. Mediodía. Martes. Recorro los pasillos del Instituto de Mount Shasta. Han pasado dieciocho horas desde que un libro sobre orquídeas raras y un poema ligeramente subido de tono desequilibraran mi mundo por completo.

Fue una noche difícil, y la mañana también lo ha sido. En mi mente brotaban preguntas y más preguntas: ¿Mintió mi madre cuando me dijo que no conocía a mi padre? Si es así, ¿por qué? ¿Es posible que mi padre sepa de mi existencia? Entonces, ¿por qué no me ha querido? Lo estoy pasando fatal. Me he esforzado por contener mis expectativas a la vez que evitaba a mi madre. Menos mal que se me dan bien los subterfugios. Debajo de la cama tengo una botella de licor de melocotón y un puñado de novelas románticas (duques venidos a menos más herederas de una clase social más baja siempre dan como resultado amor verdadero y eterno) y mi madre no tiene ni idea. La clave es comportarse como si no pasara nada: solo soy una chica ensimismada en sus cosas; lo normal a mi edad.

Veo la entrada de la biblioteca. Empujo las puertas y me abro paso entre un grupo de vaqueros y dos chicas que se llaman Harmony.

Ah, por fin silencio. Ojalá fuese igual de fácil acallar mis pensamientos. Al fondo, entre las estanterías, me espera Noora, que está en ascuas. Yo también tengo el alma en vilo. Durante la última hora, hemos intercambiado una retahíla de mensajes en el grupo de la BCA.

Noora

OMG. OMG. OMG.

Noora

Tengo un notición. Reunión urgente de la BCA en la biblioteca a la hora de comer.

Glory

Pero si comemos ahí cada día...

Yo

¿?

Noora

No lleguéis tarde. No os lo queréis perder.

Glory

Si esto es sobre el tercer pezón de Denny Masterson otra vez...

Noora

¡YA TE GUSTARÍA!

Hansani

¿Nos das una pista?

Yo

¿¿??

Noora

Sí, claro... ¿Y estropear la gran revelación?

Noora

Lo siento, pero tendrás que esperar.

Me trago el globo de esperanza que me oprime el pecho. De todos modos, lo más probable es que el notición de Noora no sea sobre mi supuesto padre. Mi amiga vive por y para convocar reuniones urgentes.

—¡Por fin!

Me coge del brazo y me arrastra entre las estanterías hasta que llegamos a la esquina nororiental. Hansani, una esbelta esrilanquesa, y Glory, mitad filipina y con unas cejas por las que moriría y/o mataría, ya nos están esperando en nuestra mesa habitual. Estas chicas... Son mis chicas. Tenemos la singular capacidad de mirarnos y saber exactamente qué siente la otra. Nuestra conexión nació en la escuela primaria, donde aprendimos que nuestro principal «defecto» es nuestra apariencia.

En mi caso, la responsable fue Emily Billings: me acorraló en el autobús del colegio y se estiró los ojos hacia arriba para rasgarlos de forma exagerada. Yo ya sabía que era diferente, pero no fui consciente de que eso era malo hasta que no me lo demostraron. Por supuesto, me eché a reír junto a los demás niños. Al fin y al cabo, el sentido del humor siempre es la mejor defensa. Fingí que no me dolía, igual que cuando un niño me preguntó si en mi familia celebrábamos el bombardeo de Pearl Harbor como si fuera Navidad. O cuando otros alumnos me pidieron ayuda con los deberes de matemáticas. Les salió el tiro por la culata, porque los números se me dan fatal. En cualquier caso, con cada situación de ese estilo, algo se marchita en mi interior, rodeado de silencio y de vergüenza.

De todos modos, sobrevivimos. Todas sabemos lo que es lidiar con las pullitas culturales. A Noora siempre le preguntan por qué no lleva hiyab; cuando Glory va con su padre, que es blanco, la gente se pregunta si es adoptada. Hansani tiene que aguantar que le hablen imitando a Apu, que, para empezar, no es del mismo país. Y, por supuesto, está la pregunta universal: «No, en serio, ¿de dónde eres en realidad?».

Las chicas ya han empezado a almorzar: Hansani ha traído pan de pita con humus, y Glory, ensalada de huevo. Encima de la mesa hay un cartel en el que se lee: «Prohibido comer». Bah. Las reglas están para romperlas. Tiro mi mochila y mi botella de agua encima de la mesa y les sonrío. Noora se sienta en una silla a mi lado y, mirando a Glory, chasquea los dedos y dice:

—Ordenador.

Glory se vuelve hacia Noora y la mira con los ojos entornados.

—Di «por favor» —contesta, pese a que ya está sacando un resplandeciente Chromebook.

Noora la pincha con un lápiz.

—Ya sabes que te adoro, aunque tu nombre no te quede bien.

Esto es cierto, aunque yo nunca me atrevería a decirlo. Glory es de esa clase de personas que te meten el dedo en la boca mientras bostezas para imponer su autoridad. Y Noora, por su parte, no tiene miedo de decírselo. La mejor forma de describir su relación es amor-odio. Se parecen muchísimo, aunque no sean conscientes de ello.

—Si me vuelves a clavar el lápiz, te daré un puñetazo en la garganta —la advierte Glory mientras le pasa el ordenador.

Hoy su relación es más de odio que de amor.

—¿Podemos ir al grano de una vez? —protesto.

Noora coge el ordenador y empieza a teclear.

—Sí, podemos. —Hace una pausa, entrelaza los dedos de las manos y se cruje los nudillos—. ¡Redoble de tambores, por favor!

Hansani obedece y tamborilea sobre la mesa con los dedos. Glory saca una lima y empieza a limarse las uñas en forma de garra.

Yo cierro los ojos. Me preparo. Dejo que el globo de esperanza se expanda en el interior de mi pecho. «Que sea sobre él. Y si es él, que no sea un asesino en serie que colecciona trajes de piel humana.»

—¡Lo he encontrado! —exclama Noora—. He encontrado a Makoto. A Mak. ¡Tu padre!

Abro los ojos y parpadeo. Sus palabras se me clavan bajo la piel, se enraízan, germinan. Florecen. ¡Cuántos sentimientos! Por encima de todos ellos, destaca la incomodidad, así que hago lo que mejor se me da: un comentario jocoso. Evado la respuesta.

—Entonces, ¿no es sobre el tercer pezón de Denny?

Noora hace un gesto con la mano.

—Claro que no. Eso es casi del siglo pasado. Pero, antes de enseñaros lo que he encontrado, os tengo que contar una cosa.

Parece insegura; está seria. La sangre me palpita en los oídos. Hansani alarga un brazo por encima de la mesa y me coge la mano. Tiene una especie de sexto sentido; es capaz de percibir las frecuencias emocionales. Es su poder de superheroína.

Miro a Glory y a Hansani. ¿Sabrán qué ha encontrado Noora? Las dos niegan con la cabeza. Es una de nuestras particularidades: podemos comunicarnos solo con una mirada. Estamos en la misma onda. Y, ahora mismo, esa onda es la ignorancia.

—Está bien —digo. Respiro hondo—. Suéltalo.

«Prepárate para lo peor y espera lo mejor.»

Noora respira de forma entrecortada.

—Me siento muy atraída por tu padre.

Hansani se echa a reír y Glory pone los ojos en blanco. Su confesión ahuyenta mis nervios, como si fuese una ráfaga de viento.

—¡Puaj! Además, ni siquiera sabemos si es mi padre.

—Pues claro que sí. Es tu papá.

«Papá.» En mis pensamientos, siempre me he referido a él como «mi padre»; nunca lo he llamado papá. Lo primero es un título que se obtiene con el nacimiento, lo segundo se gana con el tiempo, con rasguños en las rodillas, noches sin dormir y graduaciones. Yo no tengo «papá». Pero podría tenerlo. Esa promesa hace que me siente en el borde de la silla.

—Eres su vivo retrato —dice Noora—. Compruébalo tú misma.

Le da la vuelta al ordenador para poner la pantalla de cara a nosotras. Está llena de imágenes.

Glory golpea la mesa con la lima.

—¡Madre mía!

Hansani suelta un silbido.

—No me lo puedo creer.

—Os presento a Makotonomiya Toshihito. ¿Quién es papaíto, Zum Zum?

Mueve el cursor y clica para agrandar una de las fotos. De cerca es aún más espeluznante. Está posando delante de un edificio de ladrillo; Harvard, supongo. En esa foto es joven; luce una sonrisa llena de promesas e ingenuas esperanzas, la clase de sonrisa que tienes antes de que el mundo te sacuda una bofetada de esas que te dejan sin dientes. El parecido es evidente. Inquietante. Ahí estoy yo, en esos labios gruesos y esa nariz recta, incluso en los espacios entre los dientes.

Abro la boca, la cierro y la vuelvo a abrir.

—Noora tenía razón. Tu padre está buenísimo —dice Glory.

Las oigo chocar los cinco. El corazón me late a toda velocidad. Me recuerdo que los ataques al corazón son muy poco frecuentes a los dieciocho.

—¿Cómo...? —me interrumpo. Me recompongo. Ordeno mis pensamientos—. ¿Cómo lo has encontrado?

—En Harvard no tenían los registros de antiguos alumnos online, pero sí tienen un formulario con un número de teléfono. He llamado esta mañana y he hablado con una tía muy maja llamada Olivia, que resulta que era de Ashland. —Ashland está cerca de Mount Shasta—. Nos hemos caído superbién. Ahora somos amigas. Seguro que le pone mi nombre a su primogénita.

—Uf, ve al grano de una vez —gruñe Glory.

Yo no puedo dejar de mirarlo. A Makoto. A mi padre. A lo mucho que nos parecemos. Tenemos las mismas cejas, aunque yo me he depilado las mías hasta someterlas. Acaricio la pantalla con los dedos y luego los quito. No debo involucrarme emocionalmente.

—Bueno, el caso es que tampoco ha podido contarme mucho —prosigue Noora—. Ha dicho no sé qué sobre la confidencialidad. En fin, era un callejón sin salida.

—Por Dios —dice Glory.

Noora la mira con el ceño fruncido.

—Entonces he buscado en Google «Makoto, Mak, Harvard 2003». Y ahí estaba. Muy japonés y muy fácil de encontrar. —Noora mueve la mano delante de mi cara—. ¿Estás bien?

Las palabras nacen y mueren en mi garganta.

—Sí. No. No lo sé.

—Me lo tomaré como un sí, porque todavía hay más.

«¿Más? ¿Qué más puede haber?»

—Eh, concéntrate.

Se queda en silencio unos segundos y carraspea. «Ejem.» Aparto la vista de la pantalla.

—Es de la realeza. —Se calla y sonríe—. Es un príncipe. —Hace otra pausa y sonríe todavía más—. El príncipe heredero de Japón, para ser exactos. Su nombre completo es Makotonomiya Toshihito.

Oigo el tictac del segundero del reloj que hay sobre nuestras cabezas. La sonrisa de Noora se tambalea. Resoplo. Tengo la clara sensación de estar al final de un túnel muy largo y muy oscuro.

—Me parece que no se encuentra bien —susurra Hansani, preocupada—. Igual deberíamos llamar al enfermero.

—Ya no hay enfermero. Recortes de presupuesto —responde Glory.

Siento un nudo de histeria en la garganta. Solo puede ir en una dirección: hacia arriba y hacia fuera. Suelto una carcajada estridente y descontrolada. Sí, estoy perdiendo la chaveta.

—En serio, Zum Zum —dice Noora—. No tiene gracia. Eres la hija natural de un príncipe. El fruto de sus entrañas.

—Las palabras «fruto» y «entrañas» jamás deberían ir juntas en la misma frase —apunta Glory con la boca llena de ensalada de huevo.

La sonrisa de Noora se transforma en una línea recta.

—No me crees. Ninguna de las tres me cree. Está bien. Tengo pruebas.

Minimiza la foto y nos enseña un artículo de un periódico.

EL COTILLA DE TOKIO

El heredero soltero de más edad de la historia del trono del Crisantemo no tiene planes de casarse

23 de mayo de 2018

A sus treinta y nueve años, su alteza imperial el príncipe heredero Toshihito sigue soltero y sin planes de casarse, según informa una fuente del interior del palacio. Pese a las muchas posibles candidatas, el príncipe heredero se niega a sentar la cabeza. En la Agencia de la Casa Imperial están consternados, pese a que no confirman que...

En el resto del artículo, especulan sobre las pretendientas idóneas del príncipe heredero: una prima lejana de la familia imperial, la sobrina de un oficial del Santuario de Ise, la nieta del antiguo primer ministro de Japón o la hija de un rico empresario industrial. Hay fotografías de esas mujeres acompañando el artículo. Aparecen del brazo de mi padre, como bonitos ponis de competición, deleitándose con su atención y la de los focos. La actitud de él es la opuesta: estoico, con una postura rígida y un ceño fruncido inamovible. No se parece en nada a la fotografía de Harvard. En el artículo también critican a las mujeres: una no lleva el sombrero adecuado para una recepción al aire libre; otra no lleva los guantes idóneos para una cena de Estado; la familia de esta otra no tiene suficiente dinero... O, peor aún, su fortuna es demasiado reciente.

Las chicas se han reunido detrás de mí. Las cuatro miramos la pantalla del ordenador.

—Es el George Clooney asiático —dice Hansani.

—Antes de Amal y los mellizos —puntualiza Glory.

Cierro el artículo y paso los siguientes cinco minutos mirando las fotografías. En una está en el palco real de la ópera de Covent Garden con el príncipe Carlos y Camilla durante una función de La Traviata. En otra está en un almuerzo con el gran duque de Luxemburgo en el castillo de Betzdorf. En otra surca las aguas del Mediterráneo junto a los príncipes de Mónaco, y así sucesivamente: lo veo esquiando en Liechtenstein con el príncipe Hans, en una cena de Estado con el jeque Zayed bin Sultán al-Nayhan, el presidente de los Emiratos Árabes... Y, por si fuera poco, ¡hay una foto de él con el mismísimo George Clooney! Cierro el portátil de golpe y lo aparto de la mesa. Necesito espacio.

Noora, Glory y Hansani me sonríen con gesto inseguro.

—Mi padre es el príncipe heredero de Japón.

Quizá decirlo en voz alta lo hará parecer más real.

Pero no.

Me cuesta creerlo, pero las fotos no mienten. Soy su viva imagen. El fruto de sus entrañas. No, a mí tampoco me gusta esa expresión.

—¡Es un sueño de infancia hecho realidad! ¡Eres una princesa! —exclama Noora.

Una princesa. Casi todas las niñas sueñan con serlo, pero en mi caso no fue así. Mi madre me compraba bloques de construcción con fotos de Ruth Bader Ginsburg y Hilary Clinton. Yo solo soñaba con tener un padre, con conocer mis orígenes y poder hablar con orgullo sobre quién soy.

—Si eres parte de la realeza, yo también tengo que ser algo —continúa Noora—. En cuanto llegue a casa, pienso pagar para hacerme esa cosa de la genealogía. Crucemos los dedos para que sea un cincuenta por ciento Targaryen, un treinta por ciento realeza británica y cien por cien la hermana perdida de Oprah.

—Estoy bastante segura de que no funciona así —dice Hansani, pero, al ver que Noora la fulmina con la mirada, levanta las manos y rectifica—: Solo es mi opinión.

Noora no le hace caso y se vuelve hacia mí.

—Esto es lo mejor que me ha pasado en la vida. ¡Mi mejor amiga es una princesa! —Se aprieta los puños cerrados contra la barbilla y me mira, haciendo aletear las pestañas—. ¡Me pienso aprovechar de tu gloria todo lo que pueda!

La cabeza me da vueltas. Esto es más de lo que nunca podría desear. Más de lo que podría soñar. Lo que llevo dieciocho años esperando. Y, sin embargo... Tengo algo anclado en la garganta. Algo que no puedo ignorar, que no consigo aceptar.

—Toda mi vida es una mentira. ¿Por qué me habrá escondido mi madre algo así?

Glory chasquea los dedos.

—Esa es la pregunta del millón de dólares, amiga mía.

tokio_ever_after_princesa_por_sorpresa-6

3

Mensajes

Yo

Os lo juro, pensar en hablar de esto con mi

madre es el mejor laxante del mundo.

Noora

Tú puedes.

Noora

Inspírate en Ley y orden. Es hora de que pague por sus crímenes. Puedes ser la intrépida fiscal que la lleva ante la justicia.

Yo

Preferiría ser Mariska Hargitay. Es la mejor. Además, su compañero es Ice-T.

Yo

Tengo que irme. Ha llegado mi madre.

Noora

Recuerda. ¡La maza de la justicia!

Suspiro y pongo el teléfono en silencio. Me preparo: mi corazón está decidido, pero todavía siento un vacío en el estómago. Recorro el pasillo y entro en la cocina sin librarme de él. Mamá ya está dando golpes y abriendo y cerrando armarios. Luego echa aceite en un wok enorme: esta noche tocan verduras salteadas. Intento que no me tiemblen las manos. «Compórtate con naturalidad, como si no pasara nada.» No debería ser tan di

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos